Conversamos con la directora granaína Lucía Selva sobre su ópera prima, Quién vio los templos caer, un viaje poético por la memoria urbana de su ciudad natal. Después de recorrer festivales internacionales como Shanghái, el Festival du Nouveau Cinéma de Montréal o el CPH:DOX, donde obtuvo la Mención Especial del Jurado en la sección Next:Wave, llega a España, con su estreno en el Festival de Sevilla, el próximo 10 de noviembre.

Partiendo del vetusto relato popular que dice que cuando la mano tallada del arco de la Puerta de la Justicia de la Alhambra toque la llave que hay en su interior la ciudad desaparecerá, la joven directora fragua su propio mito fundacional: una película sobre un lugar que ha olvidado su pasado. Es precisamente gracias a esa intimidad peculiar con la que se cuentan las leyendas que el primer largometraje dirigido por Lucía Selva logra romper las barreras entre la realidad y la ficción, el tiempo y el sueño.
En medio de la crisis de la vivienda y del auge imparable del turismo masivo, la cineasta invita a pensar sobre ese apoderamiento foráneo que lo devora todo, y lo hace recuperando la figura de un personaje tan arraigado al folklore granadino como lo es Chorrojumo, considerado el rey de los gitanos del Sacromonte. Su presencia encarna la magia de Granada, capaz de hacer colisionar tiempos de manera continua, y su papel histórico como primer guía turístico de la ciudad permite narrar el devenir de la historia que se inauguró con este personaje y que llega a nuestros días de manera feroz.
¿De dónde nace el deseo de hacer esta película?
El deseo de hacer esta película nace, por un lado, de la necesidad de señalar la problemática que atraviesa actualmente Granada, una situación que, en realidad, puede extrapolarse a muchas otras ciudades. Por otro lado, surge del anhelo de poder rodar en mi territorio. Me fui a estudiar a la ESCAC, en Terrassa (Catalunya), y después de pasar cuatro años realizando allí todas las prácticas y trabajar en muchos rodajes, sentía la necesidad de poder hacer lo mismo en casa.
Tomar distancia de la ciudad me permitió desarrollar una mirada más crítica hacia las transformaciones que estaba experimentando, cambios que me afectaban directamente, ya que vivo en el centro histórico. Cada vez que regresaba tenía la sensación de enfrentarme a una especie de lucha diaria por entender qué coño estaba ocurriendo. Creo que de ahí nace la película: de una mezcla entre urgencia y deseo.
Tomar distancia de la ciudad me permitió desarrollar una mirada más crítica hacia las transformaciones que estaba experimentando, cambios que me afectaban directamente, ya que vivo en el centro histórico. Cada vez que regresaba tenía la sensación de enfrentarme a una especie de lucha diaria por entender qué coño estaba ocurriendo. Creo que de ahí nace la película: de una mezcla entre urgencia y deseo.
¿Qué relación personal tenías con tu ciudad natal antes del rodaje y cómo cambió durante el proceso?
Creo que marcharme de Granada me hizo más sensible a todo lo que estaba ocurriendo allí. Al tomar distancia desarrollé una especie de obsesión por la historia de la ciudad. Me impresionaba ver cómo el paisaje urbano cambiaba a un ritmo acelerado: los comercios tradicionales desaparecían, los edificios antiguos eran derribados para construir hoteles y la ciudad parecía volverse cada vez más homogénea, perdiendo ese carácter tan propio que la distinguía. Había algo en la identidad del espacio que me obsesionaba. Empecé entonces una investigación casi arqueológica: pasaba horas revisando archivos e imágenes antiguas de Granada, buscando rastros de esa ciudad de hace uno o dos siglos que sentía que se estaba desvaneciendo.
Esa fue, creo, la primera pulsión que dio origen a la película: la búsqueda de una Granada perdida. Pero durante el rodaje, esa inquietud se transformó en algo distinto, en una forma de amor hacia la ciudad. Fue un proceso muy bonito. Aunque parte del equipo técnico estaba formado por amigos de Granada, la mayoría eran compañeros de la ESCAC que viajaron desde Barcelona para participar en el proyecto. Después de dos años hablando sobre la ciudad, poder encontrarnos allí y ver juntos aquello de lo que tanto habíamos hablado fue emocionante. Sentí que estábamos compartiendo algo más que un rodaje: un encuentro con la ciudad y con su memoria.
