Octavi Arrizabalaga, más conocido como Aryz, es alguien enteramente dedicado, o endeudado, con aquello que un día le dio cobijo. Cuando empezó a pintar en el instituto encontró ahí la acogida que no tuvo en un hermano mayor, y después en alguno de los compañeros con los que intervenía en el espacio público. Este jueves 18 de septiembre inaugura Preludio en la Galería Senda, una alusión a aquellas obras célebres de la historia del arte que le han acompañado en el camino.
Desde que empezó su temprana carrera ha tenido que llevar puesta una etiqueta de la que le ha costado librarse: artista de calle. Sus esfuerzos por ser valorado lo llevaron a buscar en circuitos contemporáneos tradicionales un criterio más riguroso, pero eso le dejó, según dice, “desencantado”. Aún así, sigue apostando por el sector del arte: “Es la batalla que librar”. Y vista su próxima inauguración en Senda, no está todo perdido. Preludio se define como una colección de óleos de gran formato en los que Aryz “dialoga con la historia del arte”. Le gusta usar la palabra, diálogo, porque él es dialogante. Como artista es autocrítico y autoexigente, pero también es una de esas rarezas que tanto conmueven cuando se encuentran: alguien establecido pero permeable, receptivo y con una cierta necesidad de explicarse como profesional, sea artista o pintor. Esta colección que ahora presenta es un “paso atrás” para acabar de librarse del molesto sello de artista urbano y “demostrar que puedo llegar a controlar la técnica de la pintura y que hay cierto conocimiento y homenaje a otros personajes de la historia del arte”.
Nos encontramos en su enorme estudio de Cardedeu, que alberga su colección de huesos, entre ellos un esqueleto humano real, y su gran archivo de pinturas, grabados y litografías. Allí nos habla también de muchos otros diálogos, como el de interior/exterior (después de haber expuesto en la calle, en museos o en la Basílica del Pi), el de mainstream/minoritario, o el de tradición/evolución: “Normalmente los artistas más puristas son los más mediocres”.
Sus ganas de defender sus ideas y oficio en una escena de bases constringentes han ido tendiendo los puentes que ahora le facilitan las cosas a él y a los que le siguen. Le preguntamos hacia dónde va y nos responde que en dirección contraria a lo inmediato, hacia lo que perdura. Sabemos que está cerrando series en los que lleva tiempo trabajando y que se aproxima un punto y aparte en su carrera. ¿Una liberación total? No lo sabemos, pero nos quedamos con esta frase: “Como decía mi abuelo, si me comparo estoy de puta madre, y si me analizo estoy jodido”.

Me decías que una de las complicaciones de los murales es no tener una buena perspectiva para pintar. Sea en la vía pública, en una iglesia o en una galería, ¿te planteas la interacción con el espacio como algo que el entorno aporta a tu práctica y obra?
En muchos de los espacios sagrados donde he intervenido hay poca luz, así que intento que las piezas sean cromáticamente lo más luminosas posible. Busco generar contraste y resaltar las zonas del lugar que más me interesan. Por ejemplo, en la Basílica del Pi me llamaban la atención la virgen del gótico que está detrás del altar y las vidrieras. Entre esos elementos había un muro desnudo, y a partir de ahí quise crear un diálogo entre la escultura, la vidriera y mi pieza, ocultando ese muro, donde antiguamente hubo un retablo, y realzando tanto las vidrieras como la Virgen del siglo XIV. En definitiva, las piezas están pensadas para el espacio. Lo interesante de trabajar en iglesias es que tus obras dialogan con piezas históricas del arte, mientras que en un mural la conversación es con un árbol, una farola o un contenedor.
Cuando empezaste en la calle, ¿pensabas en el árbol y en la persona que lo iba ver o simplemente buscabas un sitio donde exponer?
