Hay veranos que nunca se olvidan. Veranos en los que el mundo deja de ser seguro, las respuestas se vuelven confusas y las pérdidas pesan más que una mochila de colegio. En La niña de la cabra, la directora Ana Asensio nos invita a entrar en uno de esos veranos. Elena, una niña de diez años en el Madrid de 1988, intenta entender qué es la muerte, qué es el pecado y por qué los adultos nunca dicen lo que sienten.
Tras el éxito de Most Beautiful Island, Asensio regresa con una película íntima, simbólica y profundamente sensorial, que mezcla el realismo de la España postfranquista con el mundo mágico de la infancia. A su lado, Javier Pereira, Goya al Mejor Actor Revelación por Stockholm, da vida al padre de Elena, una figura masculina emocionalmente desconectada, reflejo de una época.
En esta conversación, Ana y Javier nos abren las puertas de un relato donde una niña gitana con una cabra como compañera, una comunión que parece juicio final y un duelo sin palabras, se convierten en piezas de una fábula moderna. Una fábula sobre crecer, desobedecer y aprender que, a veces, la libertad empieza por no creer todo lo que te han contado.
Ana, la película se sitúa en Madrid en 1988, una época convulsa en muchos sentidos. ¿Qué te llevó a elegir este contexto para contar la historia de Elena?
Ana: Fundamentalmente porque yo tenía diez años en el 88. Es la infancia que conozco,  la que viví. Me parecía, a toro pasado, desde adulta, reflexionando, un momento muy interesante a nivel histórico en España. Había muchas cosas que estaban pasando, me parecía muy interesante ese marco sociopolítico. Salir de una dictadura y querer expresarte tanto cultural como socialmente, qué estaba pasando en las casas, cómo las mujeres empezaban a plantearse ciertas cosas. Había una revuelta, una revolución que estaba pasando en la calle, en las casas, en el gobierno.
Y para ti, Javier, ¿qué representa esa época?
Javier: Yo en esa época del 88 tenía siete años, que más o menos también es cuando empiezas a descubrir el mundo y a escuchar, o a empezar, a ser partícipe del mundo adulto, de las responsabilidades. Cómo gestionas toda la información que te viene, el entorno en el que estás y cómo te influye en el futuro. Durante estos años eres también una esponja, y para bien o para mal te marca mucho toda esa época.
En La niña de la cabra, Elena es una niña que enfrenta la pérdida de su abuela, pero nadie parece explicarle nada ni preocuparse por cómo se siente. Ana, ¿por qué decidiste abordar el tema del duelo desde la perspectiva de la niñez?
Ana: Hay muchas películas que hablan del duelo en la vida adulta pero no tantas que lo hagan del duelo en los niños. Eso me atrae mucho porque están empezando a entender el mundo y esto es un impacto brutal en su esquema. ¿Qué pasa con esta persona? ¿A dónde va? Quería indagar en eso.
Quizás no todos los niños lo abordan de esta manera, no van a transitar por el mismo camino que hace Elena, pero sí que me parece interesante profundizar en cómo esta niña lo vive y busca respuestas, a qué se agarra para intentar procesar la pérdida de su abuela.
Vemos en la película una fuerte relación entre Elena y Serezade, una niña gitana que nunca se separa de su cabra. ¿Qué importancia tiene esa amistad para Elena?
Ana: Serezade aparece justo cuando desaparece la abuela, entonces Elena siente que esa conexión que ha perdido la tiene de repente con otra niña. Serezade entra a cubrir ese espacio que ha dejado la abuela de hacerla sentir bien, de mirarla con unos ojos diferentes, porque no siente que ni sus padres ni en el colegio la miren así. Es la vía de escape y el mundo de las posibilidades.
“Un mensaje general que abarca toda la película es la tolerancia. Pero más allá, quiero que haya conciencia de que los niños no ven esas diferencias.” Ana
La cabra Lola se presenta como la mascota de Serezade pero también tiene una fuerte relación con Elena. ¿De qué manera crees que la cabra simboliza algo más profundo en la historia y qué relación tiene con su abuela?
