La fundación Photographic Social Vision, entidad comprometida con divulgar y potenciar el valor social de la fotografía documental y el fotoperiodismo, celebra su 15 aniversario anunciando la creación de una beca de fotoperiodismo de investigación dotada con 8.000€. En estos años ha organizado 154 exposiciones, ha difundido la obra de más de 2.000 autores y ha conseguido atraer a una audiencia de 700.000 personas gracias a la organización de los ya imperdibles World Press Photo y el festival de fotografía documental DOCfield, abierto hasta el próximo 19 de julio. Silvia Omedes es la directora y alma mater de la fundación, una mujer decidida que conoce muy bien el valor de lo esencial e imperecedero en esta vida. Una activista nata que, junto al resto de mujeres que conforman el grupo, persisten en su intención de que crezca en el ciudadano el interés y la curiosidad por saber qué ocurre más allá de nuestro entorno inmediato. Hacía mucho tiempo que no conocía a una persona en el sector cultural con un discurso tan coherente y bien estructurado. Juzguen ustedes mismos.
¿Cómo empieza tu vínculo con la fotografía?
Nace por mi madre, que trabajó como fotógrafa unos años. Era una mujer pegada a una cámara todo el día y yo la veía como la más poderosa del mundo. Mi madre me enseñó a hacer fotografía: me explicó la luz, la velocidad, el encuadre y sentí que me estaba enseñando tres ingredientes mágicos e importantísimos. Más tarde, quise ser periodista y fotoperiodista, simplemente porque me di cuenta que la herramienta era muy poderosa para detectar injusticias. Así es como me vinculé a ello, incluso cuando estudié Historia del Arte, mi especialidad fue fotografía y cine. Me di cuenta del poder que tenía la imagen para comunicar valores y no crear equívocos y pensé que me fiaba más de una cámara interpretando la realidad, que de la opinión de muchas voces que repiten cada día lo mismo. A mí me interesa la gente que tiene la capacidad de interrogar al mundo y a sí mismo a través de la fotografía.
Trabajaste en el Guggenheim durante una temporada. ¿Qué aprendiste de los americanos?
Pragmatismo. Allí, coordinar y producir exposiciones significa prever continuamente y el respeto por la gestión cultural es sagrado. Otra cosa importante: cualquier idea, por muy descabellada que sea, es posible. Yo tuve la suerte de trabajar con el comisario de la exposición El arte de la motocicleta que sumaba 180 motos de todo el mundo. Y un día tuvo esa idea: llenar el museo de motos, y nadie se volvió loco en el patronato del Guggenheim. Supo explicar que la motocicleta es un objeto de incalculable valor social, artístico y de diseño, y le dijeron: adelante. Estuve dos años allí y pensé, si he sabido coordinar esto, me puedo atrever con lo que sea (risas).
¿Cómo surgió la idea de crear Fotographic Social Vision?
Es una idea que nace de la inquietud de tres mujeres durante una cena en la que nos estábamos aburriendo mucho. Hacía poco que nos habíamos conocido y cada una contaba sus inquietudes. Yo acababa de volver de trabajar en el Guggenheim Museum como coordinadora de exposiciones y desando ser fotógrafa. Vera Baena, abogado y economista, estaba implicada en la alfabetización de niños y mujeres en una zona de Madrid, y una tercera mujer, Peony Herrera, de origen filipino-americano, acababa de llegar de Estados Unidos, donde era la tesorera de la ONG Women in Prison en NY. Las tres teníamos muchas inquietudes sociales y queríamos llevar nuestro bagaje profesional a un terreno de mayor utilidad social. A las pocas semanas, Peony nos propuso crear una plataforma para dar visibilidad a temas sociales. En 2001 participamos en el congreso del tercer sector en Barcelona, y en todas las ponencias las ONG se lamentaban de su poca capacidad de comunicar lo que hacían. Eso fue definitivo para nosotras, ya que conocíamos fotógrafos, artistas y periodistas que estarían dispuestos a trabajar en ello. Nacimos queriendo ser un puente entre el fotoperiodismo profesional y la sociedad. Empezamos a producir reportajes, uno de los cuales ha inspirado la beca de la fundación y a su vez significó nuestro bautismo.