Esa fue, creo, la primera pulsión que dio origen a la película: la búsqueda de una Granada perdida. Pero durante el rodaje, esa inquietud se transformó en algo distinto, en una forma de amor hacia la ciudad. Fue un proceso muy bonito. Aunque parte del equipo técnico estaba formado por amigos de Granada, la mayoría eran compañeros de la ESCAC que viajaron desde Barcelona para participar en el proyecto. Después de dos años hablando sobre la ciudad, poder encontrarnos allí y ver juntos aquello de lo que tanto habíamos hablado fue emocionante. Sentí que estábamos compartiendo algo más que un rodaje: un encuentro con la ciudad y con su memoria.
¿Cómo crees que puede evolucionar en los próximos años este proceso de turistificación concreto que denuncias en la película? ¿Y cómo pueden afectar estos cambios a la crisis de la vivienda?
No tengo la sensación de que la situación esté mejorando; más bien al contrario. La expulsión del casco histórico es hoy más real que nunca. Se siguen aprobando licencias para nuevos hoteles de lujo, y lo que está ocurriendo en la ciudad me parece un auténtico despropósito. Resulta llamativo que, en medio de todo esto, Granada se haya presentado como candidata a ser Capital Europea de la Cultura en 2031. Durante los primeros meses del año ha habido una avalancha de eventos, actividades y una gran inversión económica, pero al mismo tiempo uno no puede evitar preguntarse qué significa realmente todo esto. ¿No estamos, en el fondo, haciendo de la ciudad una fábrica cada vez más grande?
Me parece especialmente irónico que el símbolo que han elegido para la campaña sea una llave, la misma llave nazarí que aparece también en la película. Esa coincidencia me resulta casi dolorosa, como si la realidad confirmara lo que la película trataba de advertir. Este verano, al volver a Granada, vi los carteles por todas partes. Tenía la sensación constante de observar cómo están vendiendo literalmente la ciudad. Ya han entregado las llaves de Quién vio los templos caer, solo nos queda esperar que no suceda lo que dice la leyenda, porque si lo hace, la ciudad desaparecerá.
Me parece especialmente irónico que el símbolo que han elegido para la campaña sea una llave, la misma llave nazarí que aparece también en la película. Esa coincidencia me resulta casi dolorosa, como si la realidad confirmara lo que la película trataba de advertir. Este verano, al volver a Granada, vi los carteles por todas partes. Tenía la sensación constante de observar cómo están vendiendo literalmente la ciudad. Ya han entregado las llaves de Quién vio los templos caer, solo nos queda esperar que no suceda lo que dice la leyenda, porque si lo hace, la ciudad desaparecerá.

¿Cómo llegas a la historia del Chorrojumo? ¿Y en qué momento decides recuperar a este personaje?
En cuanto a Chorrojumo, no sabría decir qué vino antes, si la idea de rodar una película en Granada o la de hacerlo sobre él. Probablemente ambas nacieron al mismo tiempo. Chorrojumo siempre me ha generado una enorme curiosidad, es un personaje envuelto en mito, casi borrado de la memoria colectiva. Durante el proceso de investigación me sorprendió comprobar que la mayoría de la gente joven no tenía ni idea de quién era, y que incluso entre las generaciones mayores apenas quedaban quienes recordaran su nombre. Fue, en cierto modo, un ejercicio de arqueología simbólica, una búsqueda en las capas más olvidadas de la mitología granadina.
Lo que más me atrae de Chorrojumo es precisamente esa ambigüedad entre lo real y lo legendario. Los pocos datos que se conservan son contradictorios, las historias se cruzan, los relatos se mezclan. No hay un suelo firme, nada a lo que aferrarse del todo. Y quizá por eso me resultaba tan inspirador: esa grieta entre la verdad y el mito abría un espacio para imaginar, para especular sobre quién fue realmente ese hombre que, de algún modo, sigue habitando las calles de Granada.
