Desde la antigua Grecia al Imperio Romano, los poetas despertaron fascinación y cautela a partes iguales. Platón los veía como portadores de una inspiración casi divina, pero también los describía como figuras peligrosas capaces de confundir verdad y apariencia. Aristóteles, en contraposición, defendió su papel como intérpretes de lo universal, convirtiendo la poesía en una forma de conocimiento y reflexión. Más tarde, Horacio los describió como maestros del equilibrio, destinados a instruir y deleitar al mismo tiempo, mientras Cicerón los elevó al rango de oradores del espíritu público. Entre admiración y recelo, razón y pasión, los clásicos nos legaron una pregunta que sigue vigente: ¿es el poeta un sabio que ilumina o un visionario capaz de perturbar el orden?
Luis Bravo es autor, entre otros, del libro de poemas Hojas de acanto y rosas (II Premio de Poesía Pablo García Baena, Cántico, 2024) y del diario Las terrazas desiertas (La Pipa de Kif, 2025). Para la editorial Dos Bigotes, ha editado y coordinado la obra colectiva Flores y ruina. Antología de relatos sobre el desamor (2024), que reúne a quince voces de la narrativa española actual para que aborden a través de la ficción ese estado anímico tan literario en el que nos sume el desamor, con el fin además de reflejar la diversidad sexual y de género. Altamente recomendable para regalar a propios y extraños. Para el 2026 prepara un cuarto libro de poemas y, seguramente, el segundo tomo del diario. Los músicos clasifican las voces de los cantantes de ópera por colores. La voz de Luis podría ser de color aceituna verdeja castellana, con matices de chocolate puro cuando se enzarza en discursos que sobrecogen al interlocutor por su contundencia y vigor verbal.



¿De dónde nace tu necesidad de explicarte a través de las palabras?
Lo que me atrae de la literatura, del arte o la cultura en general es la reflexión y la observación. La suma de ambas es para mí la única inspiración. Siempre he leído, he visto películas, me ha interesado la música, pero jamás había escrito nada. No tenía esa pulsión íntima de escribir relatos a escondidas. Fue en el segundo año de carrera cuando empecé a escribir, aprovechando los tiempos muertos en mi primer trabajo de bibliotecario. Ahí es cuando empecé a colaborar con un magazine digital y a publicar relatos. Me seguía interesando el cine pero ya estaba mirando hacia la literatura. En ese momento sí que me dije, voy a intentar escribir un relato, que era lo que más me interesaba y me sigue interesando. La novela todavía se me atraganta.
¿Por qué te gusta el manejo de la palabra y de las ideas?
Porque te hace pensar mejor. El efecto que me causa la reflexión continua del lenguaje y de las palabras es el de una mayor conciencia del pensamiento, sobre todo escribiendo a mano. Escribo bastantes cosas a mano. Los artículos no, pero el diario y los poemas sí. Los relatos, al ser prosa, requieren de una disciplina diaria de un mínimo de dos o tres horas, no mucho más.
¿Cómo se crea la necesidad de leer y de escribir a diario?
Es verdad que se vuelve una necesidad creada, como se diría ahora. Uno se va domesticando y los gustos los va aprendiendo con la práctica, pero en realidad es muy personal. La poesía no necesita ninguna disciplina. Hay una parte de enganche y de necesidad de descarga, de empezar a soltar y de anotar lo que se te va ocurriendo. Tampoco diría que grave, pero sí que imperiosa.
¿El reconocimiento es importante para ti?
Sí, el reconocimiento sí. No quiero que el lector me alabe pero me gusta mucho que me descubra otro punto de vista totalmente ajeno. Eso es muy interesante desde la perspectiva literaria. Lo decía Marco Aurelio en las Meditaciones: todo es cuestión de perspectiva. No hay opiniones, no hay nada. Todo son perspectivas diversas que se entrecruzan.
¿En qué momento eres consciente de que el mundo de la palabra es el mundo en el que quieres estar?