¿Qué significó el reportaje El silencio roto en ese momento?
Demostró que cuando el fotoperiodismo está hecho con rigor y mucho compromiso sobre el tema y lo haces accesible a la sociedad, la gente reacciona. Reacciona al fotoperiodismo, a la fotografía y a temas que están estigmatizados y de los que no se habla, cuando en realidad la gente está buscando respuestas y soluciones. El silencio roto fue un proyecto que produjimos con Mercedes de la Rosa y Ana Giménez, que compró La Vanguardia y lo puso en portada del Magazine. El efecto que tuvo en toda España fue apabullante. La centralita de la asociación que nos había permitido contactar a las víctimas se colapsó durante semanas, y eso les creó un problema estructural. Me decían que gracias al reportaje pasaron a ser la ONG de referencia para patrocinadores, instituciones e incluso para el gobierno, logrando alianzas muy interesantes, pero el nivel de estrés que supuso fue mucho mayor. Las víctimas llamaban pidiendo ayuda a todas horas, y vivían con la frustración de no poder atenderlas a todas. Nuestra centralita y la de La Vanguardia también se colapsaron. Para nosotras eso fue no haber calculado los efectos de un reportaje bien hecho y sacar a la luz un tema muy importante para mucha gente. Una de cada cuatro niñas en España ha sufrido abusos sexuales, y los chicos, uno de cada siete. Entendimos que estábamos en el camino adecuado, con las buenas herramientas y los profesionales, pero faltaba ir encontrando los temas siempre con la idea de llegar al máximo número de gente. Y así empezamos a desarrollar nuestros propios productos expositivos, fruto del vínculo con la fundación World Press Photo. Con ellos garantizamos que muchos temas lleguen al público una vez al año y se difundan. Han sido grandes cómplices para poner en valor el fotoperiodismo en España.
¿Ha sido por afinidad que os habéis reunido doce mujeres, o por azar?
Gran parte de ellas ha entrado en la fundación como voluntarias por proyectos, y allí nos hemos detectado y reconocido. A nivel humano tenemos muchas cosas en común, pero sobre todo nos mueve el haber experimentado en nuestra vida y en nuestra piel el valor y el poder de la fotografía y el arte. Siempre en contacto con la gente, por tanto sabemos qué provoca la fotografía en ellos. Nos gusta nuestro trabajo, tiene sentido, por tanto estamos casi cumpliendo una misión de vida. A veces me preguntan por qué no hay hombres, y no hay un motivo concreto. Ha ocurrido así. Nosotras trabajamos horizontalmente, algo muy típico en las mujeres, y como siempre digo, aquí servimos todas para un barrido y para un fregado. Sabemos perfectamente que todo lo conseguido hasta ahora es gracias a todas, y eso nos fortalece y nos hace sentir muy bien como equipo.
¿Qué actividades lleva a cabo la fundación?
