No se me ocurre un mejor sitio para citar al poeta Gabriel Ventura que en el jardín romántico del Ateneu Barcelonès. El día es lluvioso y nos tenemos que cobijar en la sala de lectura. El mismo lugar donde se reunían la Peña de los Venerables durante el Modernismo, en la que participaban el arquitecto Lluís Domènch i Montaner y el dramaturgo Àngel Guimerà, y la Peña grande, durante el Noucentisme catalán, con Eugeni d’Ors y Josep Pla entre sus tertulianos.
Gabriel llega dibujando una sonrisa y se presta al juego que le propone Marc Medina para las fotos. Está más cómodo frente a la cámara que delante de mí. Por fin nos sentamos a charlar del libro que acaba de publicar, El mejor de los mundos imposibles (Anagrama), que me he leído en un plis plas. Un ensayo que disecciona un fenómeno social emergente entre los nativos digitales: la posibilidad de vivir una vida real en un mundo paralelo. 
Durante la pandemia, muchos jóvenes popularizaron un extraño fenómeno virtual: el reality shifting, una práctica con la que miles de centennials afirman haberse transportado a universos paralelos mientras interactúan con sus ídolos o sus personajes favoritos y experimentan, a través de sus conciencias y creencias, una vida auténtica y real. Gabriel Ventura explora con un estilo grácil y estimulante este nuevo hábito social emergente y se pregunta cuáles son las nuevas formas de pensar y comprender el mundo.
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¿De dónde eres?
Nací en Granollers, pero en realidad crecí en Colera, un pequeño pueblo en el norte de l’Alt Empordà, tocando la frontera francesa. Pasé toda mi infancia allí, de los cuatro a los doce años, hasta que empecé el instituto. Colera era un pueblo muy pequeño, melancólico, pero recuerdo una infancia muy libre, siempre entre el mar y la sierra de la Albera. Íbamos al colegio, pero cuando terminaban las clases, había una continuidad muy natural entre la calle y el cole. Además, yo era un niño más bien sociable, pero a la vez me gustaba mucho leer. Recuerdo muchas horas de juegos interminables con los amigos. Lo guardo como un lugar paradisíaco.
¿Quién te inició en la literatura?
Yo mismo. Mi abuelo paterno era escultor y mi padre nos inculcó un interés por el arte, pero no tanto por la literatura. En casa no había una tradición de lectura. En la adolescencia nos mudamos del Empordà a la Garriga, y allí no tenía amigos. Empecé a leer muchísimo más y a leer cosas raras, con trece o catorce años. El verano de primero de ESO a segundo, descubrí la poesía. Autores como Rimbaud o Paul Valéry, su poema Cementerio marino fue una revelación. Es un libro al que vuelvo muy poco porque tengo un recuerdo tan místico de ese encuentro que a veces me da respeto romper esa imagen idílica.
Palau i Fabre, Sylvia Platt y Anne Sexton vinieron después, cuando ya estaba en bachillerato y descubrí estas voces más contemporáneas, más radicales. Fue una especie de revelación muy rápida. Cuando descubrí la poesía, quise dedicarme a ello. Creo que con catorce o quince años tenía esta vocación y ya me identificaba como poeta. Una cosa casi ridícula a esa edad.
¿De qué trataban tus primeras poesías?
Imitaba mucho a mis ídolos, a Joan Salvat-Papasseit, también a los vanguardistas. Me gustaba hacer poemas rotos, poemas muy visuales. Es una cosa que he mantenido, incluso en mi época de juventud y de madurez. Ese impulso inicial de lo vanguardista, lo dadaísta, el surrealismo, todo eso me influyó muchísimo. Era un universo en el que me encantaba estar. Me sentía raro por razones familiares, porque vengo de una familia un poco compleja, aquello que se llama vulgarmente una familia desestructurada. Pasamos por épocas muy duras, muy extrañas y yo me recluí mucho en la poesía y en la literatura.
¿Qué encontraste en la literatura?
Una forma de crear y de vivir la vida mucho más imaginativa. Sentía que podía ser otra persona, como decía Rimbaud: “Je est un autre”. Esta idea caló muy hondo en mí. Tenía la certeza, y aún la tengo, de que la poesía es un espacio para jugar con tu identidad, para deformarla, ampliarla hacia zonas desconocidas, jugar con tus propias ideas, ideales e incluso principios. Hace poco leí una frase de John Coltrane, el músico, que decía: “Cuando hagas algo, hazlo muy seriamente, porque puede ser muy divertido hacer algo serio”.
Yo me lo tomaba muy en serio, esto de ser poeta. Adoptaba mucho esta distancia con el mundo, porque a pesar de que me encantaba estar con los amigos y hablar horas y horas, en la adolescencia conocía a muy poca gente con la que podía conectar para compartir el mundo poético. Cuando llegué a la Universidad Pompeu Fabra, donde estudié Humanidades, encontré gente con la que podía hablar de poesía.
¿Qué tipo de refugio encontraste en la poesía? ¿Cómo puedes explicar al lector qué es?
