Todos llevamos viajes pendientes, preguntas sin respuesta y heridas que preferimos guardar en silencio. A veces hace falta un paréntesis para mirarlas de frente, un alto en el camino que nos obligue a parar, escuchar y, tal vez, sanar. Para muchos, la pandemia fue justo eso: un tiempo suspendido donde el miedo y la soledad se mezclaron con descubrimientos inesperados, encuentros improbables y la certeza de que, incluso en la distancia, hay vínculos que pueden salvarnos. Hoy, entre recuerdos de mascarillas, cielos limeños y paisajes andinos, el actor Álvaro Cervantes nos abre la puerta a una historia que no solo interpreta, sino que también, de alguna forma, vivió.
Porque Ramón y Ramón, del director Salvador del Solar, y que se estrenó en cines españoles este viernes 27 de junio, además de ser una película ambientada en la pandemia, es un viaje a la memoria reciente, un recordatorio de todo lo que dejamos atrás y de lo que todavía cargamos dentro. Hablamos también de la importancia de la escucha, de lo que pasa cuando dos personajes (y dos personas) se encuentran en medio de la incertidumbre y deciden acompañarse sin juzgarse. De cómo, a veces, el dolor ajeno nos enseña que siempre hay otra herida que sangra más fuerte y nos obliga a mirar hacia afuera.
Hola, Álvaro, ¿qué tal estás? Se estrena la peli en nada.
A punto, sí. Ayer hubo un pase en los cines Embajadores, que estuvo muy bien. Estaba la sala llena y tuvimos un coloquio después. 
Ramón y Ramón se sitúa en la pandemia, un momento que todos recordamos. ¿Te removió recuerdos personales ese contexto?
Me impresionó el momento en que me dieron una mascarilla. Pese a que, evidentemente, es algo que está vivo en la memoria colectiva, a nivel individual sentí esa cosa que se dice de la capacidad del ser humano para olvidar y aparcar según qué cosas que han resultado traumáticas para seguir adelante. Volver ahí era hacer un viaje a un momento muy extraño, lo tenía aparcado. Aunque, bueno, los personajes pronto se saltan esa distancia y establecen una relación que les lleva a salir y a ir de ese viaje por Perú.
¿Qué recuerdo guardas de esa época?
En mi caso no hubo ningún episodio crítico, ningún familiar ingresado, y entiendo que eso también cambia mucho. Tengo algún amigo que ha perdido a algún familiar y fue tremendo. Yo intenté hacer cosas que no hacía en mi día a día y convivir con esa nueva forma de vida que nos tocó.
Mateo llega a Lima sin saber que se va a quedar atrapado por la pandemia. ¿Cómo fue para ti meterte en la piel de alguien que está tan lejos de casa, en un momento tan incierto, y sin posibilidad de volver?
Fue relativamente fácil entender esa experiencia porque como actor la estaba viviendo también: viajar a otro país, conocer una persona con la que conectas, que en mi caso fue Manuel (actor que interpreta a Ramón). Yo estaba muy pegado a lo que estaba viviendo en ese momento, y esta crisis que tiene el personaje es una existencial. Responde a ese cliché de irte de viaje para encontrarte a ti mismo, cuando, por muy lejos que te vayas, tienes que mirar hacia adentro. El viaje interior es el más complejo.
¿De qué manera afecta la pandemia a tu personaje?
Yo creo que Mateo es honesto y se toma ese episodio, esa pandemia, como un paréntesis. De alguna forma le viene bien ese no-tiempo que se crea, esa parada radical. Lo que no se esperaba es que se fuera a encontrar con una persona con una herida tan profunda dolorosa, que es la que tiene Ramón. Creo que lo suyo pasa a otro nivel, en el sentido de que no es prioritario, y se pone al servicio de este nuevo amigo para escucharle y acompañarle. La escucha, y el acompañamiento es lo que ayuda a Ramón a sanar.
La relación entre Mateo y Ramón nace en un contexto muy particular: aislamiento, miedo y pérdida. ¿Cómo trabajaste la construcción de esa conexión tan íntima entre los personajes?
Trabajamos mucho desde lo físico ya en el primer ensayo para descubrir cómo se traduciría, y al final culmina en una imagen que no quiero desvelar pero que está en la película, que a mí además me conmovió en cuanto me la contaron antes de leer el guion. Quería formar parte de ese momento. Ramón está lleno de resistencias y corazas, entonces trabajamos mucho desde ahí y encontramos esa relación, esos amigos que enseguida hay un punto en que se ven la herida.
