Este septiembre, el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza de Madrid deja de ser únicamente un lugar de contemplación para convertirse en un espacio de ensayo colectivo. Del 19 al 21 de septiembre, Terrafilia Fest inaugura su primera edición con una propuesta que desborda el formato habitual de los festivales culturales. No se trata de programar actividades dentro del museo, sino de repensar qué puede ser un museo en un momento donde el presente se percibe frágil y el futuro, incierto.
El festival, impulsado por TBA21 Thyssen-Bornemisza Art Contemporary en colaboración con el museo, parte de una premisa simple: la urgencia de imaginar otras formas de vida compartida. Bajo el concepto de terrafilia (un vínculo afectivo y político con la Tierra y quienes la habitan), artistas, pensadores y colectivos de distintas regiones y disciplinas se reúnen para abrir preguntas: ¿cómo vivir en medio del colapso?, ¿qué saberes han sido silenciados?, ¿de qué manera podemos reorganizar nuestras alianzas, nuestras memorias y nuestras formas de aprender?
La exposición homónima, comisariada por Daniela Zyman y abierta desde el 1 julio hasta el 24 de septiembre, sirve como ancla conceptual para el festival. Terrafilia reúne cerca de cien obras provenientes de las colecciones Thyssen-Bornemisza, Carmen Thyssen y TBA21, cruzando cinco siglos de historia visual. Lejos de ofrecer una narrativa lineal, la muestra se articula en siete escenarios interrelacionados que abordan temas como el sueño, el mito, la geología, la espiritualidad y la animación de la materia.
Entre artistas como Joachim Patinir, Wassily Kandinsky, Dineo Seshee Bopape o Hervé Yamguen, se despliega un archivo visual que propone ver la Tierra como un lugar habitado por multiplicidades: un pluriverso. Esta exposición no solo desarticula el punto de vista antropocéntrico que domina las colecciones occidentales, sino que abraza una política estética que reconoce la agencia de lo no humano y las ecologías que han sido históricamente marginadas.
Así, a diferencia de otros festivales, el programa no se organiza por bloques temáticos ni por disciplinas. En lugar de jerarquizar formatos, Terrafilia Fest se despliega como una ecología en movimiento, en la que performances, talleres, cine, conversaciones, acciones pedagógicas y zonas de cuidado coexisten al mismo tiempo.
El filósofo Malcom Ferdinand inaugura la jornada con una lectura performática donde explora el caso del pesticida clordecona en el Caribe no como accidente, sino como huella persistente del colonialismo. Desde otro lugar del Caribe, Yina Jiménez Suriel propone la curaduría como un recorrido que atraviesa territorios fragmentados, usando el arte como puente entre memorias y futuros sustentados en el cuidado.
Frédérique Aït-Touati, en cambio, plantea una revisión crítica de nuestras formas de ver el mundo, desde la intersección entre ciencia, ficción y cartografía. También participa el artista Zheng Bo, cuya práctica se mueve entre ecología queer, parentesco vegetal y tradiciones disidentes.
Asimismo, en lugar de espacios de mediación tradicionales, el festival propone zonas de aprendizaje no formal, donde el saber se produce en el contacto, el juego o el cuidado mutuo. Es el caso del playground desarrollado junto al colectivo La cuarta piel, que invita a niños y adultos a explorar una pedagogía sensorial en un jardín en proceso.
En definitiva, una apuesta que ante los marcos institucionales, académicos y políticos que resultan insuficientes para responder a las crisis actuales (ecológicas, sociales, simbólicas), propone imaginar otras formas de encuentro. Más lentas, más íntimas, menos centradas en el control y más abiertas al ensayo, al error y a lo incierto.
Una mirada que no se define por estilos, sino por su capacidad de abrir grietas en el relato dominante y por acompañar procesos que, muchas veces, no caben en el lenguaje habitual de las instituciones culturales.





