Empezó a fotografiar porque se le daba fatal dibujar y porque se dio cuenta de que, cámara en mano, podía colarse gratis en festivales de música. Pero después descubrió a Jeff Wall, a Düsseldorf. Le dejaron un libro de Hans-Peter Feldmann. Y todo evolucionó. Ahora, Diego Diez es mucho más que fotógrafo, aunque esa sea su faceta más pública. Hablamos con él acerca de fronteras, proyectos futuros, sándwiches y Nesquik. Pero, sobre todo, hablamos de arte. Y de la ausencia del miedo a experimentar con él.
¿Qué tal, Diego? Preséntate un poco y cuéntanos qué haces en general y, más en concreto, actualmente.
Soy Diego Diez, tengo 21 años. Soy de Barcelona, pero he estado viviendo por toda España por temas de trabajo de mi padre. Actualmente vivo y estudio en La Haya, Holanda. Podemos decir que estudio arte, explicarlo es bastante aburrido y complejo. Ahora mismo estoy organizando una plataforma relacionada con la fotografía, la publicación de textos, ediciones, libros… Es lo que vamos a hacer en cuanto vuelva a La Haya, ahora en enero. Entre finales de febrero y marzo, publicaré un proyecto que estuve realizando en Madrid el año pasado, Una Mesa en LaVerónica. Consiste en una serie de seis conversaciones que tuve con diferentes agentes del arte contemporáneo en Madrid; entrevistamos a coleccionistas, galeristas, artistas, críticos… Nos reuníamos en un restaurante, cenábamos y hablábamos. Esto se va a convertir en una publicación y, si todo sale bien, la presentaremos en ARCO. Luego la idea es seguir trabajando en mis proyectos personales: desde escribir y colaborar con algún medio más a nivel de redacción, a poder seguir haciendo cosas comerciales relacionadas con la fotografía, y seguir con mi obra artística.
Has estado disparando con la cámara en lugares como Sevilla, Madrid, París… Cuéntanos un poco qué es lo que te lleva a estar moviéndote continuamente. Con todo lo que has visto a día de hoy, ¿a qué ciudad volverías?
El otro día estaba discutiendo con mi madre: ella se enfadaba porque yo decía que no me sentía español. Pero es que no me siento ni español, ni catalán, y casi ni europeo. Ahora mismo, me parece que las fronteras son muy difusas: me puedo sentir identificado con una persona de Croacia, de Grecia, de Holanda o de Dinamarca quizás de una forma más cercana que con alguien de la misma ciudad en la que nací. Siento que hoy en día, con internet, se crea un gran imaginario colectivo en el que todos vivimos, y al final da igual de dónde seas. Claro que hay diferencias entre oriente, occidente y demás pero, al final, todos estamos en Tumblr.
En Holanda me encuentro muy cómodo; es muy pequeño, un buen espacio para trabajar donde se respeta mucho el arte. Yo acabo de llegar, pero veo que hay muchas oportunidades, ganas de hacer cosas. Barcelona también está muy bien, tiene un rollo interesante. Madrid tiene mucha actividad, pero es un poco gris. Sevilla estaría bien para vivir mientras haces tus proyectos en el extranjero; es muy cómodo, una alegría, pero no para estos momentos de mi vida. No sé qué va a pasar, pero de momento tengo pensado quedarme en Holanda.
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¿Tienes algún tipo de manía u obsesión a la hora de fotografiar? Ya sea algo que te encante o algo que no soportes.
Mi obra ha ido evolucionando: antes era fotografía pura y dura. Ahora la uso para otros fines, camuflándola e interfiriendo con otras disciplinas como la pintura, la escritura, la escultura o la instalación. El uso que hago actualmente de la fotografía tiene dos variantes: un uso más comercial o más visual, que es el que se puede ver en mis redes sociales, y luego está el uso más artístico, más presente en mis últimos trabajos, aunque a un nivel muy bajo, digamos a un diez por ciento.
Entonces, no te definirías a ti mismo solo como fotógrafo.
