Natalia de Molina no necesita presentación: dos Goyas, papeles que te dejan temblando y un radar infalible para el cine social. En su última peli, Desmontando un elefante, presentada en la Selección Oficial del Festival de Sevilla, encarna a Blanca, una mujer que vive atrapada entre el amor y la dependencia hacia su madre alcohólica, interpretada por Emma Suárez. Charlamos con ella sobre su carrera, sus ‘elefantes en la habitación’ y lo que ocurre cuando te atreves a enfrentarlos.
El elefante en la habitación es una verdad incómoda que todos conocen pero nadie se atreve a nombrar, un peso invisible que ocupa cada rincón y que, con el tiempo, ahoga. No es solo su tamaño lo que asfixia, sino la energía que consumimos fingiendo que no está allí. El director Aitor Echeverría convierte esta metáfora en el eje de la película: aquí, el elefante no es solo la adicción al alcohol de la madre, sino el rol autoimpuesto de la hija, quien asume una responsabilidad emocional que se convierte en una cadena invisible. Desmontando un elefante explora esta relación sin miedo de incomodar.
Hablamos con Natalia sobre cómo ha sido dar vida a Blanca y la necesidad de enfrentar al elefante cara a cara, mirarlo a los ojos como única vía para liberarse de él. También repasamos su carrera, un recorrido marcado por la honestidad consigo misma y la pasión que la sigue impulsando a cada nuevo proyecto.
Hola, Natalia, ¿cómo estás? ¿Qué tal el Festival de Sevilla? ¿Te ha dado tiempo de ver algo o tienes alguna peli fichada que no te quieres perder?
El Festival de Sevilla siempre tiene una programación increíble. Es un tipo de cine en el que creo mucho, con una mirada diferente, cine independiente de autor, y en Europa se están haciendo cosas espectaculares que estos festivales nos acercan. Este cine lo tiene más difícil para llegar al público, así que es una suerte que exista.
No he podido ver nada porque llegué ayer y me voy hoy (risas), pero en otra ocasión vi Flow, que justo está en el festival. Es una película de animación que me encantó. Es muy bonita, el tema de los animales siempre me atrapa, así que, si puedes, ¡míratela!
 ¿Qué significa para ti presentar Desmontando un elefante aquí, en tu tierra, Andalucía?
Nací en Linares y me crié en Granada. He podido venir varias veces al Festival de Sevilla. La primera fue con Pozo amargo, una película del director mexicano Enrique Rivero, quizá la más autoral y experimental que he hecho, que estuvo en la sección Nueva Ola y ganó. También presenté aquí Techo y comida y Adiós. Como andaluza, tengo una conexión especial con Sevilla; volver a casa y sentir el apoyo a nuestra industria se agradece mucho. Es una ciudad que adoro: he rodado muchas cosas aquí y vivido experiencias increíbles.
Este festival es muy importante, aunque ha pasado años difíciles por temas ajenos a la cultura. Celebramos veintiún años contra viento y marea, y esto va a seguir. Es un cine de resistencia, guerrillero, que abre ventanas a mundos y perspectivas poco vistas. Soy muy fan; lo quiero y lo apoyo profundamente.
Tu carrera es brutal (¡dos Goyas, nada menos!). Con todo lo que has logrado hasta ahora, ¿qué es lo que todavía te motiva a seguir dándolo todo y meterte en nuevos proyectos?
Todo me sigue motivando, soy muy curiosa y amo mi trabajo. Tengo el privilegio de vivir de él, lo cual es una suerte, porque es una profesión muy injusta donde la mayoría de mis compañeros no pueden hacerlo. Esto me exige un compromiso fuerte porque soy plenamente consciente de este privilegio.
Lo que me impulsa es mantener el alma activa. La misma Natalia pequeñita que soñaba en su habitación con ser otra persona, con entender el sentido de la vida, sigue aquí. Me gusta pasármelo bien, aunque a veces se sufre porque es un trabajo duro. La gente ve el resultado y las alfombras, pero el proceso es difícil; meterte en la piel de otro no es fácil si lo haces a fondo. Esta última película, por ejemplo, ha sido compleja en muchos niveles, pero es un gusto trabajar así.
“Lo que me impulsa es mantener el alma activa. La misma Natalia pequeñita que soñaba en su habitación con ser otra persona, con entender el sentido de la vida, sigue aquí. Me gusta pasármelo bien.”
