Hemos tenido la oportunidad de ir al cine Renoir Floridablanca de Barcelona a ver el nuevo trabajo de la directora chilena Maite Alberdi, La memoria infinita, un documental sobre el amor y la vulnerabilidad humana. Y de paso, juntarnos con la nominada al Oscar por su anterior trabajo y profundizar en temas como la memoria, el cambio constante, y la resiliencia de las emociones.
Pero esta definición, la de vulnerabilidad humana, sabe a poco, pues, aunque aparentemente esta sea la temática principal, a medida que va avanzando la narrativa se van descubriendo muchas otras capas. El amor infinito es un film sincero que se nos presenta completamente desnudo, mostrándonos una problemática que nos afecta directa o indirectamente a una gran parte de la población: el Alzheimer. Pero no lo hace desde un enfoque dramático sino desde “el todo” que nos hace humanos, como nos dice Alberdi.
El trabajo más reciente de Maite Alberdi cuenta en primera persona la historia de amor de Augusto Góngora, periodista cultural chileno, y Paulina Urrutia, actriz y exministra de cultura. Después de más de veinticinco años juntos, la memoria de Augusto empieza a jugarle malas pasadas y tienen que reaprender a convivir y hacer frente a la situación con todo el amor que se tienen.
La directora, nominada al Oscar por El agente Topo (2020), vuelve a traernos una de las películas del año en su género, y ha vuelto a llamar la atención de la crítica y de las academias siendo nominada al Goya a Mejor Película Iberoamericana, y siendo una de las favoritas al Oscar a Mejor Largometraje Documental. Hemos tenido el placer de hablar con ella y poder comentar tanto lo que hay detrás del film, como lo que nos llega como espectadores.
Primero de todo felicitarte, me ha gustado mucho la película. Creo que a todos nos ha dejado un poco tocados.
¡Muchas gracias!
¿Cómo te llegó esta historia, y en qué momento decides que debes contarla en la gran pantalla?
Me llegó de manera bien casual. Augusto y Paulina son dos personas a las que he admirado durante toda mi vida. Son muy conocidos y con carreras destacadas, pero ya va más allá esa admiración. Cuando él tuvo Alzheimer lo dijo abiertamente en una revista importante en Chile. Tiempo después me los encontré. Yo estaba en una universidad, me contrataron para hacer un par de clases, y Paulina estaba allí trabajando. Vi que ella lo llevaba al trabajo y que estaban todos felices. La gente que trabajaba con ella la ayudaban a cuidarle, y mientras ella hacía clase, él se sentaba en la sala.
Augusto entró a mi clase y me empezó a hacer preguntas, todo muy natural. A mí me había tocado filmar mucha gente con demencia en películas anteriores, pero siempre totalmente aisladas de la sociedad. Era la primera vez que yo veía a alguien con demencia ser parte del mundo y serlo de una manera tan natural, en la que todos le tenían que cuidar con ella, y que ella estaba enamorada. Los veías muy pareja, y eso me llamó la atención.
Te motivó esa historia de amor.
Sí, la historia de amor siempre ha sido el foco. De allí surgen otras capas y otras lecturas, pero principalmente era una mega historia de amor.
¿Qué visión tenías en mente cuando este proyecto solo era una idea? ¿El resultado es parecido a lo que tenías pensado?
Yo te diría que sí y no a la vez. Creo que es muy parecido en el espíritu, que lo sigo resumiendo como una historia de amor, que es lo que quería desde el inicio (y lo que está). Es también muy diferente porque no pensé que iba a poner archivos, ni que iba a hacer asociaciones históricas y otras capas que aparecen en el montaje, y que aparecen también después de haber filmado mucho tiempo y haber entendido su proceso.
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He leído que al principio a Paulina le costó decidirse si quería o no participar en el proyecto. ¿Cómo la convencisteis?