No, para nada. Quizás sí que es la faceta que más se ve públicamente, pero las últimas cosas que he hecho no han sido en este campo. Hice, por ejemplo, una obra para Sant Andreu, para una publicación, y era un poema. Me gusta probar aquello que creo que más me puede interesar para cada proyecto o para cada obra.
¿Cómo describirías, entonces, tu obra? ¿Qué es lo que hay en tu trabajo que lo marque con el sello Diego Diez?
Depende. Cuando hago cosas comerciales, intento llevar la fotografía a mi terreno, para poderme divertir haciéndolas. Lo último que he hecho más de este estilo han sido unas fotos de producto para unas diseñadoras de La Haya, en las que intenté mezclar arte y diseño. Siempre busco hacer cosas que a mí me interesen, y que a su vez sean interesantes visualmente.
Creo que mi sello todavía se está formando, aunque cada vez lo veo más claro. Cuando hago retratos intento que la gente esté cómoda, que sea algo muy tranquilo, muy amable. Aunque luego en mis obras de arte haya otro tipo de contenido porque, como yo lo entiendo, el arte no puede ser apolítico. Así que aquí sí que tiene todo un poco más de punch.
En trabajos artísticos y conceptuales, muchas veces la gente saca un significado a lo que ve distinto del que en un principio tú le has querido dar. ¿Crees que es positivo que el espectador llegue a interpretar cosas en tu fotografía que quizá tú no te habías planteado?
Yo entiendo que la falta de educación en arte hace que muchas obras, sobre todo de arte contemporáneo, sean difíciles de entender en la sociedad actual. Me sorprende porque esto es algo que me dijo un amigo una vez y se me ha quedado en la cabeza, “todo el mundo entiende quién es una mujer volando con angelitos al lado; entendemos que es la Virgen María y lo vemos como algo normal, pero no entendemos el arte contemporáneo que nos habla de temas sociales actuales.” Quizá por eso: porque no estamos acostumbrados, porque no hay una educación previa consistente para entender este tipo de obras. Pienso que el arte contemporáneo, o el arte en general, tiene varias capas. Te puedes quedar en una primera capa, que sería si lo que estás viendo es visualmente atractivo o no, y el resto depende de ti: puedes seguir investigando al artista, interesarte más en la obra, o dejarlo ahí. Eso le decía a una amiga el otro día, pero ella me decía que el arte, como forma de expresión y, por lo tanto, lenguaje, es polisémico. No hay un único significado para cada obra, por profundo que este pueda llegar a ser, sino que hay tantos significados como lecturas se hagan de la obra.
En todo caso, cómo lo entienda uno o cómo lo entienda otro acaba siendo lo interesante. Que cada quién saque su propia lectura, y que todas esas lecturas distintas sumen al final.
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¿Qué es lo que buscas cuando creas algo? Ya sea fotografía o cualquier otra disciplina artística.
Intento agrupar todas mis obras bajo una misma línea. Me he dado cuenta de que en lo que más tiempo invierto es en investigar sobre el arte. Intento que todas mis obras hablen desde el arte, pero de otros temas. Por ejemplo, el poema que he hecho para Sant Andreu, está relacionado con la Ley Mordaza. Para ello, pensé en el dada y en el absurdo de sus obras, y lo que intenté fue hacer una cosa absurda, reinterpretada, y obligar a la gente a leer esta ley para que se dieran cuenta de lo putada que es. No haciendo una crítica directa, sino de otra forma más tranquila.
¿Cómo sabes cuándo una de tus obras está acabada? ¿Tienen que tener algún requisito concreto?
Quizá tiene que ver con sentir. Ahora también tengo la suerte de que en La Haya toda la escuela es como mi estudio. Simplemente lo cuelgo en la pared o coloco en el espacio, si es una escultura o una instalación. La miro, me voy a casa y, al día siguiente, como no la han movido, la sigo viendo y decido si sí o si no en base a lo que siento al mirarla.
Es decir, cuando empiezas una obra no sabes cómo será su resultado final.
No, al contrario. No sé el resultado final pero sí sé lo que voy a hacer, más o menos. Por ejemplo, el otro día vi por la calle unos papeles pisados, y me interesó la manera cómo se habían creado aquellas pisadas. Lo que hice fue colocar por la escuela varios papeles grandes y dejar que la gente los pisara. Varios días después los recogí y monté una instalación con ellos. Intento partir siempre de una idea, aunque luego el proceso sea más o menos aleatorio.
