El ciclo Un rastro involuntario presenta su segunda exposición Flor de mayo, comisariada por This is Jackalope hasta el 20 de junio en la Sala A, de La Casa Encendida. Una obra del tándem transoceánico formado por David Horvitz y Javier Cruz que reflexiona sobre los flujos migratorios, tanto humanos como vegetales, que responde a la necesidad de conectar más con el presente y poder desarrollar ideas a largo plazo.
David Horvitz y Javier Cruz tienen la capacidad de transmitir ideas complejas a través de piezas que a primera vista parecen sencillas. Su obra en común se caracteriza por una aparente normalidad, y conecta al espectador con la esencia de pensamientos profundos mediante gestos de gran carga poética. El resultado de su trabajo es una experiencia sensorial que invita al público a reflexionar sobre el espacio y el tiempo. El título de la exposición es Flor de mayo, el esqueje de esta flor fue el tema principal de conversación entre ambos artistas durante el proceso de creación, y sin saberlo se había convertido en el nombre su exposición y en el eje entorno a todas las obras que la componen.
En toda la sala A se puede percibir la sutil fragancia de esta flor que inunda el espacio. Mayflower –flor de mayo– es el nombre del barco carguero que transportó a los primeros colonos anglosajones que se establecieron en la zona de Massachusetts en 1620. Llamaron también mayflower a la Epigaea repens, la primera planta que vieron florecer en primavera después de su primer invierno ahí. La abuela de David Horvitz, que emigró desde Japón a la costa oeste de Estados Unidos, mantiene desde hace años una planta de este ejemplar en el jardín de su casa. De esta misma planta llegó un esqueje hace pocos años a España a través del comisario Alex Alonso Díaz, quien a su vez lo trasladó al patio de su abuela en Cantabria donde prosperó y floreció. Su abuela describió el olor que desprendía la flor de mayo que tiene ella plantada en su jardín para recrearlo distribuirlo por toda la sala A.
La flor es el nexo en esta historia, que habla de los flujos migratorios, no solo de personas, sino también de plantas y de especies que se han desplazado por el mundo y cuyos conductores han sido los océanos. Los banners de David Horvitz son lo primero que el público se encuentra cuando llegan a La Casa Encendida; al adentrarse en la sala A, se encuentran con dos sutiles obras del mismo artista en forma de relojes que rompen las convenciones temporales. Ofrecen originales sincronizaciones como, por ejemplo, los segundos de un reloj digital acompasados con los latidos de su corazón o con su ritmo respiratorio. El sol y la rotación de la Tierra marcan también el paso del tiempo, y es en ese paso del día a la noche en el que se centró Javier Cruz para crear su pieza Atardecer químico en Madrid. Un baño de luz en tonos cálidos, tan bello como tóxico.
Multitud de atardeceres madrileños se caracterizan por los tonos anaranjados y rojizos derivados del efecto de la luz atravesando un aire lleno de gases nitrosos, generados por la contaminación de esta gran ciudad. Cruz, junto al químico Alejandro Gómez Pérez, experimentaron con nitratos expuestos a una temperatura exacta que generan una descomposición lenta, una metáfora física y química de estos atardeceres recogidos en cristales que actúan como filtros en la luz de la sala. Esta luz tiñe de naranja al visitante convirtiéndolo en atardecer, tal y como dice la frase obra de Horvitz: Watching you become the sunset (Mirando cómo te conviertes en atardecer) taladrada en la pared de la sala por Cruz.
Esos pequeños agujeros permiten que se filtre la luz del sol de Madrid que está tras la pared. Y frente a la frase iluminada, en concreto perpendicularmente, hay un eclipse de luna solidificado en la pieza Eclipse de Cruz. Esta pieza consta de dos pequeñas pupilas a tamaño real –contraídas por la luz de amanecer que baña la sala–, hechas con papel fotosensible, de haluro de plata, revelado por una luz cambiante del eclipse lunar. Estos pequeños círculos están colocados estratégicamente a la altura de las pupilas de Javi. Si el espectador se sitúa justo delante de esta obra, la mirada se dirige directamente al “me” dentro de la palabra "become", de la frase taladrada en la pared, como si de un espejo del alma se tratase.
Como pieza central de la exposición, los comisarios acordaron grabar el 5 de enero de 2021 el sonido del océano Pacífico de forma simultánea desde dos puntos geográficos distintos con el océano pacifico de por medio: David Horvitz desde Los Ángeles (California) en el Pacífico Norte y Javier Cruz desde Concón (Chile) en el Pacífico Sur –como curiosidad en idioma mapudungún, Concón significa 'encuentro de aguas'–. De esta manera lograron lo imposible, ofrecer la posibilidad de escuchar el mismo elemento desde dos lugares opuestos y lejanos.
En una sala inundada por la oscuridad, están ubicados dos grandes altavoces, al este y a oeste de esta. De cada uno de ellos emana el sonido del mar grabado por cada uno de los artistas en su respectiva localización. El sonido de las olas es muy alto y abrumador. Los primeros segundos en los que el espectador se ve inmerso en esta obra hipersensorial son extraños, ya que el fuerte sonido es un poco difícil de asimilar y genera incluso sensación de mareo o desorientación, pero poco después, el cerebro se acostumbra a este sonido, y se vuelve una melodía agradable, incluso adictiva, que invita a quedarse allí eternamente. Como si de un ruido blanco se tratase, transmite paz y tranquilidad, como dice el propio Javier Cruz: “Es un sonido de paz, envolvente, como si estuviéramos en el útero de nuestra madre”.
