“Para ir más allá de una imagen superficial o un retrato poco profundo, era esencial pasar tiempo en ese entorno”. Adriana López Sanfeliu no fotografía desde la distancia. Su trabajo es un pacto, una relación que se construye con el tiempo y la confianza. Su serie Los Salazar es el resultado de siete años de convivencia con una familia gitana, un proyecto que desafía los estereotipos y se sumerge en la complejidad de su día a día.
Su obra se expone hasta julio en la 31ª edición del ciclo Maridajes en Bodegas Roda de La Rioja, un espacio que amplifica la intimidad de sus imágenes y reconfigura la manera en que nos acercamos a la fotografía documental. En esta conversación, Adriana nos habla sobre narrar desde adentro, la ética de la representación y la importancia de mirar sin filtros.

Gitano y su caballo (Rubí, Cataluña), 2005 © Adriana López Sanfeliu
Hola, Adriana, es un placer poder charlar contigo. ¿Dónde te pillamos?
Pues estoy en Barcelona con un mal tiempo terrible y me voy a Estados Unidos el domingo.
¿Qué te espera en Estados Unidos?
Voy a presentar una conferencia sobre la exposición Beyond the Single Image en Fotocolectania, de la que formo parte con la serie de Los Salazar. Es una exposición que se hizo en Barcelona en enero pasado y ahora lleva desde diciembre en Miami.
¿Cómo nació la idea de fotografiar a los Salazar?
No nació de una idea, sino de un encuentro. Estaba trabajando para la fotógrafa inglesa Hannah Collins, ayudándola en un proyecto sobre cómo los cambios urbanísticos afectan a las comunidades, en este caso a la comunidad gitana, centrado en el barrio de La Mina. La idea era entender el contraste entre su forma de vida tradicional, en campamentos y al aire libre, y la urbanización de su entorno, ya que, aunque los gitanos eran nómadas, al asentarse siempre han vivido más en la calle que en edificios.
Un día fuimos a rodar a un campamento gitano donde estaban una familia rumana y los Salazar, una familia gitana española. Tomé algunas fotos y decidí volver una vez terminado el trabajo para mostrarles las imágenes. Al enseñárselas se generó un encuentro tanto con la familia rumana como con los Salazar, y seguí tomando más fotos. Con el tiempo, la relación con los Salazar se fue estableciendo de manera natural y continuamos trabajando con ellos. Así que no fue una idea inicial, sino una casualidad dentro de un tema que siempre me había interesado.
El pueblo gitano está profundamente presente en nuestra sociedad y en la cultura española, pero lo desconocemos mucho y hay muchas ideas preconcebidas. Para mí, era un interrogante: ¿quiénes son? ¿Cuáles son sus leyes, creencias, valores? Esa fue la puerta de acceso, y a partir de ahí comencé mi propio camino.
Un día fuimos a rodar a un campamento gitano donde estaban una familia rumana y los Salazar, una familia gitana española. Tomé algunas fotos y decidí volver una vez terminado el trabajo para mostrarles las imágenes. Al enseñárselas se generó un encuentro tanto con la familia rumana como con los Salazar, y seguí tomando más fotos. Con el tiempo, la relación con los Salazar se fue estableciendo de manera natural y continuamos trabajando con ellos. Así que no fue una idea inicial, sino una casualidad dentro de un tema que siempre me había interesado.
El pueblo gitano está profundamente presente en nuestra sociedad y en la cultura española, pero lo desconocemos mucho y hay muchas ideas preconcebidas. Para mí, era un interrogante: ¿quiénes son? ¿Cuáles son sus leyes, creencias, valores? Esa fue la puerta de acceso, y a partir de ahí comencé mi propio camino.
La fotografía documental suele moverse entre la observación y la participación. En tu caso, trabajas desde una cercanía radical. ¿Cómo construyes esa confianza con quienes fotografías?