Lo que más me atrae de Chorrojumo es precisamente esa ambigüedad entre lo real y lo legendario. Los pocos datos que se conservan son contradictorios, las historias se cruzan, los relatos se mezclan. No hay un suelo firme, nada a lo que aferrarse del todo. Y quizá por eso me resultaba tan inspirador: esa grieta entre la verdad y el mito abría un espacio para imaginar, para especular sobre quién fue realmente ese hombre que, de algún modo, sigue habitando las calles de Granada.
El personaje vive en las Cuevas del Sacromonte. ¿Cómo habéis podido acceder a rodar en un sitio tan singular? ¿Cómo fue el encuentro con la comunidad que vive allí?
El Sacromonte es, al final, un espacio abierto que no requiere los complejos trámites que se exigen en lugares como la Alhambra. Sin embargo, es importante distinguir entre la zona más turística, donde llegan los autobuses y los grupos de visitantes, con los tablados y espectáculos, y la parte alta de los barrancos, donde rodamos nosotros. Allí se encuentran cuevas perfectamente habitables, aunque también muchas infraviviendas improvisadas, construidas sin ningún tipo de protección. Los primeros asentamientos en estas cuevas se remontan a hace miles de años, inicialmente habitadas por judíos y moriscos. La comunidad gitana se estableció en el barrio en el siglo XV tras la llegada de los Reyes Católicos, y desde entonces muchas de las cuevas se han ido heredando de generación en generación.
Teníamos un contacto directo que facilitó el acceso, un amigo de mis padres que vive allí. Durante más de un año, antes de comenzar el rodaje, estuvimos visitando el lugar, localizando los espacios y familiarizándonos con el terreno. Con respecto al encuentro con la comunidad, ocurrió algo curioso durante una escena, que aparece hacia el final de la película, donde recreamos procesos de desahucios que sabíamos que habían ocurrido en la zona. Avisamos a algunos vecinos de que se trataba de un rodaje, pero el escenario era un barranco. Los treinta actores que hacen de antidisturbios tenían que descender por una ladera y nosotros estábamos en la otra. Al dar la señal de acción, los actores comenzaron a bajar como marcaba la escena, y de repente los vecinos salieron gritando, asustados. Y yo fui corriendo a decirles que era una película, algunos de ellos me gritaban, ¡por favor, no podéis hacer esto! ¡Me va a dar un infarto! Hubo muchas disculpas, nervios y tensión. Pude notar como muchos de ellos estaban reviviendo una especie de trauma colectivo y cómo la memoria de desahucios recientes estaba aún a flor de piel.
Teníamos un contacto directo que facilitó el acceso, un amigo de mis padres que vive allí. Durante más de un año, antes de comenzar el rodaje, estuvimos visitando el lugar, localizando los espacios y familiarizándonos con el terreno. Con respecto al encuentro con la comunidad, ocurrió algo curioso durante una escena, que aparece hacia el final de la película, donde recreamos procesos de desahucios que sabíamos que habían ocurrido en la zona. Avisamos a algunos vecinos de que se trataba de un rodaje, pero el escenario era un barranco. Los treinta actores que hacen de antidisturbios tenían que descender por una ladera y nosotros estábamos en la otra. Al dar la señal de acción, los actores comenzaron a bajar como marcaba la escena, y de repente los vecinos salieron gritando, asustados. Y yo fui corriendo a decirles que era una película, algunos de ellos me gritaban, ¡por favor, no podéis hacer esto! ¡Me va a dar un infarto! Hubo muchas disculpas, nervios y tensión. Pude notar como muchos de ellos estaban reviviendo una especie de trauma colectivo y cómo la memoria de desahucios recientes estaba aún a flor de piel.
¿Cómo se conecta la expulsión de los moriscos, que aparece en la sinopsis (la historia de Anas y la llave de sus antepasados) con el presente de la ciudad que retratas?
Para mí era una manera de conectar diferentes etapas de la ciudad. Igual que Chorrojumo, pertenece a otra época de Granada, un momento que coincide con el inicio de la llegada del turismo, a finales del siglo XIX. La intención era hacer convivir distintas fases de la ciudad, que también existen en el espacio físico y resultan igualmente controvertidas.La expulsión de los moriscos, por ejemplo, no solo significó la pérdida de una comunidad completa y su lugar en la ciudad, sino también una profunda transformación y remodelación del urbanismo granadino. Más adelante, esas zonas pasaron a formar parte del corazón de lo que hoy se promociona turísticamente.