Nuestras actividades se desarrollan en tres áreas. El área de proyectos es la que nos ha hecho crecer y la que nos obliga a reformularnos continuamente. El área de festivales y exposiciones es la que está en contacto directo con los fotógrafos y es nuestro puente con la sociedad, usando la fotografía como herramienta de sensibilización. Desde hace once años tenemos un área educativa que está creciendo mucho y desde la que promovemos que la fotografía sea una herramienta de transformación, inclusión social y crecimiento personal. Hemos desarrollado varios talleres en los que facilitamos las cámaras a los colectivos para que ellos se auto-documenten y puedan experimentar el poder de la fotografía en sus manos. Empoderizar su voz, mejorar su autoestima, entrar en contacto con otros grupos de personas a los que normalmente no tienen acceso, perder estigma social… Cada vez que trabajamos con uno de estos grupos, organizamos una exposición de sus fotos que les permite crear una red de apoyos con otros grupos sociales. Hemos trabajado con abuelos sin recursos, enfermos de alzheimer y sus cuidadores, enfermos mentales, nigerianos top manta, y ahora, quince años más tarde, empezaremos a trabajar con adultos que han sufrido abusos de pequeños con la colaboración de la entidad que nos permitió hacer el primer reportaje. Para mí esta área es el corazón de la fundación, aunque no es la que hemos comunicado. La Fundació La Caixa, ha patrocinado alguno de estos talleres y somos su entidad de referencia para proyectos de fotografía participativa, una metodología que hemos implantado estos años. Hay otra área que es la que yo dirijo muy directamente, la profesional. Pretendemos que el profesional se desarrolle al máximo de sus capacidades. El fotoperiodista tiene unos retos muy importantes; en el siglo XX la fotografía se publicaba, se compraba y se difundía, pero en el siglo XXI, con la entrada de internet y la pérdida de publicidad de los medios, las revistas de fotografía en España prácticamente han desparecido. Los medios tradicionales que apostaban por reportajes en profundidad, ya no lo hacen. La apuesta es por secciones de gente, ocio, entretenimiento...
Todos estos periodistas que durante décadas han desarrollado historias, han perdido a sus cómplices tradicionales. Desde la fundación tendemos puentes entre los profesionales y la sociedad para buscar vías alternativas de difusión. Les asesoramos sobre cuáles son sus derechos, ya que falta mucha pedagogía por hacer, no solo a los fotógrafos para que reconozcan sus derechos cuando firman un contrato, qué negociar, con quien y cómo, sino incluso las instituciones, gestoras culturales o entidades de gestión cultural. Estas no son siempre lo expertas que deberían ser en la gestión de derechos de autor y propiedad intelectual, y allí nos encontramos que muchas veces somos útiles. Actualmente, asesoramos a entidades y archivos para una mejor gestión. No es por mala fe, son malas prácticas por desconocimiento y queda mucho por hacer.
Todos estos periodistas que durante décadas han desarrollado historias, han perdido a sus cómplices tradicionales. Desde la fundación tendemos puentes entre los profesionales y la sociedad para buscar vías alternativas de difusión. Les asesoramos sobre cuáles son sus derechos, ya que falta mucha pedagogía por hacer, no solo a los fotógrafos para que reconozcan sus derechos cuando firman un contrato, qué negociar, con quien y cómo, sino incluso las instituciones, gestoras culturales o entidades de gestión cultural. Estas no son siempre lo expertas que deberían ser en la gestión de derechos de autor y propiedad intelectual, y allí nos encontramos que muchas veces somos útiles. Actualmente, asesoramos a entidades y archivos para una mejor gestión. No es por mala fe, son malas prácticas por desconocimiento y queda mucho por hacer.
¿Cómo seleccionáis los temas o los colectivos con los que trabajáis?
A veces las propias ONGs se nos acercan, o son los expertos en un tema concreto que lo proponen. Cada semana atendemos a 4 o 5 fotógrafos, que son una fuente de información que tiene mucho valor. Conociendo a estos fotógrafos y sus trabajos, podemos detectar proyectos en los que involucrarnos. Cada vez es más necesario, porque con el DOCField proponemos 30 exposiciones gratuitas en Barcelona, y estar al día de quién hace qué es imprescindible. El festival tiene una dirección artística distinta cada año para garantizar su independencia y compromiso con la voluntad de que cada director aporte su sello, su estilo y su visión de la fotografía desde la pluralidad. Es un momento dulce, porque la Fundación Banc Sabadell patrocina una parte importante del festival y entendió la importancia de difundir los reportajes enteros y no únicamente 2 o 3 fotos de una historia de un trabajo de años de investigación. El festival nace gracias al apoyo de la esta fundación y de nuestra inquietud para ofrecer al público de Barcelona reportajes completos con el objetivo de poner en valor la fotografía documental, sus usos, sus funciones, ayudar a la gente a distinguir entre el fotoperiodismo y la fotografía artística, decorativa o de publicidad. Actualmente estamos inmersos en tal aluvión de imágenes que muy fácilmente algunos niños ya no distinguen la realidad de la ficción. El fotoperiodismo tiene los valores y los objetivos muy claros, y nosotros queremos incidir en ellos.
