Libre, salvaje y sincera. Desde que presentase al mundo su primer tema, Niña de las dunas, hace apenas 3 años, María José Llergo no ha dejado de crear, haciendo de sus valores y su tierra su carta de presentación. “Es mi centro y mi casa, mi esencia”, responde cuando le preguntamos por lo que Pozoblanco, el pueblo cordobés que la vio nacer, significa en su vida. La andaluza reniega de las etiquetas y se muestra reacia a ser incluida en la categoría de ‘nuevo flamenco’, mientras su obra se distancia de los valores del mercado en busca de la intangibilidad, el compromiso y la autorrealización. “Me interesa lo eterno”, añade, recalcando la importancia concedida a los asuntos de índole social, tanto en lo personal como en lo profesional.
Siempre conectada a la naturaleza y al campo, María José Llergo encontró en la música la libertad que anhelaba. Desde su estrecha relación con sus abuelos María la Malaña y José el Molinero, dos de sus pilares fundamentales, hasta los más de 10 años de formación en el conservatorio, donde encontró “un lugar seguro donde desarrollar” todas las experiencias (y emociones) vividas que han hecho de la cordobesa la artista que conocemos. “En esta profesión es muy fácil perderse a uno mismo”, reconoce, mientras recalca la certeza que conocer y tener presente sus orígenes le ha dado en su camino. Y es precisamente por este motivo por el que la sinceridad, con su entorno y consigo misma, ha sido primordial desde que se adentrase en la industria musical. “Les dije que si me veían como un producto al que cambiar y moldear, íbamos a tener un problema”.
A principios de 2020, María José desvelaba su primer álbum, Sanación, un trabajo definido por la intérprete como “disco de autor”, en el que la eterna esencia del flamenco se impregna de misticismo y simbología con un marcado carácter andalusí. Crítica ante la insuficiente implicación con la preservación de la herencia cultural del pueblo gitano por parte de las instituciones, la artista hace de la realidad que le rodea auténticas poesías melódicas, que encierran reivindicación y denuncia. ¿Su propósito para 2021? Seguir creando. “No salgo del estudio, formo parte del mobiliario”, comenta entre risas.
A principios de 2020, María José desvelaba su primer álbum, Sanación, un trabajo definido por la intérprete como “disco de autor”, en el que la eterna esencia del flamenco se impregna de misticismo y simbología con un marcado carácter andalusí. Crítica ante la insuficiente implicación con la preservación de la herencia cultural del pueblo gitano por parte de las instituciones, la artista hace de la realidad que le rodea auténticas poesías melódicas, que encierran reivindicación y denuncia. ¿Su propósito para 2021? Seguir creando. “No salgo del estudio, formo parte del mobiliario”, comenta entre risas.
“Todavía no sé quién soy, pero sí tengo claro que soy salvaje”, confesabas en una entrevista hace un par de años. ¿Cómo avanza el proceso de autoconocimiento? ¿En qué momento vital te encuentras?
La verdad es que sigo siendo salvaje, es algo que no quiero perder. Parte de la libertad se simboliza en esa palabra. Una persona salvaje es una persona que no obedece, que camina siendo consciente de sus propios pasos. Y yo lo soy, así que conservo esa faceta. Estoy en un momento mucho más estable que en 2018, porque ahora soy consciente del camino que quiero recorrer. Soy su dueña.
¿Y hacia dónde te gustaría conducir tu camino?
Hacia mi realización artística, por supuesto. El rumbo que tome dentro de todas las ramas que ofrece el arte lo elijo yo, y lo iréis viendo a medida que avance mi obra.
Para entender quién eres y lo que haces, resulta imprescindible acudir a tu tierra y tu entorno más cercano. ¿Qué recuerdo guardas de tus primeros años de vida?
Mi infancia ha sido preciosa y ha estado marcada por el contacto con la naturaleza. He tenido una familia súper acogedora y unida, y he estado constantemente jugando en el campo, aprendiendo de mis abuelos, sin darme cuenta, de su relación con la música y el entorno. Últimamente estoy repasando, junto a mi madre, un montón de fotos de cuando era pequeña, y en casi todas salgo jugando con animales, cantando o recitando poesía. Me ha contado que todos los días venía del colegio con una poesía nueva aprendida, y se la recitaba. Todas tenían que ver con la naturaleza y con animales.