A finales de la carrera. Estudié Comunicación Audiovisual porque me quería dedicar al cine, pero la literatura se fue imponiendo y desplazó esa pasión. Lo encontré adecuado para mí porque es un momento y un espacio creativo en el que no dependes de nadie. Otras disciplinas artísticas suelen ser más grupales o necesitas de un equipo para sacar adelante los proyectos. Para escribir necesitas únicamente un cuaderno, o un ordenador. Ahí empieza la verdadera aventura. Parece muy sencillo, pero escribir tiene su parte de lucha. Más duro es picar piedra en el monte o trabajar con cuarenta grados al sol, pero a mí me gusta eso, la parte solitaria de la literatura, es lo que me hace estar a gusto y conforme.
¿Qué encuentras en la soledad?
Creo que sé comprenderla y sé escribir de ella. Sé trasladar muy bien esas emociones al papel. No por experiencia traumática propia, pero momentos solitarios los hemos tenido todos. Es verdad que sé y me gusta escribir de ello, también por influencia de otros autores.
La soledad está muy denostada.
Yo me considero individualista desde el mundo de las ideas, no en cuestiones políticas ni sociales. Nunca he sido muy de seguir a la mayoría. Y ahí es donde reivindico más el hecho del pensamiento y el raciocinio. Es lo que falta. ¿Puede ser este mundo nuestro actual muy solitario? Sí, pero porque está mal llevado el estar en sociedad. Hemos perdido el norte de lo que somos como sociedad. Si ves entrevistas a gente normal en la calle hace cincuenta años, tienen una capacidad de expresión que se ha perdido totalmente. Qué pena que se haya perdido totalmente la capacidad lectora y de comprensión. Mi generación ha sido de las últimas que hemos disfrutado de eso. Todo el mundo puede ser culto. Eso está en la voluntad de uno. Parece que saber cosas se toma a malas.
Ayúdame a conocer mejor a tu generación. Antes los poetas se agrupaban y formaban parte de movimientos artísticos que de alguna forma eran un faro para la sociedad. Actualmente eso no existe.
Yo soy del 94 y mis amigos son de los 90. A la gente que nos interesa la cultura, la historia y demás, somos muy conscientes de que el concepto de generación ahora mismo está completamente diluido y, sobre todo, desfasado. Yo también lo percibo como algo que ya es tan solo una categoría útil para los libros de historia. El trato mediante generaciones, poéticamente, ha dado muchos equívocos. La Generación del 27, que no era Generación del 27, sino Grupo del 27, no es una generación. Luego sí que es verdad que la famosa de los Novísimos y la de inicio de los 80 eran cuatro. Fue el inicio de la debacle de la agrupación por generaciones, porque en los 90 esos poetas que venían de agrupaciones anteriores ya lo ponían en duda. Pues imagínate la nuestra, con todo lo que nos esperaba en el nuevo milenio. Evidentemente es un tipo de agrupación que no funciona. Únicamente funciona por el hecho de agrupar a gente que haya nacido en unos mismos años. Las redes sociales han destrozado todo ese tinglado pero han contribuido mucho a que todo sea misceláneo. Y aun así existen puntos en común porque todo acaba siendo una red enorme.
“El efecto que me causa la reflexión continua del lenguaje y de las palabras es el de una mayor conciencia del pensamiento, sobre todo escribiendo a mano.”
¿Qué te interpela y qué puedes denostar de tu generación?
Cuando publiqué el primer libro, me llamaba mucho toda esa miscelánea y el decir, hay espacio para todos. Eso sí, el hueco que tú quieras ocupar, hazlo bien, porque lo de publicar lleva la responsabilidad de querer aportar algo de calidad. Me molesta bastante que algunos autores no puedan publicar mientras hay otros a quienes les publican cualquier mierda por el hecho de ser destacado epígono de X persona o porque es amigo de la persona editora. O la suma de ambas. A mí me llamaba mucho introducirme en este mundo porque creo que encajo en él. He tenido cierta facilidad para estar aquí.
La poesía da mucho respeto, parece que sois cuatro los elegidos que sois capaces de ir a fondo en eso. Para desmitificar esa idea al lector, cuéntame. ¿Qué necesitas que ocurra para escribir un poema?
