¿Qué es un espacio liminal? ¿Cómo se define estética, social y filosóficamente? ¿Cuántos de esos espacios ocupamos a lo largo de nuestras vidas? Estas y otras cuestiones son las que plantea el fotógrafo Claudio Mansour en su última exposición, Sala de espera. Desde pequeño le han atraído esos no-espacios sujetos al no-tiempo, desde los sueños hasta vías de ferrocarriles abandonadas. “Me siento profundamente conectado con esos espacios que parecen atrapados en el tiempo. Exploro este concepto, a veces de manera inconsciente, con una curiosidad nostálgica”, nos cuenta en esta entrevista.
Su última muestra, que el artista ha celebrado en su propia casa (jugando así también con la liminalidad en el propio espacio expositivo), empezó por una casualidad: poco después de mudarse a su edificio, Claudio colgó una foto a la pared con un pin. Unos días después se encontró esa foto en el escritorio del portero del edificio. Al preguntarle de dónde había salido, descubrió que había volado y alguien en la calle la había recogido y entregado. “Cuando llevé este incidente a terapia, surgió el concepto de sincronicidad de Jung, esa idea de que ciertas coincidencias pueden tener un significado profundo”, explica. “En ese espacio de reflexión apareció una posibilidad fascinante: tal vez la fotografía voló por la ventana porque quería ser vista”.
Con un extenso archivo de fotografías analógicas, Claudio invitó a Mariana Gómez Maqueo para que hiciera de comisaria y le ayudara a organizar y seleccionar las fotos, darles un discurso y materializar esa exposición que tanto deseaba llevar a cabo. Tras el éxito, hablamos con el artista sobre el rol del fotógrafo en un mundo saturado de imágenes, la casualidad como motor, psicoanálisis y sus futuros proyectos.
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Hola, Claudio, es un placer hablar contigo. Para conocerte mejor, ¿qué música estás escuchando últimamente, qué serie de TV no puedes dejar de ver, y/o qué libro tienes en la mesita de noche?
Estoy leyendo Tecgnosis de Erik Davis, un libro noventero que conceptualiza la idea del tecnomisticismo y los puntos entre la espiritualidad, la religión y la tecnología. Davis mapea temas que van desde la historia de los jeroglíficos, la escritura y la alquimia, hasta los aliens, las máquinas, los psicodélicos, el New Age, la realidad virtual y la inteligencia artificial. Es una invitación a repensar lo espiritual en un mundo hiperconectado.
Me hizo reflexionar sobre la fotografía como una herramienta que actúa como un puente entre lo visible y lo invisible, lo físico y lo simbólico. Como la alquimia o los jeroglíficos, la fotografía convierte la realidad en un lenguaje propio, donde cada imagen puede leerse como un mapa de significados ocultos o un ritual tecnológico que conecta lo humano con algo trascendental. Es interesante pensar en la cámara como una máquina que funciona como una especie de portal espiritual moderno.
Estudiaste Diseño Industrial, donde experimentaste con objetos y materialidades. ¿Cómo crees que esos estudios han influido tu manera de fotografiar y ver el mundo a través de la cámara?
Durante la carrera desarrollé un entendimiento espacial y del objeto que ha sido muy útil en mi práctica artística. Comprender un objeto tridimensional como una forma dentro de un espacio contenido me permitió desarrollar mi sensibilidad y entrenar mi ojo para explorar las posibilidades estéticas de una escena. Un primer acercamiento a la fotografía comercial fue la foto de producto, trabajando con marcas de cosméticos, joyería y zapatos. De ahí comencé a hacer foto arquitectónica y espacial, entrando poco a poco al género del costumbrismo y la foto documental.
Aunque reconozco que en ese momento no profundicé en la percepción del cuerpo humano, he explorado esa dimensión posteriormente a través de clases de movimiento y danza, así como mediante el performance. Estas experiencias me han proporcionado herramientas esenciales para dirigir y aportar dinamismo a mi trabajo.