La naturaleza a la que te refieres está muy presente en tu obra y en tu discurso. Lo mismo ocurre con tu Córdoba natal. ¿Qué imagen se te viene a la cabeza cuando piensas en tus orígenes?
Cuando pienso en Pozoblanco, el pueblo cordobés donde nací y donde me he criado, se me viene a la mente la sierra, las encinas y los olivares. Cuándo me preguntan a dónde quiero llegar, no digo, muy alto. Digo que quiero ser como una encina: pequeña, robusta y resistente, capaz de aguantar todo tipo de temporales sin perder su brillo.
Dices escribirle a tu tierra, en la que reconoces no haber dejado de pensar cuando has estado lejos de casa. Una tierra que dices siempre estará allí para ti, esperándote.
Totalmente, es mi centro y mi casa. Es mi esencia. Sé de dónde vengo, y es algo que me da mucha certeza a la hora de caminar. Si no, acabas por convertirte en una veleta, y cualquier viento que te toque lo vas a seguir; y acabarás perdiéndote. En esta profesión es muy fácil perderse a uno mismo.
Tus abuelos, María y José, son dos pilares fundamentales en tu vida. A ellos te refieres constantemente cuando te preguntan por tus raíces, o cuando profundizas en las lecciones más valiosas que aprendiste durante tu infancia. ¿Has estado muy unida a ellos desde siempre?
Sí, iba a verlos una o dos veces al día, y si no comía con ellos, pasaba por su casa a verlos. Iba de casa al conservatorio y del cole a casa, y siempre que podía me acercaba para estar un ratito con ellos. En verano, pasábamos todo el día juntos en el campo.
Indagando en tu Instagram, he encontrado una fotografía de 2015 acompañada de un texto entrañable. “Deja de ser obligación cuando es necesidad, y es que no soy de mí misma sin ser vuestra. Diré mil veces mientras pueda que os quiero más que a nada, abuelos”, compartías.
¡Me has emocionado! No me acordaba de lo que había escrito.
"Cuándo me preguntan a dónde quiero llegar, no digo, muy alto. Digo que quiero ser como una encina: pequeña, robusta y resistente, capaz de aguantar todo tipo de temporales sin perder su brillo."
Y si nos remontamos aún más, concretamente al año 2013, te vemos actuando en el Jazz Café de Córdoba. ¿Recuerdas este momento?
¡Claro que me acuerdo! Era de las primeras veces que cantaba en público.
¿Cómo te sentías al cantar en público por aquel entonces?
Me ponía súper nerviosa. Me daba miedo, pero a la vez lo necesitaba. Era como una liberación y tenía muchas ganas de aprender. Sin saber nada, me fui al Jazz Café y me sumé a esos músicos, que llevaba tocando toda su vida. En esa foto, tendría unos 18 años.
Y ahora, cuando te subes a un escenario, ¿qué sientes?
Sigo poniéndome nerviosa. Siempre me digo, ¿cómo me meto yo en esto? (risas). Pero luego salgo y siento la mayor felicidad de mi vida.
Acabas de introducir el término liberación, al que concedes un gran valor y significado. Y es que, has reconocido haber sido víctima de múltiples intentos de domesticación. ¿A qué te refieres? ¿Quién o qué ha intentado coartar tu libertad y cómo has conseguido sobreponerte?
Nosotros, como seres humanos, nos encontramos condicionados por absolutamente todo las 24 horas del día. No tenemos una visión porque estamos constantemente en la distracción. Estamos estimulados por doquier y estamos condicionados en todo, desde lo que comemos hasta lo que vestimos. Todo es un canon, hay algo establecido y algo perseguido. Depende de nosotros ser conscientes de ello y decidir si lo queremos seguir o no, si queremos buscar una libertad que nunca vamos a conseguir del todo. La palabra libertad, yo como ser humano, no la conozco en su esencia.
¿No concibes una libertad en términos absolutos?
No, plena y absoluta, no. Siempre estamos condicionados por creencias. Pero sin embargo, la busco cada día.
En tu infancia, esa libertad que anhelabas la encontraste en el conservatorio. Un lugar libre de prejuicios y amenazas, donde toda la energía iba proyectada a la creación y el aprendizaje. ¿Qué supuso para ti este espacio?
El conservatorio fue un lugar seguro donde desarrollarme, y un reto personal porque era un lugar donde había muchas cosas que aprender. Cosas que no aprendía en otro espacio. Además, suponía mucha entrega. Yo estudiaba violín, un instrumento muy sacrificado, e iba siempre de un lado para otro con él. Cuando la gente me ve, me dicen que de pequeña siempre iba cargada con un violín que era más grande que yo (risas). Estaba todo el día con la música, porque encontraba esa libertad que anhelaba.
