Nina es la segunda película de Andrea Jaurrieta, un western donde Patricia López encarna a una mujer que, aunque quebrada por el pasado, vuelve a su pueblo natal dispuesta a tomar la venganza con sus propias manos. Este fin de semana pasado se ha estrenado en cines, y los nervios se apoderan de la directora. “He notado que tengo que demostrar que valgo”, nos confiesa en esta entrevista. Tras el éxito de su ópera prima, Ana de día, dejó el listón muy alto, pero ella misma se ha encargado de superarlo. Inspirada en las obras Nina, de José Ramón Fernández, y la Gaviota de Chejov, Jaurrieta ha logrado tomar esta historia y llevarla a su terreno.
Con el elenco de Darío Grandinetti y Aina Picarolo, Nina narra el regreso de la protagonista al pueblo costero donde creció, llevando una escopeta en su bolso y el propósito de ir a por Pedro. Al reencontrarse con su lugar de origen, recuerdos de su pasado y su amigo de la infancia, Blas, se cuestiona si la venganza es realmente la solución. Hablamos con la directora sobre la historia, sus interpretaciones, el proceso de creación y las dificultades de ser mujer y trabajar en la industria del cine.
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Primero de todo, felicidades por la película, personalmente me gustó muchísimo. ¿Cómo van los nervios?
Muy mal pero porque yo soy muy nerviosa. De momento ha gustado a los medios especializados, pero tengo mucho miedo de que no guste al público. Espero que sean miedos infundados porque, claro, hago películas para el público.Si de repente no gusta, pues qué mal. Pero bueno, espero que vaya bien.
Seguro que irá bien. Leíste por primera vez Nina cuando estabas preparando Ana de día en 2018, ya que José Ramón Fernández fue tu profesor. Además, has mencionado en otras entrevistas que ya habías leído el texto de La gaviota de Chejov. ¿Qué fue lo que te atrajo de estas obras para años más tarde llevarlas a tu terreno y crear tu propia historia?
Creo que en el personaje de Nina hay algo que siempre me ha atraído. Es una chica de pueblo, como yo, que quiere ser actriz, igual que yo en mis inicios, y que se va a la ciudad para intentarlo. En las dos obras de teatro, tanto en la de Chejov como en la de José Ramón, vuelve al pueblo y ha fracasado, no ha conseguido lo que quería. Pero Nina de José Ramón parte de eso y cuenta otra historia. Y en las dos hay eso, ¿no?
Es como, he fracasado por un hombre que me ha tratado mal, que me ha hecho la vida imposible, que me ha puteado lo más grande, pero, ¡ay, sigo enamorada, y qué bonito el amor! Y a mí eso no me cuadra. Es un, ¿qué dices, tía? O sea, no. Tú vas a volver con un arma. Y para justificar esa venganza lo que hice fue coger el personaje de Nina de La gaviota y bajarle la edad. Al hacer esto, ya tenía un tema importante del cual hablar porque me parecía muy actual y aparte le daba más fuerza para coger el arma. Y así fue.
Entonces, ¿dirías que podemos ver reflejado algo de ti en la película? Ya sea en relación con el irse del pueblo en busca del éxito o en las actitudes de Nina.
Sí, totalmente. Hay esta cuestión de irme y volver al pueblo y que me dé mucha vergüenza regresar y que todo el mundo me pregunte y yo sentirme una fracasada. Eso siempre está, obviamente. El síndrome del impostor de manual. Y luego está el coger un arma. No nos lo tomemos literalmente, pero esa rabia que solamente puedes ponerla en el cine porque no puedes hacerlo en la vida real. Eso es muy yo también. Es un, me has puteado, pues toma (risas).
Nina es un personaje complejo que oscila entre la vulnerabilidad provocada por su trauma y también la fuerza impulsada por la venganza. ¿Cómo lograste desarrollar este personaje manteniendo un equilibrio entre estos aspectos tan equidistantes?
Pues trabajando mucho con Patricia. Como el personaje habla poco, yo intentaba que se entendiera cómo se sentía en cada momento. Que ese arco del personaje, aunque no hable, se entienda por acciones o por cosas que hace o que le pasan. Digamos que es un equilibrio límite. Patricia todo el rato me preguntaba, ¿no estoy llorando demasiado? Y yo le respondía que no, que tú tranquila, estás bien ahí. Porque, claro, todo el rato está con dolor pero al mismo tiempo con esa necesidad de acción. Es un equilibrio difícil que a ella le costó un montón. Me contó que lo pasó muy mal después de la película al procesarlo.
Sí, es que debe ser difícil. Mientras veía la película pensaba lo complicado que debe ser hacer malabares todo el rato entre el ‘soy fuerte, estoy empoderada’ con el ‘estoy rota en realidad’.
Exactamente, sí. Y aparte, como las películas se ruedan desordenadas (y esta justamente se rodó muy desordenada), mantener donde estaba el equilibrio, y sobre todo ese rácord emocional, fue un trabajazo de Patricia.
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En esta vuelta a su lugar de origen y en ese reencuentro con los recuerdos del pasado, tiene que decidir si la venganza es o no la solución. Dejando a un lado la película, ¿crees en la venganza? ¿Qué visión tienes de ella?