Nacido en Ciudad de México, también has vivido en Río de Janeiro y Berlín. ¿Cómo crees que esas experiencias hicieron que te relacionaras con tu entorno y con tu propio lugar de origen?
Crecí en Coyoacán, un barrio con una histórica escena artística. Desde que era niño mis padres comenzaron a coleccionar fotografía, por lo que la imagen siempre estuvo muy presente. Mi tiempo en Brasil y en Berlín me llevó a cuestionar mi identidad y posicionamiento como artista. Conocí estilos de vida radicalmente diferentes, explorando las formas contrastantes de celebrar, desde el carnaval brasileño hasta las fiestas berlinesas.
Documentar personas en esos contextos, tanto urbanos como en la naturaleza, enriqueció mi práctica artística y me dio una perspectiva amplia sobre los cuestionamientos artísticos que hay dentro y fuera de América Latina. Estas experiencias y otros viajes han nutrido mi trabajo, conectando historias, geografías y culturas que dialogan entre sí.
Mis experiencias viajando han fortalecido mi interés por conectar culturas. Sumergirme en la vida y los idiomas locales me ha permitido crear vínculos significativos, enriqueciendo tanto mi vida personal como profesional. Este enfoque también se refleja en mi fotografía, donde cultivo relaciones auténticas con mis sujetos. Al explorar escenas alternativas o queer, ya sea en grandes ciudades o en playas nudistas aisladas, el arte se ha convertido en una forma natural de vincularme y forjar conexiones genuinas y duraderas.
“Como la alquimia o los jeroglíficos, la fotografía convierte la realidad en un lenguaje propio. Es interesante pensar en la cámara como una máquina que funciona como una especie de portal espiritual moderno.”
Hace poco presentabas Sala de espera, una exposición individual comisariada por Mariana Gómez Maqueo. ¿Cómo surge todo esto? ¿Qué te impulsó a hacerla y a invitar a Mariana como curadora?
Mi amistad y complicidad con Mariana tiene casi una década. Antes salíamos de fiesta y a tomar fotos; creo que para ambos fue un periodo necesario de exploración y juego con la cámara. Ahora, nuestras necesidades artísticas han vuelto a coincidir, y me hizo sentido que ella fuera la curadora. Tengo mucho archivo personal y quería encontrar la forma correcta de mostrar una selección. Mariana conocía parte de mi trabajo, además de que tiene una mirada crítica y sensible que aportó nuevas lecturas y matices a mi obra; disfrutamos mucho del proceso.
Me hablaste de cómo una foto que voló desde tu departamento acabó volviendo a ti, y lo relacionabas con algo muy jungiano. ¿Puedes hablarme más de esto?
La foto que voló por la ventana (2021) fue un catalizador crucial para que esta exposición tomara forma. Poco después de mudarme a mi edificio, coloqué esa fotografía junto a mi ventana, asegurada con un pin. Un día, al entrar al edificio, el portero la tenía sobre su escritorio. Verla ahí, fuera de contexto, me generó una gran disonancia. Cuando le pregunté al respecto, me contó que alguien la encontró en la calle y la dejó en la portería.
Lo loco es que vivo en un octavo piso, en pleno centro de la ciudad, lo que hace que la situación sea aún más improbable. Cuando llevé este incidente a terapia, surgió el concepto de sincronicidad de Jung, esa idea de que ciertas coincidencias pueden tener un significado profundo. En ese espacio de reflexión apareció una posibilidad fascinante: tal vez la fotografía voló por la ventana porque quería ser vista. Esa idea me abrió un nuevo horizonte para pensar mi práctica artística: la imagen como un ente vivo, que busca lugares, contextos y miradas. Esa foto que volvió a mí, como un mensaje o un gesto de su propia autonomía, me hizo cuestionar el proceso mismo de cómo las imágenes se desplazan y encuentran nuevas formas de existir.