El arte no discrimina, te acoge. No le importa tu condición, tu clase social, tu color de piel ni nada. Lo que busca es tu entrega, y yo estuve allí 10 años. Para mí era Disneyland (risas). Mi madre me dice que por la mañana yo era una niña triste, y que por la tarde llegaba a casa pletórica.
El arte no discrimina, te acoge. No le importa tu condición, tu clase social, tu color de piel ni nada. Lo que busca es tu entrega, y yo estuve allí 10 años. Para mí era Disneyland (risas). Mi madre me dice que por la mañana yo era una niña triste, y que por la tarde llegaba a casa pletórica.
Sin haber cumplido la mayoría de edad, ya hacías bolos y te mostrabas decidida a perseguir tu sueño. ¿Cómo reaccionó tu entorno ante tu decisión de dedicarte a la música? ¿Te apoyaron desde un primer momento?
Mi familia siempre me ha apoyado, aunque había veces que no me entendían. Yo soy consciente de que este camino es abrupto y no es fácil. Para las personas que han trabajado mucho toda su vida, y que tienen lo que tienen porque se lo han ganado a base de esfuerzo, es algo difícil de asumir y de entender. Aun así, yo siempre he peleado mucho para que se vea el oficio de músico como algo tan respetable como cualquier otro. Lo considero una disciplina totalmente merecedora y digna de aceptación social.
También hay mucho miedo en cuanto a la precariedad a la que estamos sometidos los músicos, que existe, es real y yo la he vivido. Ahora te hablo desde mi estabilidad, cosa que no he tenido nunca. Siempre he tenido muchísima incertidumbre, incluso cuando me mudé a Barcelona a seguir estudiando. Seguía como si todo pudiese acabarse en cualquier momento.
También hay mucho miedo en cuanto a la precariedad a la que estamos sometidos los músicos, que existe, es real y yo la he vivido. Ahora te hablo desde mi estabilidad, cosa que no he tenido nunca. Siempre he tenido muchísima incertidumbre, incluso cuando me mudé a Barcelona a seguir estudiando. Seguía como si todo pudiese acabarse en cualquier momento.
Aterrizas en Barcelona en 2013 para continuar formándote gracias a una beca, y allí experimentas un shock cultural que desemboca en tu tema Niña de las dunas. ¿Cómo viviste el período de adaptación?
Sufrí un shock, pero también viví lo que significaba que tu mente se abriera. Lo que supone estar en un sitio diferente a tu tierra, con una cultura distinta. Te tienes que adaptar a marcha forzada, y encima estás sola. Estás estudiando, no estás en una posición acomodada que te permita hacerlo todo con más margen de tiempo; igual dentro de 3 meses tienes que volverte a tu casa. Entonces, yo me lo tomé como la oportunidad de mi vida. Poder aprender, conocer gente nueva, desarrollarme y cultivar a la María José que hoy conocemos. ¡Cada asignatura era lo más!
Viéndolo en perspectiva, ¿qué piensas ahora cuando escuchas Niña de las dunas? ¿Te sigue llevando a los mismos lugares y emociones que cuando la compusiste?
Yo no soy la misma María José que hace 10 años, he vivido muchas más cosas. Las canciones me llevan al mismo lugar, pero por diferentes caminos.
En 2020, lanzas tu primer álbum, Sanación. Del rojo muladhara, relacionado con los aspectos de nuestra existencia física, al sahasrara o centro de conexión espiritual, cada uno de los siete temas incluidos en el disco representa un chakra. ¿De qué dolencia o malestar necesitabas curarte?
¿Te acuerdas de la dualidad de mi infancia? Pues es la dualidad de este álbum. La lucha entre la luz y la oscuridad, la lucha por conseguir algo bello de lo que a priori es un dolor. Es una sanación real, y la meditación me ayuda un montón.
Te refieres a este primer álbum como “un disco de autor”, rechazando la etiqueta “disco de flamenco”. ¿Por qué?
Porque cuando es un disco de flamenco tradicional, hay normalmente letras y melodías tradicionales. Yo, en mi disco, no utilizo ninguna de ellas. Ambas son de autor, escritas por mí. Es bastante biográfico.
