En la frontera entre Brasil y Uruguay nace una historia repleta de momentos que fomentan compasión por una chica que busca una conexión y encontrarse a sí misma. Publicada por Yegua de Troya, Mandinga es un libro que te hace sentir incómodo mientras investiga temas duros pero necesarios. La novela de la autora argentina Luciana de Mello ilustra cómo es vivir en las fronteras, tanto físicas como emocionales, donde esas fronteras no solo significan las zonas colindantes entre países sino también los límites de nuestras emociones, los confines de nuestras relaciones y la división entre comunidades.
De Mello cuestiona nuestro entendimiento de cómo la pobreza, la raza y el género se manifiestan en dinámicas familiares y comunitarias. La historia sigue a la protagonista en un viaje para encontrar a su padre, y en ese trayecto vamos desentrañando los aspectos de su vida que la han subyugado a una realidad compleja donde tiene que aprender a protegerse. Mandinga se mueve libremente en el tiempo, mostrando la evolución de la protagonista y explicándonos sus motivaciones. Atravesando la frontera reflexiona sobre su niñez, los personajes que la han marcado para siempre, las maneras en que los hombres la han fallado y cómo las mujeres en su vida la han ignorado. Y, más que eso, cómo ese amor enfermo es algo que se aprende, que alguien te enseña. 
Para sobrevivir en un mundo dirigido por hombres, las mujeres se ven obligadas a sacrificarse. Mandinga no es un libro que busque culpar a las mujeres, sino comprender el estrago mental y físico por el que pasamos en un entorno dominado por el patriarcado. Nos muestra que romper esa cadena es necesario para sanar la herida generacional del colonialismo, la misoginia y la violencia. Hoy hablamos con Luciana sobre su nueva novela, los horrores del patriarcado, el borrado de lo afrodescendiente en la historia argentina y otras violencias.
mandinga cover.jpg
Más que autora, también eres periodista cultural, crítica literaria y guionista. ¿Cómo influyó tu experiencia previa y tan diversa a la hora de escribir Mandinga?
De todas las maneras posibles. Como crítica literaria me pasó algo parecido al desdoblamiento: escribía leyéndome a cada paso. Me hacía mi propia crítica. Pensaba qué escribiría yo de lo que acababa de escribir/leer. Puede ser muy estimulante, un desafío de concientizar lo escrito. Pero en un momento tuve que parar. Recuerdo que llamé a mi maestro, Guillermo Saccomanno, y le dije que temía estar escribiendo algo por lo que la crítica feminista, los organismos de Derechos Humanos, y/o la comunidad queer podría matarme (literariamente). Por supuesto que ni siquiera sabía en ese momento si me iba a publicar alguien o no, pero lo que se jugaba ahí era el fantasma paranoico de mi súper ‘yo’. Guillermo me dio el consejo más simple y sabio: vos escribí sin pensar. Dejá que te dirija la historia. Que la lectura la hagan los demás. Y para salir de la parálisis que me inundaba por momentos, sobre todo por los temas que toca la novela, me sirvió mucho. Muchísimo.
Por otra parte, la semilla de esta novela aparece desarrollando un tratamiento de guion. La historia del padre. La pregunta que dio origen a Mandinga es la pregunta sobre el padre. De ahí se fueron haciendo otras, pero la primera fue esa. Quién es este padre, qué lugar ocupa en la vida de la protagonista, cómo es que termina siendo servicio de inteligencia de la marina uruguaya. Y las imágenes del primer capítulo son muy visuales gracias a que las escribí para el formato guion. De alguna manera marcó una sensorialidad importante en la novela.
Cuando buscas la palabra mandinga, tiene muchas definiciones, sobre todo la de un diablo. ¿Qué significa para ti?
Mandinga está asociada a lo diabólico por obra y des-gracia del colonialismo, que ha reducido todo lo afro-indígena a su visión dualista y cristiana de la vida. ‘Es cosa de Mandinga’ se usa  en Argentina y en Uruguay para denominar fenómenos que no tienen explicación y por lo tanto se relacionarían con lo diabólico.