La película propone un diálogo entre el origen de la ciudad y las distintas etapas que ha atravesado, mostrando cómo se entrelazan con su presente. Todo comienza con esta expulsión, una historia que suele pasarse por alto en Granada. Se reconoce el esplendor de la Alhambra o el legado árabe, pero las comunidades que quedaron al margen, como los moriscos, han sido sistemáticamente invisibilizadas dentro de la memoria urbana de la ciudad. El personaje de Anas es un ejemplo actual de esto.
La película propone un diálogo entre el origen de la ciudad y las distintas etapas que ha atravesado, mostrando cómo se entrelazan con su presente. Todo comienza con esta expulsión, una historia que suele pasarse por alto en Granada. Se reconoce el esplendor de la Alhambra o el legado árabe, pero las comunidades que quedaron al margen, como los moriscos, han sido sistemáticamente invisibilizadas dentro de la memoria urbana de la ciudad. El personaje de Anas es un ejemplo actual de esto.
“Tomar distancia de la ciudad me permitió desarrollar una mirada más crítica hacia las transformaciones que estaba experimentando. Creo que de ahí nace la película: de una mezcla entre urgencia y deseo.”
A nivel técnico, es sorprendente cómo el uso del analógico dota a la película de una capa de misterio. Quería preguntarte qué motivó esta decisión y cómo se rodó el plano en que Chorrojumo y Anas miran por el pozo.
La película está rodada entera en dieciséis milímetros, una decisión que estuvo presente desde el inicio. Aunque ahora mis intereses están más orientados hacia lo digital, sigo considerando que fue una elección acertada que volvería a tomar. Hay una cuestión de temporalidades: la idea de hacer convivir distintos tiempos, de transmitir la propia textura del personaje. Un Chorrojumo en digital habría sido otra cosa, pero no sé cómo habría resultado.
Además, esta obsesión por los archivos de la ciudad no se limitaba a las fotografías; incluía postales y una enorme cantidad de material gráfico que, en última instancia, sirvió como referencia para la dirección de fotografía. Los planos panorámicos y generales, en los que rara vez estamos demasiado cerca de los personajes, se inspiran en gran medida en esas imágenes, y algunos planos pueden considerarse casi recreaciones de aquellas postales. De manera natural, el material de archivo orientó la construcción visual de la película y la manera de mostrar la ciudad.
El plano que mencionas es, en gran parte, real, aunque no se rodó dentro del pozo original. Lo que se ve de Chorrojumo y Anas asomándose se filmó sobre unas escaleras con una estructura de tela negra y un hula hoop, que simulaba la apertura del pozo y permitía recrear la sensación de profundidad y la forma circular de sus paredes. A partir de ahí, se añadió el trabajo digital, realizado de manera impecable por mi compañero David Isikova, un artista excepcional en efectos visuales, que completó la ilusión de manera sorprendente.
Además, esta obsesión por los archivos de la ciudad no se limitaba a las fotografías; incluía postales y una enorme cantidad de material gráfico que, en última instancia, sirvió como referencia para la dirección de fotografía. Los planos panorámicos y generales, en los que rara vez estamos demasiado cerca de los personajes, se inspiran en gran medida en esas imágenes, y algunos planos pueden considerarse casi recreaciones de aquellas postales. De manera natural, el material de archivo orientó la construcción visual de la película y la manera de mostrar la ciudad.
El plano que mencionas es, en gran parte, real, aunque no se rodó dentro del pozo original. Lo que se ve de Chorrojumo y Anas asomándose se filmó sobre unas escaleras con una estructura de tela negra y un hula hoop, que simulaba la apertura del pozo y permitía recrear la sensación de profundidad y la forma circular de sus paredes. A partir de ahí, se añadió el trabajo digital, realizado de manera impecable por mi compañero David Isikova, un artista excepcional en efectos visuales, que completó la ilusión de manera sorprendente.
¿De qué referencias visuales o cinematográficas partiste?
