El calendario cultural de París está siempre cuajado de acontecimientos apetecibles, cual melocotones maduros, a puntito de caer del árbol. Estas frutas de temporada parisienses tienen sabores dulces, ácidos o amargos; huelen a tabaco, hielo o sudor; su textura se asemeja a la del acero, el yeso, el espejo, la gasa de poliéster o la madera; y a veces incluso evocan melodías de un ritual de mambo, distorsiones propias del trash metal o gemidos sensuales de una canción prohibida de Serge Gainsbourg de finales de los sesenta. Las hay de todos los colores. Y tú, ¿cuáles prefieres?
En Sweet Mambo (2008), siete mujeres elegantes y sensuales revelan sus flirteos, tormentos, esperanzas, deseos, furias y decepciones. En su penúltima obra, representada en el Théatre de la Ville de París hasta el 7 de mayo, Pina Bausch (1940-2009) utilizó como contrapunto a tres hombres para plasmar el punto de vista de una mujer sobre las relaciones, la seducción y el deseo. Este tratado filosófico tragicómico sobre la búsqueda obsesiva de la felicidad en pareja rebosa dulzura, fragilidad, risa y sinceridad. Con él, Bausch consiguió perfilar nuestras ilusiones y nuestra necesidad de los otros. 
Al subir a bordo de este tren del amor bauschiano, viajamos a través de sketches teatrales construidos en torno a los nueve personajes del Tanztheater Wuppertal Pina Bausch + Terrain que interpretan la pieza. Asistimos a imágenes divertidas, confusas, tensas, hilarantes, violentas, extravagantes o excéntricas en las que la danza se fusiona con pasajes teatrales fugaces. Enfundadas en finos vestidos largos y etéreos, estas mujeres seducen a destajo, bromean, gritan, corren, interactúan momentáneamente con el público, se tiran cubos de agua por encima o beben champagne.
La banda sonora es un montaje de dieciocho piezas musicales variadas en las que predomina el estilo trip-hop de Portishead que embellecen con una sublime sutileza cada escena de la dramaturgia. Este mundo de ensueño presenta una arquitectura efímera sencilla de altas cortinas semitrasparentes y vaporosas que a veces se convierten en una pantalla sobre la que se proyectan rayos o escenas de cine en blanco y negro. Esta obra perenne, elocuente, indescriptiblemente hermosa y atemporal sigue transmitiendo la aguda honestidad y el genio de Pina Bausch para escudriñar los secretos de las relaciones humanas. ¡Bravo!
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Considerado el padre de la escultura moderna, Constantin Brancusi (1876-1957) llevó su disciplina artística predilecta a una nueva dimensión con sus formas extremadamente depuradas, basadas en una armonía casi perfecta. Orgulloso heredero de su taller, el Centre Pompidou de París dedica hasta el 1 de julio una retrospectiva magistral a este genio de la talla directa, que quiso hacer de su obra una fuente de alegría.
La muestra abarca desde sus comienzos y su llegada a París en 1904 hasta sus grandes éxitos y obras más controvertidas. Entre ellas, La musa dormida, sus múltiples variaciones de El beso, Leda, las columnas sin fin o la famosa Princesse X, que con su apariencia de pene erecto provocó un escándalo en el Salón de los independientes de 1920. 
Referente de la escultura abstracta, el escultor de origen rumano nos acoge en su universo poético a través de más de ciento veinte esculturas y cuatrocientas piezas (fotos, dibujos, postales, cartas, películas, etc.). En el centro de la exposición se encuentra una recreación idéntica de su taller, matriz histórica de toda su obra creativa y que fue su lugar de vida, de creación y de contemplación. El enfoque radical de su obra se basa en las líneas puras y en las formas curvas, simples y minimalistas.
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To Breath – Constellation es la instalación site-specific compuesta íntegramente de espejos con la que la artista coreana Kimsooja nos da la bienvenida a La Rotonde, espacio central de la Bourse de Commerce de París. Este inmenso espejo circular colocado en el suelo, simple y efectista a la vez, sirve tanto de fondo para selfies como de introducción a la muestra temporal del museo.
