El Museo Lázaro Galdiano de Madrid recibe la exposición Ayer pisó tu sombra un tigre, del artista figurativo Íñigo Navarro y comisariada por Begoña Torres. Una mirada subversiva y actualizada a las pinturas de Goya, donde galgos gigantes corriendo al atardecer y vuelos imposibles sobre el agua son los protagonistas de los lienzos que ocupan las salas del museo. Hasta el 23 de noviembre podrás enriquecer tu imaginario con estas obras llenas de simbolismo y atmósferas oníricas que desdibujan los límites entre lo real y lo soñado.
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Creciste rodeado de arte y cuadros gracias al trabajo de tu madre como restauradora. ¿Cómo influyó eso en tu mirada y en tu pasión por la pintura?
Cambió mi vida. De pequeño iba a ver cómo mi madre trabajaba en su caballete en el taller que daba al Paseo del Prado, frente a la escultura de Velázquez. Me tomaba la merienda que ella me había preparado por la mañana. Al principio le di más importancia al suceso que a los cuadros. Me paseaba por las salas del museo y podía sentir cómo la gente se ponía muy seria y circunspecta delante de las piezas colgadas o de las que se restauraban en el taller.
Eso hizo que el amor por la pintura, mi pasión, empezara como una cuestión completamente social, abstracta, por percibir la importancia que los demás le daban a lo que allí sucedía. Todos deseamos lo mismo en esta vida: que nos quieran. Curiosamente, lo que hacía en casa como un juego, dibujar, era la otra parte que faltaba. Tenía que ser bueno, y resultó que sí: fue una gran ilusión saberlo. Esa mirada de los demás sobre los cuadros y el orgullo de mis padres al verme dibujar terminaron por transformarme. Me enamoré del dibujo y la pintura hasta tal punto que quedé inútil para cualquier otra actividad que no fuera pintar.
En tu nueva exposición, Ayer pisó tu sombra un tigre, Goya vendría a ser el punto de partida. ¿Recuerdas la primera vez que viste o te encontraste con su obra? ¿Qué te sigue cautivando de su trabajo?
Goya es un gran pintor, pero, más importante que eso, es un gran artista. Mi abuelo me llevaba también al Prado desde pequeño. Íbamos siempre a ver Los fusilamientos del 3 de mayo. Me llamaba la atención, incluso de niño, que las figuras no estaban del todo bien dibujadas, las luces remitían a algo antinatural. En Goya era más importante la necesidad de transmitir algo que él llevaba muy dentro por encima de cualquier aspecto técnico. Los pasajes de las Pinturas negras, Los caprichos o las obras de palacio hacen de él un personaje fascinante, que transmite lo mejor de la esencia de los grandes pintores españoles. Es decir, usa la pintura para ofrecer su visión de la realidad, una visión completamente única e imprescindible. Yo quiero hacer, si es posible, exactamente lo mismo, solo que en una época en la que las extrañezas han cambiado y la pintura está proscrita en las instituciones. Es muy tonificante luchar por lo que se quiere.
Tu proyecto se basa en quince piezas de gran formato y una instalación, con un vínculo central en la estampa de Goya Modo de volar, que forma parte de la colección del museo. ¿Cuál es tu primer recuerdo de esta obra y cómo ha evolucionado tu relación con ella?
Es una pieza perteneciente a la serie de Los disparates. Goya se movió con absoluta maestría entre distintos registros, y en El modo de volar aparece plenamente él mismo. Convivir con una gran obra de arte es parecido a hacerlo con una persona de fuerte carácter, a la que en ocasiones se puede adorar y en otras detestar, estas últimas por las bajas pasiones, como la envidia.
Una de las grandes preguntas con las que he convivido durante esta exposición es la de la vigencia de la obra de Goya: ¿acaso es un artista obsoleto? ¡De ninguna manera! Su trabajo sigue más vivo que nunca y su obra mantiene una fuerza tal que me obliga a revisarme y a especular sobre mi propio trabajo.