¿Cuáles son algunos de tus referentes ahora mismo?
Te voy a decir principalmente amigos: Ian Waelder, Cristina Garrido, Anna Dot, Alberto Feijóo. Alberto me interesa sobre todo porque está un poco en la lucha en la que estoy yo: le clasifican como fotógrafo, y en la fotografía le clasifican como artista.
Cuéntame un poco en qué crees que ha evolucionado más tu forma de mirar y de fotografiar, desde que empezaste hasta hoy. ¿Hay algo que sea totalmente distinto o la evolución ha sido más sutil?
Yo empecé haciendo fotos porque dibujar se me daba fatal. Luego vi que con una cámara me podía colar a festivales de música gratis y cuando en teoría aún no podía asistir, porque era menor. A partir de ahí, también me di cuenta de que podía hacer fotos a chicas, y empecé con la fotografía de moda. Luego ya descubrí la fotografía artística o contemporánea. Descubrí a Jeff Wall, a Düsseldorf. Y me interesó mucho más esto. Me dejaron un catálogo de Hans-Peter Feldmann que me cambió la forma de ver las cosas. Vi que usaba la fotografía pero también collages, pinturas. De ahí sale mi exposición TEEN(S), que iba a empezar siendo una colección de fotos de diario, que es lo que yo hacía y lo que la gente esperaba, y al final acabó siendo más instalativa que puramente fotográfica. Y últimamente sigo descubriendo: Cristopher Williams, Andrea Fraser… Mi interés ahora está en los sistemas de comunicación, en cómo se transmiten las imágenes. Hago un trabajo con mucho más research.
Después de indagar un poco en la que fue tu primera exposición individual, “TENN(S)”, me surge una pregunta: ¿sigues cenando cada día lo mismo?
La idea venía un poco de la fotografía como objeto, de la objetividad alemana, de todos estos conocimientos que había ido adquiriendo al principio. Fue como, “hostia, ceno siempre lo mismo pero siempre es diferente: el pan nunca se tuesta igual, el Nesquik nunca se ve de la misma forma.” Fue un poco esta tontería, explicado todo con humor. Por desgracia ya no puedo cenar siempre lo mismo, porque el pavo es carísimo en Holanda (risas).
¿Cuál es el proyecto del que te sientes más orgulloso a día de hoy y por qué?
He quedado muy contento con el proyecto de Una mesa en LaVerónica. Lo he hecho con un amigo, que dio la casualidad que se mudó desde Granada a Madrid justo cuando yo me mudé desde Sevilla. Este proyecto me sirvió para conocer a mucha gente y para darme cuenta de que hay gente agradable. La gente es maja. En España el mundo del arte es tan frágil que toda estructura de apoyo es buena y bien recibida. Aprendí muchísimo y me divertí. Ahora es un poco más dolor de cabeza, por querer acabarlo y presentarlo, sobre todo porque es muy difícil coordinarlo desde Holanda.
Ahora que es época de deseos y de nuevos propósitos, cuéntanos un poco los tuyos. ¿Qué esperas de 2016?
Estoy muy emocionado con un proyecto que voy a empezar en La Haya. Da la casualidad de que mi escuela es conocida por su departamento de fotografía, pero no hay ninguna plataforma de fotografía en la ciudad. Vamos a montar una especie de PhotoBook Club, pero no solo centrado en fotolibros: también en talleres, publicaciones… No sé cómo saldrá, pero creo que puede ser interesante por ese vacío que hay. Queremos intentar atacar la fotografía desde dentro.
Y, en general, espero poder seguir haciendo cosas. Antes me preocupaba demasiado por todo, pero me he dado cuenta de que no puedo ir así: la misma semana, el lunes tuve un accidente con la bici y el viernes me pillaron los atentados de París allí. ¿Vas a estar continuamente preocupado, pensando si estás seguro o no lo estás? Espero estar tranquilo, feliz, colaborar con gente y pasarlo bien. Ser crítico de una manera constructiva.
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