En el marco del festival Dart ha tenido lugar la premiere del documental Climate Art: From Protest to Utopia, dirigido por Mathias Firk. Moderada por la periodista Leonie Sontheimer, la película propone un desplazamiento de mirada: acercarse a la crisis climática a través del trabajo de artistas que la abordan desde perspectivas críticas, poéticas y profundamente personales, ensayando otras formas de narrar la urgencia más allá del dato y la alarma.
El cambio climático está en boca de todos, o casi, pero su urgencia suele diluirse entre informes, cifras y advertencias que se repiten año tras año, hasta que la mirada, saturada, aprende a esquivar lo insoportable. Escuchamos, asentimos, seguimos. No es falta de datos. La información está ahí: disponible, precisa, insistente. Y, aun así, algo no termina de activarse. Tal vez el problema no sea lo que sabemos, sino la forma en que ese saber nos alcanza.
Quizá el problema esté en cómo se nos ha contado. Parecemos reaccionar únicamente cuando la naturaleza empuja al límite, cuando la catástrofe irrumpe y deja de ser abstracta. Cuando el impacto se vuelve físico. Sentido. Frente a ese agotamiento del discurso, tal vez otra manera de acercarnos a esta urgencia sea a través del arte. Allí donde los datos se agotan, el arte ensaya preguntas, activa sensibilidades y nos obliga a permanecer, aunque sea un momento, dentro de lo que preferiríamos no mirar.
Este artículo recorre a algunos de los creadores que aparecen en el documental y amplía el foco hacia el panorama español. Con motivo de su estreno, Dart ha acogido además una conversación con la Bienal Climática, https://bienalclimatica.org la primera bienal de arte y clima concebida en España, en la que hemos tenido la oportunidad de conocer a sus directoras y a algunos de los artistas participantes. La Bienal Climática es una bienal nómada que celebrará su primera edición en junio de 2026 en Avilés, Asturias.
AGNÈS DENES
En el documental, Agnès Denes es una de las grandes protagonistas. Aparece, a sus noventa y dos años, como una presencia luminosa, casi mítica. Una artista que quizá llegó demasiado pronto a un debate para el que el mundo aún no estaba preparado. Recuerda cómo, durante décadas, su trabajo fue ignorado y, en ocasiones, incluso objeto de burla. Tal vez porque ya desde los años sesenta hablaba de un futuro que nadie quería mirar, un futuro que hoy se ha convertido en nuestro presente.
Su obra más emblemática, Wheatfield – A Confrontation (1982), es ya un icono del arte contemporáneo: dos acres de trigo sembrados en pleno Manhattan, frente al World Trade Center, en uno de los solares más caros del mundo en ese momento. Un gesto tan simple como monumental; una declaración poética y política sobre el valor de la tierra frente al espejismo del progreso urbano y financiero. Allí donde reinaban el asfalto y la especulación, Denes introdujo un paisaje improbable que obligaba a detenerse y a reconsiderar qué entendemos por riqueza, crecimiento y futuro.
OLAFUR ELIASSON
Trabaja con aquello que solemos llamar naturaleza para recordarnos que nunca ha sido un fondo neutral. Su práctica parte de fenómenos físicos (luz, hielo, agua, temperatura, niebla) para transformarlos en experiencias perceptivas que comprometen al cuerpo del espectador. En sus obras, el clima se atraviesa. En Ice Watch (2014-2018), glaciares reales son trasladados al espacio urbano, obligándonos a confrontar el deshielo con las manos y con el tiempo. En The Weather Project (2003), una arquitectura de luz y vapor envuelve al público en una atmósfera artificial que replica, y desestabiliza, nuestra relación con el sol y el entorno.
ROMUALD HAZOUMÈ
La obra de Romuald Hazoumè no se acerca al cambio climático desde la distancia ni desde la metáfora cómoda. Parte de lo que sobra, de lo que circula fuera de plano, de aquello que sostiene economías enteras sin aparecer en el relato oficial. Sus esculturas y máscaras hechas con bidones de gasolina (jerrycans), conocidas como su serie Masques (desde finales de los años ochenta), objetos clave en el comercio ilegal de combustible en Benín, arrastran consigo historias de colonialismo, dependencia energética y desigualdad ambiental que siguen operando hoy. Los materiales delatan. El plástico erosionado, el olor del petróleo, las superficies marcadas hablan de un sistema que quema territorios y cuerpos con la misma lógica.
MARIO SANTAMARÍA
¿Y si internet no fuera una nube, sino un territorio? La práctica de Mario Santamaría parte de una sospecha persistente: la red no flota, pesa. Cada gesto digital arrastra consigo una coreografía material hecha de cables enterrados, edificios sin ventanas, consumo energético, latencias y geografías específicas. Su trabajo desplaza la imaginación de lo virtual para situarla en el territorio, allí donde la infraestructura se mezcla con el paisaje y el tiempo se mide en esperas.
En obras como Internet Tour propone recorridos a pie por las arquitecturas invisibles de la red: nodos, centros de datos, antenas y trazados subterráneos que atraviesan ciudades como Madrid, Bilbao o Barcelona. Caminar se convierte en una lectura crítica. Su obra obliga a replantearnos nuestra relación con internet, la verdadera forma en que lo habitamos, que descansa sobre un suelo concreto y una infraestructura que rara vez decidimos mirar.
NATALIA DOMÍNGUEZ
Si Santamaría desentierra el peso de la red, Natalia Domínguez afina la percepción de aquello que la atraviesa sin dejar rastro. Todo eso que no se puede sostener en las manos: aire, humedad, partículas en suspensión. En el umbral entre mito y tecnología, su obra convierte nubes, agua y clima en materia sensible, preguntándose por los modos en que observamos, medimos y narramos lo intangible. En diálogo con instrumentos científicos, tecnologías rudimentarias y equipos como la Agencia Estatal de Meteorología (AEMET), en la Bienal Climática podremos palpar sistemas frágiles de escucha donde lo atmosférico adquiere peso y presencia.
Por último, como recuerda Amanda Masha, directora de la Bienal Climática, citando a la climatóloga Helga Kromp-Kolb, “es demasiado tarde para el pesimismo”. No como consuelo ni como optimismo forzado, sino como una constatación: ya sabemos lo suficiente, ya hemos visto bastante. La cuestión no es añadir más datos ni más noticias desastrosas. Las obras que atraviesan tanto el film Climate Art como la inauguración de la Bienal no buscan explicar el mundo, sino volverlo perceptible. Sentirlo. Cuando el saber deja de ser abstracto y se vuelve experiencia, el problema ya no es qué hacer con la información, sino cómo seguimos viviendo con ella, cómo habitamos este mundo sin apartar la mirada.
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