Te diría que la desmitificación más sencilla que se puede hacer es el hecho de que la poesía también es un género. La poesía también es ficción. Tiene un entramado rarísimo de experiencia y lectura. Es tan vivencial como fantasiosa. Responde tanto al ensueño como a lo ocurrido verdaderamente. A mí lo que me lleva directamente a sentarme a escribir es el título del poema. O directamente el primer verso. Encuentras la primera frase, así te tires dos minutos, así te tires cinco meses escribiendo sobre eso. En el proceso de escritura, soy de la categoría de sin brújula, no me preparo nada, no me hago escaletas, no me hago guiones, no tomo apuntes previos y exhaustivos de todo lo que va a pasar porque me mata completamente el proceso creativo. Valoro la inmediatez y la incertidumbre. Que cada frase o cada ocurrencia me lleve a la siguiente, pero nada premeditado.
¿Y te sorprendes?
Cada vez, sí, claro.
¿Cómo es esa sensación?
Ahí es cuando te crees Goethe escribiendo mi Fausto personal (risas). Luego se te pasa, pero me gusta la sensación de estar dándote cuenta de que está quedando bien. Hay una intención por conseguir la hermosura, por intentar perseguir la belleza, que es una cosa, por supuesto, inalcanzable. Pero sí que está esa obsesión por lo elegante, la belleza, por todo lo sugestivo. Es algo primordial.
Te fijas especialmente en el paso del tiempo. ¿Eres un sentimental?
Creo que sí. Quizá eso ha sido el gran descubrimiento de las afinidades literarias, o en el propio proceso de creación y de escritura en general. Me obsesiona el tiempo. Me gusta verlo reflejado en el paisaje. Por desgracia, o por suerte, somos finitos. Pero ese efecto que no sabemos comprender, porque ahí están sino las ínfulas y las vanidades que jalonan todos los ámbitos de nuestro mundo. En la naturaleza sí se da, que es un curso perpetuo que se renueva siempre. Como persona mesetaria para mí es muy importante ver el paso de las estaciones. Nunca me han gustado los países de clima perpetuo porque creo que me volvería loco. El paso del tiempo lo intento rescatar y retener en mis poemas a través del cambio de las estaciones, porque en el mundo antiguo era algo primordial.
¿Dónde está tu paisaje?
En Castilla y León, sin duda. Mi pueblo está en Soria porque mi abuela materna era de allí y sigo yendo todos los veranos. Está cerca de la frontera con Burgos y el Cañón del río Lobos. Es un enclave privilegiado. Ese paisaje soriano, castellano, reconozco que lo llevo conmigo. Tengo conexión directa por herencia familiar porque yo soy madrileño también, pero soy soriano si nos remontamos a los familiares de mis padres. Todo queda muy norteño y muy castellano. Otra cosa que me han dicho mucho, que soy muy castellano, lo cual me lo tomo como un piropo.
La bendita discreción castellana.
Sí, la reconozco en mí y en mis familiares. Este paisaje lo he comprendido y me ha gustado más con el paso de los años. Cuando era pequeño me gustaba mucho pero no lo había interiorizado. Nunca pensaba esto también es mío, o tengo derecho a esto y a saber disfrutarlo. No porque tenga que pertenecerme, en todo caso yo le pertenezco. La pertenencia es unidireccional, pero de uno hacia todo ese espacio. Uno es parte de esto, directamente. Y contemplas tu pequeñez. A mí esa parte es la que de verdad me deja sin palabras. Es algo que es muy difícil de trasladar a lo escrito sin quedar rimbombante o quedarte corto. Ese desafío me gusta. Es un descargo de inquietudes internas. También es un refugio al alcance de cualquiera.
¿Cómo lo describes?
No sé cómo describirlo exactamente. Es una mezcla de sensación de paisaje infinito, como estos juegos de cartas francesas que se extendían. La tierra es muy ferruginosa, muy roja. En verano, sobre todo, observar esas mezclas de los campos de centeno y de trigo, con otras tierras aradas que parecen una herida abierta, combinado con la seriedad secular casi litúrgica de lo que son los pinares y los encinares, que allí llaman sabinares. Hay que ser de piedra para que eso no te toque, para que no te dejes contagiar del aire caliente que se mueve entre ellos. Es un paisaje muy rico en motivos y en detalles, pero a la vez es muy seco y así también el carácter de la gente, que es lo que menos me interesa. El trato humano es lo que me da un poco igual, hasta que le coges el puntillo.