¿Sientes que Mateo también necesitaba sanar algo?
Creo que el dolor que puede tener Mateo está a años luz del que tiene Ramón. Cada uno vive su circunstancia y le duele lo que le duele, que no se puede comparar, pero claramente Ramón está muy herido y eso lo sabe ver Mateo.
En la película se habla también de un “viaje hacia las preguntas correctas”. ¿Qué tipo de preguntas te dejó a ti este rodaje? ¿Te hizo replantearte algo a nivel personal?
Son temas tan universales que, de la forma que sea, nos tocan. Todos somos hijos, hijas, o sea que en ese sentido hay algo que no me hizo reflexionar concretamente sobre ningún aspecto, sino ser testigo de que hay heridas y personas que sufren mucho en su vida. Que viven cosas tremendas como el rechazo de un padre, y en este caso, además, por una cuestión homófoba. Me impresiona, al igual que le impresiona a Mateo.
La película nace de una historia real. ¿Supiste desde el principio que había un fondo verídico detrás del guion? 
Creo que sí me contaron cómo nació. Me gustó mucho y sentí que era una historia a la que tenían mucho cariño y la iban a contar con mucho mimo, porque partía desde un lugar personal. Me gustó mucho imaginar, primero en boca de ellos y después al leer el guion. Ahí se confirmaban todas esas imágenes que se planteaban.
Rodar en Lima y luego emprender un viaje interior y exterior hasta Huancayo, ¿qué significó ese trayecto para ti como actor y como persona?
Fue increíble. El cine siempre es una aventura, pero en este caso la aventura es literal, de viaje. Fue muy bonito. Seguramente es un lugar al que no hubiera ido si no hubiese estado en la película. Hay lugares emblemáticos que parece que no te puedes perder, como Cusco o el Machu Picchu… es impresionante. Pero también hay otros lugares, como Huancayo, que están cargados de muchas otras cosas y tradiciones. Fue muy bonito estar allí y compartir con personas de allí.
¿Qué otros recuerdos tienes de esos días?
Uno de los actores, Melvin Quijada, era de Huancayo y nos invitó a un cumpleaños de su tía. Hicimos una cosa que se llama la Pachamanca, que es una cocina en la que hacen los alimentos enterrados con unas piedras calientes. Fue como un regalo de la vida de esta familia, y nos invitó a todo el equipo. Era lo que yo quería, y justo coincidía con que yo había terminado el rodaje, así que fue un agradecimiento total, que es lo que tengo a esta película. Empezando agradeciendo a Esther García por haberle dado mi nombre a Salvador y a Miguel, y agradecimiento a un equipo maravilloso, y a una experiencia en un país que ya forma parte de mí, y al que voy a volver pronto, muchas veces.
Salvador del Solar, además de director, tiene una trayectoria política y cultural muy potente. ¿Cómo fue trabajar con él? ¿Qué piensas que te aportó a nivel artístico y humano?
Salvador me parece un tipo brillante e inteligente que consigue generar paz y sosiego en el equipo. Es maravilloso para trabajar, y una cosa que me encanta de él es que planteó esta película como una oportunidad para, como director, soltar el control. En el sentido de que él nos sembraba la historia a las personas con las que iba a contar, y después su misión era no ponerse en medio de lo que estaba pasando. Eso me encantó. Es un ejercicio de confianza en que todo se ordena de la mejor manera posible. Lo dijo y lo cumplió.
Si Salvador os otorgó esa confianza, ¿de qué manera trabajasteis esa escena final durante el rodaje?
Esta imagen, que es casi la imagen de la película que apunta a un final muy poético y muy visual, es una escena que durante el rodaje no sabíamos exactamente cómo iba a ser. Sabíamos a dónde queríamos llegar, pero no de qué forma íbamos a llegar. Un día estábamos cenando, nos acercamos al set y antes de que llegase el equipo empezamos a probar en base a todo lo que habíamos trabajado en los ensayos. Se lo mostramos a la gente, se lo mostramos a Salvador y dijo: esto es.
Por último, Álvaro, ¿qué crees que puede llevarse el público después de ver Ramón y Ramón? ¿Qué mensaje te gustaría que se quedara rondando en quién vea la película?
Que hay que estar abierto a las personas que aparecen en tu vida porque nunca sabes qué vínculo se puede crear con ellas.
Alvaro_Cervantes_2.jpg