Vengo del graffiti, un mundo donde lo más importante es tener estilo, hacerlo todo a lo grande y ganar presencia. Es una competición sana, en la que siempre intentábamos superar al de al lado con piezas más grandes y mejores. Empecé pintando en fábricas abandonadas con esa dinámica y después la llevé también a la ciudad. Siempre me ha atraído elegir bien los espacios donde intervenir, y me gusta que las piezas se vean desde lejos. Últimamente también me interesa que el lugar tenga protagonismo, que la obra no parezca algo que podría estar en cualquier parte, sino que dialogue con su entorno. El espacio público tiene sus complicaciones porque todo el mundo tiene opiniones distintas, y cuando algo no gusta, enseguida te lo hacen saber. Ahora trato de crear imágenes que la gente pueda apreciar y hacer suyas.
¿Crees que le debes a la gente esa amabilidad?
Agradezco haber tenido ese contacto con la gente, me ha hecho tocar de pies al suelo. Me gustaría pensar que todo lo que he pintado le habría gustado a mi yo de quince años. Siempre he intentado que a las nuevas generaciones les atraiga lo que hacemos, para que se animen a sumarse. Pero también está la señora mayor que vive en el sexto y que va a ver el mural todos los días.
Desde hace unos años intento tenerlos presente, aunque no se trata solo de hacer piezas bonitas sin más.
Desde hace unos años intento tenerlos presente, aunque no se trata solo de hacer piezas bonitas sin más.
No ser complaciente.
Uno de los últimos murales que hice, en Italia, es el retrato de una chica de frente, con la mirada desafiante y gran parte de su anatomía a la vista. Causó bastante revuelo. Está justo al lado de un instituto de la mujer y la idea era crear una imagen potente, donde todo el cuerpo transmitiera esa actitud desafiante. A la gran mayoría le gustó incluyendo las personas del instituto, pero a algunas personas no, y nos lo hicieron saber a través de redes sociales.

El almuerzo, 2024-2025
No todo el mundo verá la intención.
Si le gustas a todo el mundo, algo estás haciendo mal. Aunque yo no me considere una persona rompedora, cuando haces algo mínimamente interesante casi nunca entra bien de primeras. Lo bonito de trabajar en el espacio público es justo eso: poner una pieza ahí y ver qué pasa. Cuando se pintan dos murales en la misma ciudad o en el mismo pueblo, la gente inevitablemente los compara. Empiezan a generar una opinión visual, porque siempre hay uno que les gusta más que otro, y casi sin darse cuenta terminan haciendo crítica de arte. Para muchas personas ese es su primer contacto con el mundo del arte, y me ha pasado varias veces que alguien que empezó opinando sobre un mural termina yendo a exposiciones y conectando con la agenda cultural de su ciudad. Eso me parece mágico.
Nos has presentado al esqueleto de tu estudio. ¿Dónde nace ese interés por los huesos?
Es un tema formal. Siempre me ha atraído el juego de vacíos, y los huesos son una excusa perfecta para explorar la profundidad. En los murales, cuando haces un torso humano de veinte metros, hay muchas zonas que no tienes demasiada información en donde hacer juegos de colores, y mi manera de resolverlo era jugar con la anatomía. Al público a veces le desconcierta. A mucha gente le horrorizan los esqueletos. Creo que siempre lo he tratado desde un lugar muy sobrio. En Europa, el tema de la muerte es un tabú enorme y no lo hemos sabido abordar bien. Parece como si al no hablar de ella, pudiéramos evitar que suceda.
Naciste en California, ¿algo de tu interés por el graffiti viene del movimiento que se gestó allí?
No, cuando estaba allá aún era un cacahuete. Todo esto viene de aquí, cuando era adolescente, sobre los 2000, Barcelona era el epicentro del street art; de hecho, de aquí salió el concepto. Venía gente de todo el mundo a pintar, fui un afortunado poder crecer rodeado de esa energia, me impactó muchísimo. En mi pueblo también había grupos de graffiti que salían en revistas. Este arte tan dinámico realmente me hablaba, en cambio los museos de arte contemporáneo no me decían nada.