Pero los mandinga son un pueblo del África Occidental, un imperio antiguo de Mali, y los traficantes de esclavos llevaron la palabra a América. Fueron los mandingos quienes dieron origen a la capoeira (el entrenamiento guerrero disfrazado de baile que las personas esclavizadas en Brasil practicaban en las sensalas) y que para el blanco representaba un ‘engaño’. Mandinga por lo tanto está asociada con el significado de la resistencia. Otra acepción es ‘fetiço’, hechizo en portugués, para cerrar el cuerpo a los daños del exterior. Y todos estos significados juntos creo que dialogan con la novela. Además es una palabra que suena hermosa.
Los hombres en la novela son seres asquerosos, sin lealtad y manipuladores. Las mujeres también tienen algunas de esas características, pero tienen más profundidad. ¿Por qué integrar ese contraste en el libro?
En la novela hay hombres y mujeres en estado de supervivencia absoluta a pesar de que no haya una guerra ni una catástrofe natural como telón de fondo. Es tan cotidiana la supervivencia en los márgenes de una ciudad, donde es preciso sacar todas las herramientas y armaduras que se tenga a mano para alcanzar lo que otros dan por sentado: techo y comida. Si a esto le sumamos la violencia de género, el abuso sexual infantil intrafamiliar, el desalojo, el amor entendido como sumisión y revancha, entonces tanto los hombres como las mujeres de la historia terminan enredados en relaciones de pura herida. De todas maneras, quería hablar de la manera en que las mujeres nos damos cobijo, tan escaso en el caso de los hombres. La manera en la que hablamos entre nosotras, portando la historia oral familiar. Acá la madre es la que pasa la historia, con toda la bilis que se pueda imaginar, pero no solo. Hay algo que valorar en las mujeres transmisoras de la historia.
Y quiero hacer una salvedad. Los hombres quedan muy mal parados, sí, pero el personaje de Joao, quien la acompaña en la búsqueda, termina mostrando su lado más vulnerable, casi inocente, frente a la protagonista, que no puede sentir amor.
“Quería hablar de la manera en que las mujeres nos damos cobijo, tan escaso en el caso de los hombres. La manera en la que hablamos entre nosotras, portando la historia oral familiar.”
Hemos visto el tema de la mamá depresiva, casi bipolar, que no se conoce a sí misma ‘fuera’ de su esposo. Como mujeres, especialmente las generaciones previas, pero incluso ahora, se nos enseña a encontrar un hombre que nos cuide por siempre. Además, aprendemos que si nos dejan es culpa nuestra. ¿Ves que estén cambiando estas expectativas? ¿Cómo es este fenómeno en Argentina/Uruguay?
El discurso ha cambiado mucho para las nuevas generaciones. El ‘ni una menos’, la ley de educación sexual integral, la militancia y sanción de la ley por el aborto legal, seguro y gratuito en Argentina repercutió en la región y en el mundo. El feminismo fue clave. Pero mientras no haya licencias por paternidad, igualdad de pago por el mismo trabajo, retribución justa por el trabajo de cuidados y la lista sigue, las mujeres dependerán de sus parejas. Y esto, hablando solo de un sector de la sociedad: el que tiene acceso a la educación, al trabajo y a una vivienda digna. Para las mujeres trans, pobres y racializadas el cuento es muy distinto y distante del problema de un marido que te deja. El feminismo mainstream es blanco y aún hoy está muy lejos de hablar por todas.
Este libro investiga unos temas muy graves como el abuso sexual de menores. Lo escribiste de una manera muy honesta y sin ocultar lo incómodo. La protagonista identifica las emociones de amor, indignación, vergüenza y cariño en su abuso. ¿Cuál es la importancia de escribirlo de esta manera, que también reconoce la parte tierna que ella siente hacia su abusador?