Era un lugar donde encontraba mucha fuerza. Es un refugio contra el mundo a veces, especialmente en la adolescencia. Pasé por momentos dolorosos y ahí tenía la posibilidad de explorar mi identidad de una forma que, a nivel social, más práctico del día a día, sentía que no me interesaba. Me interesaba ese mundo más anímico, mental y atmosférico. Me iba solo a leer al bosque. Descubrí a Cernuda también, que fue un descubrimiento increíble. Jamás olvidaré grandes momentos leyendo La realidad y el deseo u Ocnos en un claro del bosque. Ahí sentía una afinidad con unas almas con las que podía entablar un diálogo fuera del tiempo y el espacio que yo habitaba, y eso me parecía fascinante.
“Tenía la certeza, y aún la tengo, de que la poesía es un espacio para jugar con tu identidad, para deformarla, ampliarla hacia zonas desconocidas, jugar con tus propias ideas, ideales e incluso principios.”
¿Podías mantener un diálogo contigo mismo en paralelo a la lectura de poemas o libros que te interesaban? Es decir, ¿has convivido con una voz interna que identificas de alguna manera?
¡Qué buena pregunta! Cuando escribo siento que encuentro una forma de identidad que es mía y no es mía a la vez. Es una relación extraña, es algo muy orgánico, pero me gusta esta extrañeza, un poco a lo David Lynch. Mi propia identidad, digamos convencional, en el mundo de la poesía desaparecía, se fundía con otra cosa que era desconocida y que no sabía definir exactamente.
Para mí la poesía también era un fuego, un misterio, algo que que ardía en medio de todo este mundo. Te hablo de mediados de los 2000, una época en este país, poco antes de la crisis, donde todo era normal. A mí esa normalidad me aburría infinitamente y la encontraba falsa. La vida no es normal, es algo increíble, es algo misterioso. Dentro de la poesía tenía la sensación de que podía estar cerca de este misterio.
¿Qué te da la poesía que no tiene la narrativa?
Ahora acabo de publicar el ensayo El mejor de los mundos imposibles, que recoge muchas de mis obsesiones, incluso de la época de la universidad, como por ejemplo la posibilidad de trabajar vidas alternativas o imaginar un mundo diferente al que habitamos. O la crónica del rodaje de la película Liberté, de Albert Serra, o La noche portuguesa, que es un relato que está más cerca de la novela. En la poesía, en la novela, en la crónica, como en el ensayo, incluso en cuentos que he escrito, o textos más raros, que son mis preferidos, siempre siento que el impulso es poético. La poesía está en el centro de todo. Yo lo definiría como un misterio.
Pero no es lo mismo.
Claro, hay un cambio de ritmo. De relación con el texto. Para mí la poesía, la mejor poesía, está en el límite entre el control y el descontrol, entre entrar en el lenguaje y dejar que el lenguaje te guíe un poco. Leyendo un poema estás dentro de una sustancia, de una atmósfera, y tienes que dejar empaparte por ella. Es breve, rápida y concisa. Hay días que intentas escribir un poema y no estás en la atmósfera, no estás en la sustancia, no estás ahí, en la zona, que diría Tarkovsky.
También me gusta mucho esto, la zona. No siempre puedes entrar en la zona de la poesía. Raras veces. Hay técnicas para estar más ahí que consisten en un aislamiento grande, en una concentración extrema, que hoy en día también es difícil de conseguir, pero que creo que se necesita para llegar. La poesía requiere disciplina, pero es una disciplina mucho más sensorial. La narrativa es una disciplina muy material, de estar ahí en el escritorio horas y horas. Puedes escribir un buen poema en diez minutos. Ya lo tienes hecho. Es una sensación increíble, adictiva también, aunque no siempre pasa. En cambio la narrativa no, en diez minutos no haces nada, necesitas cinco horas.
¿Cómo te relacionas con las palabras?
Me gustan mucho las palabras, materialmente también, y esto creo que viene de la poesía. Por ejemplo, una cosa que a veces me molesta un poco de escribir ensayo o crónica es que no todas las frases pueden ser buenas, no puedes estar escribiendo siempre frases increíbles. Hay algunas que son totalmente anodinas pero muy necesarias para que el texto avance y para crear sombras y luces. Tiene que haber partes que sean intrascendentes por cuestión de ritmo.
Pero en la poesía puedes trabajar con las palabras a un nivel de precisión y de detalle que me interesa mucho. Me gustan mucho sus formas. Hay palabras que tienen formas redondeadas y otras que son más rectas. Y en cuanto a los versos, me gusta mucho la idea, a veces una idea un poco ingenua, pero creo que esta ingenuidad es hermosa, que es poner dos palabras juntas que nunca habían estado juntas. La poesía permite estos juegos maravillosos y creo que en mi poesía, o al menos en la poesía que me interesa, la palabra es la unidad de sentido elemental.
Escribo un tipo de poemas en los que a veces una palabra es un verso, o una palabra rota incluso puede serlo. Las palabras las veo como criaturas curiosas, los sustantivos sobre todo. A veces los verbos son los más banales dentro del lenguaje, pero también me gusta jugar con esta cosa gris y prosaica de los verbos.
¿Tienes grandes momentos de inspiración en los que resuelves todo lo que te propones, o tu escritura es el resultado de autocorregirte mucho?
Tal y como concibo la poesía, la reescritura tiene que hacerse en los momentos de la aparición del poema. Yo digo que a veces los poemas aparecen. Y la reescritura se produce en el momento mismo de la escritura. En la poesía el trabajo más difícil es crear esa atmósfera en la que entrar. Y es una cosa tan rara como el estado anímico en el que te encuentras, las influencias que tienes en el exterior, si estás en un mood, pues entrar de una zona a la otra. Eso requiere disciplina, tiempo, complejidad, pero cuando estás en la zona, el concepto de trabajo desaparece. Para mí.