En Sala de espera hablas de lo liminal, ese espacio intermedio entre dos sitios, dos dimensiones o incluso dos tiempos. ¿Qué te interesa tanto personal como artísticamente de este concepto?
Hay algo en la estética liminal que siempre me ha atraído: ese sentimiento que me acompaña desde niño al recorrer lugares misteriosos. Recuerdo mi infancia explorando vías de ferrocarril abandonadas, ruinas arqueológicas, o incluso sueños y pesadillas de ciudades vacías. Me siento profundamente conectado con esos espacios que parecen atrapados en el tiempo. Exploro este concepto, a veces de manera inconsciente, con una curiosidad nostálgica, y creo que mi trabajo resuena con muchas personas de mi generación, quienes se encuentran en una espera o transición, ya sea física o metafórica.
Pienso en migrantes que esperan un estatus legal o papeles, en quienes están en procesos de transición de género, en quien espera un diagnóstico médico o la fatiga que causa un vuelo retrasado. Todas estas experiencias comparten un mismo estado: atrapades y atravesades por el realismo capitalista y la policrisis que aparenta no tener solución. Sin embargo, me gusta pensar que mis fotos no buscan hablar de esto desde la desesperanza; lo hacen desde un optimismo que se ancla en la posibilidad de cambio y resistencia en medio de la incertidumbre.
El proceso de selección fue arduo, porque cuentas con un archivo de más de trescientas fotografías tomadas en varios viajes y tu día a día. ¿Cómo fue y cómo os decidisteis por las que vemos finalmente? ¿Y qué tal fue intercambiar ideas e impresiones con Mariana?
El proceso de selección fue, sin duda, arduo pero también enriquecedor. Partimos de un archivo amplio de fotografías documentales que abarcan momentos muy diversos. Lo más complicado fue encontrar un equilibrio entre esa variedad.
Presentamos más de treinta imágenes; buscábamos saturar el espacio con fotografías. Tengo mucha afinidad y cariño por muchas fotos que no están en la exposición. Mariana jugó un papel fundamental. Su mirada externa fue clave para tomar distancia de mi propio trabajo y reconocer cuáles imágenes funcionan mejor en conjunto. Yo, por momentos, estaba demasiado apegado o sesgado por ciertas fotos que he visto muchas veces, pero ella supo señalar cuáles realmente aportan al discurso general.
El intercambio con Mariana fue muy fluido. Cuando ella proponía retirar alguna foto, generalmente estábamos de acuerdo, y cuando había dudas, discutíamos hasta encontrar un consenso. Fue un proceso de diálogo constante.
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La muestra empieza con unas fotos que muestran espacios liminales entre lo natural y lo artificial, lo interior y lo exterior, lo público y lo privado. Son imágenes que muestran tanto paralelismos como disparidades. ¿Te pareció necesario empezar por algo más tangible y luego moverlo a fotos más metafóricas, como por ejemplo un eclipse o la migración de las mariposas monarcas?
El recorrido visual que planteamos comienza señalando los indicios de una crisis cultural y social propia de la postmodernidad. La exposición se abre con una fotografía de un mapamundi visto a través de una cortina ochentera de oficina. Esa imagen, con su tono verdoso, nos introduce en la matrix del capitalismo y la burocracia, marcando un punto de partida que cuestiona las estructuras que rigen lo cotidiano. A partir de ahí, y manteniendo esa paleta verde, surgen imágenes de naturaleza que empiezan a mostrar rastros de lo artificial, como una antena disfrazada de palmera, sugiriendo un diálogo tenso entre lo orgánico y lo artificial.
El enfoque se desplaza luego hacia espacios urbanos que encarnan la liminalidad, la transición y el cambio. Estos lugares, o más bien no-lugares, como la sala de espera, nos evocan estados de pausa y expectativa, momentos intermedios que no pertenecen ni al pasado ni al futuro. Aquí es donde entran los conceptos de los no-lugares y heterotopías, según Foucault: espacios de tránsito que, aunque físicos, existen fuera de las estructuras habituales del tiempo y el significado.
