Ningún derecho se ha conseguido sin luchar. Bajo la mirada del director Robin Campillo y con la ayuda de Phillippe Mangeot como coguionista y Hugues Charbonneau como productor, 120 pulsaciones por minuto se estrena el 19 de enero y narra la historia de los activistas Sean y Nathan, una intrépida aventura llena de amor, pasión y ágoras políticas que muestran los problemas del sida, su estigmatización social, y de cómo la asociación Act Up-París –de la que Robin, Philippe y Hugues formaron parte– luchó contra todos ellos.
Ambientada en un momento en el que el VIH se llevaba demasiadas vidas por delante y en el que los enfermos eran estigmatizados por la sociedad, el gobierno y las farmacéuticas –que los dejaban morir sin remordimientos– la película 120 pulsaciones por minuto es un retrato (casi) real de lo que sucedió. Robin Campillo, su director, formó parte de Act Up-París, la asociación que llevó a cabo multitud de acciones para sacar de las sombras a un colectivo criminalizado y repudiado, y ha contado lo que se vivió en los convulsos 90 a partir de la historia de amor, lucha y supervivencia de Sean (Nahuel Pérez Biscayart) y Nathan (Arnaud Valois), que acabará siendo tan romántica como política.
Sin embargo, el hecho de haberlo vivido, tal como nos cuenta Nahuel, hace que el resultado final incluya “humor, cinismo y desparpajo; no es una película solemne, morbosa o patética”. Y en su vitalidad y en su crudeza radica la clave del éxito que está cosechando allá por donde pasa. El largometraje fue la gran protagonista de la 70ª edición del Festival de Cannes, donde se llevó el Gran Premio del Jurado y el FIPRESCI. Además de tener una narrativa exquisita y unos planos llenos de belleza, la actuación de Nahuel fue de las más aplaudidas del festival. Y hoy hablamos con él para saber cómo fue el rodaje y preparación de un tema tan duro, cómo se siente con su personaje, y cómo valora la buena acogida.
Sin embargo, el hecho de haberlo vivido, tal como nos cuenta Nahuel, hace que el resultado final incluya “humor, cinismo y desparpajo; no es una película solemne, morbosa o patética”. Y en su vitalidad y en su crudeza radica la clave del éxito que está cosechando allá por donde pasa. El largometraje fue la gran protagonista de la 70ª edición del Festival de Cannes, donde se llevó el Gran Premio del Jurado y el FIPRESCI. Además de tener una narrativa exquisita y unos planos llenos de belleza, la actuación de Nahuel fue de las más aplaudidas del festival. Y hoy hablamos con él para saber cómo fue el rodaje y preparación de un tema tan duro, cómo se siente con su personaje, y cómo valora la buena acogida.
¿Cómo llegaste a la conclusión que querías actuar? ¿Era algo que supiste que querías hacer desde pequeño?
De hecho, es una conclusión a la que todavía no he llegado. La verdad es que se dio de manera accidental, de pequeño nunca soñaba con ser actor. La interpretación llega a mi vida en la escuela secundaria, que era muy triste, muy gris, muy estructurada. La elegí yo mismo –me equivoqué, claramente– y era una escuela técnica en la que aprendíamos a hacer cosas muy específicas, desde instalaciones eléctricas hasta matemática avanzada. Yo creí que iría a aprender a inventar cosas, pero junto con los compañeros, terminamos siendo personas condenadas a acumular información para ser mejor que el otro, no con el otro; nos encontrábamos en un estado muy aislado de competencia en el que solo nos preparaban para acceder al mercado laboral.
Por suerte, en esa misma escuela había un taller o grupo de teatro los viernes al que me inscribí. Era el único momento de la semana en el que podíamos poner un poco de color en el espacio, mover las mesas, y encontrarnos con los compañeros de una forma verdadera. Así que la actuación llegó a mi vida por necesidad, como una herramienta para conectar con el otro, básicamente. Y a los dieciséis años me presenté a un casting que vi anunciado, me eligieron, y allí empecé a actuar de manera profesional, generando una cadena que hace que estemos aquí hablando.
Por suerte, en esa misma escuela había un taller o grupo de teatro los viernes al que me inscribí. Era el único momento de la semana en el que podíamos poner un poco de color en el espacio, mover las mesas, y encontrarnos con los compañeros de una forma verdadera. Así que la actuación llegó a mi vida por necesidad, como una herramienta para conectar con el otro, básicamente. Y a los dieciséis años me presenté a un casting que vi anunciado, me eligieron, y allí empecé a actuar de manera profesional, generando una cadena que hace que estemos aquí hablando.
Antes de hacer el papel de Sean, ¿te habías planteado actuar sobre un tema tan delicado como lo es el sida? ¿Lo habías trabajado anteriormente?
