Graduado en diseño de producto, pronto vio que quería dirigir su creatividad hacia proyectos que fueran más allá del consumismo. Por esta razón, Octavi Serra empezó a intervenir las calles y el espacio público junto a amigos y colaboradores para lanzar mensajes muy directos que desafiaran la lógica de lo establecido. Desde instalaciones con neumáticos o adornos de navidad hasta campañas de sticker art, este incansable artista usa la poesía visual para expresarse libremente. Hablamos con él para descubrir de dónde vienen su sensibilidad artística, las ganas de cuestionar el status quo y qué proyectos tiene entre manos.
¿Cuándo y por qué decidiste dedicarte al arte?
Fue un proceso del todo natural. Inquietud joven y ganas de hacer cosas. Estudié Diseño de producto en Barcelona y recuerdo pensar que era una pena dirigir la creatividad que nos hacían ejercitar en la universidad hacia el consumismo. Me encantaba jugar con los materiales, pero la finalidad de la investigación, muy a menudo, entraba en conflicto con mis inquietudes. No hubo decisión. Un día hicimos una intervención por la calle con un amigo. Luego otra, y otra, y hasta aquí.
Tu enfoque artístico es altamente estético y poético. ¿Cómo supiste que albergabas una sensibilidad tan especial?
Entendí que, al menos para mí, el arte es una forma de comunicación, y utilicé la estética y la poesía como lenguaje. Lo estético seguramente lo absorbí en la carrera de diseño. Es algo que me gusta cuidar. Al fin y al cabo es lo visual lo que hace que la gente se sorprenda, lo que capta la atención. Y es después, una vez pasado el sobresalto, que la poesía se filtra por las emociones y los razonamientos. Nunca he querido transmitir discursos cerrados ni ideas fijas o concretas. A menudo pienso que es imposible estar convencido de nada ya que cualquier cosa es demasiado compleja. Es fácil caer en la frivolidad. Parto desde el escepticismo y propongo dudas, ambigüedades, inquietudes… supongo que con poético te refieres a esto.
Uno de tus puntos fuertes es que casi siempre llevas el arte a la calle; entre tus obras y el público no hay ninguna institución que altere el discurso (como museos o galerías). ¿Cuáles son las ventajas de establecer un diálogo tan directo y real con la gente? ¿Y los inconvenientes?
No tienes que presentar ningún proyecto, nadie te pone filtros o pretende cambiar la idea, es rápido de hacer, no hay inauguración, ni exposición. Es efímero, su duración siempre es una incógnita. Es mucho más libre en la calle. Llegas mucho más a la gente y creo que también sorprende más. En un museo ya vas predispuesto a la sorpresa y hasta es normal que te decepciones. En la calle lo encuentras donde no esperabas encontrar nada. Cambiar lo rutinario se agradece. El inconveniente es que en una galería o en un museo estableces contactos y es más fácil que después surjan cosas.
Además de llevar el arte a la calle, produces este arte con objetos y materiales muy cotidianos: neumáticos, plástico, papel, piedras, cubos de basura… ¿Qué criterios sigues a la hora de seleccionar con qué trabajar?
La mayoría son gratis y reciclados. Son restos. Todos los mecánicos tienen neumáticos para tirar pero no saben dónde hacerlo. El plástico lo sacamos de Dimac, una empresa donde venden todo tipo de cosas para perros. Les llega todo el material embalado y, al desembalarlo, nos lo dan. Supongo que hay dos premisas: materiales reciclados (intento no perjudicar el medioambiente) y materiales baratos (no hace falta gastar).
Muchas de tus obras reflexionan sobre los perjuicios que nos ocasiona el sistema en el que vivimos: la falta de tiempo para llegar a todo, la obsesión por el trabajo, la competición constante, la apatía social, la corrupción política o la crisis económica. ¿Piensas en tu arte como revolucionario o, incluso, antisistema?
Supongo que es mi manera de entablar una conversación con el mundo. Lo revolucionario o antisistema no es el objetivo; lo entiendo como una consecuencia. Algunos de mis proyectos han acabado siendo ‘antisistema’ porque cuestionan aspectos sociales y humanos, algo que todos compartimos. La creatividad permite sumar posibilidades a lo establecido. No sólo en aspectos filosóficos, políticos o sociales, sino también en aspectos aparentemente más intrascendentes como la vida diaria. La creatividad en el día a día la entiendo como un grano de arena anónimo en pro de lo alternativo. Una duda constante a lo establecido. Creo que es fundamental buscar maneras de esquivar lo que no te apetece y encontrar el modo de hacer lo que te apetece, y para eso hace falta creatividad. Estamos acostumbrados a dejarnos llevar por lo establecido porque es más cómodo. Creo que nos han vendido un patrón base para vivir en el mundo y, si no nos esforzamos en superarlo o en cambiarlo, es fácil acabar pareciendo autómatas.
