Para Pol Batlle, la música ha sido siempre un refugio, una manera de salvación. “Veo la música como terapia, como religión”, nos cuenta en esta entrevista. Aunque lo dejó unos añitos por culpa de un profesor, por suerte (para él y para nosotros) volvió a encauzar el camino de su vida hacia su pasión más arraigada. Ahora presenta A caballo voy, un EP de cinco canciones que escribió tras un periodo muy oscuro para él. Aprovechamos para hablar con Pol sobre orígenes, paternidad, libertad y vulnerabilidad.
¡Hola, Pol! Bienvenido a METAL. Para los lectores que no te conocen, ¿podrías hacer una pequeña presentación sobre ti?
¡Hola! El placer es mío también. Me considero una persona de carne y hueso cuyos intereses y preocupaciones siempre han estado un poco al margen de lo común, de lo normativo. Soy alguien profundamente sensible, que, si no fuera por la música, no estaría vivo.
Pol, a caballo vas… pero, ¿de dónde vienes?
Supongo que vengo de algún paraje cerca de Marte.
¿Cuál fue el primer momento en el que sentiste que la música iba a ser algo más que un refugio?
Cuando vi que la música era una especie de puerta a la espiritualidad. Buscaba respuestas a todos esos procesos que se escapan de la razón, tránsitos emocionales que nunca supe explicar. De repente, se abría ante mí la posibilidad de una ceremonia, el instrumento y mi habitación como altar. En resumen, encontré una especie de religión a la que me mantengo fiel desde que empecé a tirar del hilo.
Dices que dejaste la música desde los siete hasta los trece años por culpa de un profesor. ¿Cómo crees que habría sido tu camino si no hubieras hecho esa pausa?
Supongo que, si hubiera dado con un buen profesor, habría desarrollado el lenguaje musical de forma más rápida, universal, incluso académica. Aun así, también doy las gracias porque eso me forzó a abrir un camino propio en un campo autodidacta y de juego.
¿Recuerdas algún disco, canción o artista de esa época que te haya cambiado la forma de entender lo que puede contar una canción?
Mi madre escuchaba mucha música anglosajona, y mi padre, mucha salsa y mestizaje folclórico. Me siento muy influenciado por toda esa música. Pero lo que más me marcó fue criarme en el teatro. Mis padres han sido técnicos y escenógrafos, y descubrí que encima del escenario hay una magia difícil de encontrar en otro lugar.
¿Hay algo de tus raíces, de tu tierra, que sientes que sigue sonando, aunque ahora te acerques más a la americana o al pop alternativo?
Claro. Mi abuelo era guitarrista de flamenco; aprendió en la cárcel durante la Guerra Civil española, y esa historia me marcó para siempre. Entendí que la música es una herramienta poderosísima de transformación personal y colectiva.
“Lo que más me marcó fue criarme en el teatro. Mis padres han sido técnicos y escenógrafos, y descubrí que encima del escenario hay una magia difícil de encontrar en otro lugar.”
Vienes de proyectos muy diferentes (Ljubliana & the Seawolf, Nubla). ¿Qué queda de todo eso en este Pol Batlle de ahora?
Supongo que forman una parte ineludible de mi identidad. Fui muy feliz en esos proyectos que nombras; fueron una verdadera escuela de vida. Los venero y agradezco profundamente a cada persona con la que compartí esos momentos.
A caballo voy rescata un momento muy concreto: 2018, justo cuando estabas soltando el frenesí de banda, gira y disco. ¿Qué ves ahora en esas canciones que entonces quizá no veías?
Estas canciones son las primeras que escribí tras un periodo bastante oscuro. Llegó el diagnóstico de mi madre: un Alzheimer atípico a los cincuenta años. Caí en una profunda depresión, y esas canciones fueron terapia en momentos de incomprensión del mundo.
Hay una frase tuya que me gusta mucho: que la música no es un consuelo, sino un espejo. ¿Qué te devolvieron estas canciones cuando por fin las publicaste, después de tanto tiempo?