La convenció Augusto en realidad, yo no. Yo traté, mucho tiempo, con todos mis argumentos posibles, pero siento que tenía razón. O sea, yo la escuchaba y pensaba lo mismo. Era muy difícil para mí convencerla porque tenía argumentos muy sensatos. No quería estar expuesta y era una persona pública, y había de cuidarlo a él. Tenía razón en todo, pero al mismo tiempo, yo tenía la certeza de que había que materializar esta historia de amor.
Inmortalizarla, ¿no?
Sí, completamente. Entonces fue él quien la convence. Estuvimos un año con conversaciones que iban y venían, y él siempre dijo, ¡sí, sí, sí! (Risas). Un día estábamos almorzando y él le dice, a ver, ¿qué te avergüenza tanto, que yo no pueda agarrar el tenedor bien? Mira, mira, así lo agarro. No lo podía sujetar, le temblaba la mano. Y siguió diciendo, a mí no me da vergüenza. Yo filmé a tanta gente en mi vida, y tanta gente me ha abierto las puertas de su casa para mostrar su dolor que, ¿por qué yo no voy a abrir las puertas de mi propia casa para mostrar mi propio dolor y mi propia fragilidad? Para mí esto es una gran lección de cine también, un documentalista que dice, bueno, yo filmé, ahora me toca a mí ser filmado, y que decida hacer una crónica de su fragilidad.
Con todo esto, ¿con qué mensaje o reflexión quieres que se queden las personas después de ver la película?
Yo creo que el principal mensaje tiene que ver con el amor y con que todo depende de cómo vivas las cosas. O sea, acá tenemos una gran tragedia que es el Alzheimer, que podría ser vivido desde un drama, y tenemos una pareja que disfruta su relación, donde el Alzheimer es solo un contexto y no es un drama, y donde las parejas se pueden reinventar.
Yo viví una pareja que se lo pasó muy bien hasta al final. Creo que ese es el mensaje importante para mí, que el amor no se acaba y el amor se renueva. Son cosas que todo el mundo te dice pero cuesta verlas materializadas en imagen. Llama la atención ver en la película esas imágenes de hace veinticinco años y luego verlos hoy día y darse cuenta de que se miran exactamente igual. Cuando filmaba siempre la pasé bien, nunca sufrí, pero al montar era como un antes del atardecer, antes del amanecer. Pasan los años y todo seguía igual. Y eso es precioso.
La memoria infinita no es una película sobre el Alzheimer, no es una película sobre el olvido; es una película sobre lo que siempre se recuerda.
La esencia de esta historia de amor existiría independientemente de la presencia de cámaras, pero entiendo que tu perspectiva como directora y guionista ha dado forma a la narrativa que llega al espectador. ¿Cómo has elegido las escenas que querías incluir?
Creo que las escenas que elegí del presente tienen que ver con entender esa relación, y las del pasado para poder entender la profundidad del presente. No se entendería todo sin esas escenas. Muchas tenían que ver con la permanencia de la memoria. Para mí, La memoria infinita no es una película sobre el Alzheimer, no es una película sobre el olvido; es una película sobre lo que siempre se recuerda. Y ves un amor que se recuerda hasta el final. Él se olvida de ella pero un par de horas, y muere un año y medio después de que yo termine de filmar, y hasta el final de todo, yo lo vi reconocerla. Y eso es excepcional.
¿Entonces, es esto para ti la memoria infinita?
Es, por un lado, la permanencia de esa memoria, que es la memoria emocional antes de todo, y también de un tipo que, cuando está perdiendo toda la información, sus dolores históricos también permanecen. En la película le preguntan, ¿te acuerdas de Parada?, y dice, sí, lo degollaron. Y así fue. Él no puede decir lo que hizo ayer pero te puede narrar los dolores de la dictadura. Para un país que hoy día, en tendencias de extrema derecha radical, que ves que se producen negaciones, justificaciones a las violaciones de derechos humanos, acá tienes un hombre que dice, mira, podéis manipular la historia, podéis borrar la información, pero el dolor ahí va a quedar. Y eso no lo puede borrar nadie. El dolor de un pueblo no lo va a borrar nadie. Eso es lo que hay que transmitir. Y eso es la memoria infinita para mí, lo que queda, y lo que queda es totalmente emocional, no racional.