¿Esperas generar un cambio en la conciencia individual y colectiva de los que ven tu arte?
Cambiar no lo sé… remover, sí.
“A menudo pienso que es imposible estar convencido de nada ya que cualquier cosa es demasiado compleja.”
Una de tus obras más chocantes fue la de Hands, una acción de guerrilla en la que llenaste las calles de Barcelona con manos que demostraban la gravedad de la situación político-económica del país. Explícanos más en profundidad en qué consistió.
Lo hice con Mateu Targa. Los dos estábamos en la universidad, compartíamos piso y teníamos muchas ganas de hacer cosas. En mi proyecto final de carrera utilicé una silicona para hacer unos botones y en la tienda descubrí el alginato (material para moldes hecho de algas) y el alfamolde (un tipo de escayola). Lo compramos y nos pusimos a experimentar. Empezamos haciendo manos funcionales para el piso: para poner las llaves, un soporte para el casco… hasta que hicimos un puño alzado y nos dimos cuenta de la carga política y simbólica que poseían las manos. Los puños comunistas dentro de casa no tenían ningún sentido, pero adaptamos el concepto a la actualidad del momento (la crisis) y lo sacamos a la calle.
Personalmente, estoy enamorado de las intervenciones Ona y Pneumàtic, en la que explorasteis –junto a Mateu Targa y Iago Buceta– los límites físicos de los muros y lo que hay detrás de ellos. Me parece que no podría ser de más rabiosa actualidad…
Empezamos con los neumáticos en el festival Ús Barcelona. Los organizadores disponían de muchos y nos dijeron de hacer algo con ellos. Fue muy duro trabajar con los neumáticos, pero valió la pena. Es un material muy difícil de reciclar y nadie sabe qué hacer con ellos.
Otro proyecto, llamado Press the button to, es muy inspirador y, tal como afirmas en tu web, lo llevasteis a cabo –junto a Pau Garcia– con el único objetivo de hacer soñar a la gente y concederles unos segundos de evasión de la realidad. ¿Qué os empujó a hacerlo? ¿Cómo reaccionaron los transeúntes?
Fue el primer proyecto que hice por la calle y aluciné con las reacciones de la gente. Estábamos en Ljubljana (Eslovenia) de Erasmus. Conocí a Pau allí y en seguida congeniamos. Él es un creativo nato muy enérgico y en esa época yo estaba un poco perdido y desencantado con la universidad y el diseño. Surgió la idea del proyecto y no paré desde entonces. Pau tampoco. Fundó Domestic Data Streamers. La gente se paraba, reía y se hacía fotos. Fue muy divertido.
Este proyecto lo hicisteis, literalmente, por el llamado ‘amor al arte’. ¿Crees que faltan más artistas con iniciativas así? ¿Ha corrompido el mercado del arte a los creadores?
Por amor al arte, ¡este y muchos! (risas) Cuesta mucho poder dedicarte exclusivamente a ello. El mundo del arte, como todo (avisé anteriormente), es demasiado complejo. No sé si los corrompe, pero sí que hay una tendencia a la comodidad o a la supervivencia. Algunos creadores, cuando uno de sus proyectos funciona comercialmente, olvidan la experimentación y se dedican a la reproducción. Es el precio de nuestro sistema, el cual nos obliga a entender el arte como un producto. Creo que el problema no está en los creadores, sino en el mercado.
Además de artista plástico, también eres diseñador y Director Creativo de Octàgon Design, una editora de productos de diseño. Cuéntanos más sobre la empresa.
Es una empresa familiar y empezamos en 2013. Mi madre tiene una academia de repaso y para llevar el seguimiento de los alumnos se imprimía unos A3 con todo el mes a la vista. En 2012 me pidió que hiciera una portada para las impresiones y creamos el primer producto: el Monthly planner. La idea era utilizarlo tan solo para los profesores de la academia, pero a la gente le gustó mucho y el planteamiento cambió. Lo presentamos en Vinçon y lo pusimos a la venta. Mi padre trabajaba en una tienda de muebles y, con la crisis, tuvo que cerrar. También coincidió con que yo terminé la carrera de diseño, así que nos pusimos los tres con Octàgon Design. Es una empresa joven. Todo producido en Catalunya y con materiales reciclados. Ahora ya tenemos muchos planificadores, calendarios, libretas y objetos. Creemos que va por buen camino; a la gente le gusta.
Este 2017 lo has empezado con una crítica al exceso de las navidades en la acción Morry Christmas. ¿Qué más tienes planteado a lo largo del año? ¿Con qué nos vas a sorprender?
No tengo ni idea… Va a ser una sorpresa también para mí. Hay algunas cosas en marcha, pero aún no lo sé, la verdad.