Para esta película tuve muy presentes, por ejemplo, a Jia Zhang-ke, que retrata una China en transformación, captando con fuerza los espacios y su evolución, y a nivel sonoro su trabajo es impresionante. Angelopoulos me inspiró por toda la poesía de sus imágenes y la manera magistral de mover la cámara. Y, por supuesto, Alice Rohrwacher, por esa manera de abordar las historias con el tono de cuento. Me interesaba mucho algo genuino e inocente que permitiera hablar también de la leyenda y de la fábula que subyace en la historia de la película.
¿El proyecto pretendía hibridar la ficción con el documental desde un inicio? ¿O fue algo que te encontraste por el camino?
Fue un proceso de múltiples etapas. En un inicio escribimos una versión de guion que funcionaba muy bien en papel: estaba estructurada y cerrada. Sin embargo, al rodar, nos dimos cuenta de que esa rigidez no terminaba de encajar con las imágenes que estábamos captando. Probablemente también porque no habíamos tenido completamente en cuenta la manera en que íbamos a filmar: los tiempos más dilatados, el deambular por la ciudad.
Durante el montaje, descubrimos algo muy valioso que sí habíamos previsto desde el principio: la cámara que a veces se aleja, a veces vuelve, que sigue a los personajes y se mueve de manera general por el espacio. Empezamos a percibir en ese movimiento una oportunidad para perdernos, dejando de lado la estructura esquemática de búsqueda lineal, y enfocarnos en ese vagar libre por la ciudad. El resultado fue tan potente que decidimos realizar un segundo rodaje. En esta ocasión, hubo una decisión mucho más clara de incluir la ciudad con un tono más documental y de registro, potenciando su presencia como un personaje más de la narrativa.
Durante el montaje, descubrimos algo muy valioso que sí habíamos previsto desde el principio: la cámara que a veces se aleja, a veces vuelve, que sigue a los personajes y se mueve de manera general por el espacio. Empezamos a percibir en ese movimiento una oportunidad para perdernos, dejando de lado la estructura esquemática de búsqueda lineal, y enfocarnos en ese vagar libre por la ciudad. El resultado fue tan potente que decidimos realizar un segundo rodaje. En esta ocasión, hubo una decisión mucho más clara de incluir la ciudad con un tono más documental y de registro, potenciando su presencia como un personaje más de la narrativa.

¿A quién hace referencia el título de la película? ¿Cómo conecta este con la leyenda de la mano negra?
Para mí, el título tenía, por un lado, la intención de dotar al espacio de una cierta sacralidad, como la de los templos; elevarlo, conferirle respeto y relevancia, reconocerlo como algo sagrado. La caída del templo representaba, evidentemente, el fin de ese tiempo y de la leyenda. Por otro lado, está la imagen de la mano y la llave: dice la historia que cuando estas se junten, la Alhambra desaparecerá. En ambos casos, de alguna manera, se trata de una desaparición vinculada al poder y a la transformación del espacio. En definitiva, el título buscaba, sobre todo, resaltar y elevar el espacio, otorgándole importancia y una dimensión casi sagrada, un reconocimiento de su valor y su historia.
¿Cómo estás viviendo la recepción del público?
Hasta ahora solo hemos tenido estrenos internacionales, que han sido muy positivos. En junio, por ejemplo, presentamos la película en Shanghái. Nunca había visto un público tan entregado, fue impresionante. La recepción fue excelente, con espectadores pidiendo autógrafos, tomándose fotos y mostrando un entusiasmo que superó todas las expectativas. Ahora tengo muchas ganas de que llegue el estreno español, la próxima semana en Sevilla, para acercarnos especialmente al público andaluz y ver cómo conecta la película allí. También tengo curiosidad por el pase en Madrid, en Rizoma, y estoy deseando comprobar la reacción del público en ambos lugares.
Ahora mismo tengo entendido que estás en una residencia artística. ¿Estás preparando un nuevo proyecto?
Sí, ahora mismo me pillas en Lisboa, en las residencias Hangar y también hemos estado en el DocLisboa. Actualmente estoy investigando y escribiendo. Es una película que comencé a desarrollar cuando ingresé en la Elías Querejeta Zine Eskola, hace ya más de un año. Se trata de un proyecto híbrido en el que estoy explorando cómo combinar la ficción con elementos de la realidad que ya existen. La película busca ser un retrato de nuestro presente pero al mismo tiempo construye una ciudad paralela, o del futuro, algo así como un espacio que dialoga entre lo real y lo posible.