Justo te iba a comentar que el concepto de memoria va mucho más allá del Alzheimer en esta película, pues trata también de la conciencia histórica de Chile relacionada con la carrera de Góngora. ¿Cómo dirías que tratas este concepto o consigues ligar los dos significados que se le dan a la palabra?
Sí, su carrera tiene mucho que ver con lo que le estaba pasando, todo está relacionado sin querer. Es una gran paradoja porque es un hombre que trabaja fervientemente por preservar la memoria histórica, y él la pierde. Pero no la pierde finalmente. Esa es la gracia de la película. Todos estamos esperando el punto en que se olvide de ella pero eso no pasa. Y el dolor de un país permanece. Y él lo dice en un archivo que sale al final, del lanzamiento del libro La memoria prohibida a principios de los 90: “Los chilenos han pasado unos años terribles en dictadura, y lo que tenemos que hacer es reconstituir nuestra memoria emocional. Y no lo tenemos que hacer desde las cifras o los actos conmemorativos, sino desde la emocionalidad. Y solo desde allí vamos a construir nuestro duelo”. Y es lo mismo que le está pasando a él.
En la escena del restaurante chino, le dice Paulina, ¿cuánto tiempo llevamos juntos?, y él, no sé, no me acuerdo, veinte años o así. No tiene ni idea. Pero después le pregunta, ¿tuvimos hijos?, y rápido le responde, no, no tuvimos porque tú no querías. Y eso es verdad, y eso es su dolor, porque él quería tener hijos y ella no. Y eso queda. Y otra cosa, nada que ver, en la película está la radio todo el rato: “Hoy murieron 43 personas…”. Es lo mismo que nos pasó en pandemia, todo se transformó en un número, y esos números no importan. En todo ese relato no estaba la emoción de la historia o de la pérdida. Y eso es lo que hay que narrar. Eso es lo que está narrando la película. Está narrando lo que olvida y lo que recuerda.
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Me has contado que pocas veces se olvidaba de ella, pero, en el proceso de grabación, teniendo en cuenta su Alzheimer, ¿cuáles fueron las mayores dificultades?
Lo llevó superbien. Acá es la gracia, es la primera vez que me pasa que tengo dos protagonistas que están muy acostumbrados a las cámaras. Siempre me pasa que, cuando grabo personas con Alzheimer, todos los días tengo que explicar lo que estoy haciendo. Pero acá, él siempre lo supo, sabía que estábamos haciendo un documental, no tenía dudas de lo que era una cámara, que a veces me ha pasado, que las personas piensan que son máquinas de otra cosa. He vivido todas las dudas de lo que puede llegar a ser ese objeto, pero en este caso, para él estaba clarísimo. Cada uno tenía relaciones muy distintas con la cámara. Como él era conductor en televisión, siempre se movía a mirar la cámara como si le fuera a hablar, y ella como actriz, rápidamente se olvidaba.
Sí que es verdad que hay alguna escena que mira a la cámara.
¡Sí! (Risas). Está muy consciente porque esa era su tipo de relación mediática. Él era el rostro. Entonces estaba siempre hablándole a la cámara. Y la de ella olvidarse. Entonces fue fácil en ese sentido del acostumbrarse y de la consciencia total del objeto y del objetivo.
¿Qué es lo que te llevas personalmente de esta experiencia?
Las experiencias que filmo terminan siendo las mías. Para mí, las películas son como regalos, son formas de vida y aprendo desde lo que estoy viendo porque se transforma en mi experiencia. Yo también viví lo que estaba filmando porque estaba allí. Entonces elijo filmar a personas con las que quiero estar ante todo. Y elijo filmar lugares en los que quiero pasar mucho tiempo porque voy a estar a allí años. Estuvimos cinco años grabando. Entonces, todo se resume en elegir dónde quiero estar.
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