No siempre a quien madruga, Dios le ayuda. Esto se deja bien claro en Yakarta, el nuevo proyecto de Elena Trapé, disponible ya en Movistar Plus+. Protagonizada por Javier Cámara y Carla Quílez, la serie está codirigida por Trapé junto a Cámara y Fernando Delgado-Hierro, quien también firma el guión con Diego San José y Daniel Castro. La serie explora la obsesión por el deporte, los sueños rotos y cómo nos han vendido la idea de que el éxito nos espera a todos con los brazos abiertos.
Hola, Elena, ¿cómo estás?
Genial, muy contenta.
Cuéntame, ¿cómo surgió Yakarta? ¿Qué fue lo que te enganchó del proyecto cuando te lo propusieron?
Diego San José me habló de Yakarta cuando estábamos terminando la postproducción de Celeste. Obviamente, me atraía el tema, me atraía que fuera una serie creada por él y que el protagonista fuera Javier Cámara. En ese momento ya estaba decidida. Los tres ingredientes eran un sí rotundo.
De hecho, ya me ocurrió con Celeste: es de las pocas veces que leo un mapa de tramas y llamo a la persona diciéndole, por favor, quiero estar en este proyecto. La experiencia con él ha sido tan buena que estoy muy feliz de volver a trabajar juntos. Además, son proyectos que yo, como espectadora, querría ver. Así que fue un sí inmediato.
La serie la crean Diego San José, Daniel Castro y Fernando Delgado-Hierro, y tú también diriges. ¿Cómo os organizasteis entre guion y dirección? ¿Qué tipo de dinámica se generó entre vosotros?
Dirigí cuatro capítulos en total. El cuarto estuvo a cargo de Javier Cámara, y el tercero lo dirigió Fernando, quien se incorporó más tarde al proceso. Desde el inicio, sin embargo, hubo un diálogo creativo muy constante entre los tres. Diego es un show runner muy presente en todas las etapas porque disfruta del camino y tiene muy claro qué serie quiere hacer. Eso permite que, aunque haya tres directores distintos, la serie mantenga su coherencia a lo largo de todos los capítulos, pese a las diferencias de estilo que pueda haber entre uno y otro. Él está en el rodaje todos los días, y eso me resulta muy tranquilizador porque actúa como una brújula: garantiza que la serie no se desvíe del rumbo, ya que la persona que la tiene completa en la cabeza está allí, a tu lado.
Lo que más valoro de trabajar con Diego es que me ofrece una mirada distinta sobre cada secuencia que estoy rodando y las conversaciones que tenemos siempre resultan muy constructivas. En la fase de preparación, sobre todo, hablamos mucho del tono, ese tono tan particular de Yakarta, al igual que ocurrió con Celeste, y de la identidad visual de la serie. En ese sentido, Rita Noriega, la directora de fotografía, nos sacó a ambos de nuestra zona de confort al proponernos un formato panorámico que no habíamos considerado inicialmente. Creo que esa decisión ha sido muy enriquecedora para el resultado final.
Fue todo un reto.
Al principio una tiende a pensar que para representar personajes que están solos es necesario ‘ahogarlos’ en el plano, en el encuadre. Sin embargo, por el tipo de localizaciones en las que íbamos a rodar (lugares aparentemente anodinos pero al mismo tiempo muy fotogénicos), comprendimos que lo que realmente transmitía esa sensación de soledad era dejar el plano vacío. En ese sentido, el formato panorámico nos aportó algo muy cinematográfico y, al mismo tiempo, una atmósfera áspera y melancólica que encaja perfectamente con la historia, a mi parecer.
En algún momento dijiste que te interesó porque era una historia de personajes con heridas, con fracasos. ¿Cómo trabajaste esa parte más emocional desde la dirección?
Durante los ensayos fue muy importante hablar de los personajes tanto con Javier como con Carla, los protagonistas, pero también con todos los intérpretes que participaban en una o dos sesiones. En el caso de ellos especialmente porque existe un pasado con mucho peso en el presente de la serie, aunque nunca llegue a mostrarse directamente. Por eso era fundamental trabajar bien la construcción psicológica y prepararla cuidadosamente durante los ensayos. En el caso de Javier, además, el personaje es especialmente complejo: no solo está el bádminton, sino también el tema del juego, del pasado. Había muchos elementos que debíamos tratar con precisión. Hubo, de hecho, mucha documentación por nuestra parte.
También intentamos que la cámara transmitiera cierta incomodidad, una sensación relacionada con la herida que ambos personajes arrastran. Creo que, sobre todo en los dos primeros capítulos, el espectador no termina de saber si esa relación es bonita o no, si puede fiarse de Joserra o no. Hay una intención clara en que no se sienta del todo cómodo, aunque todavía no sepa exactamente qué está ocurriendo, como si hubiera una bomba a punto de estallar.