Antes había hecho una película belga llamada Je suis à toi en la que mi personaje era un escort y tenía VIH, pero la película no giraba en torno a eso para nada, era otra cosa. Se trataba de un triángulo amoroso perdido, o sea que nunca había abordado el tema de la enfermedad tan francamente, es la primera vez para mí.
Y de hecho tampoco conocía Act Up-París, la descubrí por primera vez cuando leí el guion –aunque en Argentina había visto alguna asociación equivalente. Yo nací en 1986, o sea que en mi época ya crecimos con todos los métodos de protección para tener una vida sexual bastante sana, libre y feliz, a diferencia de lo que se muestra en la película
Y de hecho tampoco conocía Act Up-París, la descubrí por primera vez cuando leí el guion –aunque en Argentina había visto alguna asociación equivalente. Yo nací en 1986, o sea que en mi época ya crecimos con todos los métodos de protección para tener una vida sexual bastante sana, libre y feliz, a diferencia de lo que se muestra en la película
¿Cómo has preparado el personaje? ¿Has tenido la ayuda de alguien con un background más cercano a la enfermedad? ¿O has sufrido alguna dificultad para conectar con Sean en algunos momentos?
Se dio todo de forma muy natural y muy orgánica. Y sí, tuvimos contacto con gente de la época: Robin, el director; Philippe, el coguionista; y Hugue, el productor. Los tres fueron militantes de Act Up, y Philippe incluso fue presidente. Así que toda la información que teníamos no era puramente factual o de datos, sino que era muy emocional y preciosa. Tanto en el rodaje como en los ensayos nos explicaban detalles y cosas que no puedes descubrir leyendo un libro o viendo una peli: cómo es vestir a un amigo muerto mientras su cuerpo se endurece, lo que significa visitar constantemente a amigos en el hospital, el miedo a la hora de tener sexo porque todavía no entiendes de qué va la enfermedad, o a la hora de hacer las acciones reivindicativas, las discusiones internas y las tensiones dentro de la asociación, etc.
Sin embargo, luego también tuvimos una parte de documentación personal. Me leí un par de libros, uno de los cuales fue escrito por Didier Lestrade –cofundador y primer presidente de Act Up-París–, y con el equipo tuvimos acceso a los informativos de la televisión francesa de la época para ver qué acciones llevaba a cabo la asociación y cómo las cubrían los reporteros, etc. También vi un documental muy bueno, titulado Silverlake Life: The View from Here, grabado de forma casera por una pareja homosexual que retrata sus últimos meses de vida y como la enfermedad los va consumiendo. Es un documento político muy, muy crudo que muestra hasta qué punto puede llegar a deteriorarse el cuerpo.
Respecto a la dificultad, en un rodaje siempre hay: lo que en un principio parece fácil acaba siendo lo más complicado y viceversa. Pero sí que tuve que perder mucho peso –unos siete quilos– en pocas semanas, y eso fue difícil porque mi cuerpo estaba débil y yo cansado. Me levantaba con unas hipoglicemias que me dejaban en el suelo.
Sin embargo, luego también tuvimos una parte de documentación personal. Me leí un par de libros, uno de los cuales fue escrito por Didier Lestrade –cofundador y primer presidente de Act Up-París–, y con el equipo tuvimos acceso a los informativos de la televisión francesa de la época para ver qué acciones llevaba a cabo la asociación y cómo las cubrían los reporteros, etc. También vi un documental muy bueno, titulado Silverlake Life: The View from Here, grabado de forma casera por una pareja homosexual que retrata sus últimos meses de vida y como la enfermedad los va consumiendo. Es un documento político muy, muy crudo que muestra hasta qué punto puede llegar a deteriorarse el cuerpo.
Respecto a la dificultad, en un rodaje siempre hay: lo que en un principio parece fácil acaba siendo lo más complicado y viceversa. Pero sí que tuve que perder mucho peso –unos siete quilos– en pocas semanas, y eso fue difícil porque mi cuerpo estaba débil y yo cansado. Me levantaba con unas hipoglicemias que me dejaban en el suelo.
Hablar sobre esta enfermedad y sus consecuencias, sobre todo en los finales de los 80 y principios de los 90, ¿te ha afectado de manera personal? Has trabajado con gente que sí que lo vivió, como has comentado, y que está viva, podríamos decir, casi de milagro. ¿A lo mejor te ha aportado otro punto de vista que desconocías?
He aprendido muchas cosas básicas sobre el VIH, el sida, los tratamientos, la transmisión, la seropositividad, etc. Y también me ha hecho dar cuenta de que estamos en un momento muy particular en el que hay parte de la gente joven que cree que es algo del pasado, que ya no existe. Y sin embargo, todavía me entero de gente que conozco a quien le diagnostican con tan solo veinticinco años. Y eso me hace preguntar que cómo es posible, pero dirigiéndome al Estado, a los gobiernos. Tienen los recursos, las herramientas y los tratamientos para hacer campañas masivas y hacer que la epidemia se reduzca a niveles muy bajos, y sin embargo, no hay voluntad política.