Hay una frase que me gusta mucho de Pessoa, que dice: “la cuesta lleva al molino, pero el esfuerzo no lleva a nada”. Creo que con esto hablaba de cómo escribir un buen poema. Te puedes esforzar mucho y puede salir un poema correcto, pero no un gran poema, que no sepas muy bien qué es. Esa es la sensación a la que me gusta llegar. Aunque no siempre es así.
Pero respondiendo a la pregunta, la disciplina para mí es crear esa atmósfera y una vez entro, hay una cuestión de inspiración, si se quiere, y de suerte. Y de lecturas, bagaje lector. No creer que te estás inventando nada, esto sería ridículo. A la vez, creer que puedes inventarte algo. Escribir poemas para mí también requiere un cierto arte del olvido. Cuando lees a Rilke, a Sylvia Plath, o tantos otros, te puedes quedar realmente paralizado ante esa maravilla. Tienes que olvidarte de todo esto y entrar en los poemas con una mentalidad abierta.
¿Y por qué da tanto respeto la poesía al lector medio? Leer poesía se percibe como un acto heroico.
Es curioso porque Bolaño decía aquello de que los poetas escriben poesía para los poetas. Parece un tópico, pero es un tópico que se repite. No sé por qué da tanto reparo. Quizás no tanto, porque mucha gente escribe sus poemillas, sus sentimientos en forma de poema. No es una cosa tan extraña. Hoy en día todo el mundo ve series y cine comercial, pero hay muy poca gente que vea un tipo de cine que esté realmente intentando tensionar el lenguaje cinematográfico. Creo que con la poesía, de alguna forma, pasa lo mismo.
Todo el mundo puede tener una relación más o menos circunstancial con ella, pero entrar en ese mundo tan rico, tan diferente, tan variado, en el que puedes tener un tipo de experiencias lingüísticas y literarias tan peculiares, solo es una cuestión de curiosidad, en realidad. Aunque sí que puede ser un lugar más complicado, creo que es una sensibilidad que la puede desarrollar todo el mundo.
“Cuando escribo siento que encuentro una forma de identidad que es mía y no es mía a la vez. Es una relación extraña, es algo muy orgánico, pero me gusta esta extrañeza, un poco a lo David Lynch.”
Has citado a Pessoa y yo tenía apuntado aquí que él decía que “la vida no basta, por eso existe la literatura”. Serían dos preguntas en una: si estás de acuerdo, que supongo que sí; y si para ti escribir es una necesidad.
Me encanta que cites Pessoa, porque Libro del desasosiego es un título que siempre me acompaña. Es de esos autores que te recuerda que para vivir hace falta la literatura, al menos para mí. La literatura, el cine, el arte, la capacidad, creo, de vivir una vida otra, una vida diferente.
En mi caso es una necesidad extrema. Es más, creo que la vida tiene que imitar a la literatura. Ese es mi objetivo, que la vida imite el arte y la literatura. Es muy ‘vila-matiano’ esto. Enrique Vila-Matas es otro gran escritor que para mí siempre ha sido absolutamente ‘pessoano’, que busca no que la literatura imite la vida, sino que la vida imite la literatura en esta especie de espiral maravillosa que no termina nunca. Y a mí me gusta vivir allí y necesito vivir allí. Fuera de allí me siento en la intemperie.
¿Para resguardarte, te cobijas en los demás?
Sí. Lo mejor de estas intemperies es que te vas encontrando gente por el camino, gente que vive la vida como una ficción también. Para mí es supernecesario. De hecho, siempre me gusta trabajar con muchos artistas a la vez. Es una cosa que me pasa mientras estoy haciendo mis libros. Hago muchos proyectos paralelos con la artista Rosa Tharrats, que también es mi pareja. Nuestra vida es eso. Hicimos una ópera y ahora ya estamos maquinando otro libro. Necesito este juego y creo que a casi todo el mundo que se dedica a esto le pasa algo parecido.
Volviendo a la idea de comunidad, en mi libro La noche portuguesa había un ideal, un sueño, que era vivir la vida artística en comunidad. Albert Serra, desde su productora Andergraun Films, genera estos grupos utópicos en lugares concentrados en el tiempo (un rodaje). Son lugares fuera de la historia en los que se generan unas dinámicas extrañas, raras, diferentes, fascinantes. No digo que mejores, porque no son mejores.
Lo que descubrí en ese libro es que son formas de comunidad parecidas a las comunidades de vecinos, pero con unos ritmos, unas coreografías sociales, que no se corresponden con las de la vida cotidiana. Y eso me gusta. Me siguen gustando con sus claroscuros, porque los tienen. No todo es libertad creativa en una comunidad creativa. Se siguen reproduciendo lógicas de poder, pero esto va con lo humano. No puedes evitar reproducirlas.
De todos modos, tú te acercas al mundo de otros poetas, por supuesto por curiosidad, pero también por compañerismo. Me gustaría que me hablaras un poco de ellos. ¿Qué te aportan, no tanto en tu condición de poeta, sino como persona?
