La trayectoria de Antoni Miralda es tan extensa que a veces resulta difícil recordar todo lo que ha sido. El dibujante, escultor, fotógrafo, instalador, performer, food artist y ‘todo-lo-demás artist’ no tiene parangón, y lleva décadas desdibujando los límites entre disciplinas y ampliando su universo creativo sin prejuicios. Hasta el 31 de julio, la Galería Senda de Barcelona acoge Boom 1962-1972, donde se recuerda que la carrera de Miralda empezó entre las filas de las milicias universitarias.
La exposición incorpora algunos de los primeros dibujos, fotografías y esculturas de su carrera, y se concibió como una celebración de la publicación del libro homónimo, editado por Ignasi Duarte y coeditado por La Fábrica, pero también como “algo arqueológico”, nos cuenta Carlos Durán, el director de Senda, motivado por la “adoración” de la galería por Miralda y la necesidad de aplaudir su obra. Por desgracia, el interés inicialmente retrospectivo por este conjunto de obras, unidas por su crítica a la cultura bélica, ha mutado con rapidez en una reflexión vigente y necesaria: la escalada bélica global que estamos viviendo ha atraído a las juventudes europeas al ejército y ha colocado la posibilidad del servicio militar obligatorio en la mesa.
Hacer arqueología con la obra de Miralda es muy importante; sus trabajos tocan todo lo que ha vivido y le ha inquietado (que no ha sido poco) de tal forma que se ha de ir destapando. Esta exposición se concibió para ir descubriendo esas facetas, pero cuando este pasado año hemos dejado de hablar de inteligencia artificial para hablar de presupuestos militares, estos trabajos recobran su actualidad sesenta años después. El artista nunca planteó este lamentable recordatorio de la esencia cíclica de lo absurdo del conflicto armado como un conjunto expositivo, sino que ha sido en retrospectiva que ha podido conectar todos estos trabajos que desarrolló a lo largo de una década.
Empezó a desarrollarlos en los años 60, cuando se alistó en las milicias universitarias, instauradas durante la dictadura para aquellos con estudios universitarios y que buscaban introducir una vigilancia ideológica en el sistema educativo, especialmente en territorios tan cercanos a Francia y sus influencias políticas. Es en 1962 que Miralda escapa a Francia como prófugo: se fue con una prórroga pero volvería en 1965. Al entrar, el artista comenzó a documentar la vida en el cuartel y la cámara le llevó a través de esa experiencia que él describe como “de anormalidad”. Le preguntamos cómo es que le dejaban fotografiar, y responde que no le dejaban. ¿Cómo escondía entonces la cámara para que no se diesen cuenta? “No lo hacía”, dice tranquilamente.
Cuando volvió de Francia, influenciado por los revolucionarios de la época, empezó a dibujar el Cuaderno de Castillejos y compuso la obra que nos recibe en la entrada de la exposición: Bien/Mal. Una serie de viñetas que el artista extrae y recopila de manuales de instrucción militar con tono irónico acerca de qué está bien y qué está mal. Según términos de táctica militar, está bien matar al otro antes de que él te mate a ti.
Presidiendo la sala está el enorme soldado-juguete de Soldats Soldés (1967), la serie funcional que compuso su primera exposición en París y un trabajo en el que el artista despojó a los clásicos soldados de juguete de su color militar y los pintó de blanco, en un ritual de limpieza energética y con el color de la paz resignificando la violencia que representan. Este soldado gigante que Miralda paseó por las calles de París para encontrarle un pedestal está carente de expresión y, escondido detrás de su arma, uno no puede evitar sentir su humanidad. Va a morir en una batalla que no es suya, por algo en lo que no cree. En Essais d’amélioration, su serie de intervenciones sobre objetos cotidianos, los soldaditos blancos conquistan todo tipo de territorios: playas, cuerpos, cabezas, tapices y relojes de cuco. Están en lo ordinario, en la naturaleza, en los muebles y en las personas.
Lo que Miralda hacía entonces sería hoy considerado activismo pacifista, pero en aquel momento, ir contra el sistema no existía. Él no define los trabajos que hizo en el espacio público con sus soldados como happenings porque no buscaba provocar con ellos, aunque desde luego que lo hizo. “Pero es que para la sociedad portarse bien es quedarse en casa viendo la tele”, se justifica. Sus intervenciones en vallas publicitarias de la época, no tan conocidas, lo señalan también como uno de los pioneros en este tipo de street art junto a nombres reconocidos como Jenny Holzer, Barbara Kruger o las Guerrilla Girls.
Boom 1962-1972 nos ofrece la mirada incisiva e irónica de un jovencísimo Miralda ya comprometido con su tiempo y nos introduce al lenguaje visual que se forjó durante su experiencia en el aparato militar a través de fotografías, dibujos y esculturas. Su efecto es el de un toque de atención necesario: la violencia, el poder y, por tanto, la guerra, no tienen fecha de caducidad en nuestra realidad. La violencia, la conquista y el imperialismo son la base sobre la que se sustenta la modernidad, por eso nuestra historia parece estar condenada a repetirse, y también por eso las tornas están sujetas a volverse en nuestra contra en cualquier momento.
Existe la necesidad de identificar y aprender a aceptar la violencia e injusticia que están ahí; ver a los soldaditos en fila, apuntando con su minúscula arma, en todo lo que hacemos, en todo lo que nos llama la atención, en todo a lo que aspiramos y en todo lo que odiamos. Cuando los veamos, los podremos pintar de blanco.



La exposición Boom 1962-1972 de Antoni Miralda se puede visitar hasta el 31 de julio en Galería Senda, carrer Trafalgar 32, Barcelona.