De todos los personajes que has interpretado a lo largo de tu carrera, ¿hay alguno con el que hayas sentido una conexión especial? Si pudieras quedarte un ratito más en alguno de esos personajes, ¿cuál erigirías?
Son mujeres que he habitado y creo profundamente que cada una me ha enseñado algo, me ha abierto a descubrir cosas que desconocía y también a conocer cosas de mí misma que no sabía. Las siento parte de mí.
Por ejemplo, el personaje en Desmontando un elefante me tocó mucho por el tema que trata y su viaje. Con Blanca sentí una conexión muy especial, quizás porque la dejé ir hace poco.Y luego está Loli Álvarez en Superstar, una locura que se estrena el año que viene. Con Loli me lo pasé tan, tan bien que me encantaría seguir habitándola. Fue tan divertido que me da pena pensar que ya pasó.
¡Qué ganas de ver Superstar! Volviendo otra vez a Blanca, ¿cuál dirías que fue el mayor reto de interpretarla? Parece un papel muy intenso a nivel emocional.
El mayor reto de interpretar a Blanca fue todo lo que no se cuenta. En la película, lo que más pesa es lo que se guarda, todo el proceso de maduración que experimenta Blanca, su entrega y su codependencia con su madre. Emocionalmente ha sido muy intenso, pero todo desde un lugar muy sutil porque así es como lo quería Aitor. Es su mirada, es su puesta en escena, es su sello.
Nos preparamos profundamente: visitamos centros, conocimos personas que sufren esta enfermedad y sus familiares. Eso ha sido una de las cosas más increíbles que he tenido la oportunidad de vivir en esta profesión. Conocer a esta gente, lo generosos que han sido con nosotros ha sido increíble. Además, uno de los mayores desafíos fue la danza. No soy bailarina y rodearme de bailarines profesionales fue muy motivador, pero también un poco intimidante. Sentía que tenía una responsabilidad muy grande.
¿Habías hecho danza antes o fue algo totalmente nuevo para ti?
No, pero si me meto en algo así tengo que prepararlo bien, porque en estas escenas no podía usar doble; tenía que bailar yo. La danza es clave para Blanca, es su única forma de expresar lo que no puede en palabras. Para prepararme trabajé con la coreógrafa Paloma Muñoz y su ayudante Amanda, que les hago una ola, me han ayudado muchísimo y las quiero muchísimo, fueron esenciales en la construcción de Blanca y para mí dentro de todos los retos.
Al ser todo en plano secuencia, sin cortes, no había escapatoria, cada movimiento tenía que expresar algo y fluir con la emoción del personaje. Ahora, con la distancia, me alegra haberme atrevido con este reto porque siento que las escenas lograran transmitir lo que realmente siente Blanca.
A nivel personal, ¿qué aprendiste con Blanca?
He aprendido que, aunque da miedo y sea difícil, siempre es mejor hablar y afrontar las cosas que callarlas, aunque te cueste la vida, aunque te de mucho miedo. Incluso si no sabes cómo hacerlo, vale la pena intentarlo porque, de lo contrario, solo se generan círculos viciosos. También he aprendido a ver el amor desde una nueva perspectiva. Muchas veces, especialmente las mujeres, creemos que amar significa renunciar a nosotras mismas para ayudar al otro. Blanca me ha enseñado que no es así, que amar también implica dejar espacio, aceptar que hay cosas que solo el otro puede cambiar y cuidar de una misma sin sentirse culpable.
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Qué bonito, es una lección de vida muy valiosa. ¿Y, qué tal fue trabajar con Emma Suárez y Darío Grandinetti? Son también unos actorazos.
Un sueño. Emma es una actriz con la que he crecido, que admiro muchísimo y es un referente para mí. Me encanta su carrera, cómo se arriesga y sigue apostando por directores noveles y el cine independiente. Aunque seamos de diferentes generaciones, creo que compartimos una visión artística muy parecida.
Ella ha abierto muchos caminos por los que yo siento que, de alguna manera, intento también andar. ¡Dios mío, Emma Suárez ha sido mi madre! ¿Quién me lo iba a decir a mí cuando era niña y la veía? Aunque la tenía idealizada, pronto entendí que su grandeza va más allá de su talento. Es una profesional dedicada y conoce muy bien el oficio. Nuestra relación creció tanto que sé que este trabajo nos unirá para siempre.
Y luego, Darío, ¿qué te voy a decir? Otro que es una institución en sí mismo. También me lo pasé muy bien; tiene un humor con el que conecto mucho, un humor muy fino, muy negro. Lo pasamos muy bien, la verdad.