Coincidí en una residencia literaria con una poeta, Ángela Segovia, que es increíble. Me gusta quedarme fascinado por lo que hacen los amigos, esos mundos tan misteriosos, esas formas de entrar en el misterio diferentes a la mía. La fascinación, la admiración, para mí son cuestiones muy importantes en esta idea de la comunidad poética. Y los poetas siempre han sido una comunidad muy beligerante, con muchos bandos, muchas rencillas, muchos enfrentamientos estéticos. Se toman muy en serio, pero también hay mucho jolgorio.
Se rompe esta idea de la comunidad literaria convencional cuando te encuentras con personajes como Enric Casasses, o Carles Hac Mor, que ya murió, o Vicenç Altaió. Cada uno tiene su mundo y eso es maravilloso. No es que estén en consonancia todos. Ahí hay una electricidad, y esa electricidad es brutal en la comunidad poética. A mí me gusta mucho Raquel Santanera, una poeta, colega y amiga, con una poesía y un mundo muy particulares que aún intento entender en cada libro que publica. Hay muchos universos.
Hablemos un poco de tu mundo, en tanto que poeta. ¿Cuáles son los temas recurrentes en tu obra, o aquellos con los que tú te sientes especialmente ligado?
En mi nuevo poemario hay algunas ideas que veo que acaban apareciendo de nuevo y que estaban en libros anteriores como W o Apunts per a un incendi del ulls. Una de ellas es, por ejemplo, y creo que está ligado a esto que comentábamos del juego de la identidad y de la posibilidad de desaparecer en la escritura, una idea que aparece en ese territorio, ese universo, esos mundos diferentes, extraños. La idea de desaparecer en la palabra. No sé exactamente qué quiere decir, pero sé que es algo que me interesa. La posibilidad de diluirme en el lenguaje está en muchos de mis libros. En W, la idea de la palabra ‘desaparecer’ es muy presente en todo el libro, es casi el eje temático y sigue siendo una obsesión que me acompaña. No sé por qué.
¿Necesidad de desaparecer de uno mismo, o desaparecer más bien de aquello que rechazas?
Quizás es la posibilidad de volver a aparecer. El desaparecer como la posibilidad de volver a aparecer de una forma diferente, otra, quizás de salir de uno mismo, porque uno mismo es una prisión aburridísima que no podemos evitar. Y para mí es la poesía.
También hay otra cosa que está en mi próximo libro, la relación entre lo que pasa dentro y lo que pasa afuera, entre el mundo interior y el llamado mundo exterior. Esta aparente dicotomía, que yo no la veo tan dicotómica, es una especie de cinta Möbius. Lo que escribes se puede convertir en verdad y las verdades que vives en la vida pueden devenir literatura y crear nuevos mundos. Esta especie de ritmo así en espiral, en infinito, me interesa.
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¿Cuáles serían las grandes verdades para ti?
La única verdad que yo he experimentado es el amor.
¡Felicidades!
(Risas). No hablo del amor romántico. Como decía Dante, del amor que mueve el sol y las estrellas. Siento que hay un amor a pesar de lo difícil y el desastre que es este mundo horrible. Las cosas más maravillosas pasan gracias al amor, y para mí eso ha sido una verdad. Lo he experimentado. Es difícil, pero el amor, como la amistad forma parte del amor, la vida en comunidad forma parte del amor, la literatura forma parte de una forma de amor también, pero para mí el amor es una especie de fuerza que es una verdad. Esto sí que es la única verdad. No sé si la he experimentado, quizás esto es muy pretencioso, pero sí que la busco. Como decía Fox Balder: “I want to believe”.
¿Pero cómo lo identificas? Porque una cosa es buscarlo, y otra es encontrarlo. Para encontrarlo tienes que identificarlo. ¿Tienes un sexto sentido?
Son teorías muy raras que tengo. Pienso que si crees en algo, pasa. En la poesía me ha pasado y es una forma más cercana al pensamiento mágico. El amor no es estable tampoco, puede ser algo muy loco. No es un lugar, puede ser una certeza, pero no una certeza cómoda, creo que más bien lo contrario. Le digo amor cuando pienso en términos de esto que decía Dante, esta fuerza que mueve el mundo, que hace que las cosas se unan, se separen, se encuentren, y cuando siento esta fuerza, voy para allá. Y te puedes equivocar muchas veces. Es tremendo, pero creo que también hay que arriesgarse a equivocarse.
Desde el tópico, digamos que la poesía, la romántica, se fija en el amor, en el amor entendido como algo que se desea, algo que uno tiene que alcanzar. ¿Tú estás en esa sensibilidad como escritor? ¿O huyes un poco de esos lugares comunes con los que algunos autores han hecho incluso fortuna?
Es muy difícil escribir un poema de amor. Como digo, no es tanto el amor romántico el que me interesa. El amor, por ejemplo, entre dos palabras que se encuentran y juegan entre ellas, es este tipo de amor. Es un amor minúsculo, diminuto, casi banal. Este amor me gusta mucho. Como cuando las palabras juegan entre ellas y se encuentran.
Comparto buenas cosas con los románticos, históricamente hablando. La idea del fragmento me interesa mucho. Decía Novalis que él escribía mucho en fragmentos porque este impulso amoroso de estar en el mundo, de bailar con el mundo, era tan grande que era imposible escribir en un único poema y necesitaba ir generando momentos fugaces de esta gran experiencia amorosa con el mundo. En este sentido me siento romántico, en el sentido del fragmento, de la imposibilidad de atrapar el todo. Pero no creo que quien lea mi poesía me identifique como poeta romántico.