Esta obra es también una metáfora en sí misma de los retos que plantea la comunicación, como esta ha evolucionado a ritmos vertiginosos, desde hace relativamente pocos años, y como es capaz de conectar hasta lo más lejano, característica fundamental y revalorizada a raíz de la pandemia mundial que estamos viviendo. Flor de mayo plantea al público un recorrido sensorial –vista, oído y olfato– por una dimensión espacio-temporal que ha sido modificada por los seres humanos.
En toda la sala A se puede percibir la sutil fragancia de esta flor que inunda el espacio. Mayflower –flor de mayo– es el nombre del barco carguero que transportó a los primeros colonos anglosajones que se establecieron en la zona de Massachusetts en 1620. Llamaron también mayflower a la Epigaea repens, la primera planta que vieron florecer en primavera después de su primer invierno ahí. La abuela de David Horvitz, que emigró desde Japón a la costa oeste de Estados Unidos, mantiene desde hace años una planta de este ejemplar en el jardín de su casa. De esta misma planta llegó un esqueje hace pocos años a España a través del comisario Alex Alonso Díaz, quien a su vez lo trasladó al patio de su abuela en Cantabria donde prosperó y floreció. Su abuela describió el olor que desprendía la flor de mayo que tiene ella plantada en su jardín para recrearlo distribuirlo por toda la sala A.
La flor es el nexo en esta historia, que habla de los flujos migratorios, no solo de personas, sino también de plantas y de especies que se han desplazado por el mundo y cuyos conductores han sido los océanos. Los banners de David Horvitz son lo primero que el público se encuentra cuando llegan a La Casa Encendida; al adentrarse en la sala A, se encuentran con dos sutiles obras del mismo artista en forma de relojes que rompen las convenciones temporales. Ofrecen originales sincronizaciones como, por ejemplo, los segundos de un reloj digital acompasados con los latidos de su corazón o con su ritmo respiratorio. El sol y la rotación de la Tierra marcan también el paso del tiempo, y es en ese paso del día a la noche en el que se centró Javier Cruz para crear su pieza Atardecer químico en Madrid. Un baño de luz en tonos cálidos, tan bello como tóxico.
Multitud de atardeceres madrileños se caracterizan por los tonos anaranjados y rojizos derivados del efecto de la luz atravesando un aire lleno de gases nitrosos, generados por la contaminación de esta gran ciudad. Cruz, junto al químico Alejandro Gómez Pérez, experimentaron con nitratos expuestos a una temperatura exacta que generan una descomposición lenta, una metáfora física y química de estos atardeceres recogidos en cristales que actúan como filtros en la luz de la sala. Esta luz tiñe de naranja al visitante convirtiéndolo en atardecer, tal y como dice la frase obra de Horvitz: Watching you become the sunset (Mirando cómo te conviertes en atardecer) taladrada en la pared de la sala por Cruz.
Esos pequeños agujeros permiten que se filtre la luz del sol de Madrid que está tras la pared. Y frente a la frase iluminada, en concreto perpendicularmente, hay un eclipse de luna solidificado en la pieza Eclipse de Cruz. Esta pieza consta de dos pequeñas pupilas a tamaño real –contraídas por la luz de amanecer que baña la sala–, hechas con papel fotosensible, de haluro de plata, revelado por una luz cambiante del eclipse lunar. Estos pequeños círculos están colocados estratégicamente a la altura de las pupilas de Javi. Si el espectador se sitúa justo delante de esta obra, la mirada se dirige directamente al “me” dentro de la palabra "become", de la frase taladrada en la pared, como si de un espejo del alma se tratase.
Como pieza central de la exposición, los comisarios acordaron grabar el 5 de enero de 2021 el sonido del océano Pacífico de forma simultánea desde dos puntos geográficos distintos con el océano pacifico de por medio: David Horvitz desde Los Ángeles (California) en el Pacífico Norte y Javier Cruz desde Concón (Chile) en el Pacífico Sur –como curiosidad en idioma mapudungún, Concón significa 'encuentro de aguas'–. De esta manera lograron lo imposible, ofrecer la posibilidad de escuchar el mismo elemento desde dos lugares opuestos y lejanos.
En una sala inundada por la oscuridad, están ubicados dos grandes altavoces, al este y a oeste de esta. De cada uno de ellos emana el sonido del mar grabado por cada uno de los artistas en su respectiva localización. El sonido de las olas es muy alto y abrumador. Los primeros segundos en los que el espectador se ve inmerso en esta obra hipersensorial son extraños, ya que el fuerte sonido es un poco difícil de asimilar y genera incluso sensación de mareo o desorientación, pero poco después, el cerebro se acostumbra a este sonido, y se vuelve una melodía agradable, incluso adictiva, que invita a quedarse allí eternamente. Como si de un ruido blanco se tratase, transmite paz y tranquilidad, como dice el propio Javier Cruz: “Es un sonido de paz, envolvente, como si estuviéramos en el útero de nuestra madre”.
Esta obra es también una metáfora en sí misma de los retos que plantea la comunicación, como esta ha evolucionado a ritmos vertiginosos, desde hace relativamente pocos años, y como es capaz de conectar hasta lo más lejano, característica fundamental y revalorizada a raíz de la pandemia mundial que estamos viviendo. Flor de mayo plantea al público un recorrido sensorial –vista, oído y olfato– por una dimensión espacio-temporal que ha sido modificada por los seres humanos.
La exposición Flor de mayo se puede visitar hasta el 20 de junio, 2021, en La Casa Encendida de en Ronda de Valencia, 2 (Madrid).