Sobre todo con tiempo, como cualquier relación. A todos mis proyectos personales les dedico mucho tiempo. Con los Salazar, en particular, son seis años. Cuando entras en la vida de alguien, necesitas tiempo para profundizar y generar intimidad. Para lograrlo es esencial establecer una relación y comprometerse con el proyecto y con las personas que estás documentando, siempre desde el respeto.
Cuando documentas grupos de personas que, aparentemente, son muy diferentes a nosotros, al inicio del encuentro siempre surgen esas diferencias. Para avanzar y conectar es clave encontrar lo que nos hace similares, los puntos de conexión. Esto requiere respeto, curiosidad, dejar de lado los prejuicios y las ideas preconcebidas y mantener la mente abierta.
Cuando documentas grupos de personas que, aparentemente, son muy diferentes a nosotros, al inicio del encuentro siempre surgen esas diferencias. Para avanzar y conectar es clave encontrar lo que nos hace similares, los puntos de conexión. Esto requiere respeto, curiosidad, dejar de lado los prejuicios y las ideas preconcebidas y mantener la mente abierta.
“El pueblo gitano está profundamente presente en nuestra sociedad y en la cultura española, pero lo desconocemos mucho y hay muchas ideas preconcebidas.”
¿Cuál fue la reacción de los Salazar al ver que tú volvías a enseñarles las fotos y con la curiosidad de querer seguir fotografiándoles?
No puedo saber la reacción de todos, pero en la familia gitana hay un portavoz: el patriarca, quien representa a su familia y toma decisiones. Cuando expresé mi interés en seguir volviendo e incluso pedí quedarme a dormir en su chabola para pasar más tiempo y romper la barrera de la visita formal, Juan Antonio Salazar, el patriarca, se sintió halagado. Le pareció un interés honesto y abrió las puertas de su hogar. Lo comunicó a sus hijos y así empezó todo. Con el tiempo, la relación se ha mantenido hasta hoy. Él falleció, pero sigo en contacto con sus hijos y nietos.
Para nuestra sociedad, la comunidad gitana es muy desconocida. ¿Cómo se gestionan los prejuicios?
Por mucho que intentemos evitarlo, por muy abiertos que queramos ser, hay ideas que persisten debido a un legado cultural. Aunque no deseemos tenerlas o integrarlas, están ahí. Hemos oído muchas leyendas, historias y chistes sobre la cultura gitana.
La fotografía es un encuentro, una búsqueda, una forma de hacer preguntas al mundo y descubrir quién es. Las ideas preconcebidas existen pero es importante dejarlas en un segundo plano para que no nos invadan ni dominen nuestra percepción. De lo contrario, terminamos midiendo constantemente lo que estamos aprendiendo en función de lo que creíamos saber. A mí me interesa desarrollar, iluminar, descubrir y compartir a través de la fotografía y de los encuentros que he podido documentar.
La fotografía es un encuentro, una búsqueda, una forma de hacer preguntas al mundo y descubrir quién es. Las ideas preconcebidas existen pero es importante dejarlas en un segundo plano para que no nos invadan ni dominen nuestra percepción. De lo contrario, terminamos midiendo constantemente lo que estamos aprendiendo en función de lo que creíamos saber. A mí me interesa desarrollar, iluminar, descubrir y compartir a través de la fotografía y de los encuentros que he podido documentar.
¿Qué has descubierto a lo largo de estos años de esta familia?
Una de las cosas que más me sorprendió de los Salazar fue su generosidad: abrirse de esa manera a un desconocido que llama a su puerta, recibirlo con una hospitalidad increíble. Las primeras veces que me quedé con ellos vivían en un descampado entre carreteras, sin urbanizaciones alrededor. Durante los días que pasé allí me dieron de comer, de cenar, de merendar y me alojaron sin esperar nada a cambio.