¿Para ti qué es lo que hay que aprovechar de la vida, de la propia experiencia vital? Has hablado del amor, has tenido la suerte de acercarte a él, pero ¿qué es lo que nos ofrece la posibilidad de vivir y tendríamos que concienciarnos de que hay que aprovecharlo?
¡Ya ves! Siempre me he sentido muy vitalista. Otra de las lecturas de adolescencia que me marcó muchísimo fue Nietzsche. Siento que hemos ido evolucionando hacia un mundo cada vez más apocalíptico. Después del Covid, todo eso que vivimos, podemos hacer ver que no está pero está ahí, ha pasado y estamos viviendo momentos de una complejidad y una dificultad increíble que yo ya conozco desde pequeño. Sé lo que es la precariedad en un contexto familiar complejo. Esto también me acercó a la vida de una forma diferente.
Creo que las ganas de descubrir cosas son necesarias. Ojalá hubiera más gente escribiendo poesía y viviendo la vida de forma poética. No sé si el mundo sería mejor porque la poesía hace milenios que existe y no ha mejorado el mundo. Pero a la vez, la gente que he conocido y vive en estos mundos humildemente es gente que aprecia el respeto, aprecia la famosa diferencia, ama no tener la verdad, no tener la razón, disfruta observando. Disfrutan esta pasividad y esta cosa de no querer dominar el mundo. Una cosa hermosa que me gusta de la poesía y a la vez no querer dominarlo, pero sentir la fuerza dentro, esa fuerza del mundo. Y de estar con él. Es lo que rescataría de la vida, estos momentos, pequeñas iluminaciones cotidianas que pasan de vez en cuando.
“Creo que la vida tiene que imitar a la literatura. Ese es mi objetivo, que la vida imite el arte y la literatura.”
Hay otro aspecto interesante: tu relación con las artes visuales y escénicas. ¿Cómo te acercas a ellas y qué te aportan para poder trasladar a la escritura o a tu propia experiencia vital lo que eso te provoca? ¿Cómo llegas a ellas?
En la universidad ya sentía un gran interés por el arte. Estudié Humanidades y las vanguardias. Esta sensación, como digo, de la comunidad artística en la que se mezclaban poetas, artistas, pintores, cineastas y todo lo que corriera por ahí me encantaba. Necesito estar ahí. Conozco escritores que no tienen esta necesidad, incluso a veces rehúyen el arte más contemporáneo porque lo ven como una especie de especulación superficial sin interés. Yo he aprendido mucho del arte contemporáneo, de mis amigas artistas, un montón. Estrategias, formas de no tomarte en serio… esto me encanta del arte contemporáneo y cuesta encontrarlo en la literatura.
Antes has comentado tu colaboración con Albert Serra, pero has colaborado y colaboras con otros artistas. Esto es algo casi necesario para ti. ¿Cómo hace uno desde su lugar para establecer esta complicidad con otro creador?
Con Albert Serra, Rosa Tharrats, Enric Farrés y mucha otra gente con la que colaborado y sigo colaborando, nace del juego y de esto que dice Serra, la fiesta. Esto es una fiesta y en la fiesta todo surge de una forma muy poco teledirigida. A veces se da y a veces no. Me vienen a la cabeza Aldo Urbano o Víctor Balcells, con quien escribí un texto. Con Albert me lo he pasado muy bien. Con Rosa, hemos hecho muchas obras juntos y siempre es una aventura divertida. Nos gusta mucho hacer cosas que no habíamos hecho antes. Vamos a hacer una ópera, una posibilidad increíble, me encanta. Vamos a hacer una película, un corto, pues venga.
Enric también es un gran interlocutor, me lo paso muy bien con él. Tiene una inteligencia única, para mí es uno de los mejores artistas de este país. No digo importante, la palabra importante no importa. Es un artista con una gran curiosidad y una capacidad de sorprenderte y de sorprenderse que me encanta. El rodaje de Albert Serra fue una experiencia brutal. Siempre me ha encantado el cine, y tener la oportunidad de escribir un libro, no sobre cine, sino desde el cine, fue una experiencia increíble. Me lo pasé muy bien y fue complicado a la vez.
¿A ti no te da respeto decir, voy a escribir una ópera? ¿No hay nada ni nadie que te ponga en tu sitio en ese sentido?
Ya, ostras, a veces tengo la sensación de que tendría que tomarme las cosas con más rigor, en plan, vas a hacer una ópera.
¡Pero la has hecho! Lo bueno es que la has hecho.
Sí, sí. Una ópera breve, pero la escribí. Últimamente pienso que me gustaría hacer un largometraje. Hay días que cuando veo buenas pelis digo, esto es muy complicado. Y a veces pienso en la actitud de Andy Warhol, que decía, quiero hacer cine, pues voy a probar. Lo veo todo como una tentativa. Incluso la poesía misma, la veo como una tentativa. A veces hay tentativas que son más o menos afortunadas, no hay más. Y esta sensación la tengo muy enraizada. Todo son pruebas, y hay experimentos que a veces son más fructíferos y formalmente más interesantes, y otros que te llevan a caminos que quizás había un impulso interesante, pero el resultado no lo es tanto.