Poder ser artista no era una opción, lo que se mostraba en esos espacios no lo sentía cercano. Muchos de esos trabajos, que todavía se ven, me parecen fríos: objetos que ni siquiera han pasado por las manos del propio artista. Esa falta de humanidad me alejaba de lo que estaba viendo.
Poder ser artista no era una opción, lo que se mostraba en esos espacios no lo sentía cercano. Muchos de esos trabajos, que todavía se ven, me parecen fríos: objetos que ni siquiera han pasado por las manos del propio artista. Esa falta de humanidad me alejaba de lo que estaba viendo.
Es uno de los retos del arte ahora, ¿no? Interpelar a los jóvenes de alguna forma real. En el street art esto se consigue en parte porque hay una comunidad detrás. ¿Quiénes son tus nombres favoritos o quién te ha metido en el graffiti?
Hay dos chicos de aquí cerca, Rostro y Poseidón, que me marcaron muchísimo. Su manera de pintar era muy diferente a lo que se veía por aquí. También está Popay, de Francia, y Sawe, de Barcelona, un tipo con un talento infinito con el que coincidí en mis inicios. Él fue y es un referente, me sirvió para darme cuenta de las posibilidades de un aerosol.
En el espacio público convive de todo: desde el que recién empieza, al que pinta por diversión, hasta el que se preocupa de verdad por aportar algo artístico. Hay muchos niveles de intención, pero al final nos meten a todos en el mismo saco. Si lo pensamos, las esculturas de Calder o de Claes Oldenburg también son street art, porque dialogan con el espacio público… ¡pues metámoslos a ellos también!
En el espacio público convive de todo: desde el que recién empieza, al que pinta por diversión, hasta el que se preocupa de verdad por aportar algo artístico. Hay muchos niveles de intención, pero al final nos meten a todos en el mismo saco. Si lo pensamos, las esculturas de Calder o de Claes Oldenburg también son street art, porque dialogan con el espacio público… ¡pues metámoslos a ellos también!

Los galeristas, 2023-2025
Imagino que eso acaba calando. Has dicho antes que sentías que al grafitero no se le consideraba, y por eso quisiste hacer la transición hacia otros espacios. ¿Tú mismo te llegaste a creer menos como artista?
Sí, tengo un poco el complejo de que lo nuestro se ha vuelto más mainstream. Lo tengo presente, pero cada vez me doy más cuenta de que no debería preocuparme. Al final, lo mejor que nos puede pasar es llegar a la gente. Y que alguien se desplace hasta un espacio físico para ver lo que haces me sigue pareciendo increíble. No todo lo que gusta al público general es necesariamente bueno, pero si conectas con la gente puedes hacer un trabajo didáctico, apostar por el oficio y mostrar que detrás hay esfuerzo y buena intención para que todo esto crezca.
Los circuitos convencionales en esta ciudad están muriendo. En la inauguración de un artista contemporáneo establecido apenas van cien personas. ¿Hasta qué punto eso tiene trascendencia? Está claro que hay que arriesgar, pero si tienes a la juventud patinando en la puerta de tu institución y ni siquiera consigues que entren el día que es gratis… quizás ahí tenemos un problema, ¿no?
Los circuitos convencionales en esta ciudad están muriendo. En la inauguración de un artista contemporáneo establecido apenas van cien personas. ¿Hasta qué punto eso tiene trascendencia? Está claro que hay que arriesgar, pero si tienes a la juventud patinando en la puerta de tu institución y ni siquiera consigues que entren el día que es gratis… quizás ahí tenemos un problema, ¿no?
Además, el estilo puramente graffiti lo has trascendido desde el principio.
Desde que empecé a pintar tuve la suerte y la mala suerte de caer en un grupo muy purista del graffiti. Cuando empecé a hacer cosas que se salían de lo que ellos entendían como graffiti, me echaron del grupo. Me dolió mucho porque eran personas a las que admiraba. Entonces empecé a juntarme con gente que compartía mis mismas inquietudes, que huía de los dogmas del graffiti que nos rodeaba. Eso me llevó a seguir probando y a abrir otros caminos.
