Después de estrenarse en el Festival de Cine Español de Málaga, competir en la sección oficial del Festival de Karlovy Vary y recibir el premio al nuevo talento del DocsBarcelona, la tercera película de Alba Sotorra, Game Over, ha ganado el premio Gaudí al mejor documental. Pocas horas después de recibirlo, Alba sigue feliz, pero ya piensa en el montaje de su próximo trabajo, que empezará en Copenhague dentro de pocos días. La directora se mueve por los circuitos del cine independiente como una auténtica amazona, y ya prepara un nuevo proyecto co-producido con Alemania. Las amazonas aparecen en la cultura griega como un pueblo integrado únicamente por mujeres guerreras, antagonistas de los héroes mitológicos, y se las relaciona con varias leyendas. Eran conocidas por sus incursiones militares, y se dice que participaron en la guerra de Troya. Alba ha regresado hace pocos meses de la de Siria, donde rueda un nuevo documental. No en vano, en esta ocasión se ha fijado en el ejército formado por un grupo de guerrilleras kurdas que luchan por liberar a su nación y cambiar los fundamentos de la sociedad patriarcal.
¿Por qué decides dedicarte al cine documental?
Hago documentales por casualidad. Estudié la carrera de Comunicación Audiovisual, pero nunca pensé que algún día dirigiría. Siempre he tenido mucha energía y ganas de conocer mundo, y cuando terminé de estudiar decidí que me iba en autostop a la India. Mi amigo Blai Mesa me conoce muy bien, y me convenció para que me llevara la cámara e hiciera algo creativo. Para mí era un viaje de exploración que acabó convirtiéndose en mi primera película. Desde muy joven uso la cámara para relacionarme con el mundo, necesito vivir las cosas para entenderlas y para sentir que las conozco. Por eso, el documental es una excusa perfecta para explicar mis vivencias.
¿Te planteas dirigir películas de ficción?
Quizás me lo plantee cuando sea más mayor y no tenga tanta necesidad de vivir situaciones nuevas, sino de explicarlas a mi manera desde la experiencia acumulada. Ahora me vería incapaz. Lo que quiero es vivir situaciones distintas y aprender de la realidad. No me imagino trabajando con actores. De todo el proceso creativo, lo que más disfruto es el rodaje y vivir otras vidas.
¿Has hecho de tu vida una aventura constante para crear películas?
(Risas) Necesito salir de la zona de confort y explorar cosas distintas, aunque no siempre eso signifique irse a Oriente Medio, o a un país en guerra. En el caso de “Game Over” no se trataba de irse a un lugar muy lejano, sino de viajar al interior de un personaje. El protagonista es un chico más joven que yo y con unos intereses muy distintos a los míos, y conocerle ha supuesto, de por sí, un viaje a un lugar muy exótico para mí. En cambio, en la película que estoy haciendo ahora me desplazo a Siria, que es un sitio muy lejano, pero estoy con mujeres con las que me identifico muchísimo a nivel vital. Son mujeres guerreras, que reivindican su independencia y su libertad. El viaje puede darse en muchas formas, ya sea a un lugar común o muy lejano.
¿Qué temas te interesan?
Todas mis películas tienen relación con Oriente Medio, que es un lugar que me ha atrapado, aunque también me interesan los temas de género como algo inevitable. Al final todo es político, y para mí es imposible que de un modo u otro mi mirada política no esté en mis trabajos. Hay otro tema que me planteo: las relaciones humanas. Quiero buscar parejas que lleven más de treinta años juntas y sigan teniendo pasión cada día, e investigar cómo lo han conseguido. Voy a buscarlas, y si existen, que me cuenten cómo gestionan su independencia, los celos, la fidelidad, los conflictos… El enfoque que le daré dependerá de cómo vaya la relación que tengo ahora (risas).
¿Cuál es tu posicionamiento político?
En todas mis películas he cuestionado el impacto social de nuestro sistema económico, y lo he investigado desde aspectos distintos. En el caso de Game Over tiene que ver con el impacto que sufre un joven que está creciendo e intentando encontrarse a sí mismo en un sistema capitalista, consumista y patriarcal; que le recuerda que tiene que actuar de una determinada manera: los valores del hombre de clase media que se ve como un guerrero, con un coche y una casa… En el documental sobresale el vacío que ese modelo impuesto deja en alguien tan joven.
Mi película Qatar the Race ahonda todavía más en ese sentido para reflejar el vacío y la alienación en la que vives cuando te dejas apisonar por el sistema.