Veo la música como terapia, como religión. Y a mis hijas las veo como espejos de mí mismo. Me hacen darme cuenta de todo aquello que tengo que mejorar, de todos los traumas que se instalaron en mí desde la infancia. Aquellos comportamientos que tuvieron mis padres hacia mí dejaron huella, y ahora me esfuerzo en no repetir esos patrones. Por tanto, considero que, a través de las canciones, entro en una parte muy vulnerable y sutil de mi ser. Eso se traduce en conectar con el público desde el dolor, pero también desde el cambio y el poder de transformarnos ante lo que creemos inamovible.
Mencionas que Sinking y Weirdthing nacieron de ese momento de frenar y mirar la herida. ¿Cómo se cuida una herida sin que se cierre del todo?
Se cuida creando espacios de reflexión y contemplación en la intimidad. Las heridas se convierten en cicatrices, y las canciones son historias que narran el origen de esas cicatrices. Tal vez cuenten cosas más grandilocuentes y cosmológicas, pero de esto último solo tengo una noción leve; no me atrevería a afirmarlo.
Has dicho que ahora haces música más tranquilo. ¿Te imaginas volver al ritmo de antes, o has aprendido a sostener la pausa?
Es el carácter de la música lo que me parece más reposado. Tal vez tenga que ver con aceptar mi mayoría de edad. Quizá sea parte del proceso natural de maduración. Pero, criando a dos personitas y girando como lo he hecho en los últimos años, no sé si he aprendido a sostener la pausa. Me gustaría participar menos del ruido colectivo que nos acecha de forma implacable.
“Mi abuelo era guitarrista de flamenco; aprendió en la cárcel durante la Guerra Civil española, y esa historia me marcó para siempre. Entendí que la música es una herramienta poderosísima.”
La fragilidad está muy presente en todo lo que haces, y el hecho de ser padre te hace aún más consciente de ella. ¿Qué lección crees que nos da la vulnerabilidad cuando le abrimos la puerta?
Nos ayuda a disfrutar de la presencia. Algo que está desapareciendo a marchas forzadas y que nos convierte, cada vez más, en títeres a merced de intereses ajenos. Saberse vulnerable es imprescindible para una vida más consciente.
Lost & Happy, el cierre del EP, es una canción de Jaume Estalella que guardas como un tesoro. ¿Qué tiene esa canción que la hace tan tuya, aunque no la escribieras?
Es el himno de un momento muy especial que guardo con mucho cariño. Cuando El Pumarejo abrió sus puertas en Vallcarca, se generó un movimiento contracultural que dio cobijo a todo un colectivo que no tenía espacio en la ciudad.
Este EP es una transición. ¿Hacia dónde cabalga Pol Batlle ahora? ¿Cómo imaginas tu próximo disco largo?
Mi vida es una continua transición. Para mí la libertad es continuo cambio y adaptación. Por eso, ahora que estoy en pleno proceso de composición y grabación del nuevo disco, estoy llegando a sonoridades y lugares desconocidos para mí. Hacer un nuevo disco implica experimentar, descubrir todo lo que no sabía que habitaba en mí.
Durante tu trayectoria has colaborado con mucha gente distinta: Xarim Aresté, Maro, Salvador Sobral. ¿Qué buscas en alguien para querer compartir música?
Primero, conozco a esa persona fuera del plano profesional. Luego, me enamora tanto su identidad y forma de ser que siento la necesidad de trabajar juntos desde ese lugar de amistad y admiración profunda.
Para cerrar, ¿qué te gustaría que quedara de ti cuando la gente recuerde tus canciones?
Espero que solo queden las canciones. Ni siquiera tengo la voluntad de que se me recuerde más allá de mis amigos y familiares. Somos motas de polvo minúsculas en un universo infinito… No sería tan insensato como para pensar que puedo ser algo más que esa pequeña mota de polvo.