Existen estos conflictos aunque la disciplina nazca de la cultura hip hop y los valores de pluralidad y comunidad.
Todos los movimientos que empiezan siendo algo transgresor y contracultural, como el flamenco o el punk, con el tiempo, para intentar preservar su esencia, terminan volviéndose puristas y con un pensamiento muy cerrado. Ese espíritu abierto que había al principio casi siempre acaba convirtiéndose en una visión mediocre, que se limita a seguir unas directrices establecidas hace años.
Entiendo que la evolución es peligrosa, porque de repente todo puede mutar hacia un lugar al que no queremos llegar. No tengo la solución, pero creo que cerrarnos herméticamente en una manera de hacer las cosas no puede ser bueno.
Entiendo que la evolución es peligrosa, porque de repente todo puede mutar hacia un lugar al que no queremos llegar. No tengo la solución, pero creo que cerrarnos herméticamente en una manera de hacer las cosas no puede ser bueno.
Estudio y calle se mezclan en tu obra desde tus inicios, cuando ya representabas bodegones y otras escenas que normalmente vemos en un museo. Sacaste esta iconografía a la calle, luego te metiste en el estudio y ahora tu obra encarna las idiosincrasias de estos dos mundos. ¿Cómo se unen estas dos facetas de tu trabajo en lo que pintas y en lo que te interesa?
Cuando estudié Bellas Artes ya pintaba en el espacio público, y en clase los profesores menospreciaban no solo el arte figurativo, sino la pintura en general. De la figuración decían que era mera ilustración, un arte secundario según ellos. Yo, aposté firmemente por el mural, casi de manera contestataria. Sabía que en otros lugares había artistas trabajando con arte figurativo y pintura en museos contemporáneos, pero el tipo de universidad que tenemos en Barcelona es muy conceptual, y los artistas que no íbamos por ese camino podíamos ser considerados antiacadémicos.
Alrededor de 2014 se vivió un momento de efervescencia en el que empezaron a pintarse muchos murales en todo el mundo. Fue también cuando comenzó a incorporarse mucha gente proveniente de la ilustración y el diseño, acostumbrada a trabajar para clientes. Creo que ahí se produjo un cambio de paradigma en la escena, porque surgió una manera de entender el mural como un encargo malpagado. Mi lenguaje empezó a transformarse en ese momento: opté por cosas más sobrias, con composiciones costumbristas y proporciones sin distorsión, buscando una apariencia formal distinta. Quería un lenguaje que dialogara con los colores del espacio y que no se sintiera como una valla publicitaria.
Alrededor de 2014 se vivió un momento de efervescencia en el que empezaron a pintarse muchos murales en todo el mundo. Fue también cuando comenzó a incorporarse mucha gente proveniente de la ilustración y el diseño, acostumbrada a trabajar para clientes. Creo que ahí se produjo un cambio de paradigma en la escena, porque surgió una manera de entender el mural como un encargo malpagado. Mi lenguaje empezó a transformarse en ese momento: opté por cosas más sobrias, con composiciones costumbristas y proporciones sin distorsión, buscando una apariencia formal distinta. Quería un lenguaje que dialogara con los colores del espacio y que no se sintiera como una valla publicitaria.

Le Porte-Eténdard, 2021-2025
¿Cuál sería una de las situaciones más complicadas que has tenido que librar en la calle?
Lo que más me cuesta es exponer el proceso, porque la gente siempre opina. No sé cuántos artistas contemporáneos habrán escuchado en la cara que lo que hacen “es una mierda”, pero creo que a muchos les vendría bien: es un buen baño de humildad. Por mucho que creas ser el rey del pollo frito y tener la trayectoria que sea, cuando alguien te dice directamente que no le gusta lo que haces, tienes dos opciones: ignorarlo o intentar comprender su punto de vista para evaluarlo y, si tiene sentido, mejorar. Algunos no conectarán simplemente porque mi obra está en la calle o tiene una estética cercana al graffiti. Pero mientras haya una explicación coherente detrás de la crítica, yo siempre estoy dispuesto a escucharla.