Experimentar siempre conlleva un riesgo, más aún cuando se parte de un género musical tan característico como celebrado. ¿Cómo ha reaccionado el sector más tradicional del flamenco ante tu trabajo?
Siempre he tenido muy buen feedback. Me enorgullece que instituciones de la música quieran trabajar conmigo, y tener la oportunidad de colaborar con artistas de la talla de Tomasito, Paquete o personas que han hecho los discos de Morente, me enseña muchísimo. Que me entiendan, que no les parezca raro lo que hago y lo puedan disfrutar, para mí es lo más. Lógicamente, cada persona tendrá su visión del flamenco. Yo estoy dando mi visión del mundo, partiendo de que mi esencia. El folklore de mi tierra es el que es.
¿Hay algún artista que te inspire especialmente?
Julio Romero de Torres, Federico García Lorca, Enrique Morente, Camarón de la Isla, La Niña de los Peines… ¡Hay tantos!
A la hora de crear y componer, ¿compartes tus ideas con tu familia y amigos? ¿O prefieres guardarlo para ti y esperar a desvelar el resultado final?
Depende. Si tengo dudas lo enseño, y si lo tengo clarísimo no muestro nada (risas). Es como componer, cada vez es diferente. Si hubiese una fórmula definida, saldrían todos los temas iguales. Mis temas son todos diferentes, no tienen ni el ritmo igual.
"La música muta, vive a través de nosotros y se adapta al tiempo. Y el flamenco pervive por eso, porque trasciende los mercados y llega al alma."
No te identificas con el término ‘nuevo flamenco’, al considerar que el género musical originario de Andalucía ya es una revolución por sí misma. ¿Te sientes parte de un algún movimiento o estilo concreto?
Las etiquetas no me gustan, para nada ni nadie. Me parecen incompletas, dejan muchísima información en el tintero, y sirven para vendernos como si fuéramos productos. Y la música no es un producto, está viva y es de verdad. La música muta, vive a través de nosotros y se adapta al tiempo. Y el flamenco pervive por eso, porque trasciende los mercados y llega al alma.
No hay duda de que la emoción constituye el pilar fundamental de tu música. “Cuando veo una persona entre el público pensando, me da pena”, reconocías en una entrevista anterior. Y es que para sentir, primero hay que estar dispuesto a dejarse llevar. ¿Tenemos miedo los seres humanos a la hora de conectar con la emoción?
Sí, tenemos miedo a conectar con nosotros mismos.
Y ese temor se ha evidenciado ahora más que nunca, con la crisis sanitaria y el confinamiento.
Así es, por eso cuando hay una pandemia y el mundo se para, no somos capaces de estar tranquilos en nuestra casa. Nos encontramos con la cosa que más miedo nos da, que es nuestro interior. También es una oportunidad para arreglar aquello que no nos gusta y que está dentro de nosotros.
Los temas sociales y la importancia de conocer la historia para no repetir los errores del pasado forman parte de tu imaginario creativo. ¿Qué papel juega lo social en tu música?
Tiene un papel fundamental, no solo en mi obra, sino también en mi vida. Igual que elijo las personas con las que quiero compartir mi tiempo, elijo qué mensaje le quiero dejar a la sociedad. No quiero que mis primas canten letras machistas, aunque las melodías sean preciosas, pegadizas y vendan mucho.
¿Cuál ha sido la canción que más te ha removido mientras la componías?
Me levantan emociones todas, pero recuerdo que Nana del Mediterráneo me mataba. Cada vez que la canto, tengo que luchar por hacerlo bien porque lloro. Lo social está súper presente en todo.
Además de en la música, manifiestas tu identidad a través de la moda. Y pareces haber encontrado en el diseñador jienense Leandro Cano un buen compañero de viaje. ¿Qué es la moda para ti y cómo la utilizas en tu obra?
La moda tiene un papel muy importante, porque es una disciplina artística más que yo incluyo en mi obra. Primero, porque me encanta, y segundo, porque hace que mi obra sea más completa. La figura de Leandro Cano ha sido muy importante para mí. Es un diseñador que tiene el mismo origen que yo, entonces nos entendemos súper bien. A la hora de pensar en el imaginario andalusí, nos entendemos a la perfección.
¿Cómo surgió tu relación con Leandro?
Yo canté en el acto de bienvenida a Anna Wintour, en la recepción que le hicieron con motivo de su viaje a España. A la hora de elegir que me ponía, me ofrecieron un burro con ropa, y según vi el vestido de Leandro, supe que tenía que ser ese. Era como entrar en una pintura de Julio Romero de Torres.