¿Cómo valoras vuestra labor en estos quince años de actividad, y qué incidencia tienen vuestras acciones a nivel social?
Es una pregunta compleja de responder. Es algo a lo que me enfrento cada vez que tengo que justificar el dinero público que recibimos, sea por parte del Ayuntamiento o por parte del gobierno de la Generalitat. Para mí es un reto muy importante. Podemos cuantificar el número de visitantes de nuestras exposiciones, por ejemplo: en el caso de World Press Photo en 2005 teníamos 20.000 visitantes, y once años más tarde tenemos 50.000. Cada vez más, colegios de toda Cataluña demandan las visitas guiadas, y sabemos que son futuros usuarios y personas que van a respetar la fotografía documental. En este caso concreto, constatamos que el interés ha ido en aumento y cada año aumentamos el récord anterior. Nuestro departamento de educación cada vez recibe más peticiones de ONGs y de asociaciones que quieren hacer talleres de fotografía con nosotros. Tenemos muchos ejemplos de que estamos haciendo una buena labor, pero es complejo, porque ¿cómo mides las emociones en las personas? ¿Cómo puedes medir el cambio de conciencia, o la capacidad de sensibilización? En el ámbito local estamos incidiendo desde el lugar que ocupamos en la creación de opinión pública, en facilitar documentación y proyectos independientes sin ningún tipo de censura. Barcelona es una ciudad afín a lo documental, con un tejido asociativo muy importante y con gran conciencia democrática que nos ha permitido consolidar nuestra oferta y ha respetado nuestro trabajo. Después de quince años de actividad, ya no tenemos que ir a buscar a nuestros cómplices, sino que ellos se acercan a nosotras. Me gusta recordar que fuimos la primera entidad sin ánimo de lucro en el tercer sector que incidía en el ámbito de la comunicación.
¿Qué dificultades encuentra el fotoperiodismo en los medios de comunicación, actualmente?
Voluntad y dinero. En el siglo XX los medios recibían mucho dinero de la publicidad, que hoy ha bajado muchísimo, y ya no hay ese excedente de dinero. Tampoco veo una voluntad clara de dar apoyo a proyectos que son importantes socialmente, ni de respetar los códigos periodísticos, que básicamente es informar a la sociedad sobre lo que está ocurriendo. Hay poco espacio, se trabaja con muchas prisas, no hay dinero ni voluntad. Esas historias que no tienen cabida en los medios buscan vías alternativas para ser difundidas. Aún así, hay algo que me parece muy positivo y es que con todas las dificultades que hay para publicar o habiendo muy poco dinero que mal paga a los fotógrafos, se siguen haciendo reportajes: el fotoperiodismo y la voluntad de explicar historias no están en crisis, seguimos necesitando explicarnos el mundo y a nosotros mismos en él, por tanto, compartirlo es vital para el ser humano. Los fotoperiodistas están en una fase difícil pero muy creativa, buscando plataformas alternativas en internet, creando sus propias webs, entrando en el mundo del foto libro y auto-publicación, que están facilitando salidas a muchos trabajos. Las becas, las subvenciones, los festivales, las galerías de arte y museos están siendo cómplices para llegar a un amplio número de personas y favorecer que no solamente no muera, sino que podamos ver unos trabajos impresionantes hechos con más tiempo, sin la presión de vender, yendo a fondo y con mucha fibra. Venimos de una era que no volverá pero tenemos la oportunidad de reformularnos cada día y buscar grietas en el sistema para difundir las historias.
“El fotoperiodismo no está en crisis, seguimos necesitando explicarnos el mundo y a nosotros mismos en él.”
¿En qué consiste la beca de fotoperiodismo e investigación de la fundación?