En el abuso sexual infantil intrafamiliar (y por familiar entran amigos de la familia también) sucede así como lo describís. El abusador genera un lazo de cariño, de confianza, de intimidad mucho antes de abusar de un niño. Hay un juego de seducción que propone el abusador y del que el niño participa muchas veces porque no entiende el límite, lo que verdaderamente está sucediendo. De ahí el sentimiento de culpa que acompaña a la víctima. La pregunta del límite. El avance es lento y preciso por parte del predador. Yo lo vi y lo viví por parte de un tío que llegaba con regalos para todo el mundo a un lugar de mucha precariedad y hasta le daba monedas a un primito para que se bajara los calzones y mostrara su hernia en los testículos. Los adultos festejaban, todos se reían porque él tenía un lugar de poder dentro del entorno familiar, porque tenía un poco más de dinero que el resto.
En la novela, Emilio siempre fue un abusador, pero la primera parte está relatada desde la mirada de ella siendo niña, él ocupa el lugar del héroe, el padre ausente, del encantador de serpientes. Y la complicidad de la madre, el silencio que impone frente a esa situación, le imprimen a la niña una idea, un entendimiento del cuidado y del amor que es espantoso. Luego queda prendida de ese hombre y de esa manera de lo que ella entiende por amor. El silencio lo imponen los adultos que cuidan. Esto pasa así en la vida real, en la mayoría de los casos.
Un momento del libro, cuando la protagonista está corriendo el maratón, se quedó conmigo: cuando Emilio viene con una novia y la protagonista parece estar celosa. ¿Me puedes explicar esa decisión?
Para ella su tío es todo su mundo masculino. Es la protección, es la elegida por él para ser cuidada de una manera que nadie nunca la cuidó. Él la ve, conoce sus gustos, sus ideas, su talla de ropa. La fascinación que siente por él se parece a una especie de enamoramiento infantil. Claro que se va a poner celosa cuando aparece tarde, trasnochado y con una mujer que ella no conoce.
La reacción de la madre al abuso me impactó mucho: aunque la creyó, la puso en la misma situación precaria una y otra vez sin lamentarse. Esa relación entre madre e hija de sacrificio y abandono ¿es un resultado del patriarcado obligando la competencia entre mujeres, incluso entre madre e hija?
Lo que la madre persigue es la protección que Emilio le pueda dar. Y la negación supongo que es parte de su propia vida. Ha negado convivir con un servicio de inteligencia. Sin embargo, lo ha empujado a seguir en la carrera militar para poder llegar a tener una casa propia. Se trata de las cosas que no nos podemos decir a nosotras mismas y entonces las disfrazamos a como dé lugar. Y ella las niega tanto que termina cambiando el discurso en una misma frase. Afirma y niega todo el tiempo. Habla sin parar, nunca se para a reflexionar profundamente porque si lo hace, se desarma por completo toda su trama personal.
Dijiste una vez que el amor enfermo se aprende. En Mandinga será de los padres, de Emilio, del resto de su familia y el dolor que se pase de generación en generación. También es culpa del ambiente, de la sociedad en que uno crezca. ¿Cómo se puede parar esa herencia de violencia, de dolor, de baja autoestima?
Esto te lo contesto desde mi Buenos Aires querido, capital internacional del psicoanálisis: con terapia. Pero no solo. Conociendo, abriendo la idea del amor hacia otras orillas. El amor de la amistad, que es tan rico y mucho más generoso que el amor romántico, el amor de los amantes, del infinito mientras dure, el amor a nuestros cuerpos, pobrecitos siempre tan sufridos por el trato utilitario que les damos. De ahí se puede partir.
Y el amor de pareja(s), qué sé yo. Hay que amar estando muy despierta, atenta, dándonos y cuidándonos al mismo tiempo. De nosotras mismas, eh. Sobre todo. No creo que se pueda amar de otra manera. Existe, se puede, pero el amor de pareja nunca deja de ser un campo minado. Y no alcanza con andar a los saltos. Hay que tomarse el trabajo de cavar, sacar y desactivar aquello que si no te explota en la cara.