La película gira entorno a Sean, Nathan, y la lucha de ambos contra el sida en la formación Act Up-París, creada en 1989. El director, Robin Campillo, fue miembro de la plataforma. ¿Hasta qué punto ha sido esa experiencia una ayuda a la hora de grabar las escenas y de entender cómo se sucedieron los acontecimientos?
Ha sido todo, el trabajo está inspirado en eso. La película es una nueva perspectiva sobre la época basada en la memoria de Robin –y de Hugue y de Pierre–; cuando estábamos actuando, ellos tres ya habían vivido en primera persona (o de manera muy cercana) lo que pasaba en el set. De hecho, creo que precisamente por eso la película es tan vital. Como está contada por Robin hay mucho permiso para usar el humor, el cinismo, el desparpajo; no es una película solemne, morbosa o patética. Siento que tiene una gran vitalidad, y todo es porque ellos han hecho mucho hincapié en contar todo lo que pasaba: desde las tensiones que se generaban hasta el humor con el que se protegían y que les ayudaba a mantenerse en vida.
Otro tema que se trata en la película es la dualidad entre la lucha y el amor. ¿Qué puntos de unión vemos en la película, desde tu punto de vista, de esta lucha por el amor a la vez que política?
Están totalmente mezclados. Esa gente estaba condenada a un lugar oscuro de vergüenza, de soledad, de dolor y de abandono por una gran parte de la sociedad, del estado, de los laboratorios y de los médicos, y creo que el hecho de salir de ese lugar de víctima para convertirse en actores clave en la construcción de su futuro y en la lucha por sobrevivir es EL acto de amor más importante que uno puede ver. Es admirable. Luchan y lloran porque aman la vida, la abrazan, y quieren vivir; se aman a sí mismos, en ese sentido.
El amor también está atravesado por la enfermedad en la película. Por un lado, la historia entre Nathan y Sean podría haber quedado en un romance pasajero, pero creo que la enfermedad acentúa la necesidad mutua de estar juntos. Supongo que cuando uno se acerca a la muerte, si bien es algo difícil de imaginar, y aunque en el momento en sí te encuentres solo, no es lo mismo llegar a él acompañado que en soledad, y creo que aquí el amor juega un rol clave. También veo el hecho de que Nathan no abandone a Sean a mitad del recorrido como un amor político, más allá de los términos románticos.
El amor también está atravesado por la enfermedad en la película. Por un lado, la historia entre Nathan y Sean podría haber quedado en un romance pasajero, pero creo que la enfermedad acentúa la necesidad mutua de estar juntos. Supongo que cuando uno se acerca a la muerte, si bien es algo difícil de imaginar, y aunque en el momento en sí te encuentres solo, no es lo mismo llegar a él acompañado que en soledad, y creo que aquí el amor juega un rol clave. También veo el hecho de que Nathan no abandone a Sean a mitad del recorrido como un amor político, más allá de los términos románticos.
Sean es de los primeros miembros que se unen a Act Up-París. ¿De qué manera piensas que Sean usa la lucha en las calles para evadirse? Es decir, hasta qué punto estar siempre al frente, luchando y pensando acciones, rodeado del colectivo, etc. le ayuda a no estar solo pensando en su situación.
Creo que Act Up también era una especie de familia paralela que acogía a todos sus miembros. Había muchas familias que no podían o no querían, lamentablemente, ver a sus hijos o mantener una relación tan fluida como ellos hubieran querido ya fuera por vergüenza, estigma, etc., así que creo que Act Up ocupaba ese lugar. Además, todas las acciones y debates que hacían insuflaban a sus socios de vitalidad y les presentaba la posibilidad de proyectarse en el futuro. Por eso pasaban tres, cuatro o cinco días por semana juntos. Robin, además, nos contaba que cuando se acababan los debates y las reuniones se iban a comer juntos porque necesitaban esa unidad. Así que no sé si es tanto para evadirse como para mantenerse vivo y seguir de pie.
“Supongo que cuando uno se acerca a la muerte, si bien es algo difícil de imaginar, no es lo mismo llegar acompañado que en soledad, y creo que aquí el amor juega un rol clave.”
También es un personaje que, durante toda la película, hace una política de primera mano, es decir, es el primero en aportar ideas, en ir a las acciones, en actuar en contra del Gobierno y las farmacéuticas, etc. ¿Hasta qué punto el activismo necesita de la radicalidad de personajes así? Especialmente en un tiempo como el nuestro en el que cualquier acto violento se condena en nombre de la ‘democracia’; al final es la violencia y la radicalidad lo que siempre han conseguido los cambios sustanciales en cualquier ámbito.
