Hoy llega a los cines una de las películas más controvertidas del momento. Dirigida por la austríaca Sandra Wollner, el film juega con la inteligencia artificial de forma inquietante y turbadora. Descrita como "el anti-Pinocho" por la propia directora, y saludada por la crítica como la nueva versión neoliberal de Frankenstein, Del inconveniente de haber nacido es un film de ciencia ficción muy terrenal, en tanto que explora la creación de la identidad de un androide a través de recuerdos prestados para suplir el vacío de alguien que ya no está. La coproducción cuenta con el Premio Especial del Jurado en la recién estrenada sección Encounters de la Berlinale, dedicada a fomentar obras atrevidas tanto a nivel estético como estructural. Es decir, nuevas e innovadoras perspectivas que aporten frescura al cine actual.
Y es que si algo podemos sacar en claro de este largometraje es el riesgo y la provocación que tanto Wollner con su afilada mirada e impecable dirección, como Timm Kröger con su magnífica fotografía llevan a la gran pantalla.
La historia empieza con el nacimiento de una vida en una atmósfera sonora que te transporta a las tripas de un ordenador. Elli (Lena Watson) es una niña androide que vive durante un inacabable verano en una preciosa casa junto a un hombre al que llama daddy (Dominik Warta). Todo indica una cierta normalidad familiar, hasta que el espectador pone orden a los múltiples cambios temporales y las acertadas elipsis, que nos muestran una realidad más cruda y tenebrosa de lo que podía parecer a simple vista. Pero la trama no acaba aquí, ya que la vida de Elli no es la única historia que vive esta pequeña androide. Con un solo gesto, Elli puede apagarse como un ordenador y pasar a ser Emil – protagonista de la segunda parte de la ficción–, o quien quiera que elija el próximo propietario, convirtiéndose así en la persona que este quiera crear o reemplazar.
La premisa de la existencia de un androide como vertedero de recuerdos la hemos podido observar en otros mundos distópicos, como en Black Mirror, concretamente en el capítulo Be right back. La inauguración de la segunda temporada comparte la esencia del filme: la incapacidad humana de aceptar la pérdida. En este caso, un hombre que fallece de manera trágica vuelve a la vida de forma artificial por voluntad de su mujer, que siente que es incapaz de avanzar sin él a su lado. Afortunadamente, la tecnología tiene la solución: una reencarnación de su marido física y mentalmente gracias a las bases de datos a través de su huella digital.
Quizás no podamos saber ciertamente si estas nuevas formas de vida acabarán conviviendo entre nosotros, pero es probable que la ciencia ficción termine por perder esa fantasía que la define y se convierta en un espejo de la cotidianidad humana. El límite entre lo real y lo artificial cada vez es más difuso. Pero, por ahora, mejor mantenerlo.
La historia empieza con el nacimiento de una vida en una atmósfera sonora que te transporta a las tripas de un ordenador. Elli (Lena Watson) es una niña androide que vive durante un inacabable verano en una preciosa casa junto a un hombre al que llama daddy (Dominik Warta). Todo indica una cierta normalidad familiar, hasta que el espectador pone orden a los múltiples cambios temporales y las acertadas elipsis, que nos muestran una realidad más cruda y tenebrosa de lo que podía parecer a simple vista. Pero la trama no acaba aquí, ya que la vida de Elli no es la única historia que vive esta pequeña androide. Con un solo gesto, Elli puede apagarse como un ordenador y pasar a ser Emil – protagonista de la segunda parte de la ficción–, o quien quiera que elija el próximo propietario, convirtiéndose así en la persona que este quiera crear o reemplazar.
La premisa de la existencia de un androide como vertedero de recuerdos la hemos podido observar en otros mundos distópicos, como en Black Mirror, concretamente en el capítulo Be right back. La inauguración de la segunda temporada comparte la esencia del filme: la incapacidad humana de aceptar la pérdida. En este caso, un hombre que fallece de manera trágica vuelve a la vida de forma artificial por voluntad de su mujer, que siente que es incapaz de avanzar sin él a su lado. Afortunadamente, la tecnología tiene la solución: una reencarnación de su marido física y mentalmente gracias a las bases de datos a través de su huella digital.
Quizás no podamos saber ciertamente si estas nuevas formas de vida acabarán conviviendo entre nosotros, pero es probable que la ciencia ficción termine por perder esa fantasía que la define y se convierta en un espejo de la cotidianidad humana. El límite entre lo real y lo artificial cada vez es más difuso. Pero, por ahora, mejor mantenerlo.