¿Qué opino? Qué gran pregunta. A ver, depende del tipo de venganza. Una venganza violenta no me parece la solución. Pero sí que callarse y sentirte tú culpable, que es lo que les pasa a muchas víctimas de este tipo de agresiones, no tiene que ser así. Igual la venganza simplemente es poner los nombres sobre la mesa y empezar a decirlo en voz alta. Señalar a esa gente poderosa ya es una venganza, y eso te va a dejar mucho más tranquila. Entonces con eso sí que estoy de acuerdo, estoy a favor del ‘hasta aquí, se me han hinchado las narices’. Pero la violencia no, eso solo en el cine.
La película puede interpretarse literalmente como lo que muestra la acción o se pueden encontrar diferentes significados metafóricos. Por ejemplo, desde mi enfoque, Pedro podría representar el patriarcado y Nina la feminista que se arma contra él (tanto simbólica como literalmente). ¿Querías darle este enfoque? Aunque sea que no, ¿te has planteado el impacto de esta interpretación?
Bueno, yo creo que para hablar de cosas tan potentes como lo que acabas de decir, que está bien, es fácil extrapolarlo a lo más general. La frase final que dice Nina define lo que pretendo en la película. Ella está con una venganza personal suya y con la última frase que dice es un, esto es una venganza de todas nosotras. No voy a decir aquí la frase pero es eso, ya no es una cosa suya únicamente sino que va por todas nosotras. Entonces sí que puede haber algo así pero no pretendidamente porque sería muy pretencioso (risas).
En Ana de día ya vimos ese papel de mujer que rompe con el tener que ser correcta, simplemente porque por ser mujeres se nos juzga más en ese sentido. ¿Crees que si Nina fuese un hombre se juzgaría diferente al personaje?
Totalmente. De hecho, no sabes la de veces que me han preguntado si me parecía moral que Nina llegara con un arma. Y es como, ¿cuántas películas has visto de hombres con un arma? Y nadie se lo ha planteado porque, bueno, como es un hombre y es cine, les parece bien. Estoy haciendo lo mismo, estoy cogiendo esos arquetipos masculinos y los estoy convirtiendo en una tía. Y de repente me lo plantean a mí.
O cuando tenía que financiar la película. Me decían que no lo entendían, me cuestionaban qué le había pasado a Nina y por qué tenía que venir con un arma. Y es como, ¿en serio? ¿Tú no has visto a John Wayne? ¿Tú le preguntas a John Wayne por qué tiene un arma en el bolsillo? Entonces, el hecho de que me lo planteen o que me hagan planteármelo es muy machista.
Has mencionado en otras entrevistas que los westerns clásicos, como Johnny Guitar y Duelo al sol, donde hay personajes femeninos, heridos y atormentados pero a la vez independientes y fuertes, influyeron en la película. ¿Qué más referencias había?
Tengo a Joan Crawford en Johnny Guitar, Jennifer Jones en Duelo al sol y John Wayne de Centauros. Pero así de mujeres atormentadas hay una también muy guay en Gloria, de Cassavetes. Es de una tía que tiene que cuidar de un niño que se queda solo y está en el Bronx y va con una arma por la ciudad. También Sympathy for Lady Vengeance de Park Chan-wook, que eso es más moderno. En todas pasa eso. En la de Park Chan-wook es una tía que no recuerdo bien si le habían matado a la hija o le habían hecho algo a la hija y tiene un montón de dolor. Es muy heavy ella. Ese equilibrio entre la debilidad, que al mismo tiempo, en vez de hacerte irte para abajo hace que tengas sed de venganza, eran todos los personajes que yo quería.
“Callarse y sentirte tú culpable, que es lo que les pasa a muchas víctimas de este tipo de agresiones, no tiene que ser así. Igual la venganza simplemente es poner los nombres sobre la mesa y empezar a decirlo en voz alta.”
Cuéntanos un poco con qué idea partiste y cómo ha evolucionado al resultado final.
Pues creo que partí con una idea un poco más poética y más dramática, pero cuando llegamos al montaje nos dimos cuenta de que un arma grabada tiene tanta potencia que toda la cuestión de la venganza cogía mucha fuerza por encima de lo poético. Lo dramático y lo poético ya lo tenemos en el pasado, ¿no? En el presente tenía que estar la tensión. De eso no eres consciente. Tú estás escribiendo y todo te parece igual de importante, pero es que no puedes hacer nada ante un arma en la pantalla. Sacas un arma y ya es un, ¿qué va a pasar? Tiene mucha fuerza.
Cambiando un poco de tema, quería preguntarte sobre el color rojo. Es el protagonista de la estética de Nina y nos recuerda irremediablemente al personaje de Vienna en Johnny Guitar, pero también al peligro, al estar alerta, la sangre. ¿Cuál es para ti la simbología?
Estaba todo pensado. El rojo es simbólicamente su herida también, su herida física, literal y metafóricamente. Está este empoderamiento del rojo de las heroínas. También el rojo, al fin y al cabo, es el color del amor. Tiene un mogollón de caracterizaciones y de simbolismos. Una vez que conseguimos el look de Nina (el rojo con el que llega), a partir de ahí generamos todo el resto. Fue necesario tener esa imagen faro de la película para construir todo lo demás.