No tengo miedo de fracasar. No quiero sonar pretencioso, pero si no te atreves a hacer esto, no puedes hacer más cosas. Tengo un amigo escritor que decía: tú no eres poeta, tú eres artista. Y me lo decía como despectivo, como tú no eres escritor, eres un artista. Todo este culto a la dificultad no lo profeso. O sea, profeso un culto a lo ligero y a lo ligero dentro de lo ligero. Hay la dificultad de hacer que las cosas existan.
Esta es la gran dificultad: que exista algo. Pero querer ser alguien, esto no me lo planteo. No quiero ser algo, quiero hacer algo. Más que querer ser, me gusta hacer. Me gusta hacer las cosas. Lo que me enseña la poesía es que sí, es otro realmente.
Eso es muy bonito. En tu libro Apunts per a un incendi dels ulls reflexionabas sobre la iconoclasia y la capacidad de rebelión del lenguaje sensorial. ¿Por qué hay que reivindicarlos?
Me interesaba y me sigue interesando la posibilidad de que la poesía y el lenguaje intervengan en el mundo. Austin diría: menuda pretensión más tonta. El lenguaje interviene en el mundo. Cuando firmas un contrato, o cuando dos personas se casan, este ‘sí, quiero’ es vinculante con el mundo y lo transforma de manera radical. Implica toda una serie de cuestiones legales.
El lenguaje de por sí ya transforma el mundo. Me interesa este tipo de lenguaje que intenta rasgar formas de vivir el mundo o rasgar el tejido que parece haber entre nosotros y el mundo. Esto es la iconoclasia. Cuando haces estos agujeros, ahí se produce esta fricción. La iconoclasia siempre genera vértigo, incluso rechazo y fascinación, y me preguntaba si la poesía aún podía ser iconoclasta, si un poema podía romper al mundo. No sé, era una pregunta un poco metafísica.
“Ojalá hubiera más gente escribiendo poesía y viviendo la vida de forma poética. No sé si el mundo sería mejor porque la poesía hace milenios que existe y no ha mejorado el mundo.” 
Para la presentación de este libro te instalaste en el escaparate de la librería Documenta de Barcelona unas veinticuatro horas, y por ahí fue pasando muchísima gente con la que compartías una charla. Eso me hizo pensar en aquella autopromoción que hizo Dalí en el 1939 en Nueva York, cuando rompió el escaparate que le habían cambiado porque no entendieron lo que estaba haciendo y la policía lo detuvo. El juez dijo que le daba la razón al artista porque nadie podía desvirtuar su obra. Cuéntame el objetivo que había detrás de tu performance.
Fue una idea muy loca que tiene que ver mucho con el contexto. Estamos hablando del año de la pandemia, era diciembre de 2020. Fue una decisión muy lúdica y una solución a un problema que era que queríamos presentar el libro y no podíamos congregar a mucha gente. Teníamos el escaparate de la librería, que genera esta distancia, y dijimos: por qué no hacemos una presentación que sea una fiesta, ahora que no podemos hacer ninguna. Por qué no intentamos perpetuar la fiesta por otros medios. Ese era el objetivo, no queríamos llamar la atención a lo Dalí.
Hicimos un horario e invitamos a mucha gente para que fuera pasando, evidentemente en solitario. Pasaron periodistas, artistas, amigos cineastas. Fue una fiesta colectiva. Escribir es exponerte, y no hay una diferencia muy grande entre ponerte ahí tumbado en ese sofá que montamos y escribir un libro.
En el dietario La nit portuguesa relatas el rodaje de la película Liberté y dices sentirte fascinado por los títulos de crédito de las películas y sobre las identidades de las personas que conforman el equipo. Muy probablemente no vayas a leer sus nombres nunca más, y eso es algo que tiene que ver con la idea de captar el instante. Algo similar a lo que nos ocurre cuando viajamos en transporte público y observamos a los demás, o cuando caminamos por la calle. Yo hago siempre el mismo recorrido para ir a trabajar, paro en el semáforo, pasa la gente, y sé que no los voy a volver a ver nunca más. Es un poco la misma aproximación al hecho de que ese nombre que vemos en la pantalla pasa y desaparece.
Pues mira, no lo había pensado pero es una fascinación que tenía de pequeño y tiene que ver también con ese encuentro fortuito con otra vida. Sobre todo me fascinaban los créditos de las películas, ese momento en el que se destapa la verdad. Todo esto que has visto lo ha hecho esta gente, y si toda esta magia existe es porque uno estaba moviendo el foco, y el que movía el foco es Pepito los Palotes y tienes la suerte de captar su nombre. Me gustaba cómo la magia de esa ficción se apodera de esos nombres. Creo que tiene que ver con lo de dentro y lo de fuera. Esta ficción era gracias a esta gente, y esta gente, de alguna forma, se empapaba de la magia de la película, de ese mundo maravilloso o ficticio que me había fascinado. Me gusta mucho la comparación.
Respondiéndote, creo que sí, que en el fondo hay una similitud con esto que decías, esta deambulación y de repente decir esta persona, qué curiosa, y quizás no nos vamos a volver a ver nunca, o cuando te fijas en algo vuelve a aparecer. Esto es divertido.
Has tenido una experiencia directa con Albert Serra. Uno tiene la impresión que se ha inventado a sí mismo. ¿Cómo fue esa relación entre tú y él? ¿Hasta qué punto se deja influir o escucha, y hasta qué punto el personaje que nos presenta tiene que ver con la realidad?