La beca quiere apoyar a equipos mixtos de grandes fotógrafos y periodistas, como se había hecho toda la vida. Ahora el periodista lleva su cámara y al fotógrafo le piden que escriba el artículo, y eso va en detrimento de un trabajo hecho más a fondo. Queremos volver a unir a estos profesionales, ambos con capacidades muy importantes y muy distintas, aunque complementarias. Los fotógrafos saben expresar, interpretar e interrogar la realidad a través de sus proyectos visuales y los periodistas se dedican a escribir. La beca es un grano de arena en un contexto complejo pero queremos que en España no deje de llevarse a cabo un proyecto que sea importante a nivel social. Si podemos incidir en que alguno de estos profesionales tengan un tiempo remunerado para llevarlo a cabo, mejor. Somos conscientes de que 8.000 euros no es mucho dinero, pero es la cantidad que generamos de beneficio cada año. No vamos a permitir que ninguna empresa u organismo subvencione la beca, ya que nace de nuestro propio espíritu y ganas de ayudar al sector. Este año tenemos un jurado muy potente que garantizará que sea un proyecto hecho con rigor, que no se haya hecho anteriormente y que este dinero se invierta en investigar aquí y ahora. Otra aportación de la beca es exponer el trabajo en el DOCField del año que viene, asegurando un impacto en la ciudad, y a la vez buscaremos un medio que quiera difundirlo. A la larga, con su consolidación, y si logramos dar a conocer grandes profesionales, quizás sean los medios de comunicación quienes vengan a buscarnos y sino buscaremos alternativas y aliados.
¿Hay una convocatoria abierta? ¿A quién os dirigís?
Nos dirigimos a fotógrafos, periodistas, estudiantes de último curso de periodismo, y a todo aquel que investiga, siempre con la idea de que se creen equipos mixtos, aunque puede darse el caso de que un muy buen fotógrafo sea a la vez un gran escritor, y al revés. Y también estamos dispuestas a dar ese dinero a un colectivo. Pedimos que sean residentes en España con la intención de potenciar a nuestros profesionales, aunque puede haber equipos mixtos compuestos por nacionales y extranjeros. La idea es apoyar a nuestro país.
La profesión de fotoperiodista sigue siendo una de las más arriesgadas. Reporteros Sin Fronteras ha registrado que, durante el año 2015, al menos 67 periodistas fueron asesinados en el ejercicio de su profesión o por causa de esta. ¿Cuál crees que tendría que ser la reacción de los estados ante esta situación?
La reacción pasa por una voluntad política internacional. La prensa tiene tanto poder que es altamente manipulada por gobiernos, países en conflicto, por los mismos medios que cubren o encubren conflictos, por tanto el fotoperiodista y el periodista están más desprotegidos que nunca. El que se convierta en la voz y los ojos de los conflictos mundiales, es un target clarísimo a asesinar. Aunque lleven sus chalecos identificativos de prensa, los fotoperiodistas e incluso las ONGs sobre el terreno ayudando a víctimas, hoy son un objetivo. Si no hay una acción conjunta y consenso a nivel internacional, difícilmente pueden cambiar las cosas en países donde no hay ningún tipo de control ni el más mínimo respeto por la prensa. Las soluciones tienen que llegar desde los parlamentos y desde el pacto, pero hoy es difícil nombrar a una sola institución internacional a la que se le haga caso. Estamos en una época de cambio generalizado donde los valores del mundo y las dinámicas establecidas van a tener que variar, porque es insostenible a nivel ecológico y humano. Espero y deseo que tengamos la capacidad de reformularnos y de volver a las buenas raíces.
Lamentablemente ese cambio no parece que se vaya a dar de inmediato según las encuestas sobre la intención de voto en Francia o EE.UU., donde fantoches como Marie Le Pen y Donald Trump puede llegar a la presidencia…
Como sabes, los medios manipulan mucho y cada uno de ellos está patrocinado por empresas con intereses políticos. No hay nada más manipulador que la prensa para las grandes masas. Yo abogo por hacer una mayor difusión del fotoperiodismo y el periodismo independiente, el que no se deja comprar ni amedrentar por empresas ni por partidos políticos, o que simplemente apaguemos la tele (risas). Para estar informado hay vías alternativas como Twitter, donde puedes seguir a esos prescriptores de la información en los que tienes confianza. La gestión de la confianza va a ser de vital importancia si queremos generar opinión pública. Los grandes medios, con todo su poder, pueden ser aliados para contar buenas historias, pero también son aliados de los grandes poderes. Para mí lo verdaderamente importante es que la gente gane conciencia sobre dónde están las noticias, dónde encontrarlas y gestionar la confianza con los buenos periodistas y fotógrafos que hacen bien su trabajo. Creo que hay más verdad en pequeñas historias y en canales alternativos, que no en los grandes medios. Sin duda.
