Hay una diferencia entre los adultos jóvenes y los jóvenes adultos. Los primeros van a un concierto sin necesidad de saberse el setlist de memoria; los segundos, en cambio, necesitan sentirse fans para justificar su entrada. El concierto de Lucky Love en La Nau, Barcelona, reunió a una buena muestra del primer grupo: una audiencia en su mayoría entre los treinta y los cuarenta y pocos que, sin haber memorizado cada letra, se permitieron entregarse a la experiencia sin culpa. Padres primerizos que dejaron a los niños con algún familiar para vivir, por unas horas, el placer sencillo de ver a un chaval de veintisiete años convertir una pequeña sala en un refugio emocional.
Lucky Love ha construido su carrera sobre un imaginario de amor, desamor y redención queer, y el concierto de Barcelona no fue la excepción. Entre neones suaves y un aire de intimidad, las canciones sirvieron de puente entre el escenario y el público. La presencia de romance en la sala era innegable: parejas de todas las edades se dejaron llevar, y a mi alrededor, una en particular se besaba con una entrega que desafiaba la sobriedad del resto de la sala. No es casualidad que Lucky Love, con su voz quebradiza y su vulnerabilidad desarmante, tenga ese efecto en la gente.
El setlist fue un recorrido por su universo sonoro, donde la música en directo y los pequeños shows entre canciones tejieron una narrativa emocional. Happier on my Own marcó el inicio con su energía liberadora, seguida por Lova y Tell Me, que hicieron crecer la conexión entre el artista y el público. Masculinity y Tomorrow dejaron ver su lado más provocador, mientras que Skid Row y I Don't Need Your Love sumergieron la sala en una melancolía compartida. La intensidad creció con I Don't Care If It Burns y Die, que rompieron cualquier barrera entre la vulnerabilidad y la fuerza.
El momento más especial llegó cuando el artista decidió romper la barrera del escenario y bajar a abrazar a su público para Love Is All Around, la última canción. No fue el típico gesto premeditado para generar conexión; se sintió genuino, como un acto de amor directo hacia quienes lo han acompañado en este camino. Y ese es, al final, el verdadero encanto de Lucky Love: hacer de cada concierto un espacio seguro donde las emociones fluyen sin restricciones, donde se puede llorar, besar, cantar y abrazar con la misma intensidad. En una sala pequeña, lejos de los grandes estadios y los espectáculos milimetrados, Lucky Love demostró que la música, cuando es honesta, no necesita más artificios que la entrega absoluta de quien la canta y quien la escucha.
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