“Una de las grandes preguntas con las que he convivido durante esta exposición es la de la vigencia de la obra de Goya: ¿acaso es un artista obsoleto? ¡De ninguna manera!”
¿Hay alguna pieza concreta que cambiaste mucho en el proceso? Si la hay, ¿por qué?
Sí. Además, creo que es fundamental que eso suceda durante la creación de una exposición. Si no fuera así, sería un trabajo de ingenieros, donde todo lo que ocurre es predecible y reproducible. En concreto, yo quería incluir una escultura titulada Lady Jet-lag, que debía ocupar el centro de la exposición. Sin embargo, esto desvelaba desde el principio una de las piezas principales. Por ello, me vi obligado a modificar gran parte de la idea inicial de la escultura para ocultarla, al menos durante la inauguración, de la vista de los espectadores, creando, entre otros recursos, un trampantojo de jardín pintado en el interior de un biombo.
¿Fue algo premeditado el hecho de jugar con los olores como parte de la experiencia? ¿Cómo describirías esa “fragancia amaderada”?
Sí, fue algo premeditado. Una de las cosas que más me sorprende cuando visito galerías hoy en día es lo estandarizado que se ha vuelto el modo de exhibir: paredes blancas, luces intensas… un ambiente poco propicio para la poesía y más cercano a una clínica dental. Quería crear una atmósfera donde las luces fueran tenues y el fondo, oscuro. Entonces surgió la idea de incorporar un perfume que evocara el bosque, las rosas y la madera para dar al espacio un tono envolvente y húmedo. Con la ayuda de Valérie, una perfumista francesa maravillosa, conseguimos poner la guinda al pastel de la exposición.
¿Qué obra del Siglo de Oro o artista clásico te gustaría ‘enfrentar’ en futuros proyectos?
Hay algo terrible en los mitos porque a menudo son tan admirados que se vuelven inaccesibles. Es desolador pensar en Velázquez y descubrir que el deseo de parecerse a él, en el mejor de los casos, solo puede llevarte a hacer una copia suya. Una de las cosas a las que he dedicado más tiempo en mi vida es a comprender el impulso creador de los grandes maestros del pasado, donde la técnica no es más que una herramienta al servicio de su visión. Solo puede uno exponerse junto a Velázquez si el grado de libertad técnica es absoluto y todo resulta tan natural como respirar, pudiendo dedicar el tiempo exclusivamente al motivo, sorprendiéndose a uno mismo por la facilidad de su ejecución.
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¿Hay algún movimiento artístico que te cautive en especial, aparte del muralismo mexicano o el realismo soviético?
No sé si me considero un teórico del arte, pero casi. Cada movimiento tiene su interés porque es una expresión del alma humana. Esto no significa que no piense que muchos de ellos fueron, en cierto modo, fallidos. Por poner un ejemplo: grandes piezas del primer activismo americano o del activismo vienés, del land art y de otras corrientes, fueron increíblemente poderosas desde lo poético pero más cercanas a la literatura que al arte plástico y, por lo tanto, en gran medida fallidas. Muchos de esos movimientos me interesan más en los manuales que en directo; el arte plástico debería ser siempre más impresionante en persona. En realidad, lo que deseo es recuperar una visión clásica del trabajo de los artistas: pintores, dibujantes y escultores que devuelvan la acción al centro frente a la mera exploración formal de los límites del arte.
¿Hay algún momento del día en que te sientas más inspirado para pintar o imaginar estas escenas?
Soy mañanero. Trabajo muy bien durante el día aunque tengo apariciones constantes. Los cuadros me hablan y las personas se revelan como poetas improvisados en cualquier momento y a cualquier hora. Anoto las cosas, nunca las releo pero las verdaderamente buenas no se me borran jamás de la cabeza.
¿Tienes algún ritual (música, lectura, espacio) al abordar un nuevo cuadro?
Lo paso muy mal. Siempre pienso que se me ha olvidado pintar y que no voy a saber hacerlo. Entonces empiezo a andar nervioso delante del cuadro como si fuera un tigre pensando que tengo que cazarlo y me digo a mí mismo, vamos, gallo, una y otra vez, hasta que en un momento dado consigo ponerme el delantal y empezar a hacer premezclas. Casi como si fuera un rezo, muerto de miedo, doy la primera pincelada. A partir de ahí todo se vuelve fácil y natural y casi nunca sé cómo he hecho las cosas.
