Tengo una teoría, y es que durante toda nuestra vida nos vemos arrastrados por los mismos miedos y deseos. En la adolescencia, estas fuerzas se vuelven cristalinas porque somos más viscerales, tenemos menos capas que en la edad adulta y más consciencia que en la infancia. Somos puro animal y puro ego en la adolescencia. Me fascina hacer un ejercicio de retrospectiva, encontrarme con mi yo de 13 años y constatar que, en esencia, somos exactamente iguales, solo que ahora tengo más herramientas. Este reencuentro, cuando es satisfactorio, nos permite reconocer nuestras bases más primarias, lo que se escapa de nuestra voluntad. En definitiva, nos permite estar un poco más en paz con una misma.
Lucía Juárez es actriz, formada en escuelas de interpretación entre Nueva York y Los Ángeles, actualmente trabajando en Madrid con grandes directores de teatro como Andrés Lima, Ernesto Caballero o Carlota Ferrer. Compagina su carrera con estudios en filosofía y está interesada en la convergencia entre el campo artístico y el pensamiento filosófico. Del 28 de octubre al 5 de noviembre presenta la obra Asesinato y adolescencia en las Naves del Español, escrita por Alberto San Juan y dirigida por Andrés Lima. Una obra que indaga acerca de la violencia juvenil en contextos de exclusión social.
Rehuyendo de una representación estereotípica de la adolescencia, el proceso creativo ha estado protagonizado por una serie de entrevistas a adolescentes y otros agentes expertos en violencia juvenil. Con esta investigación de fondo, San Juan y Lima han conseguido profundizar en una realidad opacada por los prejuicios y preguntarnos, primero, de dónde viene la violencia, y segundo, qué hacemos con ella cuando viene.
La adolescencia es un tema muy recurrente en la ficción, pero muchas veces cae en una representación naive o espectacular de la misma. ¿Cómo crees que se desmarca esta producción de esas otras representaciones?
A Alberto San Juan y a Andrés Lima les interesaba investigar acerca de la adolescencia y la violencia, y querían que los protagonistas fueran personas marginales. Hablaron con adolescentes de distintos ámbitos, con trabajadores de centros de menores, juzgados de menores, abogados criminalistas de niños que habían cometido crímenes, etc., todo para estudiar cuáles son los conflictos actuales y qué problemas no se podían resolver. Ese trabajo de investigación hace que sea una representación más honesta.
La obra es un collage de los testimonios de los adolescentes. Y otra cosa que diferencia esta producción es que la violencia ‘aparente’ está encarnada en la figura femenina. No es tan fácil encontrar personajes interpretados por mujeres que se expresen con ese nivel de agresividad.
¿Qué es lo que más te ha removido de este proyecto?
Me ha enfrentado a mi propia relación con la violencia. Un rasgo de mi personalidad es una necesidad de rebelión constante, y esto estaba muy evidenciado cuando era adolescente. Este personaje me ha puesto frente a frente con esta parte de mí, y ahora veo que ese rasgo es lo que me constituye a mí como artista.
¿Crees que eso mismo que te ha sucedido, ese reencuentro con tu yo adolescente, podrá experimentarlo el público que vaya a ver Asesinato y adolescencia?
Creo que la adolescencia, más allá de ser un periodo concreto, es una fase que se va repitiendo a lo largo de nuestra vida, y hay gente que no es capaz de salir de ahí. Creo que es fácil identificarse con la obra porque refleja una etapa vital muy crítica. No sé qué sentirá el público, pero ojalá que nos acompañemos.
Esta es tu tercera producción con Andrés Lima. ¿Cómo es trabajar bajo su dirección?
Muy divertido, siempre es un juego. Es muy intenso y hay mucho cuidado. También tiene una parte alocada. Andrés es un pilar dentro de la estructura de la obra a la que siempre puedes recurrir porque sabes que es tierra firme.
¿Qué encontráis el uno en el otro para que se sigan sucediendo estas colaboraciones?
Nos entendemos con muy pocas palabras. Yo le miro a él y sé qué es lo que quiere, y viceversa. Tiene que ver con un entendimiento artístico que va más allá de las palabras, que tiene que ver con la intuición, con las experiencias vividas, con coincidir en momentos de dolor. Su parte artista y mi parte artista confluyen en puntos en común más de lo habitual.
Además de ser actriz, también tienes formación en filosofía y diriges tus propios proyectos vinculando el arte con el pensamiento filosófico. ¿Qué es lo que te lleva a unir estas disciplinas?
Soy una persona muy curiosa y no puedo parar de hacerme preguntas. Tiendo a mirarlo todo con cierta distancia y en los grupos de amigos me pillo a mí misma tomando el rol de la observadora. La filosofía era algo que tenía pendiente por hacer, pero me es muy complicado compaginarla con la actuación, porque una tiene que ver con el mundo de las ideas y la otra tiene que ver con estar en el cuerpo y la acción. En la escritura me veo más capaz de compaginarlas, sobre todo filosofía y poesía, más que en el terreno de las artes escénicas, desde el lado de la actuación. Igual desde la escritura teatral y la dirección es más fácil casar la filosofía con las artes escénicas.
¿Aparece alguna línea filosófica en Asesinato y adolescencia?
La parte filosófica gira en torno a la violencia, sobre todo. Se abre un debate cuando el supuesto asesino te hace cuestionarte qué hacemos con él. Hay una reflexión acerca del sistema punitivo como un parche, porque el mal ya está consumado. Por otro lado, la parte sensible de la función son dos personas apartadas de la sociedad que se sienten incomprendidas, y en el caso de los adolescentes, es más duro porque no tienen recursos. ¿Cómo no van a ser violentos los adolescentes si vivimos bajo la ley del más fuerte? ¿Quién va a querer mostrarse vulnerable si es motivo de burla, de debilidad? O la misma educación, con imposiciones del estilo ‘esto se hace así porque lo digo yo y punto’. Habrá personas capaces de obedecer pero hay otras, como mi personaje y como yo de adolescente, que lo único que quieren es desafiar.
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