Después están las fotos más metafóricas donde se captura lo ritual, lo sublime. Estas imágenes, como la totalidad del reciente eclipse solar visto en el norte de México o el tránsito de las mariposas monarca, representan momentos de transformación y conexión profunda con lo inmaterial, el ritual. Es aquí donde el espectador puede reflexionar sobre los ciclos de la vida, el impacto del tiempo y la búsqueda de lo sagrado en un mundo marcado por lo efímero y lo artificial.
Las fotografías mezclan film, polaroids caducadas, negativos… Se nos presentan las imágenes en distintos formatos, algunos de ellos poco habituales. ¿Qué crees que aporta esta riqueza de distintos soportes?
Los múltiples formatos nos permiten saturar el espacio de imágenes y crear un recorrido visual muy al estilo de Tillmans. Decidí incluir los negativos sobre una caja de luz al final del recorrido por varias razones. La primera es que el negativo, en sí mismo, es un objeto liminal, una especie de puente entre lo retratado y la fotografía final. Además, me interesó jugar con la percepción del espectador: pocas personas están acostumbradas a observar negativos sobre una caja de luz, y el proceso mental de invertir los colores puede resultar complejo. En esa ambigüedad surge una oportunidad para especular sobre lo que se está viendo.
Algunas imágenes, como las polaroids expiradas, pueden adquirir una cualidad onírica o incluso fantasiosa, invitando al espectador a completar el significado desde su propia experiencia. En ese sentido, esa habitación invita a especular y pensar en las posibilidades. Pensar en el deseo no como un fin, sino como un proceso constante de búsqueda y creación, un camino que, pensando en la idea de utopía de José Esteban Muñoz, apunta siempre al horizonte.
En un mundo donde todxs tenemos teléfonos con cámara, ¿qué crees que pueden aportar los fotógrafos y artistas?
Las cámaras se han democratizado, pero pienso que el aporte de los artistas viene en cuestionamientos más profundos y complejos sobre la imagen y su significado. Más allá de capturar momentos, los fotógrafos y artistas tienen la capacidad de reflexionar sobre el contexto, las narrativas y las intenciones detrás de cada imagen. En un mundo saturado de imágenes instantáneas y efímeras, el artista puede aportar una mirada que trasciende lo superficial.
No se trata solo de registrar, sino de reinterpretar, de jugar con las posibilidades visuales para crear metáforas, narrativas o incluso tensiones que inviten a la introspección o al debate. Para mí la foto es un medio. Los fotógrafos y artistas pueden explorar los límites del medio mismo: cuestionar su materialidad, su relación con el tiempo, su conexión con la memoria y su impacto en lo social y político.
Siguiendo con esto, ¿tú diferencias cuándo haces una foto más casual con el móvil y cuando la haces con cámaras analógicas o más profesionales?
Totalmente. Las fotos que hago con el iPhone me funcionan bien como ejercicios, maquetas o incluso para alimentar el feed de Instagram. Pero hay algo en la calidad de estas imágenes que parece estar conectado con la obsolescencia programada. Pienso que cuando tienes un celular nuevo, las fotos lucen impecables, con colores vibrantes y nitidez. Pero con el tiempo, esa calidad empieza a desvanecerse de forma casi imperceptible: las cámaras se ven opacadas, los sensores pierden precisión.
Además, realmente hay algo en la fotografía análoga que me conecta con lo ritual. Los colores, el grano, el azar, la sorpresa… todo en el proceso me obliga a estar más presente. Desde cargar el rollo hasta esperar el revelado, cada etapa tiene un peso, un tiempo, un número limitado de fotos, un significado. Ahora mismo estoy esperando a recibir tres rollos revelados, no recuerdo bien lo que contienen, pero disfruto de la anticipación.