“Aunque vivimos en una sociedad orientada al éxito, lo más habitual es fracasar.”
En pelis y series sobre el deporte, hay esa obsesión con la perfección para llegar a ser el mejor y vemos cómo los actores deben prepararse física y mentalmente durante meses para meterse bien en el papel. Pero además, el bádminton no es precisamente el más habitual. ¿Qué te supuso rodar algo tan físico y técnico? ¿Tuvisteis que meteros mucho en ese mundo o contar con gente experta?
Tanto Javier Cámara como Carla se entrenaron durante aproximadamente dos meses antes del rodaje. Contamos con asesoramiento especializado: Carla ensayaba en Barcelona y Javier en el Centro de Alto Rendimiento de Madrid. En el set tuvimos un entrenador, miembro de la Federación de Bádminton, que nos asesoró en todos los aspectos relacionados con la escenografía de las canchas y la organización de los partidos. Durante el rodaje, además, preparaba las jugadas junto al equipo.
Era fundamental que el espectador creyera que Carla realmente jugaba y que Joserra era su entrenador, y que ella, además, era buena en ello. En ese sentido, Carla es una actriz muy física, viene del baile y tiene una personalidad muy competitiva, algo que ya habíamos percibido en el casting y que sumaba mucho al personaje.
Sí hubo una preparación intensa, aunque en nuestro caso no se trataba de una historia sobre perdedores que terminan triunfando en una secuencia épica de ‘ganamos el campeonato’. Más bien, quisimos alejarnos de ese cliché propio de las películas deportivas. De hecho, al final optamos por elipsis en los partidos porque no era lo más importante dentro de la historia.
La relación entre Javier Cámara y Carla Quílez es muy especial, tiene esa mezcla de ternura y desencuentro. ¿Cómo trabajaste con ellos para que se sintiera tan real?¿Quizás fue algo más espontáneo?
En los ensayos previos de los que hablaba trabajamos mucho con ellos la evolución de su relación, porque era fundamental que resultara creíble que esta joven confiara en un hombre como él. Cuando lo ves, con ese aspecto, y te dice que ha estado en las Olimpiadas, lo normal sería pensar: sí, claro. Por eso, las motivaciones que llevan al personaje de Carla (Mar) a aceptar la propuesta insólita de este perdedor debían estar muy claras para todos.
Es una relación que evoluciona de una forma, para mí, muy bonita, especialmente en el capítulo tres, cuando comparten momentos que no encajan ni en una relación familiar ni en una amistad, sino que pertenecen a un terreno más particular. Es algo realmente especial. Además, el hecho de que compartieran todas las secuencias generó un vínculo muy fuerte entre los dos actores. Recuerdo, por ejemplo, una escena del capítulo cinco en la que Joserra se abre en canal; allí Carla tuvo que hacer un gran esfuerzo por no emocionarse demasiado porque le conmovía ver sufrir a Javi. No al personaje, sino al actor, ya que para entonces formaban un auténtico equipo y habían creado un lazo muy profundo.
Antes has comentado que Javier Cámara también ha dirigido un episodio. ¿Cómo fue eso de compartir dirección con alguien que también está delante de la cámara?
Fue muy sencillo. Al final, la persona que actúa como hilo conductor y punto de unión entre los tres directores que participamos es Diego. Él estuvo presente en el set durante los capítulos de Fernando y de Javier y fue quien se aseguró de que nadie se desviara del rumbo. Es quien garantiza la coherencia del conjunto y que todos contemos la historia que queremos contar.
Yo había conocido a Javier durante el rodaje de la primera temporada de Rapa y es cierto que enseguida se percibe que es un actor con perfil de futuro director. Disfruta mucho del dispositivo técnico que lo rodea: es meticuloso con los encuadres, marca sus posiciones con exactitud y mantiene la coherencia en cada toma. Le interesa todo el proceso y lo incorpora con naturalidad, le apasiona la fotografía (hace fotos magníficas) y tiene un gusto excelente, además de ser muy cinéfilo. Se nota que tiene la inquietud de ir más allá, de contar también sus propias historias. Funciona muy bien en ese rol. Además, ya había dirigido un capítulo de Venga Juan con Diego, así que él sabía perfectamente que sería un buen director.
¿Cómo pensaste la estética de la serie? Mostráis una versión de España muy real, con esa mezcla de fracaso y tristeza que a veces incomoda, y me da la sensación de que eso también está muy presente en lo visual.