Albert tiene unos intereses muy particulares. Cuando me invitó al rodaje, ya estaba hecho. A partir de ahí, lo que yo pudiese aportar o no aportar le era absolutamente indiferente. Solo hablamos un día del libro, uno de los últimos días de rodaje. Me dijo: todo lo que vayas a explicar del rodaje no se acercará a la verdad. Me gustó esta idea, este reto de ‘no vas a poder atrapar lo que pasa aquí’. En el rodaje actué un poco como un voyeur, era un observador. Mi relación con los objetos de mi estudio era antropológica. Me gustaba esta distancia, me lo pasaba bien, me daba una libertad increíble.
A Serra lo veo como un poeta, un poeta en acción. Dos poetas siempre pueden hablar de banalidades, pero no pueden hablar de su poesía muy intensamente. Hay que dejarse sorprender, hay que dejar un espacio para la imaginación. Serra es un gran maestro de esto. Él deja un gran espacio para la imaginación. Hay gente que vive este espacio que él deja como una distancia insoslayable, imposible. Y lo puede ser, pero yo lo viví como un espacio para la imaginación y me encantaba. Ahí podía inventar, decir lo que quisiera, y es quizás lo que yo dije, pues quizás no fue lo que él esperaba, pero es igual.
En el poemario Apunt per a un incendi dels ulls hay una nota de Simone Weil que dice: “En el pensamiento de lo sobrenatural, no debemos buscar, aquí abajo o después de la muerte, ningún alivio de las cadenas de la necesidad. Lo sobrenatural es más preciso, más riguroso, que el burdo mecanismo de la materia. Se añade a ese mecanismo sin alterarlo. Es cadena sobre cadena, cadena de acero sobre cadena de latón”. ¿Puedes comentarlo?
A mí Simone Weil me parece una escritora increíble, y especialmente en los últimos tiempos me acompaña mucho. La gravedad y la gracia es un libro que me marcó especialmente. De esta cita me interesaba la idea de lo sobrenatural. Jamás había leído a alguien que hablase así del tema, que es una idea que siempre me ha traído, siempre he buscado lo mágico en la realidad. Una idea, como digo, un poco ingenua de sentirme transformado, de sentir que la vida puede ser otra cosa.
Lo sobrenatural es algo que me ha fascinado y que está también en este ensayo. Me gusta la idea de que lo sobrenatural añade precisión al mundo. Aún no sé qué significa esta frase pero creo que hay algo que explica por qué me interesa. Quizás dentro de un tiempo te podré responder con más precisión.
Pero la precisión tiene que ver con aquello que no deja surcos, es aquello que casi encuentra la perfección. ¿Sería esta la idea final, encontrar o acercarse a la perfección, a la perfección de uno mismo, a la perfección de lo que uno es capaz de crear por sí mismo, o a la perfección del mundo?
Sí. No sé si te respondo de nuevo, pero creo que lo que me interesa es que lo sobrenatural solo puede pasar en pequeñas cosas. Los milagros, el mejor milagro que se ha filmado jamás, es el Evangelio de San Mateo de Passolini. Ese momento en que de repente ves una red y aparecen los peces. Siempre digo que es el milagro más marxista, más radicalmente materialista de todos. Passolini hace una cosa maravillosa en esa película que es convertir en milagro algo material. Es increíble.
¿Qué quiere decir? Un milagro es que, de repente, donde no había nada, hay algo. O viceversa, donde había algo, desaparece. Esta disrupción de lo real, esta posibilidad de que haya un vacío en lo real, de que lo real se interrumpa por medio de una voluntad que tú no puedes controlar, que tú no sabes ni siquiera si existe, esto me fascina.
La idea de Simone Weil, tal como yo la leí, me interesaba y estoy de acuerdo con lo que decía ella de la precisión de lo sobrenatural. Lo sobrenatural no pasa de manera global, pasa de manera muy localizada. Y la poesía actúa en este mismo sentido de precisión sobre las palabras. La mejor poesía es milagrosa porque es el detalle, Dios está en los detalles. Lo sobrenatural, si es que se puede dar, añade misterio al mundo. Weil era una mística obrera. Fue un caso único, con unas luchas interiores increíbles. Creía también en la fuerza del amor como una fuerza de transformación del mundo radical.
“No quiero ser algo, quiero hacer algo. Más que querer ser, me gusta hacer.” 
Hablemos de tu nuevo libro, El mejor de los mundos imposibles, en el que planteas la dicotomía entre el ser incompleto y la necesidad de acercarse a algo que uno realmente busca, o decide, sobre sí mismo.
Descubrí este fenómeno peculiar del reality shifting, una tendencia que aparece durante el confinamiento, especialmente en TikTok y otras redes, de gente muy joven que aparentemente narra sus vidas alternativas en mundos paralelos, una especie de multiverso en el que creen. Viven vidas imposibles. Me fasciné por este fenómeno porque lo veía muy cercano a como yo concibo la poesía, un espacio en el que puedo vivir una vida alternativa a mi vida convencional. Puedo empatizar con los shifters, con esta necesidad de buscar, quizás de llenar con otras vidas esta vida tan banal, que es la vida convencional. Este impulso me gustó.
Cuando decides abordar este tema y desarrollar, no sé si una teoría, pero sí defender tu punto de vista sobre el asunto en el libro, ¿qué es lo que te obliga a investigar y a plantear lo que planteas?