Fuera del set, ¿cómo desconectas? ¿Qué es lo que más disfrutas hacer en tu tiempo libre?
Soy bastante tranquila en general. Cuando estoy con un proyecto me obsesiono un poco: me implico 24/7 y todo mi mundo gira en torno a eso. Me implico mucho pero porque me sale de una manera natural. Pero, cuando no, soy muy casera. Disfruto mucho con mis perros; tengo dos y los amo profundamente. Pasearlos por el parque o junto al río, verlos correr y jugar me da muchísima paz. No tengo una vida muy de artista, la verdad (risas); prefiero estar en casa viendo películas, poniéndome al día con la música.
Hablando de adicciones, ¿tienes alguna que te atrevas a confesarnos?
Soy gamer (risas). Me gustan los videojuegos y a veces me atrapan demasiado tiempo cuando no estoy trabajando porque me engancho; podría decir que es mi pequeña adicción. Siempre me han gustado, desde pequeña.
¿Qué tipo de videojuegos?
Soy fan de los videojuegos de rol, súper fan de Final Fantasy. Me los he jugado todos y a veces vuelvo a jugarlos. O sea, muy friki (risas). Ahora, por ejemplo, estoy intentando abrirme a nuevos mundos y probando otros. Pero los que me gustan son los juegos de rol.
“Muchas veces, especialmente las mujeres, creemos que amar significa renunciar a nosotras mismas para ayudar al otro. Blanca me ha enseñado que no es así, que amar también implica dejar espacio, aceptar que hay cosas que solo el otro puede cambiar.”
Con este papel en la película, ¿te has replanteado tu relación con el alcohol? ¿O la de las personas a tu alrededor?
Me he hecho mucho más consciente de muchas cosas, y sí, mi relación con el alcohol ha cambiado totalmente. Está muy presente en nuestra cultura, y socialmente a veces toda gira en torno a él. Si quedas con alguien, pues te tomas una cerveza o un vino; si tienes algo que celebrar o vas a cualquier sitio, lo tienes totalmente interiorizado. Ahora, después de la peli, me pido un agua y no lo veo raro. Si antes bebía poco, después de esto bebo incluso menos. Y, sobre todo, ya no voy a decirle a nadie que no brinde con agua porque da mala suerte, porque eso es mentira.
La peli toca el tabú de la adicción al alcohol. ¿Qué otros temas crees que deberían tener más visibilidad? ¿Qué sientes que sigue muy invisibilizado?
Supongo que hay muchos melones por abrir por ahí. Hay muchos temas que aún permanecen ocultos, incluso algunos de los que ni siquiera soy consciente, y creo que esos son los más importantes. A veces te hablan de algo y te das cuenta de que es un problema social que ni habías notado.
A mí me gusta todo el cine social, ese cine que se enfoca en temas que afectan a la sociedad; intento apoyarlo siempre y he hecho muchas películas con ese tipo de mensaje. Tal y como está el mundo, creo que es muy importante mantener esa mirada en el cine. La inmigración, por ejemplo, es un tema que me preocupa mucho; siento que se está deshumanizando a las personas migrantes y me gustaría ver más películas que ahondaran en esta situación.
Y después de Sevilla, ¿qué viene para ti? ¿Nos puedes adelantar algo?
Pues… no (risas). Tengo proyectos pero están en fase de financiación, así que no puedo hablar mucho y tampoco sé cuándo se realizarán. Por ejemplo, para esta peli, Desmontando un elefante, conocí a Aitor en 2018, ¡y ya estamos casi en 2025! Han pasado muchos años, y tengo otros proyectos en esa misma fase de financiación, espero que vean la luz y no se queden en un cajón porque son cosas que me entusiasman y de las que tengo muchas ganas de hablar y, sobre todo, de hacer.
Lo que sí puedo contar es que tengo pendiente el estreno de Gila, que se presentó en el Festival de San Sebastián y se proyecta en este festival el día 13 de noviembre. Luego llegará a los cines en diciembre. Es una joyita.
También tengo pendiente Superestar, esa serie de la que te hablé, que es una locura total. Es de Nacho Vigalondo y Claudia Costafreda , producida por Los Javis para Netflix. Ahí estamos haciendo el gamberro. La historia gira en torno a Tamara, la figura detrás del No cambié de Yurena, y es una serie muy fantasiosa y gamberra. Se estrenará el año que viene y tengo muchas ganas de que salga a la luz.
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Foto: Sophie Koehler