Por un lado, Diego tenía muy claro que estábamos retratando la llamada ‘España fea’, por decirlo de algún modo. Pero, al mismo tiempo, no queríamos que la serie resultara visualmente fea. Nos alejamos del costumbrismo porque la propuesta de luz y cámara está cargada de significado e intención. No es una serie costumbrista aunque mantiene un tono realista. En la puesta en escena, especialmente en los momentos en los que se intuye que a este hombre le ocurre algo, la cámara adopta un ritmo y una intención muy precisos, de modo que el espectador percibe que algo está sucediendo. Hablamos mucho de ello con Rita Noriega, la directora de fotografía: conversamos sobre la aspereza, el vacío, la incomodidad.
Para mí era muy importante mantener siempre presente cómo se sentía el personaje, no perder de vista que, al final, es una historia centrada en las personas. Por otro lado, esta España anodina, estos espacios en los que nos movíamos, resultaron sorprendentemente fotogénicos. Podrían pertenecer a cualquier lugar de Europa. Un polideportivo, por ejemplo, tiene algo impersonal, pero a la vez muy bello. El resultado final es fruto de la combinación de todos estos elementos y, sobre todo, del diálogo constante con Rita, la directora de fotografía.
Muchas escenas ocurren en sitios que no son precisamente fáciles de grabar. ¿Hubo algún rodaje especialmente complicado, alguna secuencia que resultara difícil de llevar a cabo?
Hubo dos aspectos especialmente complejos. En primer lugar, el hecho de que Carla tuviera dieciséis años limitaba mucho las horas que podía permanecer en el set. Coordinar todo para que encajara dentro de ese margen fue un ejercicio bastante exigente. La escena más difícil de rodar fue, sin duda, la de la piscina. Teníamos a los niños dentro del agua sin poder hacer pie y las dos cámaras también estaban sumergidas. Fue una secuencia técnicamente muy complicada. Además, implicaba coordinación de intimidad y otros factores logísticos que añadían dificultad. Sin duda, fue el momento más duro de grabar y gestionar.
“En las debilidades y fragilidades de estos personajes hay mucha ternura. Espero que esa ternura permita que el espectador los abrace, los acompañe de la mano y comparta el viaje con ellos.”
La serie habla de derrotas, segundas oportunidades, heridas del pasado. ¿Qué te gustaría que el espectador se llevara después de verla? Es decir, ¿qué es lo que se pretende conseguir con Yakarta?
En realidad, con una serie no existe un único objetivo. Creo que, principalmente, lo que Diego y todos esperamos con Yakarta es que el espectador conecte y se emocione con la historia de sus dos protagonistas. Siempre comentábamos con Diego que, aunque vivimos en una sociedad orientada al éxito, lo más habitual es fracasar. Las personas que realmente alcanzan ese ideal de éxito representan, quizá, un diez por ciento de la población. Por eso la serie funciona también como una especie de oda al fracaso, y en ese terreno todos pueden sentirse identificados: en la gestión de las decepciones y de los fracasos que es, al fin y al cabo, fundamental para poder ser feliz.
Existe esa idea de que la perfección está al alcance de todos y que si trabajas lo suficiente, vas a conseguirlo. Pero muchas veces no es así: también influyen la suerte y muchos otros factores.
Eso se podría defender si todos jugásemos con las mismas cartas, pero no es así. Por mucho que uno quiera, no siempre se puede; es la realidad. La serie habla justamente de esto. En las debilidades y fragilidades de estos personajes hay mucha ternura. Espero que esa ternura permita que el espectador los abrace, los acompañe de la mano y comparta el viaje con ellos.
Ahora que hay tantas series grandes, con mucha acción o espectáculo, ¿qué te gusta mantener en tus proyectos? ¿Qué no quieres perder como directora?
Me interesan todo tipo de proyectos, aunque me atraen especialmente las historias de personajes y todo el trabajo de dirección de actores. Me gusta construir con el actor un personaje con profundidad, aunque alguna vez la evolución de un personaje sea pequeña. Lo importante es que tenga sustancia.
También he participado en proyectos que supusieron un reto técnico y que me permitieron aprender a rodar cosas que nunca había hecho; eso también resulta muy interesante. Incluso en series que pueden parecer centradas en la acción o en un género específico, procuro abordar las secuencias de actores con mucho cuidado y dedicación.
Has pasado por el cine, por series como Élite, Boca norte o Rapa, y ahora llegas a Yakarta con un proyecto muy tuyo en lo emocional. ¿Hacia dónde te gustaría seguir dirigiendo después de esto?
Me gustaría seguir trabajando en proyectos que me importen junto a personas a las que admiro y con equipos de los que pueda aprender continuamente. Busco que cada nuevo proyecto me ofrezca algo que no haya hecho antes, un desafío que me permita crecer profesional y creativamente. Considero que esa oportunidad es una verdadera suerte.
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