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Le monde comme il va (El mundo tal cual es) es una expo colectiva que refleja la febrilidad del mundo y nos interroga sobre las tribulaciones y los excesos de nuestra época a través de piezas icónicas de Jeff Koons, Anne Imhof, Maurizio Cattelan, Cindy Sherman, Marlene Dumas o Pol Taburet, que tratan de representar mundos al borde del colapso.
La exposición reúne obras de arte contemporáneo procedentes de la vasta colección de François Pinault. Disponible hasta el 2 de septiembre, la muestra toma su nombre de un cuento filosófico de Voltaire y sus creaciones están animadas por un hilo conductor común: una aguda conciencia del presente, como si el arte tomara el pulso a las tendencias y mentalidades de nuestros días.
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Abierta al público en septiembre de 2023 –y famosa por su lista de espera de varios meses para poder visitarla–, la Maison Gainsbourg es la vivienda en la que el artista plural francés vivió entre 1969 y 1991, en el número 5 bis de la rue de Verneuil, a dos pasos del rancio bulevar de Saint-Germain. Mediante auriculares geolocalizados, el recorrido inmersivo de treinta minutos por las habitaciones de la casa es narrado por su hija, Charlotte Gainsbourg, y acompañado por música de fondo inédita del artista. 
La casa se ha conservado tal y como estaba cuando el artista falleció: colillas en un cenicero, paredes forradas de tela negra, cama baja, edredón y almohadas negras, algunos muebles exóticos de anticuario, esposas, polaroids, dos órganos, un piano, la habitación de las muñecas, varios repettos blancos, su escaso vestuario, una cocina diminuta llena de botellas vacías de vino y un salón abigarrado que denota la marcada tendencia de Gainsbourg al horror vacui.
Emplazado en el número 14 de la misma calle, el museo es, en realidad, un pasillo atestado de cuatrocientas cincuenta piezas (manuscritos, ropa, fotos, partituras, dibujos, archivos de audio y vídeo, etc.) condensadas en ocho secciones cronológicas que testimonian la vida y la carrera de Gainsbourg. La tienda y el cóctel bar se tragan las tres cuartas partes de la totalidad del espacio.
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Saturación, distorsión, voces de ultratumba, iconografía chocante: el metal es subversivo tanto en la forma como en el contenido. La Philharmonie de París explora este género musical multifacético, su territorio, sus códigos y la riqueza de sus mitos, desde su génesis a principios de los ochenta de la mano de Black Sabbath desde Birmingham. La exposición propone una imagen documentada de este movimiento en el que confluyen música, cultura popular, visión antropológica y arte contemporáneo.
El metal se cohesionó en oposición a la cultura hippy, con la ambición de provocar sin interrupción. Poco a poco fue desarrollando sus propios códigos musicales y su gusto por la transgresión mediante una imaginería macabra o apocalíptica, a menudo derivada de las películas de terror de la época, y a veces con un sesgo político. La rebelión también se expresa en las letras mórbidas que aluden a la agonía de la condición humana. Además, la muestra analiza algunos de sus incontables subgéneros a través de objetos, documentos, instrumentos, vestuario, conciertos e iconografía de culto.
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En la variedad está el gusto. Y por eso tampoco podemos ignorar Luminiscence, el show soberbio que impregna la iglesia gótica de Saint-Eustache de luces y sonidos envolventes; el festival Circulation(s), homenaje que cada año el 104Paris rinde a las jóvenes promesas de la fotografía europea; la exhibición dedicada a Annie Ernaux en la Maison Européenne de la Photographie, que aúna literatura, fotografía y autoficción; el nuevo jardín cultural de La Parcelle en el norte de París; o la muestra consagrada a James Cameron, una propuesta que resume la producción cinematográfica del cineasta estadounidense desarrollada por la Cinémathèque Française.
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