Desde que el diseñador Álvaro Calafat confirmó su participación en la última edición de Mercedes-Benz Fashion Week Madrid, no se hablaba de otra cosa en la capital. Al menos en el microsistema que es la moda, en el que es noticia que un joven diseñador, quien nunca antes ha presentado en la ciudad, salte al calendario oficial sin pasar por la plataforma EGO. Algo muy poco común, más aún si tenemos en cuenta que el creador malagueño se estrenaba en el pabellón 14 de Ifema recién llegado de 080 Barcelona Fashion, donde había presentado sus dos colecciones previas en formato digital logrando una muy buena respuesta por parte de público y prensa. Ahora analizamos su tercera propuesta, 3LeMorte, convertida en su debut en el circuito madrileño.
Es por muchos sabido que la moda en Madrid poco tiene que ver con la escena londinense o parisina. Tampoco con el ecosistema creado en Copenhague o Tbilisi en los últimos años, capitales que han hecho de la sostenibilidad, el diseño emergente o la proyección internacional de sus diseñadores patrios sus grandes fortalezas. Sin embargo, las principales diferencias no radican en el talento de los creativos ni en las propuestas presentadas por las marcas, entre las que encontramos trabajos muy interesantes y bien hechos. Siempre que estemos dispuestos a rebuscar entre las decenas de desfiles que se amontonan en un calendario sobresaturado, donde apenas hay tiempo para profundizar en las colecciones. “¿Y esto de quién era”, es una de las preguntas que más se escucha en la sala de prensa, donde periodistas y fotógrafos se esfuerzan por saber a quién pertenece cada prenda en unos días de absoluto caos.
Lo que hace que Madrid no despunte como sí han hecho otras ciudades vecinas (y no tan vecinas) es su inmovilidad. Como si de una mole de hormigón se tratara, la pasarela sigue demostrando no saber adaptarse a los nuevos tiempos. O al menos, no hacerlo al ritmo que exige una de las industrias que más rápido avanza, en las que los cambios en la comunicación o el tejido productivo más afectan al modus operandi. A esta inercia natural, también propiciada por determinados agentes que parecen rechazar por completo la palabra ‘cambio’, hay que sumarle su nada atractiva localización, Ifema. Y es que, por mucho que sus organizadores se esfuercen en destacar las facilidades que ofrece el recinto para la celebración de la feria, este espacio desangelado no ayuda en absoluto a las marcas que allí presentan. Un enclave sin alma alguna, en la que los desfiles se amontonan y los curiosos dispuestos a invertir más de una hora de su tiempo en metro para acercarse hasta allí se encuentran.
Pero, ¿por qué nos recreamos en Mercedes-Benz Fashion Week Madrid como pasarela y no en el tema que nos convoca, la última colección de Álvaro Calafat? Pues bien, por dos motivos. El primero ya lo adelantamos al principio; por el hecho de que un diseñador salte al calendario oficial sin haber cumplido ni los treinta y sin haber presentado previamente en Madrid es prácticamente inaudito. Suele ser largo y tedioso el proceso que los creativos tienen que afrontar para llegar a la que es considerada ‘la meca de la moda’ en la ciudad.
¿La segunda razón? El efecto ‘sin alma’ al que nos referíamos hace un momento, que lamentablemente también afectó a la propuesta presentada por el malagueño sobre la pasarela. Y no hablamos de su colección 3LeMorte, bastante madura y con un profundo mensaje, sino del efecto nada favorable que el propio recinto y la puesta en escena puede tener sobre los participantes.
Si 080 (además de su impecable trabajo, por supuesto) ayudó a Calafat a consolidarse como uno de los rostros a tener en cuenta en la nueva generación de diseñadores españoles, no sabemos si podemos decir lo mismo de su paso por Mercedes-Benz Fashion Week Madrid. La colección preserva el ADN de la firma, en la que la tradición abraza la modernidad con interesantes referencias escultóricas, uno de los emblemas del creativo. También advertimos un giro hacia el streetwear y la estética urbana, sin renunciar por ello a sus fantásticos bordados presentes en piezas que bien podrían exponerse en vitrinas. Sin embargo, viendo la propuesta en su conjunto sobre pasarela, el hilo conductor parece desvirtuarse en ocasiones. Su esencia está presente, sí, pero se oculta en determinados momentos por elementos prescindibles con los que Calafat parece querer demostrar por qué está ahí y por qué debe quedarse.