Ana: La cabra es un elemento simbólico que tiene muchos significados. Que aparezca justo antes de que la abuela fallezca es casi premonitorio. A Elena le da mucho miedo que su abuela haya ido al infierno porque antes de morir tiene unas salidas rebeldes en contra de lo que está establecido. Ya no quiere ir a misa, está leyendo a León Felipe, hace que la niña que lea este tipo de poesía, etc. Ahí hay una conexión con ese elemento que a Elena le asusta, sobre todo por la información que le han dado de qué simboliza el diablo.
Luego aparece una cabra real al lado de una niña por la que ella se siente muy atraída, con lo cual se despierta una sensación de peligro. A ella le da mucho miedo que esta cabra tenga algo que ver con la muerte de su abuela y a dónde ha ido finalmente, porque su abuela ha sido una pecadora y va a ir al infierno.
La disfunción familiar es otro de los temas que se tratan en el filme. Marisa y Pablo, los padres de Elena, no parecen entenderse entre ellos ni con su hija. Javier, ¿qué has aprendido de este personaje y cuáles han sido tus mayores retos a la hora interpretar a Pablo?
Javier: Intentar reflejar el matrimonio de esa época, que en la mayoría de los casos lo primordial –y casi lo único– era sacar a la familia adelante. Cuidar lo que es la inteligencia emocional o saber cómo está mi mujer o si necesita ayuda son preguntas que este personaje no se hace. Tampoco le culpo a él, a la sociedad o a sus padres. Sería un trabajo muy difícil ir justo a la diana del problema.
Pero es bonito cómo con pocas escenas y pocos datos de ellos se puede reflejar ese matrimonio que, muchos hijos o gente mayor, cuando lo vean puedan decir, ‘mis padres eran parecidos’. No había comunicación, se nota que ya no había piel ni empatía por parte de ninguno, en especial en los hombres. Y luego esa dificultad también para transmitir cariño y amor a tu hija. Era más difícil que un padre en esa época con una niña en esas edades se acercarse a ella.
Ana: Era más desconocido el mundo femenino. A tu hijo te lo bajarías a jugar al fútbol.
Javier: Claro, y sería esa forma de crear una relación. Pero con la niña, como no vas a jugar a las muñecas ni a llevarla a ballet, a ver cómo te comunicas. Con pocas pinceladas, había que darle naturalidad y credibilidad a que vieras que sus padres están ahí y son parte del contexto que vive esta niña.
A través de la relación con los gitanos y los problemas familiares de Elena, también vemos una crítica hacia las barreras sociales y culturales que imponen los propios adultos, en este caso los padres. ¿Qué mensaje esperáis transmitir al público para que reflexione acerca de las tensiones sociales y raciales que se presentan en la película?
Ana: Un mensaje general que abarca toda la película es la tolerancia. Pero más allá, quiero que haya conciencia de que los niños no ven esas diferencias; somos nosotros, los adultos, los que les imponemos y marcamos que las personas son diferentes. Concienciar de que hay que dejar a los niños ser libres, no marcar tanto cosas que son muy negativas porque nosotros las hayamos decidido de adultos.
Javier: Creo que esa es la esencia de la película, dar libertad a los niños, no contaminar esa pureza que tienen, esa mentalidad de ver el mundo con otros ojos. A la larga influye mucho cuanto hayas censurado o hablado mal de lo que sea. Es meterles ideas que, oye, si a ti no te han podido educar mejor, que es una pena, intentemos no hacer lo mismo, no repetir el mismo discurso, pero ni de un lado ni de otro. Es como si viniera un extraterrestre y le contaras cómo es el mundo aquí, pero de las cien posibilidades solo contamos las cinco que nos interesan a nosotros. Hoy en día, por desgracia, no creo que estas relaciones puedan existir en el 2025, es muy difícil. Si antes parecían más estrictos, ahora lo seríamos más todavía.