Los obstáculos definen el camino. Cuando empezaste pintabas con restos de pintura para habitaciones que mezclabas, y ahora en tu obra son muy importantes las reflexiones que haces con el color. ¿Puede ser que ese condicionamiento también te haya ayudado?
Cuando pintábamos en espacios abandonados usábamos pintura reciclada, porque mi compañero Grito tenía un contacto en el punto verde. Los colores eran de lo más dispares: tonos típicos de habitaciones y, con suerte, un verde pistacho. Algunas semanas la cosecha era buena, pero la mayoría de las veces nos tocaban colores apagados. Al final, casi todo terminaba con un matiz grisáceo. En ese momento no era consciente, simplemente me adapté.
Cuando empecé a pintar en muros de ciudad, como la pintura la costeaban los organizadores, lo primero que hice fue comprar colores caros: amarillos, azules… todo aquello que antes no podía tener. Pero pronto me di cuenta de que esos tonos no iban con mi manera natural de trabajar: eran demasiado intensos, casi violentos. Sentía que imponían aún más mi obra. El transeúnte se veía obligado a mirar el mural… y eso no era lo que yo buscaba. Así que volví a los colores apagados para que los colores se fundieran con el entorno.
Cuando empecé a pintar en muros de ciudad, como la pintura la costeaban los organizadores, lo primero que hice fue comprar colores caros: amarillos, azules… todo aquello que antes no podía tener. Pero pronto me di cuenta de que esos tonos no iban con mi manera natural de trabajar: eran demasiado intensos, casi violentos. Sentía que imponían aún más mi obra. El transeúnte se veía obligado a mirar el mural… y eso no era lo que yo buscaba. Así que volví a los colores apagados para que los colores se fundieran con el entorno.
Las iglesias han sido históricamente uno de los espacios más relevantes en la creación y conservación del arte. Tu primera obra en una iglesia fue Pugna, en 2019, en el templo de Saint-Éloi, Francia. ¿De dónde nace tu interés por estos espacios?
Hacer algo dentro de una iglesia siempre me había parecido impensable; para mí eran el espacio prohibido por excelencia. Están diseñadas para intimidar, y sin embargo, son lugares de una belleza enorme. Son espacios donde la gente va a pensar y observar, algo que hoy en día escasea.
No soy creyente, pero sí pienso que el arte tiene un punto de fe, casi de religión. En el fondo, es una lucha por trascender, y eso conecta directamente con la pregunta de qué pasará contigo.
Pugna surgió de manera casi casual en Rouen, conocida como la Ciudad de los Cien Campanarios. Allí hay muchas iglesias vacías y pudimos organizar una intervención en un templo protestante. Creo que fue un momento clave, porque puso en valor mi trabajo y abrió un camino. Evidentemente, colaborar con la Iglesia genera rechazo en algunos, porque mucha gente la asocia directamente a fachas o pedófilos. Asumí ese riesgo, pensando que me lloverían críticas por todos lados, pero para mi sorpresa la acogida fue muy buena.
No soy creyente, pero sí pienso que el arte tiene un punto de fe, casi de religión. En el fondo, es una lucha por trascender, y eso conecta directamente con la pregunta de qué pasará contigo.
Pugna surgió de manera casi casual en Rouen, conocida como la Ciudad de los Cien Campanarios. Allí hay muchas iglesias vacías y pudimos organizar una intervención en un templo protestante. Creo que fue un momento clave, porque puso en valor mi trabajo y abrió un camino. Evidentemente, colaborar con la Iglesia genera rechazo en algunos, porque mucha gente la asocia directamente a fachas o pedófilos. Asumí ese riesgo, pensando que me lloverían críticas por todos lados, pero para mi sorpresa la acogida fue muy buena.