En el proyecto sobre Siria, me fijo en una situación de guerra que se ha producido por el petróleo, y en las víctimas que no quieren serlo y se defienden convirtiéndose en guerreras. Me parece dramático que para poder tener voz tengas que coger un arma y, posiblemente, morir.
Mi película Qatar the Race ahonda todavía más en ese sentido para reflejar el vacío y la alienación en la que vives cuando te dejas apisonar por el sistema.
En el proyecto sobre Siria, me fijo en una situación de guerra que se ha producido por el petróleo, y en las víctimas que no quieren serlo y se defienden convirtiéndose en guerreras. Me parece dramático que para poder tener voz tengas que coger un arma y, posiblemente, morir.
Has realizado cortometrajes, documentales para TV, actuaciones en directo con el grupo Ginesta, video instalaciones… ¿Cómo afrontas cada proyecto?
Game Over, antes de ser una película, fue una video instalación, y me interesaba mucho la posibilidad de explorar el mismo tema en un espacio distinto. Cambia mucho explicar una historia de forma lineal, en una película que empieza y acaba, a hacerlo en un espacio cerrado por paredes. Me parece fascinante a nivel creativo, y en especial poder hacerlo en un mismo proyecto. No es solamente importante lo que contamos, sino cómo lo contamos. Cuando estamos haciendo política, o cuando nos comunicamos, lo que narramos tiene que ver con la forma.
¿Puedes explicar tu forma de narrar?
Creo que hasta ahora he mantenido una distancia con el espectador para que tome sus propias conclusiones, sin marcar mucho mi posicionamiento, aunque es algo que va cambiando. Intento explicarme tomando un poco de distancia para no hacer un panfleto político. Siempre he pensado que, si transmites tu mensaje de una forma muy evidente, solamente llega a los convencidos y los demás lo rechazan. Me interesa mucho más lo ambiguo, porque suele generar un desasosiego en el espectador que me interesa. Y así ha sido en todas mis películas, pero sobre todo en las video instalaciones.
Pero en mi proyecto actual sobre las guerrilleras en Siria, me cuesta que sea así, porque es tan grave lo que esta pasando que me dan ganas de hacer un panfleto feminista radical. Pero sé que es más inteligente no hacerlo. Esa ambigüedad se traduce a nivel formal, en la distancia en la que coloco la cámara y en un tipo de narración que a nivel visual cuenta una cosa, pero en el que las palabras dicen otra. Intento ser sutil.
Pero en mi proyecto actual sobre las guerrilleras en Siria, me cuesta que sea así, porque es tan grave lo que esta pasando que me dan ganas de hacer un panfleto feminista radical. Pero sé que es más inteligente no hacerlo. Esa ambigüedad se traduce a nivel formal, en la distancia en la que coloco la cámara y en un tipo de narración que a nivel visual cuenta una cosa, pero en el que las palabras dicen otra. Intento ser sutil.
¿Cómo surgió “Game Over”?
Conocí a Djalal por casualidad, justo cuando volvió de Afganistán y me contó que la guerra le había decepcionado. Me intrigó. Yo había estado en Afganistán un tiempo antes, pero en el otro lado del conflicto, con los civiles, y me pareció muy sorprendente que alguien tan joven se hubiera aburrido en el campo de batalla. ¿Qué esperaba que ocurriera? Me explicó que había estado filmando y me pareció fascinante ver el material que había grabado allí y conocer su historia. Como documentalista, cuando te planteas hacer una película sobre alguien, lo máximo que puedes soñar es rodar sobre el presente y preguntar sobre el pasado, pero en este caso me encontré con una persona que tenía toda su vida en vídeo. El documental ha sobrepasado todas mis expectativas, y de ser una película sobre un freak ha pasado a un retrato más profundo sobre una persona sensible que no encuentra su lugar en el mundo y se refugia detrás de un personaje que tiene miles de seguidores en las redes sociales.
¿Evolucionó tu relación con el protagonista?
Al principio me fascinaba, lo entendía muchísimo. Tuvimos un momento de amor y después vino el desamor. Empezamos a rodar y al poco tiempo entró en una apatía que yo entendía bien, puesto que después de su experiencia en Afganistán se había quedado sin proyecto de futuro. El impacto emocional de la guerra se hizo evidente, pero a medida que pasó el tiempo, Djalal no reaccionaba. En la película tuve que luchar contra eso, y lo empujaba para que cambiara. Al final nos reconciliamos, pero el rodaje fue complicado.
En la película subyace la crisis de la institución familiar. ¿Lo planteaste desde el principio o surgió a medida que los padres de Djalal se involucran en el proyecto?
