El tiempo pasa y con él cambiamos. Lo que éramos de niños no es lo mismo que lo que somos de adultos. El José Manuel Ferrater de 1989 no es el mismo que el de 2024. Dedicando su vida a capturar la esencia del objetivo desde su cámara, es lógico que su percepción cambie de la misma forma en que lo ha hecho él. Al poner una al lado de otra, la obra de hace 35 años y la de ahora, cada una refleja el contexto en el que fueron disparadas. Y precisamente de eso va Dos + Uno 1989/2024, la exposición que se inaugura mañana en la barcelonesa Lab36 donde Ferrater plantea una reflexión en la que en una sola imagen se cuestiona el papel del fotógrafo, el de la modelo y el de la industria de la moda, en pasado y en presente.
Hay narrativas e historias en todas partes para quien tiene ojo para verlas. Y el ojo de José Manuel Ferrater, fotógrafo desde las tops más tops hasta de las figuras más anónimas, pasando por algunas portadas para METAL, está especializado en precisamente eso; en captar y contar historias. Tras una fructífera y multifacética trayectoria, la casual unión de material fotográfico antiguo y nuevo han confirmado una idea que ya existía en su inconsciente, pero que se ha hecho manifiesta al verla traducida en su propia obra. En las modelos, en la figura femenina que es el foco de ambas partes que unidas se convierten en Dos + Uno 1989/2024, se refleja, para Ferrater, una realidad en la industria de la moda y la fotografía, en la que los rostros han perdido su valor, en donde la deshumanización del objetivo es lo usual y en donde el fotógrafo, una vez foco de la atención y reconocimiento, no pasa a ser sino una figura invisible en la que hasta el nombre es prescindible.
“No hay recuerdo. No hay semblante del fotógrafo en las copias de su archivo. En apariencia. Coge un cuentahílos y con él busca los ojos de un retrato. En el iris. En su reflejo. Verás una sombra. Soy yo. Ahora deja la lupa y observa su cara. Habrá dolor. El mío. Sigue mirando. Las facciones presentan deformaciones producidas por la óptica. Mi ojo y las cajas de negativos del archivo del fotógrafo, en su paz eterna, descansa los capturados y el captor”, nos lee José Manuel mientras observamos la exposición. Es un capítulo de la novela que anda escribiendo, y en él, se resumen sus pensamientos, unos que intentamos entender en esta entrevista y que estarán abiertos para quien quiera conocerlos a partir del 26 de septiembre en Lab36.
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Hola José Manuel, muchas gracias por recibirnos el día de hoy en tu exposición, cuéntanos, ¿de qué trata todo esto que tenemos enfrente?
Lo que hay aquí es como un espejo. Entre unas fotos y las otras han pasado 35 años. Las primeras están hechas en 1989 y las otras están hechas en 2024. 35 años de separación. Entonces, se me ocurrió juntarlas, simplemente por placer, no hay encargo, no hay cliente, no hay nada de nada. A partir de ahí, como pasa muchas veces, te surge un concepto cuando las juntas, en este caso, la actitud de las modelos, mi actitud frente a las modelos. En 1989 éramos jóvenes todos, yo joven todavía, dos mujeres explosivas, fantásticas, maravillosas, no conocidas, pero de mis modelos preferidos. Es más, Tiara ha sido mi máxima musa, durante años he pintado alrededor de trescientos cuadros de ella, tomando como base las fotografías, deformándola hasta el punto que ya no se ve que es una mujer.
¿La inspiración de tus cuadros surge de las fotografías entonces?
Todos los cuadros que he pintado, los seiscientos cuadros que he pintado, salen de fotos. Me consideraba primero un fotógrafo, después un fotógrafo de moda y con el tiempo, con toda la humildad que se pueda tener, me considero un artista, que es lo que estoy haciendo; fotografía libre, análoga, poesía, novela, pintura, dibujo. Ahora, ¿qué me ha dado de comer? La fotografía de moda.
¿A qué idea te han conducido estos dos grupos de fotografías al juntarlas?
Me ha llevado a una reflexión, que puede gustar o no; es una reflexión mía, arbitraria, no estoy convencido de que sea cierta, pero yo me lo creo. Y es que en cierto momento las modelos en las fotografías de moda empiezan a desaparecer. Se crea un concepto muy sofisticado de que en las fotos buenas de moda, la modelo tiene que estar en su mundo. Es una mirada interior. Cuanto más interior sea su mundo, más rara será ella y más sofisticada. Y así se ha ido creando una fotografía de moda moderna, que todavía se utiliza, donde el fotógrafo y la modelo pasan a un segundo plano, donde lo importante es la moda. Pero no siempre fue así, antes los clientes pagaban para que esas modelos estuvieran muy presentes, fuesen las protagonistas junto a los fotógrafos, decías, qué foto tan bonita de Meisel a Cindy Crawford, daba igual la marca, el cliente. Lo importante era la modelo y el fotógrafo. Esto ahora no pasa.
