No vengo a hablar de mi libro, ni de dónde saco la inspiración, tampoco de los referentes que habitan mi imaginario, ni si quiera del impacto que puede darse cuando un espectador se sitúa frente a mi obra.
Nada de eso me interesa. Vengo aquí huyendo, huyendo de todas esas preguntas que tanto se repiten en las entrevistas a las que me he ido sometiendo a lo largo de mi trayectoria como pintor. Todos esos temas son apuntes que pueden resultar interesantes para algunos, pero para mí son datos aburridos, información que solo sirve para clasificar mi obra en una escena concreta, pero no para entenderla.
Entender la obra no es describir lo que me inspira, sino obviar todo lo que crees haber entendido y disfrutar del viaje. Parece sencillo pero no lo es. Nos hemos empeñado en sobre- poner tantas capas de significado una encima de la otra que hemos perdido por completo el sentido más básico del arte, el disfrute. En otras palabras, entender está más relacionado con en el estado de disociar que con el plano de lo ‘real’. Y sí, digo disociar para entrar en la jerga adolescente, ¿acaso no es la disociación uno de los estados más virales de TikTok?
Aunque a priori disociar sirva como un mecanismo de adaptación o de defensa para tolerar o dominar una situación de estrés, también es el espacio que se da al gozo en la infancia, en el que las cosas que nos rodean pueden serlo todo y nada a su vez. ¿Heterotopías de Foucault? Who knows?
Si hablase de lo que me inspira posiblemente estaría inventándome una milonga de esas que dicen los adultos para darse importancia o en su defecto salir del paso. Lo mismo es que es lo mismo. Así que voy a hablar de algo que nunca nadie antes me ha preguntado en ninguna entrevista previa: ¿Te gusta pintar? Pues no lo sé, es algo que siempre se ha esperado de mí, así que supongo que sí. Aunque no sé si es porque así me lo han hecho creer o porque verdaderamente yo lo sienta como mío. Vamos, que no sé desde dónde se ha construido ese gusto, si es algo consensuado en mi desarrollo como individuo o verdaderamente nace de mis entrañas.
Tras esta retahíla de numerosas palabras que podrían resumirse en un sí pero no, quiero enunciar una de las herramientas de trabajo más antiguas, aparte de ser la que más uso, las manos. Obviamente los artistas no somos solo manos, todos sabemos que hay más cosas detrás de ello. Pero me apetece hacer hincapié en este aspecto, porque todo lo que tiene que ver con las manos tiene que ver con el trabajo. Y el trabajo no nos hará libres, pero al parecer sí respetables en una sociedad abogada a la autoexplotación. La palabra ‘Trabajo’ etimológicamente viene de ‘Tripalium’, un instrumento de tortura de la antigüedad –nada más que añadir.
Y tanto marear la perdiz para decir: ¡Sí, pintar es un traba- jo, lo quieras o no! Parece sencillo de entender, pero creedme que a mucha gente le cuesta pillarlo. Yo siempre les digo, ¿tú sabes que yo soy autónomo? ¿Qué hago facturas? ¿Qué todas mis obras tienen impuestos? Es justo ahí cuando les cambia la cara y empiezan a validarme. En el momento en el que el arte se convierte en una transacción burocrática. Más allá del esfuerzo, de la intervención manual, es solo cuando el capital interviene en la acción cuando cobra valor. En conclusión, David Macho no trabaja por amor al arte y espero que nadie lo haga. Así que, ¡qué no te engañen con darte visibilidad, porque de ella nadie vive!
Para ir cerrando esta pataleta adolescente que me ha dado, quiero que observéis la presencia de todo lo que nos rodea. Y es que absolutamente detrás de cada producto cotidiano está un artista, un director creativo, un equipo que se ha encargado de crear una armonía para hacer del consumo algo agradable. Peligroso a la par que gustoso. Todo lo que ha sido intervenido con la manos conlleva la elección de una estética, desde un paquete de galletas, pasando por una serie de Netflix, hasta el primer palo que fue tallado para cazar.
Todo esto para decir que las manos son la herramienta de trabajo que validan mi esfuerzo. ¿Debería de asegurarme las manos para salvarme el culo? Jennifer López aseguró su trasero en tres millones de euros para asegurarse el futuro.