Creo que intuí en esto del reality shifting algunas preocupaciones e intereses que yo ya tenía. La posibilidad de vivir otras vidas en una misma vida, la posibilidad de imaginar un mundo mejor, en el que fuéramos distintos. Esto es uno de los impulsos que me llama a mí a investigar este fenómeno y a dedicarle un ensayo breve, pero que profundiza en un tema aparentemente banal o esporádico.
Veo algunas claves para entender también la forma que tenemos de imaginar hoy en día y, sobre todo, lo que digo de este libro, que es algo aprendido en la poesía, solo desde lo preciso y lo concreto puedes pensar en abstracto, porque sino, pensar en abstracto no tiene sentido. El reality shifting me daba esta concreción para poder adentrarme en las formas de imaginación contemporánea. Cómo imaginamos hoy en día con este fenómeno de las pantallas, de las vidas virtuales y de los múltiples avatares que desarrollamos en redes. Todas estas ficciones las veía como un territorio a explorar e investigar lo que es una teoría de la imaginación contemporánea.
De alguna forma tiene que ver con la precisión con la que actúa el capitalismo en este momento, en que nos invita a no ser nosotros mismos en la esfera que todavía no controla por completo, que es la privada. Dejar de ser tú para ser otro. No sé si en ese sentido podemos constatar una perfección perversa del sistema frente al individuo.
Es muy interesante esta pregunta y te diría que sí, que lo que ofrece la posibilidad de estas prácticas, yo lo llamo un arte psíquico nuevo. Esto del shifting es ser de una manera que la realidad social no te permite. Esto lo conecto con una idea clave para Slavoj Žižek, que me parece uno de los pensadores más brillantes de hoy en día, siempre con este punto ácido y a la vez extremadamente lúcido. Cuando habla de los videojuegos y creamos nuestro propio avatar, somos otra persona diferente. Pero, ¿y si es que nuestra verdadera identidad se encuentra en este yo virtual y el yo social que vivimos no es más que un yo encadenado por el protocolo social? ¿Y si el yo verdadero es el del tipo que está ahí haciendo todas esas locuras?
Lo veo en la poesía también. En la poesía te puedes permitir destruir mundos. En la ficción puedes generar todo tipo de mundos y nadie te puede acusar de ser un un asesino. Si escribes una novela desde el punto de vista de un asesino, ¿eres un asesino? No, es una ficción. Este territorio me parece brutal y creo que encaja con lo que dice Žižek. Es tan poco el espacio que tenemos para generar ficciones en nuestra vida diaria que necesitamos cada vez más estos espacios de evasión radical. Lo que es interesante es cómo la pantalla también genera esta posibilidad de incluir tu vida virtual en tu vida real, poder llevar dos vidas paralelas o varias, y a la vez que esto no sea un problema social. Es en plan, yo cada noche me voy al mundo del Señor de los Anillos y allí soy un hobbit que vive aventuras.
El post-capitalismo es otra idea que cito aquí, de Mark Fisher, que él a su vez recupera de Jameson. Este capitalismo en el que vivimos ultrahedonista, en el que lo que se procura es satisfacer placeres constantemente. Encaja mucho con esta posibilidad de ser muchas veces otra persona, de reconfigurar tu identidad. Ahora no me gusta ser así en esta realidad paralela, voy a ser un poco más asá. Ahora no quiero tener quince años, quiero tener veinte, porque es lo que te permite el shifting. Puedes generar tu propio avatar en el que en una realidad eres una chica de quince años y en la otra eres un señor de cuarenta. Esto es lo que te permiten estas proyecciones fantásticas. Esto encaja mucho con el deseo post-capitalista. Tenemos esta necesidad de imaginar un mundo mejor aunque sea imposible, que es lo que digo en el libro. Como decía Mark Fisher, queremos lo imposible porque ya sabemos lo que es posible.
¿Dónde te proyectas dentro de unos años? ¿Tienes presente el futuro o es algo que no te preocupa?
Ostras, el futuro… Me gusta mucho imaginar, soy muy de fantasear. Me sigo viendo escribiendo y explorando nuevas formas de escritura. Esto siempre. Espero mantener este espíritu de exploración y de curiosidad. El lugar en el que estaré, no lo sé, pero espero seguir con este motor de curiosidad y no quedarme encallado. Que mi guía sea la curiosidad, la exploración y la diversión a pesar de lo difícil que es este mundo, encontrar alianzas con los compañeros, las compañeras y las amistades. No pienso en el futuro, no sé, creo que me veo haciendo nuevas historias. De repente una película, ¿por qué no? Esto me encantaría. También investigar otras disciplinas.
¿Cuál es tu gran ambición?
Tengo la ambición de hacer y seguir haciendo. Seguir un poco en lo imprevisible. No tengo una misión concreta. Actualmente estoy acabando bastantes proyectos e intentando imaginar los siguientes. Me gustaría hacer una ficción y buscar estrategias diferentes para crear ficciones. Una novela, por ejemplo, pero no sé si la palabra es novela, porque también me gusta mucho el género ensayístico. Y también me sigue interesando mucho el cine aunque me da respeto. Quiero explorar otros tipos de acciones más cerca de la performance. Me gusta tener puertas abiertas y según suene la cosa, pues ir por aquí o por allí. Siempre he trabajado un poco así.
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