Al principio planteé la historia como un relato de su proyecto vital, pero con el tiempo nos dimos cuenta de que estábamos haciendo un retrato de una crisis familiar y no tanto de una crisis de identidad del protagonista. Cada capa narrativa nos llevaba a la actual crisis política y económica de la sociedad española. A Djalal le ocurre lo mismo que a muchos jóvenes soñadores que han visto sus expectativas frustradas por una realidad que les impide desarrollarse profesionalmente porque no hay trabajo. Muchos de ellos se refugian en las redes sociales, creando alter egos que les permiten ser lo que quieren y ejercer todo lo que la vida real no les da. Uno de los principales problemas de su familia es el económico, que representa la crisis que ha padecido un sector muy amplio de la clase media. También reflejan la estupefacción que sienten al darse cuenta de que, después de hacer lo que tocaba –trabajar mucho para darle una buena educación a su hijo, todo lo que necesitaba y más–, el sistema les ha engañado.
¿Cual es tu postura frente a la institución familiar?
Desde los años 90 hasta hoy, en España nos ha tocado vivir lo que la mayoría de países europeos han vivido de manera más paulatina. Antes un matrimonio era para toda la vida, e incluso podías soportar vivir en esa estructura porque no te planteabas otra cosa. Ahora valoramos mucho nuestra satisfacción como individuos y no nos conformamos con una relación que no nos haga felices. Se están creando nuevos modelos de familia muy interesantes, con estructuras variables en las que se acepta que las parejas estarán juntas hasta que quieran, o hasta que puedan. Personalmente tengo una contradicción muy grande con el tema, porque no creo en la pareja monogámica, pero como soy hija de padres separados pienso que el compromiso con los hijos tiene que ser para siempre.
¿Qué ha significado “Game Over” a nivel personal?
Me ha obligado a reflexionar mucho sobre qué significa ser hijo y ser padres y me he dado cuenta de lo importante que es ser consciente de cómo educamos a un hijo; pero, a la vez, me ha servido para entender mejor a mis padres y aceptar que han hecho lo que han podido. Cuando haces un documental sobre un personaje, centras la historia en él y en su intimidad, pero nunca antes me había inmiscuido tanto en la crisis de una familia en descomposición. A nivel ético me ha hecho replantearme mi responsabilidad como directora frente a los personajes. Siendo un retrato muy respetuoso, incluso pudoroso, sigue siendo una exposición muy cruda de la realidad. Es muy complicado… ¡Siempre que acabo un documental digo que el próximo será de plantas y animales! (Risas).
¿Y después del premio Gaudí, qué?
Es un empujón muy fuerte para poder seguir haciendo proyectos, pero hay que financiarlos, y para conseguirlo cuanta más visibilidad tenga tu nombre más puntos tienes a tu favor. El premio sobre todo ha servido para que mi padre entienda mejor lo que hago, y para que mi familia comprenda a qué me dedico. Siempre les ha parecido que no tengo oficio ni beneficio (risas).
Defiendes que el conocimiento y la conciencia son fundamentales para ser libres. Explícamelo.
Las herramientas de control, desde la religión a la educación, tienen que ver con capar a la gente. El conocimiento no tiene que ver con lo aprendido, sino con tu capacidad de ir a buscar lo que quieres saber con tus herramientas físicas e intelectuales. Viajar es una gran herramienta para aprender, pero la mayoría viajan sin conocer nada. Finalmente eres tú quien debe tomar la iniciativa para conocer, que no necesariamente significa tener un máster o un post-grado. Ser libre no significa desvincularse de las responsabilidades. Asumir responsabilidades nos hace libres.
Te defines como feminista. ¿Lo eres por militancia o por resistencia?
Creo que por las dos cosas. Milito para las demás y me resisto como mujer contra los límites que encuentro. De adolescente siempre había jugado mucho con los chicos y me sentía una más entre ellos, pero leyendo y observando mi entorno me di cuenta del peso del patriarcado y la religión. En mi profesión, únicamente un 8% de mujeres dirigimos. Tiendes a pensar que esa discriminación se da en el sur, pero cuando me instalé en Berlín me metí en Pro Quota, un movimiento de mujeres cineastas que luchan para que el gobierno siga los pasos de Suecia, donde hay una cuota de 40-60 y han conseguido en dos años llegar a la igualdad. En Alemania, muchos hombres y mujeres siguen oponiéndose a las cuotas, y el argumento es que, si somos minoría, es debido a que las mujeres cineastas no le ponemos ganas, no somos persistentes, no nos esforzamos… Se olvidan, por ejemplo, de que las mujeres pudimos votar mucho más tarde que ellos. Es muy grave, porque en Europa han conseguido hacernos creer que somos iguales socialmente, cuando somos esclavas de un sistema patriarcal. Los valores que imperan siguen siendo masculinos, y no necesariamente son los óptimos para que las mujeres podamos funcionar en una estructura empresarial, por ejemplo. Es una pena, porque había más consciencia de la desigualdad hace dos décadas que ahora, y muchas chicas se han creído que estamos en igualdad de condiciones con los hombres y rechazan considerarse feministas porque no tienen nada que reivindicar.