Yo creo que incluso los más moderados, que a lo mejor dicen estar en contra de los más radicales, al final se sirven de ellos para subir el nivel de discusión y hacer que las cosas avancen más de lo que el orden establecido nos tiene acostumbrados. Si hablamos de violencia primero hay que ver qué es y qué se considera ‘violento’. En su época, gran parte de la sociedad quizás consideraba Act Up como una asociación radical, demasiado extrema o incluso violenta. Pero cuando ves las acciones que llevaban a cabo no lo entiendo; parece que el valor material de una pared manchada con sangre artificial es más importante que el valor de una vida humana que se nos va.
Y si uno mira la historia de la humanidad en general verá que siempre hubo actos, no necesariamente violentos, pero sí chocantes y en la esfera pública, que hicieron que las cosas avanzaran: desde los derechos de las mujeres hasta los de los trabajadores. Todas se han logrado en la calle; ningún derecho ha sido regalado de buena manera. No estoy justificando la violencia, claro, pero sí creo que hacer política en persona sirve. Todos aquellos que pudieron asumir su rol –en este caso, el de la enfermedad– y luchar a partir de él son los que lograron cambios que han hecho que tú, yo y quienes estén leyendo esto tengamos una vida mucho mejor que la que ellos tuvieron.
Y si uno mira la historia de la humanidad en general verá que siempre hubo actos, no necesariamente violentos, pero sí chocantes y en la esfera pública, que hicieron que las cosas avanzaran: desde los derechos de las mujeres hasta los de los trabajadores. Todas se han logrado en la calle; ningún derecho ha sido regalado de buena manera. No estoy justificando la violencia, claro, pero sí creo que hacer política en persona sirve. Todos aquellos que pudieron asumir su rol –en este caso, el de la enfermedad– y luchar a partir de él son los que lograron cambios que han hecho que tú, yo y quienes estén leyendo esto tengamos una vida mucho mejor que la que ellos tuvieron.
La película trata a la muerte no de manera espiritual, sino de una manera reivindicativa, ¿piensas que usar estos sentimientos que se relacionan con la muerte –la tristeza, la impotencia, el dolor– son armas contra la indiferencia de los poderosos o de los ignorantes?
Yo creo que el arma contra los poderosos e ignorantes era quizás mostrarse bien marica, bien enfermo, o sea, mostrar justamente toda esa parte que la sociedad despreciaba. A nivel simbólico y performático, encarnar lo que eres sin ocultarte es lo más fuerte. Y creo que esa es la clave de la asociación: decidir contrarrestar y romper esa condena social que los relegaba a las sombras, aparecer en todos los lugares en los que nadie quería verlos. Act Up es de una sinceridad y de una autenticidad sorprendentes.
¿Crees que el hecho que esta película haya tenido tanta repercusión en los medios y esté arrasando en los festivales por los que pasa (incluso es el film con el que Francia se presenta a los Oscar) puede dar más luz ante el problema del sida? ¿Puede ayudar a concienciar a aquellas personas que todavía ignoran la enfermedad?
Ya lo está haciendo, ¿no? Estamos hablando de esto. Creo que de alguna manera sí, y lo he comprobado con todo el feedback que he recibido y con las entrevistas con la prensa. Supongo que por eso es tan bien recibida, se ve como algo necesario. Además, creo que se genera debate en muchas capas. Al final creo que toda persona que ve la película se siente atravesada de una manera u otra, tanto los que vivieron esa época (y quizás no pudieron o quisieron ver lo que ocurría) como los que no.
En relación a concienciar, ojalá la película ayude, aunque creo que el tema ya está bastante despierto. Tampoco hay que ser pretencioso y creer que una película va a cambiar el mundo, pero seguramente puede sembrar alguna que otra discusión; y no solo en el terreno del VIH/sida, sino también en el de la militancia, el del activismo y el del compromiso político –que es la única herramienta que el ser humano tiene para cambiar su presente y su futuro.
En relación a concienciar, ojalá la película ayude, aunque creo que el tema ya está bastante despierto. Tampoco hay que ser pretencioso y creer que una película va a cambiar el mundo, pero seguramente puede sembrar alguna que otra discusión; y no solo en el terreno del VIH/sida, sino también en el de la militancia, el del activismo y el del compromiso político –que es la única herramienta que el ser humano tiene para cambiar su presente y su futuro.
Finalmente, tras todo este ajetreo, ¿qué planes de futuro tienes? ¿Ya estás metido en algún otro proyecto?
Estoy leyendo muchos guiones. La verdad es que después de esta peli he recibido muchas propuestas por suerte. Pero nada, viviendo con bastante libertad porque hay más selección que antes y estoy intentando encontrar un proyecto en el que me pueda involucrar tan activa y creativamente como este.