¿Cuál es el puntillo?
Es el vacile y la economía del lenguaje. Allí lo de preguntar muchas cosas, no. Falta un poquito de refinamiento en el trato y en las normas de trato social. Ahí el carácter es muy importante. Es mejor que te lo trabajes y lo saques a relucir. Me gusta como forma de vida pero sin que suene tan violento, que a veces son más brutos y más bastos que una braga de esparto. Mi escritura es bastante más delicada que todo eso. De ese paisaje elijo lo que más me interesa. Si lo tuviera que plasmar tal cual, para eso ya estaba Delibes, que lo hizo muchísimo mejor.
Tu libro Hojas de acanto y rosas sugiere una tensión entre lo perenne y lo efímero. ¿Cómo te relacionas con la finitud de las cosas y el paso del tiempo?
Es algo obsesivo, me interesa estar pendiente de ello. Aunque no te des cuenta el tiempo pasa volando pero no deja de interesarme el hecho de que las cosas siguen sucediendo y que todo acaba pasando. Independientemente del papel que tengamos en ese momento o de cómo nos esté afectando a nosotros. Lo dicen mucho mejor los árboles con su estaca y su forma caduca. Yo soy un simple observador, no pretendo cambiarlo. La primera parte del libro está más pendiente de las situaciones vitales y de esa parte de la naturaleza más penumbrosa. Pero aun así, creo que está cargada de sensaciones y de vida. Da igual que lo trates desde un prisma más oscuro. Desde la energía o de la oda, creo que te llevas la misma descarga de sensaciones. No tienen los mismos matices, pero igualmente es como observar un rayo. Te puede caer encima y la puedes diñar, o puedes quedarte únicamente con la buena sensación de empezar a contar los segundos hasta que el trueno ya se hace sonar. Hay que dejar que todas esas situaciones te atraviesen de lleno para constatar el placer de estar vivo.
¿Te consideras una persona comprometida?
No, solo creo en lo que me interesa. Estoy comprometido con las cosas que hago, con mi esfuerzo, pero con causas no.
¿Por un rechazo hacia las organizaciones sociales, los partidos políticos, o por puro desinterés?
Por rechazo a todo lo que sea organizar e intentar compactar unas líneas de pensamiento. Si haces eso, lo que tienes son ideas. Pero las ideas son topes y el pensamiento es una cosa continua, o sea, es un discurrir infinito. Y las ideas no. Las consignas son eslóganes muy bonitos pero se quedan ahí y en cuanto una o más personas se pongan a dirigir, lo que va a imperar no es la idea, sino excusándose en esas ideas, van a ser sus opiniones y al final sus imposiciones y todo el mundo las deberá acatar. Por supuesto voto y tengo mis ideas políticas. Como decía Marc Giró, oscilo entre el intentar estar sosegado y el pocos containers se están quemando, que es, por supuesto, la situación en la que nos vemos prácticamente día a día. Votar me parece un ejercicio de derecho fundamental. Pero nunca me comprometería con ningún partido político.
¿Te has comprometido con alguien?
Amorosamente sí, claro. Las relaciones de amistad son compromisos. La verdad es que son compromisos maleables, muy circunstanciales y están sujetos a cambios. Ahí está la gracia de ese tipo de relaciones. Para mí inamovible es el paisaje de Soria, pero las relaciones humanas no. De hecho, me interesan y las sufro por la parte de cambio que tienen.
“La poesía también es ficción. Tiene un entramado rarísimo de experiencia y lectura. Es tan vivencial como fantasiosa. Responde tanto al ensueño como a lo ocurrido verdaderamente.”
¿Crees que el poeta evoluciona con la escritura? ¿Lo estás notando de alguna manera?
El primer libro lo publiqué en 2021. Hasta ahora llevo publicados tres de poemas, y de prosa tengo otros tres. Sí se nota el cambio, pero únicamente en lo poético. Ahí está lo enriquecedor de cualquier trayectoria poética. Cada poeta se reconoce a sí mismo, sus maneras, su estilo, su mundo interior. No se produce una decadencia, pero sí que se empiezan a reducir las variaciones, las repeticiones. Cada libro nuevo no es que sume únicamente a su trayectoria o su currículum, sino que pueda buscar nuevas vías dentro de lo que ellos escriben y dentro de sus intereses. Si no percibo el interés dentro del propio autor en lo que me está mostrando, no me interesa. No tiene sentido escribir para eso.