Uno de los últimos vestidos que luciste, también firmado por el andaluz, escondía un profundo significado materializado en una delicada simbología.
Todo el simbolismo está basado en Andalucía. El Patio de los Naranjos de la Mezquita de Córdoba, las ruedas que son el símbolo de la bandera del pueblo gitano, las rosas blancas que hacen referencia a la pureza y a una infancia que está madurando, los puñales que tienen que ver con la letra, en la que digo “Ya no me duele más lo que digas tú, ¿no ves que tus puñales cuelgan de mi falda?”, etc. Quería simbolizar mi imaginario a través del vestuario. Todo está hecho de cerámica.
Acabas de mencionar al pueblo gitano, al que consideras fundamental para entender la historia y la sociedad de nuestro país. ¿Por qué?
Es súper importante para mí, para mi obra y para el flamenco. Es imprescindible cultural y socialmente para comprender la España que hoy tenemos.
La estética española está basada en la simbología, en el flamenco, en el traje de faralaes; todos tradicionales del pueblo gitano. Hay un montón de palabras que vienen del caló, la lengua tradicional de los gitanos, que está muriendo ante la falta de consideración por parte de las instituciones.
Es una pena que esto esté pasando en el siglo XXI. Si somos una sociedad progresista, es una pena que estemos tan retrasados a la hora de incluir la diversidad, aceptarla y potenciarla. Verla como una fuente de riqueza, porque eso es lo que es. Tenemos que pensar, como sociedad, si queremos ir hacia el camino de la libertad o, por el contrario, de la opresión.
La estética española está basada en la simbología, en el flamenco, en el traje de faralaes; todos tradicionales del pueblo gitano. Hay un montón de palabras que vienen del caló, la lengua tradicional de los gitanos, que está muriendo ante la falta de consideración por parte de las instituciones.
Es una pena que esto esté pasando en el siglo XXI. Si somos una sociedad progresista, es una pena que estemos tan retrasados a la hora de incluir la diversidad, aceptarla y potenciarla. Verla como una fuente de riqueza, porque eso es lo que es. Tenemos que pensar, como sociedad, si queremos ir hacia el camino de la libertad o, por el contrario, de la opresión.
¿Crees que tenemos la responsabilidad de adoptar un discurso que incluya cuestiones de índole personal y político? ¿Es importante mojarse y dar la opinión abiertamente?
Totalmente.
Y hablando de libertad de expresión y de manifestar las opiniones de forma clara y sincera, ¿cómo llevas las críticas?
Intento aprender de todo. Lógicamente, soy humana y tengo errores como todo el mundo, pero lo que me interesa es seguir aprendiendo para hacerlo cada día un poco mejor. Mi carrera no se trata de tener éxito o no. Mi éxito radica en la capacidad de superarme a mí misma, aprendiendo y mejorando día a día.
¿Es la música una industria muy competitiva?
Yo voy a mi bola, no hago música industrial. Estoy en la industria, pero no hago música industrial. Mi forma de hacer música no es esa, no me rijo por los valores del mercado. Mi carrera no consiste en llegar primero, por eso no me interesan los rankings ni los números. Me interesa lo eterno.
"Estoy en la industria, pero no hago música industrial."
¿Se puede ser libre en una industria conocida por anteponer, en ocasiones, los intereses comerciales a la creatividad y el talento? ¿Se te está respetando tu forma de crear?
Se me está respetando absolutamente. Fui súper clara, y dije desde un principio lo que era y lo que hacía. Les dije que si me veían como un producto al que cambiar y moldear, íbamos a tener un problema, porque yo no soy un producto, soy una persona. Lo que hago lo voy a hacer, sola o acompañada. Igual sola tardo más tiempo, pero lo acabaré haciendo.
Acabamos de entrar en el 2021, y ya tienes varios conciertos programados. ¿Hay algo que nos puedas adelantar acerca de tus próximos proyectos?
Sí, tengo conciertos en enero. En Barcelona, en Madrid, en Bilbao, etc. Estoy grabando, creando y escribiendo sin parar. No salgo del estudio, formo parte del mobiliario (risas).
¿Cuál es tu mayor miedo?
La soledad.
¿Y tu mayor deseo?
Amor. Lo que quiero es amor, capaz de contrarrestar la soledad.