Hace dos años pintaste Criança para la Basílica de Santa Maria del Pi. Es curioso que la colaboración surja de unas pintadas que hicieron en su fachada y que fueron denunciadas, pero ellos quisieron dejar claro que estaban denunciando los actos vandálicos y no al colectivo de grafiteros, y por eso decidieron preparar una colaboración con algún artista urbano. ¿Cómo llegó este proyecto a ti?
A veces pensamos que los cambios son fruto de un complot de mucha gente, pero en realidad basta con una sola persona para que algo suceda. En este caso fue el archivero de la basílica: cuando se encontró con aquel grafiti y tuvieron que denunciarlo, todos los medios llegaron buscando el sensacionalismo. Pero a él, que le gustaba el graffiti, se le ocurrió hablar con Xavi de B-Murals para hacer algo. Entonces pensaron en mí, porque ya había hecho otros proyectos en iglesias.
No había dinero, pero el proyecto era tan espectacular que desde el estudio decidimos apostar y tratar de financiarlo. Fue una experiencia de la que aprendimos muchísimo, aunque siendo un equipo tan pequeño nos encontramos con situaciones que nos sobrepasaron un poco. Creo que nos quitó un par de años de vida (risas). Hicimos también un documental, aunque hay cosas que, por motivos diversos, no se pueden mostrar.
No había dinero, pero el proyecto era tan espectacular que desde el estudio decidimos apostar y tratar de financiarlo. Fue una experiencia de la que aprendimos muchísimo, aunque siendo un equipo tan pequeño nos encontramos con situaciones que nos sobrepasaron un poco. Creo que nos quitó un par de años de vida (risas). Hicimos también un documental, aunque hay cosas que, por motivos diversos, no se pueden mostrar.
Cuando presentaste tu Apolo en el Art Meets Apolo, hablando de espacios de exposición alternativos, comparaste la iglesia con la discoteca ¿Qué similitudes encuentras entre estos espacios?
La Sala Apolo también es un espacio de congregación y, en cierto modo, de culto. Otro tipo de culto. Formar parte del día a día de toda la gente que va allí a pasarlo bien tiene algo mágico. Yo nunca he sido de frecuentar demasiado ese tipo de lugares, así que para mí resulta extraño, pero al mismo tiempo me gusta descubrir dónde tengo voz y cómo puedo aportar algo dentro de este circuito.
Te escuché decir en una entrevista que cuando eras más joven no querías ser artista porque decir eso de ti mismo te parecía pretencioso y porque no es fácil vivir de ello. ¿Te consideras un artista o alguien que vive de la pintura?
Normalmente digo que soy pintor. La palabra ‘artista’ me parece un poco pretenciosa; muchas veces se usa a la ligera y, en mi opinión, es un título que tienes que ganarte. No puedes simplemente autonombrarte artista. Supongo que, habiendo pasado por la Facultad de Bellas Artes de Barcelona, donde el esnobismo era bastante evidente, eso de alguna manera ha influido en mi visión.
Siento que poco a poco me voy ganando ese título. La idea es hacer lo que creo; si a eso le llaman artista, perfecto; si le llaman pintor, también; sea cual sea la etiqueta, maravilloso igualmente.
Siento que poco a poco me voy ganando ese título. La idea es hacer lo que creo; si a eso le llaman artista, perfecto; si le llaman pintor, también; sea cual sea la etiqueta, maravilloso igualmente.
Quizá lo que más sorprende conocer de ti sea que eres una persona poco satisfecha con su trabajo. ¿Qué es para ti un buen trabajo?
Siento que he hecho lo mejor que he podido y, aunque todavía no tenga la distancia suficiente para saber si realmente está bien o no, al menos sé que no está del todo mal. Para mí, un buen trabajo es aquel que puede trascender y motivar a otras personas. Que no envejezca mal, que madure con el tiempo y que, al verlo dentro de treinta, cincuenta o incluso doscientos años (si alguien llega), siga teniendo sentido. Que no esté fechado, que dialogue con la contemporaneidad sin caer en lo tendencioso.