El poeta Joan Margarit escribió que la poesía es la más exacta de las letras, en el mismo sentido que las matemáticas son las más exactas de las ciencias. ¿Lo compartes?
No, yo jamás las compararía, pero sí tiene razón en la exactitud. Una de las tres características de la poesía es la exactitud. A mucha gente les parece complicado, pues a mí no, a mí me atrae. No porque sea excesivamente sencillo, pero sí que me atrae el que me parezca sencillo. Igual ahí recae lo castellano de la economía de lenguaje, reciclada de otra manera. Me gusta mucho eso, aunque un poema sea de tres páginas o de siete versos.
Margarit también decía que un poema debe tener una primera lectura al alcance del lector menos preparado. Si no la tiene, es culpa del poeta siempre.
Hombre, en el caso de Margarit, sí, porque sus poemas eran excesivamente simples. Él no lo iba a complicar. No estoy muy de acuerdo. Depende de la poética que quieras adoptar o tengas. Hay veces que uno, por excesivo arranque y pirotecnia verbal que le pueda echar, estropea el poema. Lo enfangas tanto para un lector de poesía que pueda estar muy versado como para alguien que no sabe de poemas y se quiera meter. A mí no me molesta que un poema sea opaco. Creo que soy un poeta bastante hermético, con algunas excepciones. Hay que dejarse llevar por ese misterio de lo que no se acaba de comprender, porque o lo comprenderás más adelante cuando vuelvas a ello o la gracia está en que no lo entiendas.
Cuando escribes, haces un ejercicio de autoexploración, en el sentido de que es un diálogo contigo mismo.
Me gusta más lo de diálogo con uno y con el otro. Lo que le obsesionó y le interesaba a Carmen Martín Gaite, la búsqueda del interlocutor constante.
¿Cuál sería el interlocutor que buscas tú?
Pienso únicamente en un lector receptivo e interesado. La historia acaba siendo lo de menos. Lo que importa es la capacidad de hacer reflexionar y de desubicar de manera benigna la receptividad del otro. Hacerlo tambalear un poquito, sin molestarlo. Me gustan escritores muy broncos. Hay casos maravillosos como Céline, sería el que más entre muchos otros. Jean Genet también, por esa capacidad de conmover en un sentido estético y a veces sentimental, pero sobre todo intelectual.
¿Hasta qué punto los has necesitado?
Los que más me han gustado siempre me dejan una sensación de pasmo muy adictivo, desde su primer párrafo o el primer poema. Cada año tengo varios que descubro o redescubro y me encantan. Este año han sido tres hombres: Adam Zagajewski, Yannis Ritsos y más recientemente Mohamed Chukri. No sé por qué he tardado tanto en leerlos.
¿Estás muy seguro de ti mismo y de tus capacidades?
Sí, desde luego, la capacidad de trabajo sobre todo. Esto puede quedar arrogante y no es incompatible con tener inseguridades en el momento creativo. No soy ese tipo de escritor o de poeta que está en permanente duda. Tampoco lo creo sano porque no te hace avanzar.
¿Por carácter o por convicción?
Por carácter. Eso se lleva en la sangre y luego por convicción, por casos que vas viendo, por infinidad de lecturas y demás. He ido viendo claro qué actitudes literarias me interesan o con las que puedo casar mejor. No hay que decir que eres poeta cuando has publicado dos poemas en una revista nada más, pero cuando llevas tres libros publicados, no hay ningún problema en que te denominen o tú te puedes denominar como poeta. Los novelistas no tardan mucho en denominarse como novelistas o como escritores.
Un momento feliz de mi infancia eran los sábados junto a mis padres en Ancora y Delfín, una librería que ya no existe en Barcelona. ¿Recuerdas algún momento que te resuene como de felicidad máxima siendo un niño?