A la primera fotoperiodista española, Joana Biarnés, la hemos conocido hace muy poco gracias al documental de Jordi Rovira y Óscar Moreno Joana Biarnés, una entre todos. ¿Cómo valoras su trayectoria?
Es impecable. Trabajó durante 30 años con dedicación absoluta para los diarios Pueblo y ABC luchando en un contexto franquista donde la mujer estaba destinada a sus labores y a cuidar de su marido… Joana es una mujer pícara, valiente y muy audaz. Con un gran sentido fotográfico y una mirada muy poderosa, fruto de ser hija de un fotógrafo. Siendo la ayudante de su padre recibe una formación en la creación fotográfica, pero además es una mujer que fue pionera por sus inquietudes y porque entiende cuál es el valor de la fotografía antes que nadie. Pero además, es una persona con muchísimos valores, que es lo que ha hecho que llegara a su vejez con este reconocimiento. A principios de los años 80 decide abandonar el fotoperiodismo porque no se entiende con su editor y porque no quiere hacer fotos de paparazzi, ni caer en el amarillismo. Ella le prometió a su padre que siempre sería fiel a sus principios y por tanto decide no hacer algo en lo que no cree. Se trasladó a Ibiza con su marido y montó Cana Joana, un restaurante que con los años es uno de los mejores de las Islas Baleares. Todas las personas conocidas que ella había fotografiado durante su vida profesional, más los adeptos de la buena cocina, pasaban por allí. Joana mantuvo amistad con todos ellos, porque es una persona honesta, sincera, muy respetuosa, y además nunca los traicionó.
¿Cómo podrías describir, si los hay, los nuevos lenguajes foto-periodísticos?
Siempre se vinculan a las inquietudes del fotógrafo y su conciencia sobre el tema al que se enfrenta. Cada tema tiene su propia manera de contarse. Actualmente, la prensa diaria ya no te da ocho páginas para publicar reportajes de fotoperiodismo clásico, pero sí tenemos voluntad y ganas, y aunque no haya mucho dinero, cada autor tiene tiempo para buscar la mejor manera de contar su historia. Se están dando proyectos con matices muy personales y trabajos más conceptuales, con nuevos cómplices como las galerías, museos y festivales. Por tanto, el autor es más exigente en la forma porque es muy consciente de que el fotoperiodismo formulado y tradicional ha creado mucha anestesia social. A mí me parece mucho más interesante que hoy los fotógrafos, los creadores y los periodistas decidan qué forma tiene que tener su historia para que llegue a más gente. Y a la vez, que estimulen la curiosidad del público y nos pongan a trabajar para querer ir a fondo en los temas que nos proponen. No me sirve que nos den una información unidireccional, sino que nos interpelen como seres inteligentes que somos, formal y conceptualmente.
Me ha llamado la atención el lema del DOCField 2016: “Europe Lost in Translation: la identidad, los valores y los retos del viejo continente.” Explica muy bien el momento…
¡No podía ser otro! (Risas). La directora de este año, Natasha Christia, es una mujer de origen griego que hace muchos años que vive en Barcelona, pero obviamente es muy sensible a todo lo que esta ocurriendo en su país. Cuando la invitamos a dirigir el festival este año, le pedimos que tratara un tema de actualidad y nos presentó esta propuesta. Es una mezcla del titulo de la película de Sofia Coppola traído a nuestro contexto y nos pareció muy sintomático de lo que estamos viviendo. Estamos perdidos en comunicación, sobre todo, en saber quiénes somos, en conocer quiénes son nuestros coetáneos, quiénes son europeos y quiénes no lo son. Natasha ha partido de tres capítulos: uno dedicado a la identidad, el segundo sobre valores y realidades políticas y el tercero sobre los nuevos retos y cómo nos imaginamos Europa. El festival quiere incidir en tres aspectos importantes: ¿qué es ser europeo?, ¿qué pensábamos que era y qué nos gustaría que fuese Europa?; ¿nos planteamos quién está rigiendo esta Europa?, y por último, una exposición en Arts Santa Mònica que da visibilidad a formulas posibles de convivencia.