¿Pero no crees que ese fotógrafo y esa modelo realmente le estaban dando un valor excepcional a la marca?
Sí, pero llegaba a comerse la marca. Y luego el nombre del fotógrafo empiezó a desaparecer. Fíjate, ya no se ponen los nombres ni aunque esté disparando Meisel, da igual. Los fotógrafos están de baja. Ahora son las influencers, las Kardashians, este otro tipo de gente que aportan a las marcas porque tienen seguidores.
Destacas la absoluta libertad que tuviste a la hora de tomar estas fotos, fruto del contexto, de la época, de todo. ¿Podrías volver a recrear esta libertad que sentiste? ¿Se puede recuperar?
Yo soy un fotógrafo que me he considerado casi siempre un expresionista radical, pero también soy es un humanista absoluto. Estas fotos son fruto de un contexto determinado. Ahora no abogo por la libertad. Con la edad que tengo, lo que creo que no he perdido es algo que yo llamo la fuerza, la energía, lo que te impacta. Hay una animalada aquí delante, hay muchas animaladas, creo que es bastante salvaje tanto unas como otras; ese salvajismo es al que apelo más que a la libertad, y el que se mantiene en mí. No ha perdido ni una pizca de fuerza. ¿Ha cambiado? Sí. ¿Se me ha ido para otro lado? Sí. Pero también te puedo decir que estoy escribiendo una novela, que he escrito poesía, y todo se va para el lado que me da la gana, no al que me obligan.
Pero la moda como tantas otras cosas siempre se va adaptando a los cambios sociales.
Cierto, pero si ves a los grandes fotógrafos de moda, no se adaptan a la moda. Tú ves sus fotos y son casi siempre iguales. Yo, en cambio, odio la palabra estilo. La odio. Cuando alguien lo que hace es una repetición sistemática de su primera foto que tiene éxito hasta la extenuación, a eso a veces se le llama estilo. Yo abogo por la libertad de hacer en cada momento lo que me dé la gana. Corría una voz entre mis clientes que decía, “tú encárgale a Ferrater lo que quieras, que él hará lo que le dé la gana”. Y ahí sigo y no me ha ido mal.
Y ese hacer lo que te da la gana, ¿alguna vez te ha puesto en alguna situación complicada con algún cliente?
Bueno, sí, me ha puesto en muchas. Pero yo tenía un método: tú me pagas y si no te gusta no vuelvas. Pero este trabajo me lo pagas y a mí me dejas hacer lo que quiera. Y el cliente no viene a la sesión y la modelo la elijo yo y la estilista también.
¿El cliente no iba a las sesiones?
No. Las cosas han ido cambiando, claro, yo estoy hablando de más de cincuenta años de carrera. El cliente antes, por norma, era un salvaje, era un animal, te pedía meter en las fotos a su novia, a la querida. Entonces, claro, tenías que pararlo por completo. Tú te quedas ahí, yo te presento las fotos. Si no te gustan, no vuelvas. Eso les decía. Y muchos no volvieron. Pero no me importaba porque tenía cola.
¿Por qué el uso tan predominante del blanco y negro en tus fotos?
Yo nací una época toda de blanco y negro. La ciudad era en blanco y negro, las películas, las revistas estaban en blanco y negro. Iba a un colegio de jesuitas extremo, odioso, durante siete años, once horas diarias, que era todo negro; iban de negro, serios, lo único blanco que había ahí eran las tizas de la pizarra. Desarrollé como una adicción el blanco y negro. Aparte creo que la fotografía para mí tiene que ser conceptual. Tengo una poesía que en un momento dado dice: “Los pájaros causan desorden y ruido en el manglar desierto”. El color causa desorden y ruido. Y además acursila.
¿Acursila?
Sí, banaliza. Pero bueno, yo soy muy bruto. No estoy para medias tintas. Me molesta el color.
¿Has hecho color?
Sí. Hay un momento que dices, voy a perder esta campaña si no lo hago e intento hacer un color que sea más o menos dentro de lo mío. También el digital es verdad que lo ha facilitado. Porque tienes mayor dominio sobre el color.
Pues ahora todo el mundo quiere disparar en película otra vez.
Sí, esto también es una cursilada de las grandes marcas que no les gusta que el fotógrafo les presente las fotos retocadas, aparte que el gran fotógrafo se ve en el analógico. Lo que disparabas salía, no podías hacer un arreglillo o un arreglazo o un cambio enorme como en Photoshop. Ahora hay tantísimos fotógrafos porque Photoshop hace que un fotógrafo muy malo pueda parecer correcto y que uno bueno pueda parecer hasta buenísimo. Y no lo digo porque esas fotos, ese retoque, no sean algo verdadero, a mí lo de la verdad, la palabra verdad, me la suda. Me da bastante asco la palabra verdad. Pero sí es cierto que ahora se miente desde la cámara. No es que busquen la verdad, es que buscan la mentira. 