“El amor de pareja nunca deja de ser un campo minado. Y no alcanza con andar a los saltos. Hay que tomarse el trabajo de cavar, sacar y desactivar aquello que sino te explota en la cara.”
Creo que este tema del amor enfermo y el trauma generacional se remonta al colonialismo, a cómo nuestra historia como latinos nos afecta en cada aspecto de la vida con el idioma, nuestras costumbres, incluso nuestros propios nombres. Es lo que algunos llaman el blanqueamiento mental. ¿Qué significa este blanqueamiento mental para ti? ¿Cómo lo ves en Argentina?
Argentina es uno de los países que más niega su racismo estructural. Hacia finales del siglo XIX y principios del XX, época de la construcción del Estado Nación, los discursos formadores de la argentinidad se basaron en el borrado de los cuerpos, de los nombres y de las voces negras dentro de la idea de identidad nacional, a pesar de que más del treinta por ciento de la población era afrodescendiente. Escribimos un artículo sobre la mujer afroargentina en la literatura junto a Lucia Tennina, por eso tengo la data de esa investigación que reveló, ¿adiviná qué?, apenas unos pocos hombres citados y de mujeres casi nada.
Suena muy interesante, cuéntanos más.
El historiador Pablo Cirio, uno de los pocos que se dedican a la literatura y la historia social afroargentina, llevó adelante un cuidado registro de los periódicos afroporteños, publicaciones producidas por ellos y que tenían por destinatario principal o único a este grupo. El resultado enumera treinta y dos periódicos, un número que sorprende por su cantidad y que vuelve a sorprender cuando se sabe, a partir del mismo estudio, que tan solo se conocen nueve ejemplares de ellos, cuyas colecciones, además, están incompletas y en mal estado. La existencia de la afroargentinidad fue y es negada. El trabajo de develar esa violencia queda en manos de la investigación académica de unos pocos y las organizaciones civiles que continúan insistiendo en la visibilización de los aportes de los descendientes de africanos a la nación argentina. Ni hablemos de la representación de este grupo en la literatura argentina de esa época, que la creó y ayudó a instalar una idea animalizada, irracional, grotesca y violenta sintetizada en la idea de ‘barbarie’. Esto se puede leer en El matadero, de Echeverría, Civilización y barbarie, El Martín Fierro.
¿Y cómo lo ves tú personalmente?
En mi caso, como el de la mayoría, fue un proceso lento. La herencia charrúa y afro de mi linaje apenas se conoce, fue invisibilizada porque daba vergüenza (¿quién quiere emparentarse con un animal grotesco y violento?). Y no es algo que se haya dicho en la familia, sino todo lo contrario. Es lo que no se dice, es la historia sin contar. Es tener que demostrar que sos muy limpia, que sos inteligente, que sos una chica que no se abre de piernas fácilmente, como me decían mis padres. Todos esos mandatos llenos de moralina se refuerzan aún más dentro de las familias pobres, afroindígenas, migras.
Luego fui a una escuela de clase media, bilingüe. Más tarde a la universidad, donde también pura clase media. Y lees autores blancos, las escuelas de Frankfurt, el postestructuralismo francés. Toda tu teoría está construida en bibliotecas blancas. Es difícil cuando sos joven ir hacia otros textos que no forman parte del canon, que no están en los programas, que nadie nombra. Y cuando empezás a darte cuenta de tu blanqueamiento se te abre un mundo al que le encontrás todo el sentido, un mundo que te habla directamente a tu experiencia de vida y a las referencias culturales que habías etiquetado como fiesta popular, folclore, samba, umbanda. Aparecen los nombres de madres y pensadoras increíbles que vas a amar de por vida y te van a alumbrar de por vida. Anzaldúa, hooks, Lélia Gonzalez, Lorde, Carolina María de Jesús. Puedo seguir hablando de esto horas, así que lo dejo acá.
