En un mundo que avanza a ritmo frenético y con el futuro siempre pintado al borde del colapso, hablar de lo que viene incomoda. Pero es urgente. La moda, tan cuestionada por su impacto medioambiental como indispensable en nuestra forma de vivir, se mira al espejo y se pregunta qué puede (y debe) cambiar. El pasado 16 de octubre tuvimos la suerte de formar parte de ese cambio. En València, Future of Fashion celebró su cuarta edición: un espacio para repensar, crear y transformar, más allá del juicio y de las tendencias del momento.
La directora de Move!, Sònia Flotats, junto con Ona Bascuñán, abrió el debate con una advertencia clara: la sostenibilidad ya no es aspiracional, es legislativa. Las nuevas normativas europeas, desde la Responsabilidad Ampliada del Productor hasta el Pasaporte Digital de Producto, redefinirán cómo se diseña, produce y comunica la moda. Transparencia, trazabilidad y ecodiseño dejan de ser valores diferenciales para convertirse en requisitos mínimos. Las marcas que no asuman esta transición responsable corren el riesgo de quedarse fuera.
El cambio, sin embargo, no solo nace en los despachos: crece en la calle, en la reventa, en la reparación y en una ciudadanía cada vez más consciente. La segunda mano deja de ser alternativa para consolidarse como un modelo de consumo que revaloriza el tiempo y el uso, mientras las empresas rediseñan sus procesos para hacer prendas más duraderas y personalizadas. Future of Fashion nos ha recordado que el futuro no se predice, se diseña. Que el verdadero lujo será la honestidad, y el verdadero cambio, la coherencia. Y, sobre todo, que la transformación de un sector comienza siempre en quienes se atreven a imaginarlo distinto.
Tras un coffee break donde se cruzaban estudiantes, periodistas, pequeños emprendedores y todo tipo de curiosos, llegó el turno de Faustine Steinmetz. Nacida en París, con una trayectoria que ha pasado por Balenciaga y hoy colaboradora de Diesel, la diseñadora defiende algo que se ha vuelto esencial en la conversación sobre sostenibilidad: la artesanía como motor de cambio, como un modo de volver al ritmo humano. No deja de ser simbólico que lo haga en València, ciudad donde se ha instalado y que un día fue motor textil, hoy empeñada en reinventar su relación con la moda. Partiendo del denim, ese tejido tan universal y democrático, Steinmetz plantea, con su proyecto, una economía del tiempo lento, donde cada hilo y cada gesto importan. El tiempo como material de diseño. “Horas dentro, años fuera”.
Su discurso se sostuvo sobre cifras abrumadoras: un sistema que produce más de cien mil millones de prendas al año y recicla apenas un uno por ciento. Pocas veces se piensa en dónde termina todo ese exceso europeo. En Kantamanto, el mayor mercado de segunda mano del mundo, dice Steinmetz, “se encuentra el recibo de nuestra deuda de tiempo”. Su proyecto es, en esencia, una forma de reparación: tejidos artesanales, piezas limitadas, procesos lentos. Un recordatorio de que, si queremos un futuro con sentido, habrá que aprender a construirlo sin urgencia y, por encima de todo, con cariño.
Tras la ponencia de Steinmetz, la conversación se volvió coral. En la mesa moderada por Rocío Alonso, se reunieron Coral Adrados (Blue Banana), Pepe Barguñó (Thinking Mu), Barb Bruno (Tinycottons) y Tania Pardo (Jimenas) para abordar la pregunta que incomoda a todo el sector: ¿es posible crecer sin traicionar la sostenibilidad? Barguñó fue directo: “La sostenibilidad no existe”, afirmó, aludiendo a la imposibilidad de alcanzar un impacto cero dentro del sistema actual. “Como con la comida, antes de consumir hay que aprender a oler las etiquetas”. Bruno habló del sistema de reventa de su firma infantil; Adrados recordó que casi todo se sigue midiendo en crecimiento económico; y Pardo defendió la independencia y la fidelidad a los valores frente al coste real de producir con sentido. El debate osciló entre lo ideal y lo práctico, entre la urgencia de vender y la necesidad de hacerlo sin dañar al planeta. No se trata de hacer más, ni de vender más, sino de hacerlo mejor. De parar y mirar bien la cadena completa. “Mi sueño es que alguien tenga una sola prenda mía, una, pero no muchas más”. Ahí está la respuesta: no detener el crecimiento, sino mirar más allá de lo económico y cambiar la forma de medirlo.