Sí, claro, en los bares con mis padres hablando con todo el mundo. Creo que le he pegado unas turras siendo un niño de seis o siete años a todos los amigos de mis padres, que a veces me lo han recordado. He debido soltar unas conferencias cuando era pequeño que me da hasta vergüenza. No son recuerdos creados ni inventados. Era muy curioso y me encantaba hablar con todo el mundo. Le pedía a la gente que me contasen su vida. Era una tertulia constante.
¿Cuáles son los temas más relevantes que quieres introducir en tu poesía?
Pues tres, que son los mismos desde la noche de los tiempos: el amor, la muerte y el tiempo. Los libros y el amor, los libros y la muerte, los libros y el tiempo, y todo así. Y te diría que de apéndice a todo eso, la naturaleza. Para mí sí que es el gran motivo inspirador de prácticamente todo. No como lo entendemos ahora de buscar espacios naturales, sino la naturaleza en su sentido romántico, o sea, el paisaje. Ver una tormenta, sobre todo en el campo, es un espectáculo subyugante. Lo atmosférico en la literatura también es de las cosas que más me ganan y que siempre me interesan. Lo descriptivo de lo atmosférico. Para mí eso vale más que cualquier diálogo ingenioso. El ingenio está muy bien pero acaba siendo letra muerta.
Háblame del libro Flores y ruina. ¿Qué propició la necesidad de hacer esta antología de relatos sobre el desamor?
Quería publicar un libro en Dos bigotes. A Gonzalo y a Alberto los conozco desde que crearon la editorial allá por 2014. Me parecía una colección muy bonita y quería conseguir un libro para poder publicarlo ahí. Tuve varios intentos con otros manuscritos que, o no les gustaron o les encajaban mal en el calendario, y se me ocurrió intentar hacer una antología. Tenía el prurito de intentar reunir a varios autores bajo una premisa y que me dieran trabajos originales sobre una idea. Y surgió por la parte de la naturaleza, centrándonos en las flores junto con el tema del desamor.
El desamor no se ha tratado tanto, o no de la manera en la que a mí me interesaba que lo plasmasen. Les gustó y aceptaron. Busqué determinados autores que me gustasen y fueran de mi misma cuerda, o no. Me traje algunos poetas para que se estrenasen con la narrativa también, y a cada uno le di individualmente un tipo de flor. Con el tema del desamor les pedí que hicieran lo que ellos quisieran.
El desamor no se ha tratado tanto, o no de la manera en la que a mí me interesaba que lo plasmasen. Les gustó y aceptaron. Busqué determinados autores que me gustasen y fueran de mi misma cuerda, o no. Me traje algunos poetas para que se estrenasen con la narrativa también, y a cada uno le di individualmente un tipo de flor. Con el tema del desamor les pedí que hicieran lo que ellos quisieran.
La pregunta es obligada: ¿qué experiencia tienes con el desamor?
Hombre, pues mucha. Por suerte estoy vivo y he tenido mis historias. Creo que pasamos más tiempo desenamorados que enamorados. Salvo esta gente que empalma relaciones de diez años mínimo una detrás de otra. Y claro, no vive en la soltería. Cuando uno está soltero y ligas con alguien, te cae bien, te acuestas con esa persona y demás. Pero lo más normal también es que si la experiencia se repite muy a menudo, una de las dos personas se enamore más del otro, o se enganche, como quieras decirlo, y el otro no. Y por supuesto se sufre. Por mucha aplicación de ligue, por mucha red social y por mucha facilidad de interconexión que haya, en realidad el individualismo, la soledad se ha acrecentado muchísimo y, por supuesto, no se deja de sufrir. El sentimiento va a permanecer ahí, nos guste o no. Creo que es importante vivirlo, simplemente para aprender. Forma parte del recorrido vital. No entendería que se evitase.
Eso lo decimos cuando ya lo hemos superado.
Cuando lo sufres, no lo considero un momento creativo para nada. Sí me resulta interesante como materia literaria. Como experiencia propia, lo considero algo natural que suceda. Hay que aprender a soportarlo pero por el hecho de que se va a repetir.
¿Y cómo se aprende?