¿Es la fotografía objetiva?
No lo sé, yo creo que todos los ojos son subjetivos, lo único objetivo es la lente de la cámara. Recuerdo mi primer curso de la escuela de diseño EINA cuando se montó en el año 68. Tenía 19 años y a mí me echaron los jesuitas por poner una bomba de sodio en los lavabos en quinto curso…
¿Cómo?
Sí, porque no podía más. Entre dos amigos más, pusimos la bomba, volamos los lavabos y nos echaron. Me echaron, pasé por la academia y luego fui a la universidad. Pero ese año no fui ni un día a la universidad, me fui a un bar, al Cristal City, que estaba en Balmes, que no sé si todavía existe. Era un bar librería y me dejaban leer. Soy un lector compulsivo, he leído lo que no está escrito, tengo cerca de cuatro mil libros. No duermo más de tres horas cada noche, con lo cual creo haber vivido dos vidas. Yo me comparo con un vencejo, ¿sabes el vencejo? Pues el vencejo no para nunca, siempre está en el aire, solo para un mes para anidar, vive perpetuamente en el aire. Tiene dos lóbulos en el cerebro, uno que duerme y el otro que nunca duerme, así por la noche puede descansar mientras sigue volando. Algo parecido me pasa a mí. Yo digo que mucho de lo que hago no son sueños, no creo en los sueños, pero sí creo en los ensueños y en los cuentos. Yo cuento cuentos, los cuento pintando, escribiendo o haciendo lo que sea. Hay una frase muy bonita en las obras de Virginia Woolf, que dice: “Pero si no hay cuentos, ¿qué final puede haber o qué comienzo?” Ahí estoy, es un cuento de finales y de comienzos. Mi obra considero que es una obra total. Incluye fotografía, pintura, poesía… Me di cuenta, cuando tenía 40 años, que la fotografía dejó de responderme las preguntas que me hacía.
¿Cuándo fue esto?
Hacia el año 92, cuando me volví a Barcelona después de vivir muchos años fuera, en África, sobre todo, donde empecé mi colección de artes primitivas africanas. Empecé a meterme un poco en el mundo del arte, luego hice unos retratos muy expresivos, casi negro sobre negro, en los que apenas se ve nada, y a partir de ahí empecé a pintar, luego a dibujar, luego me metí a hacer escritos en prosa. Y cuando empecé a pintar, el primer mamarracho que hice me dio más respuestas que la mejor de mis fotos.
¿Qué encuentras en la pintura que no encuentras en la fotografía?
Primero, soledad. Luego, todas mis pinturas salen de una imagen, de una fotografía mía, entonces es como si hubiese estado 40 años fabricando guiones para luego convertirlos en pintura o en escultura o en poesía ¿Qué me dice la pintura? Va un paso mucho más allá. Las preguntas que le estaba haciendo a la fotografía habían evolucionado y ya eran muy difíciles de contestar. La fotografía en medio de todo tiene algo de objetivo porque lo que sale, sale y está ahí. Yo creo que lo me ha dado la pintura es mucho, me ha dado inteligencia. Y luego escribir me ha dado mucho más.
También es un oficio solitario escribir, ¿no?
Lo es. Con la pintura llegó un momento en que hice varias exposiciones, unos cincuenta cuadros de dos metros, gigantes. El día que acabé la última exposición que se llamaba La causa, como mi primer libro de poesía, empecé a escribir y aquello era la libertad. Pero es fantástico cuando lo sumo a todo lo demás. Es fantástico en sí solo, pero cuando lo sumo a todo lo demás, es increíble.
¿Te defines como fotógrafo porque, como has dicho, es de lo que te ha dado para vivir? ¿O por qué te defines como fotógrafo y no como pintor o escritor?
Mi familia era una familia de ultraderecha, mi abuelo era general, mi tío era general, mi padre falangista, pero hay una cosa extraña en mi familia que es que siempre ha habido aspiraciones artísticas. De hecho mi abuelo estuvo trabajando siete años como ilustrador en Vogue París, Inglaterra y América. ¿Qué hay en los genes que yo he hecho al final lo mismo? ¿Por qué yo me hago fotógrafo? No sé si fue por venganza, por el desespero de estar en aquel colegio. No abrí jamás un libro por obligación, de todos los que he leído, nunca abrí uno en todos los años de colegio. Iba repitiendo curso, no me echaban porque mi padre tenía dinero.
Nos has dicho que cuando te echaron fuiste a estudiar a Eina.
