Si no hubiera sido diseñador, le hubiera gustado ser dos cosas: bailarín de danza contemporánea o fotógrafo. Considera que la danza es la mejor síntesis entre el cuerpo y el espacio. Desde su estudio en el barrio de Gràcia en Barcelona, diseña espacios interiores o exteriores para las personas, con humildad y precisión extrema. Tomás López Amat recoge el testigo de sus maestros Federico Correa, Antoni de Moragas y Manel Esclusa, por citar solo algunos. Su gran disfrute, además de vigilar muy de cerca la construcción de sus proyectos, es compartir conocimiento con sus alumnos en Elisava. Del conjunto de sus obras destacan la diversidad de temas y espacios que ha desarrollado: viviendas, comercios, oficinas, hoteles, restaurantes e instalaciones efímeras. Su estilo atrae por conseguir una simplicidad contundente que enaltece la calidad del espacio. Exactamente lo mismo que consigue un bailarín con su cuerpo sobre el escenario.
¿Qué significa la danza para ti?
Mi relación entre el cuerpo y el espacio siempre ha sido algo muy particular desde pequeño, ya entonces sentía una especial fascinación por lo performativo; la parte atmosférica de los espacios sumada a nuestros movimientos. Ahora que soy más mayor, he entendido por qué. Tiene que ver con una niñez en la que cada Semana Santa iba con mi familia al pueblo de mi padre, Orihuela, y allí presenciaba uno de los actos performativos más potentes de la península. Me di cuenta de que eso me cautivó hace unos 20 años.
¿Como experiencia estética?
Claro, la suma de lo estético con lo popular, todo eso me interesa mucho. Pienso que un diseñador tiene que tener unos intereses muy transversales. Somos analistas y observadores de los hábitos y costumbres del hombre, para acompañarle en el diseño de los espacios en función de su evolución.
¿En qué momento te das cuenta de que sientes curiosidad por la experimentación, el diseño y los materiales?
Desde que tenía 10 años tenía clarísimo que quería estudiar arquitectura. Tuve la suerte de que delante del edificio en el que vivíamos, derribaron la casa que había y construyeron un bloque de pisos. Es el mayor acto performativo que un niño puede tener mirándolo desde su casa. Ver cómo suben seis plantas de un edifico en una calle que tiene seis metros de ancho. Mi primera clase de arquitectura fue esa, y duró un año. Cuando en segundo de carrera Ramon Domènech me explicó la parte de estructuras, yo ya la conocía.
Tuviste la suerte de tener muy buenos maestros.
Eso, por suerte, me ha pasado casi siempre. Estar en el momento adecuado en el sitio adecuado.
¿En qué te ayudaron?
A salir adelante. Empezar a estudiar en Eina, después de la etapa escolar, fue como llegar al Edén. Era un espacio de libertad y modernidad, donde no había límites creativos de ningún tipo.
¿Tanto daño han hecho los curas? Todos los que habéis ido a colegios religiosos guardáis un mal recuerdo.
En general no guardo un mal recuerdo. Todo tiene claros y oscuros. No es ni mejor ni peor, pero es cierto que cuando llegué a Eina sentí que podía exprimir todo mi potencial. En mi colegio, a los 11 años ya dibujábamos planos. A los 14 años tuve un profesor de dibujo técnico que era ingeniero en Seat y para mí fue una felicidad aprender con él. A esa edad ya había dibujado unas cuantas casas. El dibujo fue una herramienta reveladora para mí, entonces. Ahora insisto mucho a mis alumnos para que dibujen y es lo que creo que debo explicar como base de todo inicio creativo. Me hice consciente de la importancia del dibujo viendo dibujar a mis profesores. Siempre es un acto revelador.
¿De lo aprendido con ellos, qué transmites hoy a tus alumnos?
Todo. Yo dibujo y proyecto recordando aún lo que me decían mis maestros. Mis años de formación fueron muy intensos, con profesores con una gran capacidad de transmisión. Tuve mucha suerte. Fue el año antes de los Juegos Olímpicos.
¿Qué recuerdas del trato con Federico Correa?
