Existe cierta magia en los detalles más pequeños que a menudo pasa desapercibida. Una palabra que toma forma, una forma que cobra fuerza y se transforma en danza, y una danza que articula un acto de resistencia. Así lo sienten y expresan Montdedutor, cuyo propósito no es definir un lenguaje ni ofrecer respuestas, sino crear su propio arte y desafiar desde las fronteras.
El constante ‘¿y si…?’ logra desarticular cualquier expectativa, y por eso su universo se llena de risas, suspiros y emociones inesperadas. ¿Su último proyecto? Danzas románticas, que presentan el próximo viernes 11 de abril en el marco del festival Dansa València. En esta pieza, obras clásicas de ballet como Giselle o Coppélia son desmontadas por Guillem y Jorge. No interpretan para complacer al público, sino para convertir su aplauso en pregunta; no quieren definir el amor romántico sino hacerte sentir para que tú mismo lo cuestiones. 
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Guillem Mont de Palol y Jorge Dutor, por separado, Montdedutor, en conjunto. Vuestras vidas se cruzan en 2009 y, dieciséis años después, continúan entrelazadas. ¿Qué os une entonces y qué lo hace ahora?
Nos unió, en primer lugar, el amor, y después, una pasión compartida por el arte que se expresa a través de diferentes disciplinas. En 2009, cuando nos cruzamos y nos enamoramos, nos encontramos en una búsqueda personal común de fusionar distintas formas de arte y desafiar las convenciones tradicionales.
Lo que nos une ahora continúa siendo el amor y es la evolución constante de nuestra vida y nuestro trabajo, que sigue cuestionando, experimentando y explorando nuevos límites. La conexión es cada vez más profunda porque, más que una colaboración, es una forma de vida, una manera de entender el arte y el mundo a través del/los otro(s).
A lo largo de estos años, habéis creado múltiples proyectos artísticos que han fusionado disciplinas como la danza, la arquitectura, el teatro o la ópera. A partir de todas estas experiencias, ¿cómo definiríais vuestro lenguaje artístico?
Nuestro lenguaje artístico se podría definir como un lenguaje híbrido, una mezcla de disciplinas que nos permite jugar con el espacio, el cuerpo, la palabra y el sonido. No creemos en límites fijos y nos interesa explorar la frontera entre lo físico y lo conceptual en una suerte de coreografía expandida. La danza es uno de los principales vehículos, pero siempre buscamos integrar otras formas de expresión como la arquitectura, el teatro y la ópera. Lo nuestro es un arte que se encuentra en el cruce de la performance y el pensamiento, que invita a cuestionar más que a dar respuestas.
Desde Y por qué John Cage, pasando por Grand Applause hasta llegar a la más reciente Danzas románticas, ¿percibís una evolución en vuestras obras? ¿Y en vosotros mismos?
Definitivamente. A medida que evolucionamos, nuestra manera de abordar los temas y las formas artísticas también ha cambiado. Al principio, quizás nuestra obra tenía un enfoque más introspectivo y experimental, pero con el tiempo hemos aprendido a conectar mejor con el público, a tener más conciencia de nuestro carisma y de  cómo se produce la interacción en el escenario. En cuanto a nosotros como artistas, hemos crecido mucho en nuestra capacidad de trabajar juntos, en nuestra comprensión del otro y en cómo nuestras visiones individuales se enriquecen mutuamente.
Precisamente, mostraréis Danzas románticas el 11 de abril en el Festival de Dansa de València. ¡Felicidades por las localidades agotadas! ¿Qué representa para Montdedutor formar parte de este festival?
Nos sentimos muy agradecidos de que el público haya respondido tan bien a nuestra obra, ¡y que las localidades estén agotadas es increíble! Para nosotros es una validación de que estamos tocando algo que conecta, que nuestras ideas no solo están vivas en nuestra práctica, sino que también resuenan con el público.
“No creemos en límites fijos y nos interesa explorar la frontera entre lo físico y lo conceptual en una suerte de coreografía expandida.”
La obra busca cuestionar la fatalidad y la fragilidad en el romanticismo para justificar conductas que rozan lo atroz y lo primitivo. Contadnos más sobre vuestra decisión de trabajar estas cuestiones desde los límites más que desde el centro de la cuestión.
El romanticismo a menudo idealiza lo trágico, lo sublime, pero también esconde algo oscuro. Queremos cuestionar esa idealización de la fragilidad humana, esa idea de que el sufrimiento es bello o necesario. En lugar de centrarnos solo en la estética, buscamos explorar los límites de lo que significa ser humano en esos momentos de crisis, de sufrimiento, y cómo esto puede ser también destructivo y primitivo. A veces, trabajar en los límites nos permite desentrañar verdades que podrían estar ocultas en el centro.