A mí me gustaba el monte, los animales, mis padres tenían una finca cerca de Barcelona, y me volví cazador. Lo único que esperaba era el domingo para coger mi perro, mi escopetilla y pasarme el día en el monte perdido. Debían ser estos genes de generales, pero era un gran cazador. Detectaba los olores del aire, los cambios del tiempo, las huellas de los bichos. Y luego estaba la escuela, sí. Fue curioso que mis padres me dejaran apuntarme a Eina, que era una escuela del PSUC, del Partido Comunista Catalán. Era tal el desastre que esperaban de mí que me dejaron. Y flipé.
Y aquello sí te gusto…
Acabé en una de las clases de fotografía con Xavier Miserachs. Xavier vio algo en mí, y me llevaba a sitios y luego publicaba fotos mías. Me di cuenta de que el primer día que cogí una cámara, era como coger un rifle. Era lo mismo. Todo lo que había aprendido en el monte era lo mismo. Yo lo que hago aquí es cazar. Cuando era pequeño cazaba un pájaro y le pedía a mi padre que lo disecase. Era un intento de perpetuar su vida, su belleza. Y me he dado cuenta de que hay algo de taxidermia en el hecho de hacer fotografías, una cámara, un enfoque, un disparo, una víctima. La fotografía para mí fue absolutamente natural.
¿Qué tanto de ti hay en tus fotos?
Hay mucho más de mí en las fotos que de las modelos, por eso, cuando ves una modelo fotografiada por una persona o por otra, cambia tanto, porque el que está realmente ahí es el fotógrafo. La modelo no crea energía, te devuelve la que tú creas. Esa especie de corro que tienes que montar es como una especie de enamoramiento, casi de baile sexual, que tienes que montar de una forma fría, con ligeros gestos, simplemente con la voz, con la mano, con algo que explicas. Tienes que ir como enamorándola. Por eso me gustaba mucho disparar con objetivos cortos y con grandes angulares. Estabas ahí, podías tocarle la cara, el contacto que había con estas modelos no era un contacto sexual, para nada, era una comunión. Yo lo que fotografío aquí no son naturalezas muertas, lo que hay aquí son personas, sean anónimas o no, pero siempre personas. Y siempre con un enorme respeto.
Teniendo en cuenta tu opinión acerca de la condición del fotógrafo actualmente, ¿qué le dirías a las generaciones de fotógrafos venideras?
No sé, no doy consejos. Tampoco sabría qué decir, lo que hagan los demás, lo que piensen los demás, lo respeto. Yo tengo mis convicciones y no las cambio. Una de mis convicciones es que estás aquí para intentar trascender, para hacer algo que deje una huella, para pasártelo bien y, si puedes, para ayudar a la gente.
¿Cuál fue tu primer trabajo importante? ¿Uno que recuerdes especialmente?
(Señala la fotografía de Orson Welles) A los 22 años ya era fotógrafo de Fotogramas, que era la revista de cine más importante España, y me enviaron a cubrir el Festival de San Sebastián. Y de ahí es esta foto. También hice unas fotos muy bonitas de Víctor Erice, que ganó por El espíritu de la colmena. Después fotografié a Catherine Deneuve, a Liz Taylor, y todo sin no tener puta idea, no tenía técnica. Yo no soy técnico. La cámara es un aparato complejo, pero al final es algo que encuadra, se enfoca y se dispara tus órdenes.
¿En qué punto de tu recorrido artístico estás ahora?
Voy a cumplir 76 años en octubre. Mucho recorrido ya no me veo. Pero estoy acabando el libro y si acabo el libro a tiempo, quiero volver a pintar.
O sea, que ahora la prioridad es el libro.
Sí, tengo que acabarlo o dejarlo medio acabado, porque no sé, no creo que yo pueda ordenarlo. Soy muy caótico para ordenar los seiscientos capítulos que tendrá. Casi te diría que me gustará que lo ordenara un músico.
¿Un músico?
Diría, no lo sé. Sería fantástico alguien con sentido del ritmo, me gustaría que tuviese un ritmo musical. Todo pasa en África, y de fondo son todo tambores. He estado mucho en África, muchísimo, me la he recorrido entera. He estado en Zambia, en Zimbabue, Tanzania, Costa de Marfil, Sudáfrica, Namibia. En el África Negra siempre hay algún sonido de tambores, sobre todo por las noches. Sobre todo cuanto más abajo, cuanto más al sur.
¿De qué va tu libro?
Es una conversación muy larga del yo obsesivo con el yo reflexivo. Hay dos protagonistas, el viejo y el niño. El niño soy yo de niño y el viejo soy yo de ahora. Es demasiado largo para contar esto ahora, solo diré que llevo cuatro o cinco años trabajando en ello. Todas las noches.
Claro, como por las noches no duermes… ¿Siempre por las noches?
Siempre. Yo solo, escribo en la cama, a lápiz.
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