¿Quién es el invitado especial del festival?
Estamos muy orgullosas de presentar el trabajo de Giovanni Troilo, quien el año pasado fue el gran expulsado del World Press Photo aún habiendo ganado un premio. Exponemos un trabajo específico sobre ciudades satélite de las grandes capitales europeas donde la tensión está garantizada, la población inmigrante vive en guetos, las familias desestructuradas son mayoría y la pobreza y las drogadicciones son imparables. Troilo hizo este trabajo desde un punto subjetivo importante y fue expulsado por un error en los pies de foto. Para nosotros fue un mazazo, ya que era uno de los proyectos más interesantes por interrogar la realidad seguramente de una forma más artística que fotoperiodística, pero con un valor documental incalculable. Es una gran oportunidad para que Barcelona disfrute de un gran trabajo fotográfico y además lo llevamos al barrio de Sagrera, donde hemos montado tres exposiciones más.
¿Desde esa experiencia y la actual, cómo valoras el trato institucional que recibe la cultura aquí?
Me haces una pregunta difícil… Me gustaría que las instituciones tuvieran gestores culturales más pendientes de la cultura que de la política. A mí me sabe mal ver grandes proyectos abortados por las instituciones porque no cumplen con los dictámenes políticos. Creo que ha llegado el momento de separar esto. Yo sé que identidad es cultura y cultura es identidad, pero identidad también es política y política es identidad. La cultura debería ser un gran paraguas que acogiera a cualquier tipo de identidad y además potenciarla. Somos una gran ciudad y un gran país, pero dejaría de hacer capillas y capillitas, porque si nos empoderizamos todos, empoderizamos nuestra voz, que es plural y muy rica. Si solo difundimos ciertos proyectos, estamos dejando de lado nuestra riqueza. Lo que yo pido es más respeto por todo el mundo y cualquier proyecto cultural y social, independientemente de su identidad nacional.
Hay una reflexión expresada por el fotógrafo William Eugene Smith que identifica a la fundación y me parece exquisita: “La fotografía podría ser esa tenue luz que modestamente nos ayudará a cambiar las cosas.” ¿Es esa la voluntad final que hay en todo tu trabajo?
No es mi trabajo, es el trabajo de un equipo de doce mujeres estupendas que casi tenemos esta frase en la cabecera de nuestras camas. Hemos llegado a cumplir quince años inspiradas por esta frase, inspiradas por El silencio roto, el reportaje que documentó testimonios de abusos sexuales, por el impacto de World Press Photo, porque vemos que cada día la fotografía cambia aspectos de nuestra persona y de nuestra conciencia. Todas lo hemos vivido en nuestras carnes, yo la primera. Y no diría solo la fotografía, el arte tiene el poder de influenciar a las personas de una manera casi definitiva. Creemos en el poder del arte y en el de la fotografía. Cuando uno experimenta y se emociona, siente que una fotografía es capaz de interrogarle, informarle y estimularle intelectualmente. Uno siente el poder la fotografía y del arte. Esta frase nos gusta porque las ideas son luz, y porque subraya, modestamente. Esa es la palabra clave. Nunca hemos hablado de quiénes somos y qué hacemos en esta fundación. Nos hemos dedicado a hacer proyectos y a acercar la fotografía al gran público. Justo ahora empezamos a compartir quiénes somos y los proyectos que llevamos a cabo para cumplir nuestra misión.