Fue una eminencia, y fue muy complicado porque no éramos capaces de entender lo que nos pedía, además Federico tenía su temperamento. Antes de empezar a dar clases en Eina trabajé con Fernando Salas, y no fue hasta entonces cuando entendí lo que nos pedía Correa. Con la práctica vivencial y performativa (una obra no es más que una pieza performativa que dura 1, 3 o 6 años), entendí la cuestión fenomenológica del espacio. Eso no lo había captado antes.
Explícamelo a mí.
Asumir que una pared de un color u otro tiene una incidencia sobre nosotros, además de la trascendencia del espacio y la luz natural. Hay una dificultad en enseñar la asignatura de espacios en las escuelas de diseño, que es enorme comparada con otras disciplinas. Con el diseño gráfico puedes hacer un proyecto y tener una práctica completa. La práctica del alumno de espacios es distinta. O vive una obra durante 3 meses y eso significa que la proyecte, que la dibuje, y tener reuniones con el cliente, o no va a tener una buena aproximación a la realidad de esa disciplina. El diseño de interiores es la dislocación del diseño. No lo encontramos en los archivos. La historia del diseño industrial, la moda, la gráfica, etc., sí están archivados y en los museos.
¿Por efímero?
No, por frágil. Frágil y efímero no es lo mismo. Es la parte dislocada del diseño porque no se recoge en los archivos o catálogos patrimoniales.
Has mencionado a Fernando Salas y doy por supuesto que aprendiste muchísimo a su lado. Con él hicisteis obras importantes como son el Hotel Domine de Bilbao, y el Club Calle 54 en Madrid, ¿qué te transmitió?
Lo tuve de profesor en el último año de carrera en el taller de proyectos y ya antes era todo un referente para mí. Aparte de su profesionalidad y oficio, desprende una humanidad que lo hace muy cercano. Nos daba clase en espacios inauditos como el pantano de Vallvidrera. A final de curso me pidió que fuera a trabajar con él a su estudio en Palo Alto. Todo lo que intuía sobre su profesionalidad y humanidad tuve la suerte de comprobarlo durante muchos años. Eran los tiempos post-olímpicos y en Palo Alto había un grupo de artistas como Javier Mariscal, Soledad Sevilla o Perejaume que formaban una comunidad muy interesante. Con 24 años, aparecer allí fue lo mejor que me podía pasar en aquel momento y me volqué completamente.
¿Fue ese periodo la verdadera escuela?
Fernando es un diseñador muy de estómago, tiene algo muy mamífero. La práctica del diseño tiene una gran influencia de la cultura anglosajona, más racional, pero hay una parte vinculada a la emoción, a los sentidos y esto es algo que aprendí de Dani Freixas. Fernando también funciona desde ahí y su trabajo es muy ‘visceral’. El proyecto tiene que salir dibujando. Me decía: “Te tiene que coger haciendo. Ya añadiremos conceptos más adelante”. Hay que encontrar el equilibrio entre la emoción y la razón, sin descuidar la emoción y lo que sientes corporalmente en ese espacio y lugar determinados. Fernando humaniza el diseño. Daba mucha importancia a la parte humanística, que es la que más me interesa: corporalizar los espacios.
Pero llegó el momento en que decides ir por libre. ¿Cómo surgió?
Con Fernando estuve 7 años y durante un tiempo compaginaba el trabajo en su estudio con la docencia. Lo que más me interesaba era transmitir el oficio desde mi mirada y mi experiencia hasta aquel momento. Fue todo muy natural. Fue una oportunidad, con solo 27 años, y a la vez supuso una gran responsabilidad.
Debías ser muy brillante.
Soy una persona que ha tenido que hacer un esfuerzo para aprender a comunicarse. Soy muy reservado, aunque ahora disfruto comunicándome. Ha sido un trabajo de años, de buscar y acercarme a referentes de los que sigo aprendiendo. Sobre todo me interesa llegar al alumno desde la emoción. A Fernando también le pasaba y aprendí mucho de él gracias su gran capacidad de síntesis. Me ayudó a tener una escucha más abierta. Llegó el momento en que pensé que para seguir evolucionando debía establecerme por mi cuenta, sobre todo para tener un mayor contacto con el cliente. La etapa con Fernando fue muy completa y potente, y los últimos tiempos en su estudio fueron fabulosos. Hicimos grandes proyectos con Xavier Mariscal, pero tenía la sensación de que era demasiado idílico. Me planteé si con el tiempo iba a tener problemas para salir al exterior. Así que me arriesgué para no acomodarme y además yo quería crecer. Los proyectos que hice allí es difícil que pueda hacerlos por mi cuenta, además fue una muy buena época para determinados encargos en España antes de la crisis del 2008.