Hay muchos tipos de formatos que hablan sobre romanticismo y ejemplifican estas ideas. ¿Por qué el ballet?
El ballet es un lenguaje que tiene una tradición muy fuerte, un simbolismo que conecta con la idea de lo sublime y lo trágico. Pero también nos permite cuestionar esas estructuras rígidas, darles una vuelta, movernos más allá de lo clásico y explorar la corporalidad de formas nuevas. Elegir el ballet es una manera de jugar con esa tensión entre lo establecido y lo experimental.
Es un tema muy amplio que integra versiones, conceptos y formas de expresión diferentes. Al existir tanta información, ¿cómo decidís qué elementos se quedan y cuáles se van? ¿Consideráis vuestro proceso estructurado, espontáneo, caótico o un poco de todo?
Nuestro proceso es tanto estructurado como espontáneo. Tenemos una idea clara de lo que queremos comunicar, pero luego dejamos que el proceso nos lleve a explorar cosas que quizás no habíamos planeado. Trabajamos a partir de un núcleo de conceptos y emociones, y el resto se va construyendo sobre la marcha. Es un balance entre la planificación y la apertura a lo impredecible.
Una vez definidas las ideas, ¿cómo se traduce esa información en práctica, es decir, en expresión corporal y performática?
La clave está en entender cómo se siente el concepto en el cuerpo. No se trata solo de representar ideas, sino de vivirlas. Es un proceso que involucra no solo la danza, sino el ritmo, la energía y la resonancia interna. El cuerpo se convierte en el medio para comunicar ideas complejas, a veces en momentos de gran abstracción, otras veces con una emoción muy directa.
¿Qué papel tiene el humor en vuestra obra a la hora de transmitir un mensaje? ¿Creéis que de esa manera conectáis más con los espectadores?
El humor es fundamental. No es solo una forma de hacer que el público se ría, sino una herramienta para transmitir una crítica más profunda. El humor puede desarmar a la audiencia, romper barreras y abrir un espacio para la reflexión. Nos gusta que sea inesperado, a veces absurdo, porque ayuda a aliviar la tensión y, al mismo tiempo, hace más impactante lo que sigue.
“El romanticismo a menudo idealiza lo trágico, lo sublime, pero también esconde algo oscuro. Queremos cuestionar esa idea de que el sufrimiento es bello o necesario.”
Vuestra visión del público como parte activa y el escenario como medio es interesante, ya que se rompe con la barrera tradicional que se establece normalmente entre espectador y espectáculo. ¿Cuál es la intención tras esta decisión?
Queremos que el público sea parte activa del proceso, que no sea solo un espectador pasivo. El arte se vuelve más rico cuando hay una interacción, cuando el público se siente implicado, cuando el espacio de performance se convierte en un intercambio. Nos interesa romper esa cuarta pared porque creemos que el arte debe ser algo compartido, algo que se experimenta juntos.
¿Hasta qué punto creéis que el público puede condicionar el resultado? ¿De qué manera condiciona vuestro trabajo?
El público siempre condiciona el trabajo, no solo porque su reacción nos da pistas sobre lo que funciona, sino porque en cada performance se genera una energía única que modifica la experiencia. Lo que hacemos siempre está en constante transformación y, a veces, la interacción con el público cambia nuestra propia percepción de lo que hemos creado.
Al haber actuado en diferentes espacios de Europa y Latinoamérica como festivales, centros de arte o teatros, ¿qué diferencias encontráis en las presentaciones?
Cada lugar tiene su propio contexto cultural, y eso afecta la recepción de la obra. En Europa, las expectativas sobre el arte contemporáneo pueden ser diferentes a las de Latinoamérica, donde a menudo existe una conexión más visceral y emocional con la performance. Las audiencias son diferentes, y eso hace que cada actuación tenga un sabor distinto, algo que nos enriquece y nos reta.
Al trabajar temas profundos, no solo existe una evolución artística sino también un proceso de autoconocimiento personal. ¿Qué habéis conocido de vosotros mismos que os ha sorprendido tanto individualmente como en equipo?
A lo largo de este proceso hemos aprendido a confiar más en el otro, a ser más vulnerables y a trabajar en equipo de una manera más profunda. Nos sorprende lo fácil que es perdernos en la exploración del arte y cómo, a través de esa exploración, nos vamos conociendo mejor, no solo como artistas, sino como personas.
¿Qué obra no habéis hecho pero soñáis con hacer en un futuro?
Nos gustaría hacer una versión contemporánea de Fuenteovejuna, de Lope de Vega.
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