“Al explorar escenas alternativas o queer, ya sea en grandes ciudades o en playas nudistas aisladas, el arte se ha convertido en una forma natural de vincularme y forjar conexiones genuinas y duraderas.”
El propio título de la exposición indica un espacio liminal, algo temporal: nadie está en una sala de espera mucho tiempo, y de hecho está allí expresamente para irse (ya sea en un aeropuerto, una consulta médica, etc.). ¿Concibes la exposición un poco de la misma manera?
Sí, exactamente. El título refleja esa sensación de transitoriedad y anticipación. Una sala de espera es un espacio intermedio donde el tiempo se percibe de manera distinta: es un lugar de pausa pero cargado de expectativa. Vacié todo el espacio pero dejé solamente un sofá, en parte porque ya no cabía en mi habitación, la cual se convirtió en bodega. Uno de los enfoques era también generar conexiones y hacer comunidad dentro de las paredes de esta sala.
En el marco de la expo tuvimos un programa cultural que incluyó un live set de Emilia Ezeta, que tocó música ambient basada en texturas, y en otra ocasión el arquitecto Bruno Montañez guió un tour arquitectónico por nuestro edificio modernista de los años cincuenta. Tuvimos la oportunidad de entrar a los espacios personales de algunos de mis vecinos, quienes muy amablemente abrieron sus puertas a un recorrido íntimo durante esta visita guiada.
El sitio de Sala de espera era tu propio departamento, convirtiendo lo doméstico en semipúblico. Creo que el propio entorno expositivo contribuye mucho a la liminalidad que muestran las obras ¿Te planteaste buscar alguna galería o espacio más ‘habitual’, o desde el principio querías que fuera en tu casa?
Desde el principio quería que fuera en mi casa. Me interesaba romper con la idea tradicional del espacio expositivo y explorar cómo lo doméstico puede convertirse en un espacio de tránsito y encuentro. El contexto de un departamento introduce una dimensión íntima y vulnerable que potencia la liminalidad de las obras. Exponer en un espacio doméstico, con su intimidad y familiaridad, desdibuja las fronteras entre lo privado y lo público.
El propio entorno juega un papel activo en la narrativa de la exposición. Esto crea una experiencia más orgánica, alineada con el concepto de liminalidad. Además, la decisión de usar mi casa surgió del deseo de generar un espacio de encuentro más cálido y cercano. Mostrar mi trabajo ya vulnerable y abrir las puertas de mi casa lo convirtió aún más íntimo y real.
Para acabar, ¿en qué otros proyectos estás trabajando actualmente?
Estoy trabajando en un proyecto de investigación que estoy comenzando a materializar. Es una investigación sobre un caso documentado de un chico trans que fue internado en un manicomio para mujeres alrededor de 1890 en la Ciudad de México. Me interesa su desafío al cruzar dos fronteras en su vida: una como persona trans que lucha por reconciliarse con su propio cuerpo, y otra como migrante, estando en constante flujo y perdiendo su conexión con su estado-nación. Él vivía en el cruce de estas identidades, en liminalidad, y quizás buscaba dirigirse hacia la libertad o solamente sobrevivir.
Planteo este proyecto audiovisual como un esfuerzo por evidenciar los mecanismos de subjetividad dentro de las instituciones médicas, religiosas, legales y migratorias que constituyen el régimen patriarco-colonial; así como los mecanismos y las bases del psicoanálisis, los cuales han sido fundamentales en la conquista y en la fabricación de las psiques femenina y masculina. La obra pretende cuestionar los juicios y la perspectiva del autor, un médico del porfiriato con doctrinas afrancesadas que utiliza al hombre trans como objeto de estudio para sus propias ambiciones.
Este trabajo no solo permitirá reflexionar sobre la historia y la memoria de este caso real y documentado en un libro sino también cuestionar narrativas establecidas y ofrecer nuevas perspectivas.
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