Bueno, pues en parte relativizándolo un poco y poniéndote tú en contexto de la historia, de si ha sido más o menos larga. Tú a ti mismo te tienes que preguntar, ¿qué es lo que ha ocurrido? ¿Ha ocurrido algo que de verdad te haya dado visos que esta relación entre dos personas fuera de verdad o fuera a ser tan provechosa? La mayoría de las veces no es así.
¿Por qué crees que no? ¿Qué falta para que sea provechosa?
Comunicación y falta de ella, porque muchas veces todas estas situaciones vienen de que uno empieza a creer o sobreentender cosas que no están sucediendo. Y eso es lo que me interesaba de la parte literaria del desamor. En realidad no ocurre nada. Pero tú le estás poniendo unas capas y unos pliegos que cuando los pasas o los intentas hacer tangibles, se desmigan. Es humo puro. No ha ocurrido absolutamente nada, o el otro te lo ha hecho mal entender. Eso es lo que suele pasar muchísimas veces.
¿Eso qué nos dice del ser humano?
Que tenemos una tendencia intrínseca al barullo. Somos animales igual de válidos para el raciocinio, cosa que nos diferencia de todas las demás especies, como para el embarullo, para no vivir en paz.
¿Eso qué aporta?
Aporta creatividad, las crisis, las grietas. Es una oportunidad de exploración y de mucha capacidad de aguante. De probar nuestra supervivencia, porque no hay que llegar a mayores, pero sí que te puede servir para nuevas vías de entendimiento y de autoconocimiento. Pero no desde el sabotaje. Es que eso únicamente es sadomasoquismo. Como decía Unamuno, dejar de vivir para escribir, para escribir de lo que vives.
“Valoro la inmediatez y la incertidumbre. Que cada frase o cada ocurrencia me lleve a la siguiente, pero nada premeditado.”
¿Cómo te relacionas con la realidad?
Para mí lo real es muy importante para luego la ficción. Muchas veces, cuando se empieza a crear, a escribir, te vas directamente al quinto círculo celestial de la fantasía y el ensueño, y luego es muy complicado trasladarlo al papel. Cuando se empieza a escribir, deberías empezar a contar de lo que ves o has oído, o de lo que te han contado. A partir de eso seguirás soltando la imaginación literaria. De una anécdota de una señora que fue a comprar fruta puede devenir algo bueno. Mendoza haría maravillas con eso, o Juan José Millás, que haría ahí un novelón. Para mí la realidad es la tabla rasa de la que tenemos que empezar a arañar y rascar. Si tratas la realidad tal cual es, queda más increíble que si tratases algo ficticio. Hay que estar atentos, y para eso es muy necesario la escucha y la atención. Te das cuenta que la realidad es rara de cojones.
¿Hacia dónde crees que nos dirigimos como colectividad?
Me asusta, parece que estamos teniendo flashbacks de los años 20 y 30 del siglo pasado, y ya sabemos en qué desembocó todo eso. No creo que podamos saber hacia dónde nos dirigimos como colectividad, ni como especie, por haber perdido el sentido crítico de las cosas. Ayudaría mucho más a detenerse y a razonar mejor. Ha ganado la impulsividad, pero no creo que se pueda saber qué destino nos espera más allá de todas las previsiones climáticas o sociales a corto plazo, que son muy malas, pero porque no hacemos caso y ahí sí que nos faltaría confianza en nuestra propia capacidad humana. Llevamos en nosotros el instinto de supervivencia, pero también parece que hacemos por destruirnos. Los famosos bárbaros del poema de Kavafis, tú los esperas, están ahí, o igual no están, o nunca llegan. Y eso te reconcome y te desespera, pero habría que saber lidiar con eso.
¿Podemos concluir que ha fracasado el humanismo?
Ahora está en un momento de descrédito absoluto, de maltrato institucional, de descrédito social, colectivo, intelectual, sí, pero se recuperará y se volverá a tener en cuenta. Todo es cíclico. Todos estos odios acérrimos que surgen, todos estos descréditos, todos estos mentideros que brotan, se acaban secando y acaban pasando y se vuelven a retomar ideas que parecían caducas. En realidad son muy perennes y podían haber seguido ahí y no haberse quitado en un determinado momento.
