Hay una bella neblina que lo inunda todo. Hay demasiado humo en la habitación. Hay un sin fin de frases cortas, y largas y demasiado hechas que se me ocurren para definir la nueva exposición But still, life de Cristina Stolhe (Pontevedra, 1993) en la galería El Chico de Madrid. Hay, desde luego, algo que inquieta y hay mucha belleza rota. Hay sin lugar a dudas un inmenso talento.Y como dicen sus comisarios, hay algo de hechicería y magia en toda su obra fotográfica. Tienes hasta el 14 de octubre para verla, disfrutarla y, sobre todo, comprarla.
Cristina Stolhe dice que coge su cámara para desconectar de lo que está pensando y obsesionarse con lo que ve. Y desde luego que su obra tiene algo obsesivo y electrizante a la vez. Parece que sus piezas hayan nacido de un bello cortocircuito al tensarse cables de alto voltaje. Y es ella la que manipula con suma precisión y con suma poesía también sus propias torres de electricidad. Y lo mejor es que nos deja mirar con ella a través de esa carga fotovoltaica.
Y la nota de la expo no puede ser más precisa en su imprecisión porque desde luego que si nos empeñamos en entender, no vamos a entender nada. Porque aciertan de lleno en acercarse a su trabajo a través de la mística y definir la experiencia casi en términos de brujería. Y si yo pudiese levantar con mis propias manos una catedral posmoderna, la pieza que coronaría su altar sería seguramente un collage de Stolhe. Y rescataría uno específico de esta expo. Su pieza +,2022 bien puede definir las creencias, y los impulsos, y lo que palpita en una melancolía colectiva que revisa desde las fronteras un pasado demasiado consumista.
Y esto me sirve para seguir hilando el cable de electricidad que recorre como una vena toda la exposición. Como si fuese el hilo de Ariadna y me fuese acercando a Teseo. O me fuese acercando al minotauro. O a ambos, porque la obra de Stolhe es complicada y por eso fascina tanto. Porque es fronteriza y se recrea en esos espacios que surgen de una vida construida a base de anuncios…¿pero qué hay cuando se apagan los focos y quedan las sobras del catering? ¿Quién mira de cerca los envases, las colillas, los charcos de las bebidas? ¿No merecen los restos de las orgías formar parte también del guión? Cristina dice que si estuviese en un concierto seguramente lo que fotografiaría sería esa basura, y a sus amigos, y la basura de sus amigos, y la que todos hemos ido retirando poco a poco en los márgenes. Y hay una belleza brutal en unir y desunir esas imágenes y darles también su momento.
Y esas imágenes, unidas o desunidas, ordenan y quizá también desordenan el mundo mental de Cristina. Como ella misma dice: “Tirar fotos me ayuda a transitar mis propias vivencias, me detiene y me ayuda a procesar el paso del tiempo”. Y no puedo estar más de acuerdo. Porque hay algo en su trabajo que me recuerda a Wilde, a Dorian y a su retrato. Porque parecen deambular en una estación nocturna. Porque dan en la tecla justa.
La obra de Stolhe merece toda nuestra atención. Y es en los márgenes donde encuentra esa bella neblina que lo inunda todo. Porque hay demasiado humo, y ruido en la habitación. Porque como muy bien dicen en El Chico, hay diferentes bodegones, But still, life. Y seguramente siga habiendo muchas más resacas, Pero aún así (gracias Cristina), la vida.
Y la nota de la expo no puede ser más precisa en su imprecisión porque desde luego que si nos empeñamos en entender, no vamos a entender nada. Porque aciertan de lleno en acercarse a su trabajo a través de la mística y definir la experiencia casi en términos de brujería. Y si yo pudiese levantar con mis propias manos una catedral posmoderna, la pieza que coronaría su altar sería seguramente un collage de Stolhe. Y rescataría uno específico de esta expo. Su pieza +,2022 bien puede definir las creencias, y los impulsos, y lo que palpita en una melancolía colectiva que revisa desde las fronteras un pasado demasiado consumista.
Y esto me sirve para seguir hilando el cable de electricidad que recorre como una vena toda la exposición. Como si fuese el hilo de Ariadna y me fuese acercando a Teseo. O me fuese acercando al minotauro. O a ambos, porque la obra de Stolhe es complicada y por eso fascina tanto. Porque es fronteriza y se recrea en esos espacios que surgen de una vida construida a base de anuncios…¿pero qué hay cuando se apagan los focos y quedan las sobras del catering? ¿Quién mira de cerca los envases, las colillas, los charcos de las bebidas? ¿No merecen los restos de las orgías formar parte también del guión? Cristina dice que si estuviese en un concierto seguramente lo que fotografiaría sería esa basura, y a sus amigos, y la basura de sus amigos, y la que todos hemos ido retirando poco a poco en los márgenes. Y hay una belleza brutal en unir y desunir esas imágenes y darles también su momento.
Y esas imágenes, unidas o desunidas, ordenan y quizá también desordenan el mundo mental de Cristina. Como ella misma dice: “Tirar fotos me ayuda a transitar mis propias vivencias, me detiene y me ayuda a procesar el paso del tiempo”. Y no puedo estar más de acuerdo. Porque hay algo en su trabajo que me recuerda a Wilde, a Dorian y a su retrato. Porque parecen deambular en una estación nocturna. Porque dan en la tecla justa.
La obra de Stolhe merece toda nuestra atención. Y es en los márgenes donde encuentra esa bella neblina que lo inunda todo. Porque hay demasiado humo, y ruido en la habitación. Porque como muy bien dicen en El Chico, hay diferentes bodegones, But still, life. Y seguramente siga habiendo muchas más resacas, Pero aún así (gracias Cristina), la vida.
But still, life de Cristina Stolhe está disponible en la galería El Chico, Ronda de Toledo 16 - Local 9, 28005, Madrid hasta el 14 de octubre.