Este fin de semana ha tenido lugar en La Casa Encendida el festival Me gustas pixelad_, comisariado por Matías Daporta, y que nos ha permitido ver y entender el cuerpo performativo en la era digital desde el otro lado de la pantalla: estrategias de juego, la identidad virtual que invade las redes sociales o el arte más allá del cuerpo y el espacio físico, a través de una serie de talleres y performances inspiradas en los videojuegos.
“¿Cómo es el cuerpo performativo en la era digital?” fue una de las muchas preguntas que surgieron en el taller Variable Play, impartido por Claire L. Evans. La escritora y música asentada en Los Ángeles nos habló sobre las distintas modalidades de juego alternativas explicando su utilidad y similitud con nuestro día a día, entendiendo el entramado del videojuego como una representación de la realidad que reproduce el mismo esquema vital: existen unos objetivos, reglas, diversión, retos y, al final, la muerte –aunque en el mundo virtual, como dice Evans, tenemos más posibilidades–: “die and play again”.
Evans forma parte del grupo de pop Yacht y es editora y fundadora de Terraform, la sección de ciencia ficción de la revista Vice. También es editora en Motherboard y contribuye en medios como The Guardian, WIRED y Aeon. Dirige a estudiantes de diseño en el Art Center College of Design y es miembro del colectivo ciberfeminista Deep Lab.
Durante el taller, una pareja de estudiantes voluntarios nos mostraron algunos de esos usos alternativos interviniendo el videojuego Battle Royale, donde experimentaron el entorno, abiertos a la interpretación y a la búsqueda de nuevos caminos con el fin de mostrar esas jugabilidades no convencionales y transgresoras en una plataforma multijugador: mientras uno dirigía la táctica de juego, su compañero –con los ojos cerrados– ejecutaba a los mandos tratando de mantener con vida a su avatar.
Evans forma parte del grupo de pop Yacht y es editora y fundadora de Terraform, la sección de ciencia ficción de la revista Vice. También es editora en Motherboard y contribuye en medios como The Guardian, WIRED y Aeon. Dirige a estudiantes de diseño en el Art Center College of Design y es miembro del colectivo ciberfeminista Deep Lab.
Durante el taller, una pareja de estudiantes voluntarios nos mostraron algunos de esos usos alternativos interviniendo el videojuego Battle Royale, donde experimentaron el entorno, abiertos a la interpretación y a la búsqueda de nuevos caminos con el fin de mostrar esas jugabilidades no convencionales y transgresoras en una plataforma multijugador: mientras uno dirigía la táctica de juego, su compañero –con los ojos cerrados– ejecutaba a los mandos tratando de mantener con vida a su avatar.
1,2,3, de Andrés Galeano, Blessed image, de Tea Teerau, Craigslist All Stars, de Samira Elagoz, Some, de Andrea Zabala o LaSofy, de Sofía Estévez, fueron algunas de las performances que cerraron un fin de semana organizado en tres grandes bloques temáticos: Artista y su escritorio, Performer como Avatar y Artista en sus redes sociales.
Otra de las reflexiones más interesantes del festival trató sobre el imborrable rastro de nuestra conectividad y la huella digital que nos persigue. La performance realizada por Diego Olea y Rodrigo Sobarzo, Estuarino, trató precisamente de esto: el cuerpo de Rodrigo convulsionó sin pausa agitando los brazos y la cabeza a ambos lados, creando una ilusión óptica bidimensional, como ese personaje de videojuego que avanza autómata para conseguir su objetivo –en este caso, salvar el agua que da vida al planeta.
Rodrigo Sobarzo de Larraechea estudió en el SNDO de Ámsterdam y fue residente en la Academia Jan van Eyck en Maastricht (Países Bajos). El trabajo de Sobarzo muestra un gran interés por la subcultura y su producción digital en diversos lugares de internet y las redes sociales. Diego Olea, colaborador en esta actuación, estudió en la Escuela de Teatro Imagen de Santiago de Chile y ha participado en seminarios y talleres sobre estética y composición escénica.
Aunque en el programa se anunciaba otro título, Prins of Ne†works, con Estuarino, Rodrigo hizo referencia al ciclo de la vida digital, a ese espacio donde los opuestos se mezclan para dar lugar a nuevas formas de vida, al igual que el estuario, ese punto de encuentro donde el mar y el río se cruzan dando lugar a uno de los hábitats naturales más ricos de nuestro ecosistema.
Tras cuarenta y cinco minutos de sacudida, el espectador queda envuelto en una atmósfera visual y sonora que espera el clímax final: hay un punto de luz verde que señala la sien del personaje. ¿Game over? Una exploración de cómo nuestros avatares y perfiles digitales se crean y se intentan destruir, aunque nunca llegan a desaparecer del todo.
Otra de las reflexiones más interesantes del festival trató sobre el imborrable rastro de nuestra conectividad y la huella digital que nos persigue. La performance realizada por Diego Olea y Rodrigo Sobarzo, Estuarino, trató precisamente de esto: el cuerpo de Rodrigo convulsionó sin pausa agitando los brazos y la cabeza a ambos lados, creando una ilusión óptica bidimensional, como ese personaje de videojuego que avanza autómata para conseguir su objetivo –en este caso, salvar el agua que da vida al planeta.
Rodrigo Sobarzo de Larraechea estudió en el SNDO de Ámsterdam y fue residente en la Academia Jan van Eyck en Maastricht (Países Bajos). El trabajo de Sobarzo muestra un gran interés por la subcultura y su producción digital en diversos lugares de internet y las redes sociales. Diego Olea, colaborador en esta actuación, estudió en la Escuela de Teatro Imagen de Santiago de Chile y ha participado en seminarios y talleres sobre estética y composición escénica.
Aunque en el programa se anunciaba otro título, Prins of Ne†works, con Estuarino, Rodrigo hizo referencia al ciclo de la vida digital, a ese espacio donde los opuestos se mezclan para dar lugar a nuevas formas de vida, al igual que el estuario, ese punto de encuentro donde el mar y el río se cruzan dando lugar a uno de los hábitats naturales más ricos de nuestro ecosistema.
Tras cuarenta y cinco minutos de sacudida, el espectador queda envuelto en una atmósfera visual y sonora que espera el clímax final: hay un punto de luz verde que señala la sien del personaje. ¿Game over? Una exploración de cómo nuestros avatares y perfiles digitales se crean y se intentan destruir, aunque nunca llegan a desaparecer del todo.