Te voy a leer un fragmento de un poema de Gil de Biedma que se titula Pandémica y celeste, que seguramente conoces y luego vamos a la pregunta.
“… Porque no es la impaciencia del buscador de orgasmo
quien me tira del cuerpo hacia otros cuerpos
a ser posible jóvenes:
Yo persigo también el dulce amor,
el tierno amor para dormir al lado
y que alegre mi cama al despertarse,
cercano como un pájaro.
¡Si yo no puedo desnudarme nunca,
si jamás he podido entrar en unos brazos
sin sentir –aunque sea nada más que un momento–
igual deslumbramiento que a los veinte años!
Para saber de amor, para aprenderle,
haber estado solo es necesario.
Y es necesario en cuatrocientas noches
–con cuatrocientos cuerpos diferentes–
haber hecho el amor. Que sus misterios,
como dijo el poeta, son del alma,
pero un cuerpo es el libro en que se leen.”
quien me tira del cuerpo hacia otros cuerpos
a ser posible jóvenes:
Yo persigo también el dulce amor,
el tierno amor para dormir al lado
y que alegre mi cama al despertarse,
cercano como un pájaro.
¡Si yo no puedo desnudarme nunca,
si jamás he podido entrar en unos brazos
sin sentir –aunque sea nada más que un momento–
igual deslumbramiento que a los veinte años!
Para saber de amor, para aprenderle,
haber estado solo es necesario.
Y es necesario en cuatrocientas noches
–con cuatrocientos cuerpos diferentes–
haber hecho el amor. Que sus misterios,
como dijo el poeta, son del alma,
pero un cuerpo es el libro en que se leen.”
Su amiga Carme Riera defendía que no era solo suyo, sino el poema de toda su generación. ¿Qué opinión te merece?
Pues que este fragmento vale todo lo que hemos dicho antes de lo que uno intenta conseguir. Esto lo ha escrito Gil de Biedma pero lo podría haber escrito Catulo en el siglo V antes de Cristo. También me interesa lo hermoso de haber llegado a esa reflexión con un acto corriente como es tener amantes. Acostarte con gente por propio placer e impulso sexual, cómo ser consciente del vacío que deja ya no la experiencia sexual, sino el hecho de relacionarse desde esa intimidad y pensar esa intimidad. Tú puedes aspirar a desnudarte, como dice, tranquilamente. Mucha gente quiere tener una relación para estar tranquilo y a gusto con su pareja. Una vida sin altibajos. Otros no. Es necesaria esa búsqueda y esa constatación de la soledad, de la soltería, de todo lo que hemos mencionado antes, de todos esos pasajes que uno tiene que transitar más o menos amables, más o menos incómodos. Yo creo que son indisociables de cualquier vida humana y el hecho de perdérselos o vadear alguno es no vivir.
¿Qué relación mantienes en lo cotidiano con el hecho de estar vivo?
De uso continuo y moderado (risas). Yo creo que sí. No diré lo de Pasolini, aunque me gusta mucho más su idea, de “amo a la vida casi a la desesperada con fiereza tanto que sé que acabará conmigo”. No pretendo que acabe conmigo, ni mucho menos, porque me gusta disfrutarla tranquilamente con sus muchos altibajos y los desafíos que te propone. Me gusta su desesperanza pero por la posibilidad de darle la vuelta y de convertirlo en algo mejor. Soy consciente de todas las durezas de la vida, sin haber vivido nada traumático, sino por el simple hecho de que sé que están y existen y en cualquier momento se nos ponen de espaldas y nos hacen polvo. Me gusta la consciencia de estar vivo por el simple placer de tener elección, de estar aquí.
¿Cuál es el objetivo final del hecho de escribir? ¿Qué persigues?
Que resulte una parte de seducción me interesa mucho. Prefiero seducir antes que revolucionar. Ese puede ser el objetivo de lo que escribo. Prefiero la seducción antes que la revolución.
De alguna forma es tu manera de compartirte.
Sí, la mejor manera que puede haber. A mí es la que más me gusta. Por eso la sigo practicando y espero practicarla toda mi vida. Es mi lugar en el mundo, los libros, la literatura. Todo lo que pueda desembocar en ellos. Lo tengo clarísimo.