Gospel Studios encarna ese cambio de mirada. Fundado por Horacio González-Alemán y Héctor Bellerín, este estudio barcelonés reivindica la interdependencia creativa y la fuerza del tejido comunitario. Su proyecto se construye sobre una red de amistades, colaboradores y talentos locales: un ecosistema que se opone, con calma y convicción, a la lógica de la individualidad, y donde la proximidad es esencial. En cada prenda se enumeran todos los créditos: diseñadores, patronistas, fotógrafos y demás participantes del proceso. Así, la etiqueta deja de ser un simple detalle para convertirse en un espacio de reconocimiento: un pequeño pasaporte que revela cuántas manos intervinieron en la tela y nos recuerda la urgencia de volver a mirar, con atención, aquello que solemos pasar por alto.
Una pregunta que atravesó todo el evento fue: ¿qué papel juega el consumidor para que todo esto tenga sentido? Para Gospel Studios, la responsabilidad es compartida. Por eso, su página web no está concebida como una tienda al uso, sino como una especie de revista viva: un espacio de aprendizaje más que de venta. Antes de finalizar una compra, el visitante se encuentra con una pausa intencionada de treinta segundos acompañada de una pregunta: ¿realmente necesitas esta prenda? Un gesto sutil pero poderoso que invita a reflexionar antes de consumir, y que resume el espíritu del estudio: crear con conciencia, desde la comunidad y para la comunidad.
Para cerrar el evento, la modelo, artista y chef Hayett Belarbi McCarthy, junto con la periodista Ane Guerra, protagonizaron una conversación que no dejó a nadie indiferente. Belarbi habló desde su experiencia en el mundo del modelaje y de su identidad política dentro de un sector que, según ella, a menudo permanece invisibilizado. También señaló la falta de reconocimiento que atraviesa la industria: trabajos sin remuneración, ausencias de autoría y silencios que perpetúan desigualdades. Descolonizar la moda, sostuvo, es también desmantelar estas jerarquías y abrir espacio a narrativas más justas, diversas y conscientes.
En sintonía con el espíritu de Gospel Studios, Belarbi defendió el valor del trabajo colectivo frente al culto al ‘yo’ que domina gran parte de la industria. “Hay más vida y aprendizaje en colaborar que en hacerlo solo para uno mismo”, afirmó. Para ella, todo es político, también cocinar: desde el origen de los ingredientes hasta las conversaciones que nacen alrededor de la mesa. ¿Quién no ha tenido en una cocina las reflexiones más interesantes? Moda y cocina, en su mirada, se entrelazan como lenguajes de comunidad, resistencia y cuidado.
Tras haber desfilado por algunas de las pasarelas más importantes, McCarthy ha decidido convertir su voz en un altavoz político. Ya no se reconoce como un agente pasivo, sino como una fuerza de cambio. Su forma de practicar la sostenibilidad es cotidiana y coherente: colaborar con personas que no persiguen el éxito a cualquier precio y redefinir, desde la acción, qué significa crear con conciencia.
Aquella frase quedó flotando en el aire, como una declaración de principios. Porque Future of Fashion no fue solo una jornada sobre sostenibilidad, sino una invitación a repensar el valor de lo que hacemos y poseemos. En un tiempo saturado de ruido, el encuentro se sintió como un respiro: un recordatorio de que transformar la moda no pasa por producir más, sino por producir con sentido. Que quizá el futuro no pertenezca a quienes corran más rápido, sino a quienes se atrevan a ir más despacio.
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