Blas es uno de esos personajes que, aunque a primera vista no parezca que vaya a tener mucho peso, finalmente lo acaba teniendo. ¿La idea de su personaje tenía tanta fuerza desde un inicio?
Pues mira, Blas es un personaje que a mí me encanta porque, por un lado, es ese silencio del pueblo (personificado en él), pero, por otro lado, es el ejemplo de un hombre bueno que ha estado callado siempre. “No quería entrar en eso, no quería recordártelo…”. Se justifica hasta que en un momento se da cuenta de que no lo ha hecho bien, que tiene que pedir perdón por no haber ayudado a su amiga.
Me parece muy interesante porque es la personificación de esa nueva generación de tíos majos y buenos que se han callado y que ahora han crecido y de repente se dan cuenta. Que tiene que venir una tía a decirle, oye, ¿pero tú has visto esto? Y dicen, hostia, claro, es verdad, lo siento, te voy a ayudar. Es un personaje secundario pero que toma mucha fuerza y sirve un poco para que ella pueda reencontrarse y cerrar esa herida del pasado.
Sí, además participa mucho en la evolución psicológica de ella durante la película.
Sí, y jugando de nuevo con los arquetipos del western, si te das cuenta, en estas películas siempre son ellos los héroes y ellas las que les cuidan, y aquí hemos cambiado también ese arquetipo.
En el proceso de creación te habrás encontrado con algún límite o con algo que no estuviera planeado. ¿Cuáles han sido las mayores dificultades de tirar adelante el proyecto?
El presupuesto, básicamente. Nos costó mucho que nos financiaran la película. Eso hizo que tuviéramos que recortar las semanas de rodaje y hacer que ciertas cosas no se pudieran rodar. Eso es lo que más me ha costado porque mis productores me han apoyado todo el rato y superbien. Pero claro, si no consigues todo el presupuesto empiezas a quitar cosas. ¿Quería poner un barco? No hay dinero para el barco. Bueno, pues que pesque con una caña. ¿Necesitas una cámara para entrar en el agua? Bueno, pues que se quede en la orilla. O sea, cositas que yo quería hacer y que no he podido porque cuesta que confíen en nosotras todavía como directoras con presupuestos más altos.
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¿Crees que todavía confían poco en las mujeres?
Sí, todavía estamos muy por debajo en presupuestos en comparación con los que les dan a los directores. Y esto es así, vamos, de aquí a Lima. Triste, pero va a cambiar, tengo esperanza.
Tu primera película fue en 2018. ¿Dirías que ha habido cambios positivos desde entonces, o todo sigue igual?
Ha cambiado muchísimo, estamos mucho mejor. Al menos vamos avanzando y vamos a avanzar mucho más. Creo que mi generación de directoras, que hemos empezado a estar reconocidas, ha hecho que esto avance. Y también las ayudas que han dado. Parece que no, pero con esta discriminación positiva que todos ponían en duda, si no llega a ser por eso, todo hubiese costado más. Al final el cine es una industria y la gente quiere ganar dinero. Y si poniendo directoras ganan más pasta, van a ir a favor. Es que no hay más. No son hermanitas de la caridad. Entonces, ahora lo que falta es eso, que demos un paso más allá y que nos den buenos presupuestos para hacer nuestras películas. Yo creo que en unos cinco años… Bueno, es que está yendo muy rápido.
¿Con qué película has podido disfrutar más del proceso de grabación?
Han sido diferentes. La primera creo que dentro de este underground fue muy bonito, todos éramos una piña y fue una cosa muy familiar y muy libre. Sin cortapisas. Todo guay. Y la segunda, lo que ha tenido de bueno es que tenía más dinero, obviamente, y gente profesional de otra manera. O sea, hay gente que quizá me haya entendido más o menos porque para mí hacer películas es que todos los departamentos aporten algo, no soy yo sola la directora. Todos aportamos y me encanta escuchar lo que tienen que decir. Hay gente que viene de hacer películas como churros y les da igual todo, y eso no me gusta. Pero creo que he conseguido llevarlos más hacia mi forma de trabajar.
¿Y has sentido más presión al ser tu segunda película?
Mucha más. Guay, pero mogollón más. En la primera todo era más tranquilo, aunque tuve mucha presión al final cuando ya tenía que estrenarla. Pero en esta película he notado que tengo que demostrar que valgo.
Ya para terminar, ¿alguna anécdota de rodaje que te apetezca contar?
Pues mira, voy a contar una cosa divertida. Un poco para romper el clímax. La escena más dura de la película, digamos, fue la última escena que rodaban Darío y Aina de todo el rodaje. Y entonces Darío, que ya está acostumbrado a hacer películas, salió como: ¡Hemos acabado la película! Así, en calzoncillos. Y Aina se quedó en el coche llorando. Y le preguntamos que qué le pasaba y dijo, no me quiero ir. Soy muy feliz. Ver ese contraste fue muy bonito, muy emotivo.
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