Asumiste el riesgo. ¿Qué pasó?
Fui a parar a un estudio en el edificio David, compartido con algunos diseñadores y arquitectos –como los actuales PMMT–, de mi quinta, y me encontré con gente que estaba en la misma dinámica que yo. Era un mini Palo Alto. Esta profesión no deja de tener un componente muy íntimo, y poder rodearte de gente de otras disciplinas y pertenecer de alguna manera a un grupo puede ser muy interesante. Aprendí muchas cosas nuevas allí aunque los primeros años fueron duros. Pasé de hacer proyectos de gran escala a tener encargos de menor tamaño. Eso también fue una gran lección. Tenía que luchar mucho para mantener una pequeña estructura.
¿Fue en ese momento cuando empiezas a colaborar con Gorka Marcuerquiaga?
No, él se incorporó a ese espacio unos años más tarde. Con él hacemos un excelente equipo. Es como tocar el piano a cuatro manos. Gorka es un arquitecto que también cuida mucho el detalle –como yo– y además nos complementamos muchísimo. Juntos tenemos la posibilidad de expandir las fronteras de los proyectos. Al final, mi formación en Eina me la dio un grupo muy brillante de arquitectos, así que me siento muy vinculado a ellos y a su método de trabajo.
Pero tú eres un apasionado y debes poner mucha intensidad en tu trabajo. ¿Lo pones fácil para que te sigan?
El movimiento de la emoción se resume en la pasión y la curiosidad. Hay una entrega personal muy fuerte en todo lo que hago.
Eso no es nada anglosajón…
No lo soy nada, soy muy mediterráneo. Lo primero que hice de joven, cuando tuve la posibilidad, fue realizar diversos viajes por distintos lugares del Mediterráneo, yo solo.
¿Qué descubriste?
Que Barcelona y Valencia se asemejan, como pasa también entre Chefchaouen y Cadaqués. La arquitectura se parece mucho y al final todos somos un poco fenicios. El primer viaje que hice fue a Marruecos a investigar. Sentí que tenía una raíz muy profunda con Orihuela, ya que esta tiene una fuerte raíz cultural árabe, y todo eso necesitaba descodificarlo. Ese viaje, por ejemplo, fue revelador. Quería entender mejor a la cultura familiar de mi padre. Mi abuelo se marchó a Argelia durante la Guerra Civil y estuvo un breve tiempo allí. Más tarde volvió pero todavía no sé por qué escogió Argelia. Mi investigación es muy transversal, desde lo íntimo hasta lo profesional, aunque todo está conectado.
¿Qué tienen en común todos tus proyectos?
El hilo conductor siempre es uno mismo. Yo jugaba a baloncesto y aunque soy diestro, también tiraba con la izquierda. Me gusta poner a prueba mi cuerpo, preguntarle, escrutar las incomodidades y trabajar desde esa perspectiva.
¿Eres un visionario?
Tengo 50 años y he tenido, por suerte hasta ahora, una vida intensa llena de jugosas experiencias. No me considero un visionario de nada. Soy una persona con algunas capacidades muy específicas. Igual que un músico tiene que trabajar su don para el ritmo, un diseñador de espacios debería tener cierta sensibilidad perceptiva al respecto. Eso es lo que intento trasladar a mis alumnos. Tienen que buscar en su interior cuáles son sus dones personales. A veces nos los escondemos demasiado y tenemos que hurgar hasta encontrarlos. Abrir según qué puertas internas, no es tarea fácil. Ahora mismo me siento más liberado en ese sentido. En estos momentos sé mejor qué me interesa y sobretodo cómo me interesa hacerlo.
Eso tiene que ser muy positivo profesionalmente porqué va a favor del cliente.
Aceptar un encargo siempre es un camino dificultoso, porque es importante el entendimiento personal de las partes. Antoni de Moragas siempre me lo decía: “Un buen proyecto es mitad un buen cliente”. Al final es un tema de confianza y eso es una cuestión de vínculo y de afinidad personal, el diseño es una profesión relacional. Hay clientes que no te conocen y tienes que saber trabar una cierta confianza para estar cómodos trabajando. Diseñar es un oficio que tiene mucho que ver con el cuidado de las personas, según mi punto de vista.
