Con un palmarés envidiable (Premio del Jurado en el Festival de Sundance, otro premio en el Festival de San Sebastián, y tres galardones incluyendo Mejor Película en el Festival de Morelia), Sujo llega a las pantallas mexicanas este 5 de diciembre. El nuevo largometraje de Fernanda Valadez y Astrid Ronder es un rayo de luz que atraviesa sin miedo un mundo oscuro; una pequeña brecha por donde se filtra la esperanza en un entorno carcomido por la violencia, la venganza, la delincuencia y la muerte. Y es, también, el film elegido para representar a México en los premios Oscar y Goya de 2025. No se puede pedir más.
Sujo es, además del título, el nombre del personaje principal del film. Tras quedar huérfano a los cuatro años (su madre murió en el parto y a su padre lo asesinan en un ajuste de cuentas entre cárteles), su vida toma un giro radical cuando lo acoge su tía materna, quien vive aislada en el cerro, lejos de los peligros que esconde su pequeño pueblo de Tierra Caliente, Michoacán, uno de los estados más conflictivos en la actualidad. Nemesia (la tía) intenta alejarlo de un destino casi predeterminado por su pasado: un padre sicario y un entorno donde es casi imposible no estar afectado por las luchas entre cárteles. Pero el torbellino de la realidad lo acaba arrastrando.
Para estructurar la narrativa y entender mejor la vida de Sujo, las directoras han dividido el film de dos horas en cuatro partes o capítulos, que son los cuatro pilares de Sujo: arrancamos con la I, Josué el Ocho, su padre. Es breve y confusa, casi no le vemos ni la cara, lo que contribuye a empatizar con la visión de su hijo: esa figura paternal es solo una sombra, un recuerdo que se va desdibujando poco a poco y cuya imagen toma forma a partir de las historias que escucha. La II nos lleva a Nemesia, la tía que lo acoge y forma hasta que es adolescente: le educa en casa, lo trata con el cariño y amor que puede a pesar de estar encabritada con el mundo y su situación (ella no era madre y, por lo que se entiende, tampoco quería serlo; pero arrima el hombro cuando el destino se lo pide).
En esta parte descubrimos a un Sujo callado, tímido, introspectivo. Todo el mundo le repite que no debe meterse en problemas o acabará como su padre. Es cuando desarrolla una personalidad soñadora e imaginativa, rodeado de naturaleza y animales. Está mucho consigo mismo, así que es normal que sea así.
La segunda mitad de la película nos muestra a un Sujo ya adolescente, y lo hacemos a partir de la parte III: Jai y Jeremy, sus dos mejores amigos de la infancia (que ya habíamos visto). Ellos sí que viven en el pueblo y, casi inevitablemente, acaban trabajando para el cártel haciendo pequeños contrabandos y siendo mulas. Es chocante ver lo jóvenes que son (tendrán entre quince y dieciocho años) y lo mucho que un entorno criminal les ha obligado a crecer. Por supuesto, como cualquier joven en esas condiciones, sueñan con un mundo mejor, con ganar plata honradamente, pero la falta de oportunidades para personas como ellos es aplastante.
En ese capítulo, las directoras hacen un análisis muy certero de cómo los adolescentes son los más manipulables: su necesidad de identificarse con un grupo o colectivo, querer integrarse y no estar marginado o apartado, y hacer cosas ‘de mayor’ que te hacen sentir más adulto de lo que eres, lo que te sube la autoestima (además del trapicheo, aquí vemos sus primeros ligues con chicas del pueblo, cómo fuman y beben, etc.). Es así, a través de esos sentimientos, que Jai y Jeremy convencen a Sujo para que también forme parte de todo este mundo ‘soñado’, a pesar de saber bien que es lo que le arrebató a su padre y le privó de vivir una infancia acompañado de él.
Sin querer hacer mucho spoiler, Sujo tiene que huir de su pueblo natal para evitar acabar como su padre. Así que, con una mano delante y otra detrás, se monta a un autobús que le lleva a Ciudad de México, donde tiene que aprender a sobrevivir. Esas cualidades de niño (la timidez, ser reservado pero siempre con sueños de futuro) siguen ahí. Desde pequeño sabía que quería un futuro mejor, solo que ese prospecto no estaba al alcance de su mano. En la capital empieza a trabajar de mozo de carga en mercados, alquila un cuarto cochambroso y, siendo fiel a su personalidad positiva, va tentativamente a alguna clase de literatura que es abierta al público. Y es ahí donde llega Susan, la coprotagonista de la Parte IV.
Ella cree en él, le da un voto de confianza que le cambia la vida. Le hace un plan de estudios más personalizado para que pueda presentarse a un examen y convalidar sus conocimientos y así entrar a una carrera de letras, la que Sujo desea. En un momento tan tierno como revelatorio, él le pregunta a la profesora: ¿Usted cree que podemos cambiar de vida? Y ella responde afirmativamente. Esa es la brecha de esperanza de la que hablaba al principio: Sujo desea ser el dueño de su destino, de marcar el rumbo de su vida y encauzarlo a donde él quiere.
Batallando entre el determinismo y el libre albedrío, este film es un claro reflejo de que, sí, algunas personas tienen la suerte de cambiar su vida y hacerla mejor. Sin embargo, no es lo mismo nacer en un pueblo dominado por la delincuencia y la criminalidad a gran escala, en el seno de una familia pobre y sin recursos, y cuyos miembros ya no están ahí para guiarte y ayudarte, que nacer en zonas más privilegiadas y con un entorno que te sostenga y te apoye positivamente. De todos los personajes que conocemos, solo Sujo es el afortunado de dar un golpe de timón, y son varios factores los que lo ayudan (desde la suerte a la determinación).
En Sujo somos conscientes de la violencia del mundo, de la injusticia que desfavorece a unos mucho más que a otros. Sales destrozado anímicamente más allá de que el final sea relativamente feliz; el camino ha sido demasiado arduo, penoso y cruel. Pero no es una película melodramática ni mucho menos; aquí no hay momentos calculados para que llores, ni una banda sonora grandilocuente que evoca sentimentalismo. Es simplemente el retrato de lo desolador que puede resultar crecer en nu lugar asolado por la violencia.