Dicen que la obsesión es buena solamente en el arte. ¿Crees que eso es cierto? ¿El trabajo artístico merece cargar con una insatisfacción constante?
No sé si siempre merece la pena. Cuando pasas tanto tiempo en el taller acabas un poco desquiciado. Lo malo es que al artista se le permite cualquier excentricidad, y se da por hecho que seamos medio raros, cuando en realidad eso debería ser una señal de alerta. He visto compañeros que se han perdido en esa dinámica. El arte, para mí, es muy frustrante en muchos aspectos. Pero también pienso que, si te frustra, es porque realmente te importa. Así que sí, al final, vale la pena.
Has dicho que a medida que has progresado en tu técnica, tus expectativas han ido subiendo y la exigencia e insatisfacción es cada vez mayor. ¿Qué le dirías a aquellos artistas que estén trabajando en perfeccionar su oficio?
Todo el tiempo que he dedicado ha sido para mejorar lo que no funcionaba. Cuanto más avanzas, menos margen tienes para experimentar, y eso sí lo echo de menos. Otras cosas, en cambio, no las extraño en absoluto, como pasar miserias viajando de un lado a otro. Quizás elegir una pared en un espacio abandonado tenía su encanto, pero hay muchas otras partes del proceso en las que ahora estoy mucho mejor.
Lo que diría: si ahora no te va bien, no significa nada. El futuro está en tus manos. En esos momentos lo importante es invertir en ti, aprender más, experimentar, crecer. Porque si un árbol desarrolla raíces profundas, será mucho más difícil que lo tumben.
Lo que diría: si ahora no te va bien, no significa nada. El futuro está en tus manos. En esos momentos lo importante es invertir en ti, aprender más, experimentar, crecer. Porque si un árbol desarrolla raíces profundas, será mucho más difícil que lo tumben.
Dices que para ti y tu práctica es imprescindible probar cosas nuevas y oxigenarte. ¿Cómo lo haces?
Me aburro con facilidad y voy probando cosas: algunas funcionan, otras no. Aun así, tengo claro hacia dónde quiero ir. Ahora me siento más contenido, intentando demostrar que en mi trabajo hay oficio. He dado un paso atrás para sacudirme la etiqueta de ‘artista urbano’ y mostrar que puedo dominar el oficio de pintor, que detrás hay conocimiento y también un respeto hacia otras figuras de la historia del arte.
La idea es que, una vez hecho ese recorrido, pueda dar dos pasos hacia adelante e incorporar elementos más propios. Que, si quiero usar un spray o un rodillo, pueda hacerlo con total legitimidad, sin cargar con ninguna etiqueta. Estoy cerrando series que tenía abiertas desde hace tiempo, pero también pensando hacia dónde avanzar, experimentando con calma… aunque últimamente no tanto como quisiera. La intención es retomarlo pronto.
La idea es que, una vez hecho ese recorrido, pueda dar dos pasos hacia adelante e incorporar elementos más propios. Que, si quiero usar un spray o un rodillo, pueda hacerlo con total legitimidad, sin cargar con ninguna etiqueta. Estoy cerrando series que tenía abiertas desde hace tiempo, pero también pensando hacia dónde avanzar, experimentando con calma… aunque últimamente no tanto como quisiera. La intención es retomarlo pronto.
¿Qué podemos anticipar en un futuro a corto plazo?
Uf, no esperéis demasiado. Pero si queréis, habrá alguna exposición. Además de Preludio en la galería Senda, habrá otra en el Museo de Granollers a partir del 20 de noviembre, que se mantendrá durante seis meses. Está en la periferia, muy cerca de Cardedeu, donde vivo.




Cuerdas paralelas, 2023-2024

Las gracias, 2023-2024