Japón tiene una historia fascinante igual que trágica. Tras la devastación de la segunda guerra mundial y las bombas atómicas, resurgió de sus cenizas cual ave fénix y se convirtió, a un ritmo imparable, en una potencia mundial. El fotógrafo Shomei Tomatsu retrató toda esta evolución de un modo único, muy personal, intimista, e incluso fantasioso. Por primera vez en España, la Fundación Mapfre acoge una impresionante retrospectiva del fotógrafo, comisariada por Juan Vicente Aliaga, que podrás ver en Barcelona hasta el 16 de septiembre.
La carrera fotográfica de Shomei Tomatsu empezó de forma algo irónica. Estudió economía, pero poco a poco se empezó a enamorar de la profesión que compartían sus dos hermanos, y con su ayuda, les acabó sobrepasando hasta convertirse en uno de los fotógrafos japoneses más reconocidos del siglo XX. La exposición que presenta Mapfre en Barcelona recoge ciento ochenta obras del artista, que muestran desde la posguerra hasta el boom económico de los 60, pasando por la ocupación americana y la cultura más tradicional que todavía hoy sobrevive en el archipiélago asiático.
En la posguerra nipona es el título de la primera sección, que recoge los estragos sufridos tras la guerra, y va seguida de La ocupación americana. El conflicto acabó cuando él tenía tan solo quince años, por lo que su punto de vista era propio de un adolescente, que todavía ve las cosas de forma algo más ingenua. De este modo, su manera de criticar la situación era visitando las bases militares y fotografiando los aviones que las sobrevolaban –los mismos que bombardearon ciudades niponas– y representándolos como seres extraños y fantasmagóricos.
Su enfoque único también le llevó hasta Nagasaki, donde retrató a los hibakushas, los supervivientes de la bomba atómica. Pero siempre lo hizo con delicadeza y sutileza, evitando enseñar lo evidente –el horror y la desesperación. Ese toque humanista hizo que volviera a visitarles una vez tras otra a lo largo de su vida, ya que de verdad acabó estrechado lazos con ellos. Empezamos a ver color en la sección dedicada a Okinawa, ya que a final de los años 60, Tomatsu consigue un permiso para visitar las islas –que seguían siendo territorio estadounidense. Así, dejó el blanco y el negro atrás –aunque solo por el momento–, ya que asociaba los colores con la presencia americana. También exploró este lado en sus visitas a la antigua capital del país, Kyoto, una ciudad tradicional y religiosa, donde fotografió cerezos en flor (sakuras) –que solía llevar en su uniforme escolar–, símbolos de regeneración y, a su vez, de sacrificio: el que los japoneses sentían que debían llevar a cabo para su país.
Al hacer un recorrido de su vida a través de su obra, la exposición logra hacer llegar las intenciones de este enigmático fotógrafo de forma más directa. Si muchos de sus críticos alegaban que sus obras se alejaban de la realidad por sus juegos compositivos, tras verla hay algo claro: no hay nada más cierto, real y humano, que la documentación que realizó el fotógrafo durante más de cinco décadas de su país.
En la posguerra nipona es el título de la primera sección, que recoge los estragos sufridos tras la guerra, y va seguida de La ocupación americana. El conflicto acabó cuando él tenía tan solo quince años, por lo que su punto de vista era propio de un adolescente, que todavía ve las cosas de forma algo más ingenua. De este modo, su manera de criticar la situación era visitando las bases militares y fotografiando los aviones que las sobrevolaban –los mismos que bombardearon ciudades niponas– y representándolos como seres extraños y fantasmagóricos.
Su enfoque único también le llevó hasta Nagasaki, donde retrató a los hibakushas, los supervivientes de la bomba atómica. Pero siempre lo hizo con delicadeza y sutileza, evitando enseñar lo evidente –el horror y la desesperación. Ese toque humanista hizo que volviera a visitarles una vez tras otra a lo largo de su vida, ya que de verdad acabó estrechado lazos con ellos. Empezamos a ver color en la sección dedicada a Okinawa, ya que a final de los años 60, Tomatsu consigue un permiso para visitar las islas –que seguían siendo territorio estadounidense. Así, dejó el blanco y el negro atrás –aunque solo por el momento–, ya que asociaba los colores con la presencia americana. También exploró este lado en sus visitas a la antigua capital del país, Kyoto, una ciudad tradicional y religiosa, donde fotografió cerezos en flor (sakuras) –que solía llevar en su uniforme escolar–, símbolos de regeneración y, a su vez, de sacrificio: el que los japoneses sentían que debían llevar a cabo para su país.
Al hacer un recorrido de su vida a través de su obra, la exposición logra hacer llegar las intenciones de este enigmático fotógrafo de forma más directa. Si muchos de sus críticos alegaban que sus obras se alejaban de la realidad por sus juegos compositivos, tras verla hay algo claro: no hay nada más cierto, real y humano, que la documentación que realizó el fotógrafo durante más de cinco décadas de su país.
La exposición Shomei Tomatsu se podrá visitar hasta el 16 de septiembre en la Fundación Mapfre (Casa Garriga i Nogués), carrer Diputació 250, Barcelona.