Es importantísimo que haya políticas públicas que amplíen el contenido de las bibliotecas, de los programas de estudio, que financie investigaciones, abra escuelas y forme capacitadores dentro de las comunidades. Se llama ampliación de derechos y hoy estamos viendo cómo desaparece en manos de una sociedad que vota gobiernos de extrema derecha.
Gran parte de la novela sucede en la frontera entre Uruguay y Brasil, donde la gente habla portuñol, un idioma híbrido. Fronteras, físicas y metafóricas, son un tema imponente que no se puede ignorar; estructuran y complican la vida a la misma vez. ¿Por qué es importante tener esa dinámica fronteriza de ‘ni de aquí, ni de allá’?
Lo dirá siempre mejor Gloria Anzaldúa: “La respuesta al problema entre la raza blanca y las personas de color, entre hombres y mujeres, radica en sanar la división que se origina en los propios cimientos de nuestras vidas, nuestra cultura, nuestros lenguajes, nuestros pensamientos. Un desarraigo masivo del pensamiento dualista en la conciencia individual y colectiva es el comienzo de una larga lucha, pero una que, en nuestras mejores esperanzas, podría llevarnos al fin de la violación, de la violencia, de la guerra.” Vivan para siempre los espacios liminales, lo trans, los mestizos, las lenguas fronterizas. Ahí quiero vivir.
“Vivan para siempre los espacios liminales, lo trans, los mestizos, las lenguas fronterizas. Ahí quiero vivir.”
Cuando la protagonista está en la frontera describe una sensación de calma, de pertenencia, aunque nunca vivió allá. Es una sensación muy extendida en las diásporas, cuando regresan al lugar de donde son sus padres o familia se sienten en casa. ¿Cómo ha sido interpretado tu libro por la diáspora que se fue de esas zonas fronterizas? ¿Y los que quedaban?
Mandinga en Rivera tuvo una recibida muy cálida, fue hermoso presentarlo allá. Lo que más me decían es que se habían sentido reflejados y, al mismo tiempo, se habían dado cuenta de sentimientos y contradicciones a las que nunca les habían puesto palabras. ¿Qué más se puede pedir? Igual esta es otra versión, tiene cambios importantes. Habrá que ver cuando llegue el libro de nuevo qué sucede.
Has trabajado también en una prisión para enseñar literatura y escritura a los presos. ¿Por qué?
Siempre hablábamos con mi amiga Maria Elvira Woinilowics (con quien luego fundamos el taller de lectura y escritura en la cárcel de Devoto) de la necesidad de sacar la literatura a la calle, en oposición a ir a talleres de escritura donde te encontrás con la clase media que te contaba antes. Ojo, aprendí muchísimo en el taller al que íbamos. Pero teníamos muchas ganas de generar un espacio literario ahí donde más se necesita que entren los libros y se fomente la escritura creativa. Ganas, necesidad personal, revancha de clase, llámalo como quieras.
Lo cierto es que me encontré con la gente de mi barrio, con los que nunca se fueron del barrio, con los que dejaron la escuela, los que pasaron a institutos de menores, los que terminaron en cárcel de adultos. Todos ellos podrían haber sido mis compañeros de aula en la primaria. Fue una experiencia que me devolvió una parte de mí y me cambió para siempre la manera de leer, pensar, y escribir literatura.
¿Qué te enseñaron a ti?
Muchísimo más que las hermosas clases de la Facultad de Filosofía y Letras. Fue muy formador y estaré siempre agradecida al trabajo del Programa de Educación en Contextos de Encierro que lleva adelante Juan Pablo Parchuc y su equipo en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Fue por ese programa que entramos a la cárcel y la cárcel salió en libros, profesores, activistas, formadores que hoy trabajan por un país más justo.
¿En qué estás trabajando ahora?
En una novela que ficcionaliza las historias de las mujeres de mi familia. Ahí estarán las que callaron. Las ancestras charrúas, las africanas en su Brasil esclavista, y algunas mujeres de mi generación.
Lula-De-Mello_1.jpg