El contexto religioso también está muy presente en la película, desde la comunión de Elena hasta el cura que aparece en ciertos momentos inquietantes. Ana, ¿qué te llevó a elegir la religión como una herramienta para profundizar en los miedos y las tensiones de la infancia?
Ana: Esto viene de mi infancia. La manera en la que viví la catequesis y estos primeros conceptos de Dios, Jesucristo y la Virgen me originaban muchas preguntas. Cuando preguntaba, sentía que las respuestas no tenían sentido; estaban pensadas para un adulto, no para que una niña las entendiera. Sentía que tenía que creer y que, además, era la vía de la salvación.
Rezar por la noche, madre mía… Recuerdo que cerraba los ojos y me imaginaba con mi cuerpo lleno de manchitas, que eran los pecados. Cada vez que confesaba uno, se disolvían. Tremendo, ¿no? Pero claro, ¿qué pecados puedes haber cometido con ocho años? No había noche que no revisara todas las cosas que había hecho mal para limpiarme. Pero es una carga, qué peso tan fuerte sobre tus hombros con lo pequeño que eres. Me impactó muchísimo la formación católica que tuve y para mí la comunión fue algo muy fuerte.
“Creo que esa es la esencia de la película, dar libertad a los niños, no contaminar esa pureza que tienen, esa mentalidad de ver el mundo con otros ojos.” Javier
¿Qué simboliza la comunión de Elena y cómo se conecta con la idea de libertad?
Ana: Todo es una preparación para llegar a ese día que, según le han dicho, va a ser el más importante de su vida. Ella tiene dudas de qué va a pasar después, una vez reciba el cuerpo de Cristo. Es el clímax de la película pero no cerramos. Lo dejamos abierto para que, de alguna manera, cada uno decida lo que Elena decide. Lo que sí está claro es que será lo que ella quiera, pero no lo sabemos exactamente. Creo que cada uno puede extrapolar ahí lo que sienta, lo que le haya llegado de la película, del viaje de Elena. Pero sí, decidirá lo que ella quiera.
¿Qué pensáis vosotros que puede pasar tras ese momento tan importante? ¿Puedo pedir vuestra opinión?
Ana: Yo no quiero dar respuestas, solo quiero plantear preguntas.
Javier: Eso es muy interesante. Como autor, creo que no hay que decir lo que es bueno o lo que es malo. No nos lleva tampoco a ningún lugar. Además, lo bueno que tiene esta película es que puede generar una unión entre madres, padres e hijas. Porque puede gustar a las dos generaciones y hacer que hablen, que haya algo en común; puede estar en un punto medio y acercarnos. Así que si un padre, lo que decíamos antes, no sabe hablar con su hija, que vayan a ver esta peli y seguro que algo les une.
Presentasteis La niña de la cabra en el Festival de Málaga hace un par de semanas. Contadme un poco qué tal fue y qué sensación os llevasteis.
Javier: Fue un pase especial para institutos, chicos de quince a diecisiete años. Teníamos miedo de que no aguantaran el ritmo de la película, y la verdad que muy bien. Hubo muchas preguntas.
Ana: Nos sorprendió, la verdad que sí. Estábamos por arriba y vimos que ninguno miraba el móvil y eso ya era bueno, muchísimo. Porque es una historia con un ritmo al que no están acostumbrados estos días. Y sí, luego tenían preguntas muy interesantes. Es que a veces desestimamos que los jóvenes y los adolescentes tienen una capacidad más grande de lo que les ofrecemos. Darles la palabra y escucharles está bien.
Javier: Tiene el punto medio también de entretenimiento y sensibilidad. O sea, tampoco es una peli dura, profunda y solo para un público muy estigmatizado. Es accesible.
Ana: Es muy sencilla.
Javier: ¡Mágica! La niña mágica de la cabra. ¿La mágica niña de la cabra? La niña de la cabra mágica (risas).
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