“Una de las cosas que más me sorprende cuando visito galerías hoy en día es lo estandarizado que se ha vuelto el modo de exhibir: paredes blancas, luces intensas… un ambiente poco propicio para la poesía y más cercano a una clínica dental.”
Alguna vez has mencionado que las máscaras te atraen porque son elementos de disfraz, algo divertido, pero también porque, al eliminar el retrato, la figura se convierte en un símbolo universal.
En el libro que leí hace poco de Ignacio Peyró sobre Julio Iglesias se cuenta que alguien se metía con el cantante porque decía que sus canciones eran una nadería, facilonas y sin la profundidad de otras. Él respondió: Sí, pero son universales. Creo que no hay mayor elogio para un artista, ni mayor piropo, que el de trascender a través del buen recuerdo de los demás. Es esencial tener presente que se pinta más para los demás que para uno mismo.
¿De qué manera crees que incitas al espectador a cuestionarse su propia identidad y la percepción que tienen de ellos mismos?
La vida es enigmática y ninguno de nosotros tiene la respuesta a su sentido. Todos nacemos desnudos y perdidos. Cuando morimos, en el mejor de los casos, podemos estar satisfechos de no haber desperdiciado el tiempo, pero sin muchas más certezas. Por tanto, el tema de la identidad es algo inherente a la vida y no una cuestión propia de nuestra época. Es uno de los grandes enigmas: quién narices somos y qué hemos venido a hacer aquí. No me interesan las identidades de los colectivos, sino la alegría y la felicidad de cada uno de nosotros.
¿Cómo equilibras lo poético y lo narrativo en cada lienzo sin que uno opaque al otro?
No tengo ni idea. Las cosas me hablan y si algo está mal, lo siento como una náusea, un dolor de tripa intenso imposible de obviar. Si las cosas no están en su sitio no puedo vivir.
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En tus vuelos sobre el agua o las referencias al Modo de volar, ¿qué idea de lo imposible te interesa explorar?
Igual que en la ciencia existe el mito de la unificación de las fuerzas o en la filosofía el hallazgo de la respuesta al sentido de la vida, en el arte el mito es crear una pieza cuyo reconocimiento sea indiscutible, desde los estratos más cultos hasta los más profanos. Un objeto universalmente admirado, deseado y protegido como un símbolo de nuestra existencia, fuente de inspiración para la supervivencia de nuestra especie y lo más esencial y enraizado de su cultura. Esto, aunque imposible, es un punto en el horizonte al que siempre se debe mirar. Un imposible noble.
¿Cómo has vivido el paso de exponer internacionalmente a realizar tu primera exposición institucional en España?
Con muchísima alegría. Es posible que seamos una de las últimas generaciones que antes de la total globalización pueda expresarse con cierto localismo como algo exótico pero interesante para los de fuera. Por otro lado, siempre he pensado que deberían ser los de aquí los que más interés podrían mostrar por mi obra. Al fin y al cabo compartimos una infancia de Espinete y La bola de cristal y juntos hemos visto cambiar Madrid y España. Tengo una relación especial con los que crecimos aquí y me hace mucha ilusión enseñarles mi obra y ganarme su aprecio.
Después de Ayer pisó tu sombra un tigre, ¿qué es lo siguiente que te gustaría desafiar o explorar?
Quiero pintar unos cuadros donde se encuentren la belleza extrema y la herencia del pasado y que además conlleven que las imágenes resulten inéditas en la historia del arte tan solo porque es imposible no hacerlo. Algo parecido al cuento de Borges en el que un hombre se propone escribir el Quijote, palabra por palabra, como si fuera la primera vez, y decide que se tiene que convertir en Cervantes. Esto es justo al revés: alcanzar verdadera originalidad sin pretenderlo, simplemente por ser un proceso natural.
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