Tu próximo documental descubre a un grupo de mujeres guerrilleras que luchan para liberar a su país, y liberarse a sí mismas, a su vez. ¿Te sientes identificada con ellas?
Todo empezó porque escuché la noticia de que existía un grupo armado de mujeres feministas en Siria que querían montar un nuevo sistema social, y pensé que valía la pena contar su historia y pasar tiempo con ellas. En el documental no solamente hablaré de su lucha política y feminista, que me parece imprescindible, sino que iré más allá y explicaré qué supone para ellas participar en la guerra como soldados y comandantes, y en qué se diferencian de los hombres.
Me he dado cuenta de que las mujeres son muy valientes. Las he acompañado a filmar combates donde los hombres se retiraban por el peligro y ellas entraban a luchar, porque para ellas rendirse es la muerte. En ese contexto, no tienen nada que hacer como mujeres, y han escogido que van a ser libres cueste lo que cueste. Su predisposición a darlo todo es mucho mayor a la de los hombres, su sacrificio es mayor: renuncian a poder enamorarse, la maternidad, vivir en familia y en paz. Con ellas viví un tiroteo hasta que se retiraron los otros, y cuando salimos a ver los muertos me di cuenta de que, mientras los hombres celebraban la victoria, ellas lloraban la muerte del adversario. Su relación con la muerte es mucho más consciente y reconocen la barbarie de la guerra. La capacidad moral de las mujeres, incluso en una guerra, es muy distinta a la de los hombres. Ellas no quieren ser heroínas, defienden su libertad y no tienen que demostrar a nadie que son valientes.
Me he dado cuenta de que las mujeres son muy valientes. Las he acompañado a filmar combates donde los hombres se retiraban por el peligro y ellas entraban a luchar, porque para ellas rendirse es la muerte. En ese contexto, no tienen nada que hacer como mujeres, y han escogido que van a ser libres cueste lo que cueste. Su predisposición a darlo todo es mucho mayor a la de los hombres, su sacrificio es mayor: renuncian a poder enamorarse, la maternidad, vivir en familia y en paz. Con ellas viví un tiroteo hasta que se retiraron los otros, y cuando salimos a ver los muertos me di cuenta de que, mientras los hombres celebraban la victoria, ellas lloraban la muerte del adversario. Su relación con la muerte es mucho más consciente y reconocen la barbarie de la guerra. La capacidad moral de las mujeres, incluso en una guerra, es muy distinta a la de los hombres. Ellas no quieren ser heroínas, defienden su libertad y no tienen que demostrar a nadie que son valientes.
Pero forman parte activa del conflicto de forma voluntaria…
¡De forma voluntaria, pero muy activista! El motivo por el que se alistan a la milicia es para defender su territorio y para cambiar el sistema. Ellas forman parte del ejército que defiende el confederalismo democrático en Rojava, el Kurdistán sirio, próximo a los postulados anarquistas. En el norte de Siria representan la fuerza más potente que lucha contra el Estado Islámico, por eso los Estados Unidos les apoya con bombardeos. Son como los sandinistas, no hay jerarquías, entre ellas no se distinguen los mandos.
Después de convivir con las guerrilleras, ¿entiendes que se defiendan con armas?