Hay otro elemento que me interesa mucho sobre la definición de tu trabajo, que es tu interés por la pre-existencia y la memoria del lugar. Eso es muy bonito porque además va en contra las leyes del mercado, que abomina y arrasa la memoria de las ciudades.
Primero tendríamos que definir bien qué es el mercado. Si hablamos del mercado solo como una idea de lo inmobiliario, ese no es mi lugar. Acabo de hacer un trabajo muy interesante para una gran empresa inmobiliaria en un nuevo barrio en la Marina de Barcelona. Con ellos he podido desarrollar todo mi potencial. Pero probablemente ha sucedido así porque lo dirigía un directivo que vibraba en la misma sintonía que yo.
Un buen cliente.
¡Exacto! Les he escuchado primeramente, ellos me han escuchado, en segundo lugar, y hemos ido mucho más allá de lo que en un principio nos habíamos planteado. Hemos obtenido liebre por gato. Todos disponemos de un tiempo y una energía, en esta vida. La energía que dispongamos en algo que quizás no será fértil, no la estaremos poniendo en otro lugar. Todos tenemos una caja de energía. Si lo invisible es un campo fértil, la energía que le dediquemos se multiplicará. Por eso desarrollar la intuición es tan importante. Yo lo que quiero es disfrutar y trasladar a los demás lo mejor que sepa y pueda de mi oficio. Estamos aquí para mejorar nuestro entorno.
Muy contundente.
Yo lo tengo clarísimo. Para mí es innegociable. Sé que no tengo un estudio solo para hacer dinero. Lo que te intento explicar y hacer mucho dinero no van de la mano.
¿Por qué hay que tener en cuenta la memoria de los espacios?
Formamos parte de una evolución. Todos nos levantamos de la cama cada mañana. Si lo piensas con consciencia es un acto muy fuerte. Pasamos de estar estirados ocho horas a ponernos de pie en muy pocos segundos. Lo que intento es hacer llegar mi visión sobre el oficio a gente sensible que forma parte del mercado y las grandes estructuras con cierto poder de acción. Ese es mi papel. Las escuelas de diseño también forman parte del mercado y tengo la gran suerte de dar clases en dos de ellas.
¿Cómo convives con esa contradicción formal entre las leyes del mercado y tus propios límites?
Con una gran dificultad, obviamente. Todo es tan fuerte y tan poderoso que a veces te sientes como Robinson Crusoe solo en una isla. Pero a la vez es muy bonito porque al igual que han cambiado muchas cosas, las relaciones sociales ya no son como antes. Las redes sociales me han ayudado a dar a conocer mi mirada y manera de hacer con relación a mi oficio.
¿Qué te aportan?
Un mundo infinito y eso que a mis alumnos les recuerdo siempre que no todo está en Google y que los libros tienen mucha más información y más interesante. Si lo tratas con sensibilidad puede llegar a ser muy gratificante profesionalmente y personalmente. Navegar con todo esto también ha sido un aprendizaje. No hay que perder nunca de vista la contemporaneidad. Cuando yo estudiaba, la palabra moderno era de las más importantes. Ahora quizás ha quedado más diluida pero en realidad lo que nos dice es que hay que vivir en el momento presente y entenderlo profundamente. Eso es muy importante para mi trabajo. Saber de dónde venimos para poder intervenir en espacios donde van a vivir personas. Lo que yo pueda aportar sea para una empresa, para un negocio, o para un particular, tiene que ser un vector vital para las personas que habitarán ese lugar.
¿En tu vida cotidiana también aplicas ese criterio?
Por supuesto. Nos hemos sentado aquí, a conversar en esta plaza, porque quería sentir sus árboles mientras hablábamos.
¿Cuando entras en cualquier espacio, lo reorganizas mentalmente?
No estoy haciendo de diseñador todo el día. Vivo muy relajado en ese sentido. Yo me muevo como un pez. Analizo el espacio intuitivamente y para ello utilizo herramientas como la fotografía. Tengo esa costumbre. Cuando llego a un sitio hago una foto sin pensar por qué la hago. Ese es un acto constante en mí. Al cabo de un tiempo, las reviso y puedo entender mejor lo que ocurría en aquel instante. Tengo un archivo inmenso que me lleva mucho trabajo.