Su talento es innegable, y sus ganas de comerse el mundo, más que evidentes. Hasta el momento, su carrera había avanzado de forma progresiva, sin prisa pero sin pausa, en la gran cita con la moda barcelonesa. Un evento que en sus últimas ediciones, celebradas de forma digital a consecuencia de la pandemia, había favorecido la inmersión del espectador en las distintas colecciones a través de vídeos y fashion talks. Ahora le ha llegado el momento de desfilar en formato presencial con un expectante público mirando sus creaciones por primera vez. Un importante salto para el creativo que además ha cambiado de ciudad. Y es que a veces tantas “primeras veces” al mismo tiempo hacen que el mensaje final se desvanezca, que el propósito se pierda entre tanto estímulo y novedad. Ahora le toca a Calafat decidir hacia dónde quiere dirigir su proyecto, cómo seguir sorprendiendo al público y cuestionarse el valor diferencial de su marca.
Lo que hace que Madrid no despunte como sí han hecho otras ciudades vecinas (y no tan vecinas) es su inmovilidad. Como si de una mole de hormigón se tratara, la pasarela sigue demostrando no saber adaptarse a los nuevos tiempos. O al menos, no hacerlo al ritmo que exige una de las industrias que más rápido avanza, en las que los cambios en la comunicación o el tejido productivo más afectan al modus operandi. A esta inercia natural, también propiciada por determinados agentes que parecen rechazar por completo la palabra ‘cambio’, hay que sumarle su nada atractiva localización, Ifema. Y es que, por mucho que sus organizadores se esfuercen en destacar las facilidades que ofrece el recinto para la celebración de la feria, este espacio desangelado no ayuda en absoluto a las marcas que allí presentan. Un enclave sin alma alguna, en la que los desfiles se amontonan y los curiosos dispuestos a invertir más de una hora de su tiempo en metro para acercarse hasta allí se encuentran.
Pero, ¿por qué nos recreamos en Mercedes-Benz Fashion Week Madrid como pasarela y no en el tema que nos convoca, la última colección de Álvaro Calafat? Pues bien, por dos motivos. El primero ya lo adelantamos al principio; por el hecho de que un diseñador salte al calendario oficial sin haber cumplido ni los treinta y sin haber presentado previamente en Madrid es prácticamente inaudito. Suele ser largo y tedioso el proceso que los creativos tienen que afrontar para llegar a la que es considerada ‘la meca de la moda’ en la ciudad.
¿La segunda razón? El efecto ‘sin alma’ al que nos referíamos hace un momento, que lamentablemente también afectó a la propuesta presentada por el malagueño sobre la pasarela. Y no hablamos de su colección 3LeMorte, bastante madura y con un profundo mensaje, sino del efecto nada favorable que el propio recinto y la puesta en escena puede tener sobre los participantes.
Si 080 (además de su impecable trabajo, por supuesto) ayudó a Calafat a consolidarse como uno de los rostros a tener en cuenta en la nueva generación de diseñadores españoles, no sabemos si podemos decir lo mismo de su paso por Mercedes-Benz Fashion Week Madrid. La colección preserva el ADN de la firma, en la que la tradición abraza la modernidad con interesantes referencias escultóricas, uno de los emblemas del creativo. También advertimos un giro hacia el streetwear y la estética urbana, sin renunciar por ello a sus fantásticos bordados presentes en piezas que bien podrían exponerse en vitrinas. Sin embargo, viendo la propuesta en su conjunto sobre pasarela, el hilo conductor parece desvirtuarse en ocasiones. Su esencia está presente, sí, pero se oculta en determinados momentos por elementos prescindibles con los que Calafat parece querer demostrar por qué está ahí y por qué debe quedarse.
Su talento es innegable, y sus ganas de comerse el mundo, más que evidentes. Hasta el momento, su carrera había avanzado de forma progresiva, sin prisa pero sin pausa, en la gran cita con la moda barcelonesa. Un evento que en sus últimas ediciones, celebradas de forma digital a consecuencia de la pandemia, había favorecido la inmersión del espectador en las distintas colecciones a través de vídeos y fashion talks. Ahora le ha llegado el momento de desfilar en formato presencial con un expectante público mirando sus creaciones por primera vez. Un importante salto para el creativo que además ha cambiado de ciudad. Y es que a veces tantas “primeras veces” al mismo tiempo hacen que el mensaje final se desvanezca, que el propósito se pierda entre tanto estímulo y novedad. Ahora le toca a Calafat decidir hacia dónde quiere dirigir su proyecto, cómo seguir sorprendiendo al público y cuestionarse el valor diferencial de su marca.