Entiendo y defiendo la lucha armada. Entiendo a los jóvenes que van allí y me parece fascinante que, con 17 o 18 años, estén tan felices de hacerlo y que se lo crean tanto, pero me cuesta más entender las motivaciones de mis protagonistas. Su objetivo no es solamente liberar su territorio, sino acabar con el patriarcado, y eso es imposible. Será muy difícil que lo puedan ver. Cada día mueren compañeras, quizás no verán nunca más a sus familias, no es una vida confortable… ¿Qué las hace aguantar? Aceptar que su lucha es un imposible sería aceptar que sus amigas han muerto para nada. Se niegan a ello, y es duro plantear si tiene algún sentido lo que están haciendo. Quiero pensar que sí, y por eso estoy haciendo esta película. De momento ya han conseguido que en el corazón de Oriente Medio el estatus de la mujer haya cambiado radicalmente. Para sus padres son unas heroínas, porque contribuyen a liberar su tierra, y para los del otro bando, son consideradas como guerreras. Para mí, como mujer, es un honor que existan mujeres tan valientes y tan duras, que no se doblan ante nada, demuestran que tienen consciencia y defienden sus ideales hasta el final. Solo por eso ya tiene sentido lo que hacen. El sistema político que plantean y defienden es muy avanzado. Para ellas una sociedad no puede ser libre si la mitad no lo es, abogan por una igualdad absoluta desde la que se pueda construir una sociedad justa. Han conseguido liberar una parte del territorio autoproclamando una autonomía, y han nombrado presidente y presidenta, los pueblos tienen un alcalde y una alcaldesa, cualquier decisión la toman hombres y mujeres en asambleas, y defienden que este modelo debería implantarse en todo Oriente Medio.
Es el modelo contrapuesto a lo que defiende el Estado Islámico. ¿También entiendes que haya jóvenes europeos que se alisten en sus filas y entreguen sus vidas a la causa?
Me da mucha rabia y me parece muy triste, pero entiendo que, si eres un joven radical que quiere ir contra el capitalismo y estás enfadado con Occidente, vayas allí. Lo que no entiendo es que haya tan pocos jóvenes europeos que vayan a luchar con esta otra milicia. Si yo tuviera 20 años, iría. Cuando empecé este proyecto quise que los movimientos de mujeres occidentales supieran que existe una guerrilla de mujeres para crear lazos de apoyo, porque me da miedo que cuando acabe la guerra las disuelvan.
¿No te parece inaceptable el uso de la violencia para defender unos ideales?
Si ellas existen ahora mismo como grupo feminista que ha conseguido implementar un sistema es porque tienen armas, si no no lo hubieran conseguido. En una guerra, en el momento en que se sienten a negociar lo que les dará fuerza en la mesa es su potencial militar para tener voz política.
Cuando regresas, ¿cómo haces para conectarte de nuevo con lo que ocurre aquí?
¡Me encanta! Cuanto más viajo, más me doy cuenta de lo mediterránea que soy. El último año que pasé en Berlín descubrí que necesito tener el mar cerca, y mucho más el sol, y en Qatar descubrí que me encanta ir desnuda (risas). Ahora vivo en Copenhague y hay mucha más alegría, la gente no tiene ningún complejo, en cambio Berlín es una ciudad dura a nivel de sociabilidad.
¿Cómo valoras las nuevas estructuras narrativas del documental?
La apuesta de todos mis colegas en Dinamarca, en Polonia, o en Alemania, es el documental de personaje genuino al que te acercas sin pudor y en el que la mirada del director es muy subjetiva y no importa tanto si lo que cuentas es verídico o no. Nos tomamos muchas licencias porque no nos da tanto miedo si lo que cuentas es verdad o no, lo que importa es que la verdad sea lo que tú sientes. Estás contando tu verdad, y en eso no hay límite creativo. Hay una apuesta formal por saltarse lo académico y somos más creativos. Abrió el camino Joshua Oppenheimer, introduciendo recreaciones y elementos de ficción e incluso poesía en sus documentales. A mí me gusta un tipo de cine que no es el que hago, para nada. Me fascinan Béla Tarr, Herzog, Chris Marker y por supuesto Agnès Varda (risas).
¿Cómo definirías el tiempo que vivimos?
(Silencio) Nos ha tocado vivir un tiempo en el que la globalización ha situado la toma de decisiones muy lejos y en lugares muy oscuros. Tengo la sensación de que todo se nos escapa y no podemos intervenir, pero también he visto, en el activismo, que hay un movimiento igual de global agrupando a gente muy diversa, conectados a través de Internet, que han tomado las riendas en sus comunidades y están frenando proyectos de grandes corporaciones. Me siento muy afortunada de vivirlo y formar parte de él. El activismo hoy es muy creativo, ya no es solo el panfleto, sino que se está haciendo teatro, cine, poesía… Me parece muy interesante que se organicen acciones simultáneas en una ciudad y se descentralice una manifestación para evitar el control y la represión. Gracias a las nuevas tecnologías, vivimos una nueva forma de activismo que representa la desobediencia colectiva descentralizada, mucho más efectiva y con mayor impacto que una manifestación convencional. Puedes organizar a mucha gente a la vez en distintas partes del mundo. El cine es mi herramienta para apoyarlo y el pretexto para estar allí cuando ocurre.