¿Has tenido alguna vez la percepción de que tu trabajo hace felices a tus clientes?
No sería feliz la palabra, quizás… Prefiero hablar de plenitud. Me gusta volver a mis obras porque me interesa ver qué ha pasado tiempo después de todo el proceso. Mantengo un cierto vínculo con esos espacios y me vuelvo casi un cuidador de esos sistemas vivenciales enmarcados en una arquitectura. Desde mi estudio creamos espacios vibracionales que resuenen en el interior de las personas.
Defiendes que tu trabajo es para las personas.
Soy un mediador entre espacios y personas. Tengo que saber tanto de las personas como de los espacios. Todos formamos parte de un linaje y tenemos que tener en cuenta en esa secuencia en el tiempo, a nuestros ancestros.
Te defines como curioso, observador, paciente y riguroso. ¿Tienes algún defecto?
Muchos… Improvisar quizás demasiado o poner orden me cuesta. Tengo muchas carencias, como todos, pero las asumo como parte de mi personalidad. Soy compasivo conmigo mismo.
Qué difícil es eso.
He tenido que aprender a serlo y me ha dado mucha paz últimamente. Pero tienes que seguir un proceso antes.
Desde hace muchos años me dedico a escoger piedras de la playa. Todas tienen formas distintas por la erosión del mar. Eso tiene que ver con la metáfora de la vida. Es quizás un gesto poco racional pero no puedo evitarlo. En cada piedra hay una vibración distinta que me atrapa. Todos tenemos partes oscuras y otras más luminosas. Es algo propio de la condición humana.
Antes decías que te interesa la contemporaneidad, y que la observas de cerca. ¿Cómo describirías nuestro tiempo?
Estamos en un momento muy disruptivo provocado por la aparición de la tecnología desde hace 20 años. Todo este aspecto vibracional la tecnología todavía no lo recoge. Cuando dibujamos en un papel, no es igual que cuando lo hacemos sobre un iPad. Hemos pasado de hacer marcas en las piedras o en las cuevas, a dibujar sobre una pantalla. Eso un cambio bestial. Lo comparo con la aparición de la imprenta, que en cierto modo acabó con la transmisión oral de la cultura.
¿Cómo crees que afectará esta disrupción socialmente?
Probablemente nos deshumanice de algún modo, aunque no sé cómo nos adaptaremos a ello.
En este país no hemos querido emular a Francia, donde la ley de los monumentos históricos protege tanto los elementos exteriores como los interiores de un inmueble catalogado y sus alrededores.
Soy de la opinión de que 40 años oscuros de dictadura son muchos años, y solo han pasado unas cuatro décadas desde entonces. Es un vacío muy grande culturalmente que provocó una involución respecto a otros países. Mi abuelo paterno era abogado y tenía un gran interés por la cultura. Fue amigo personal de Miguel Hernández y con un grupo de amigos creó una revista en 1934 que se llamaba Gallo Crisis, en la que escribía el filósofo Ramón Sijé. La dictadura acabó con todo eso abruptamente y a mí me cuesta procesarlo. Todavía siento la angustia de mi abuelo cuando me lo contaba. Me produce mucha tristeza porque en el fondo creo que no lo hemos superado.
Jordi Casablancas revolucionó los cánones del interiorismo de los años 70 y 80 en Cataluña. ¿Sigue siendo uno de los referentes?
No tanto para mí, porque yo me inicio en el interiorismo en los 90. Tengo la suerte de que a mis padres les interesaba el diseño, y en casa había lámparas de Miguel Milá, mesas diseñadas por un amigo de mis padres que trabajaba con Correa, esa es mi primera referencia. Con mi hermano jugábamos con la lámpara Globo de Milá como si fuera una canasta. Este es el entorno en el que crecí. Tengo mucha memoria visual y le doy la misma importancia a la casa racionalista del Maresme de mi abuelo materno, que a la casa más popular de mi abuelo paterno en Orihuela. Igual de importante es el olor a césped cortado del jardín de Premià, que el estruendo de las fiestas de Moros y Cristianos en Orihuela. Estos son mis referentes vitales, y mi gran trabajo ha sido poder ordenarlos.
Aunque las fricciones son muy creativas.
Para entender mejor el contraste entre el norte y el sur, Fernando Salas fue vital para mí. Mi padre de pequeñito quería ser torero. Solo he ido dos veces a los toros, y fui con Fernando. En realidad mis referentes son algunos de los espacios interiores que se crean en los 80 y 90 aunque muchos ya no existen. Eso sí me preocupa. Cuando tocan tu memoria duele más, pero yo me resigno. Como sociedad somos lo que somos. Políticamente, tenemos lo que tenemos.
¿Qué análisis harías del interiorismo que impera actualmente?
Es puro eclecticismo, y eso ya es interesante de por sí. Hay muchos flujos y diferentes estratos que también tienen que ver con la gran diversidad de público al que van dirigidos actualmente.
¿Cuál sería tu proyecto soñado?
Me gustaría diseñar objetos. Pasar del espacio al objeto. Esto es un deseo. La cultura del objeto me interesa muchísimo. Es un aliciente para mí y quiero hacerlo crecer profesionalmente.
¿Por eso te interesa la figura de Carles Riart para tu tesis doctoral?
Exacto. Tiene una trayectoria muy reveladora. Me impactó muchísimo empezar a conocer su obra a través de los libros y también los objetos diseñados por él que pude ver ya en los 90. Me interesan los objetos y muebles domésticos blandos. Lo duro es la arquitectura. Lo blando son las personas. Esto me lo enseñó Itziar González. El mueble es más persona que la arquitectura. Me interesa el mueble y el objeto que tiene que ver con el cuerpo. Tengo el proyecto de crear una productora de objetos hechos aquí y de producción artesana. De hecho, en los proyectos que me encargan siempre introduzco algunas piezas o muebles especiales diseñados por mí. Dedico mucho tiempo a seguir las obras y me implico muchísimo. Trabajo fundamentalmente desde la idea de presencia. Si por mí fuera, dormiría en la obra, porque es lo fenomenológico.
¿Qué emoción genera ver la obra terminada?
Es un descanso. Lo podría comparar con un parto. No hay nada igual profesionalmente hablando. Relaciono la obra con el proceso de un pájaro que se hace el nido con el pico.
¿Cómo explicarías el momento actual a nivel profesional?
Es un momento de mucha apertura. Están pasando muchas cosas que no esperaba en absoluto. Desde proyectos que tienen que ver con el espacio exterior y no solo con el interiorismo, la arquitectura y el espacio público. Es un momento precioso. Soy un privilegiado. En los inicios profesionales mi auto exigencia era mayor, ahora he entendido que también hay que dejarse llevar. Siento una gran satisfacción.
¿Cómo sobrellevas la ausencia de tu padre?
¡Ostras! Es un vacío muy grande y no lo pensaba. Los 2 últimos años éramos muy conscientes en la familia de la etapa final que estábamos viviendo y la paz interior que sientes después es muy grande. Siento que me ha dejado un espacio y que de alguna manera se fue con la creencia de que yo ya estoy preparado. Empiezo a entender cosas que hasta hace poco eran una dificultad en la relación con él. Mi padre se ha ido cuando yo estaba preparado, ni antes ni después. La ausencia la vivo con dolor, incluso corporal. Pero me lo trabajo para que vaya saliendo. Nuestra sociedad no ha desarrollado una cultura del duelo por eso me interesan las culturas indígenas y conectadas con lo ancestral.
Seguramente más relacionadas con el cuerpo y la danza.
¡Claro! Y con lo ritual. La muerte de mi padre ha supuesto darme cuenta que tengo que dar un paso hacia adelante y ocupar más aún mi sitio. Ahora lo estoy empezando a descubrir de una manera muy gustosa y liberadora. Mi padre ha supuesto una dificultad muy grande. Él quería otro camino para mí. Más difícil. Por suerte la luz de mi madre facilitó las cosas. Él tenía una visión de la vida más conservadora. Y eso ha sido una gran dificultad para mí. Los límites, las dificultades y las incomodidades me resultan muy familiares.
¿Entendió el camino que escogiste?
Al final sí. Tuvimos la suerte de convivir mucho en los últimos tiempos y aunque no habláramos exclusivamente de ello, sé que se ha ido entendiéndome, a pesar de su disconformidad inicial con mi vida. Eso me ha movido mucho.