En la cultura gitana existe un fuerte sentido del intercambio, pues han sido comerciantes por generaciones, forma parte de su cultura y su práctica profesional. Sin embargo, nuestra relación no se convirtió en una transacción. Fue, ante todo, una conexión interpersonal. El verdadero intercambio sucedía entre nosotros. La fotografía fue la puerta de entrada, quizá la motivación inicial, pero lo que realmente nos impulsaba era el deseo de entendernos. Eso me pareció algo genuino, auténtico y profundamente generoso por su parte.
En la cultura gitana existe un fuerte sentido del intercambio, pues han sido comerciantes por generaciones, forma parte de su cultura y su práctica profesional. Sin embargo, nuestra relación no se convirtió en una transacción. Fue, ante todo, una conexión interpersonal. El verdadero intercambio sucedía entre nosotros. La fotografía fue la puerta de entrada, quizá la motivación inicial, pero lo que realmente nos impulsaba era el deseo de entendernos. Eso me pareció algo genuino, auténtico y profundamente generoso por su parte.
Viviste en Nueva York, has trabajado en múltiples países y documentado comunidades diversas. ¿Cómo influye tu propia historia personal en la forma en que fotografías?
De dónde venimos, cómo hemos sido educados y cómo hemos crecido conforma un bagaje y una herramienta que siempre llevamos con nosotros. En mi caso, mi mayor influencia ha sido mi propia crianza y, sobre todo, mi curiosidad. Mis padres y abuelos viajaron mucho y fomentaron en mí el gusto por el viaje desde niña. Siempre he estado expuesta a otras culturas y he desarrollado un interés por descubrir lo diferente. Eso te marca. La atención hacia el otro, la escucha y la predisposición hacia las personas y situaciones son valores que siempre he llevado conmigo.

Juan Antonio Salazar y Marina Salazar (Rubí, Cataluña), 2005 © Adriana López Sanfeliu
O sea que eso de moverte sin parar lo llevas dentro desde pequeña.
Desde muy joven quise vivir en el extranjero. En mi primer año de universidad ya estaba en la sección internacional viendo cuándo podría irme de Erasmus (risas). Siempre he tenido ese deseo de conocer y descubrir. Al viajar te pones en otro contexto, descubres nuevas facetas de ti mismo y desarrollas habilidades que solo emergen en entornos distintos. Esas experiencias te forman, te hacen crecer y amplían tu visión del mundo.
También reconozco que me muevo en un entorno privilegiado: he podido estudiar y acceder a oportunidades. Esto despertó en mí el interés por conocer a personas y comunidades con menos recursos, que viven en los márgenes de la sociedad. En Nueva York trabajé con la comunidad puertorriqueña en el Spanish Harlem, un barrio difícil con altos índices de droga y problemas económicos. Explorar esos mundos, que no eran el mío pero que forman parte de nuestras sociedades, me permitió entender mejor a los demás y, a la vez, conocerme más a mí misma.
También reconozco que me muevo en un entorno privilegiado: he podido estudiar y acceder a oportunidades. Esto despertó en mí el interés por conocer a personas y comunidades con menos recursos, que viven en los márgenes de la sociedad. En Nueva York trabajé con la comunidad puertorriqueña en el Spanish Harlem, un barrio difícil con altos índices de droga y problemas económicos. Explorar esos mundos, que no eran el mío pero que forman parte de nuestras sociedades, me permitió entender mejor a los demás y, a la vez, conocerme más a mí misma.
¿Cuándo nace tu curiosidad por fotografiar, incluirte y estar en comunidades que no tienen tanta voz?
Empecé con el proyecto Life on the Block en Nueva York. Para mí, hay una diferencia entre la primera etapa del aprendizaje fotográfico, en la que uno sale con su cámara haciendo lo que se conoce como street photography (capturando momentos y situaciones al vuelo, explorando barrios y comunidades desconocidas) y el verdadero acercamiento a una realidad. Esa primera fase solo refleja la superficie, una visión panorámica de una cultura.
Hubo un momento de inflexión en el que entendí que para ir más allá de una imagen superficial o un retrato poco profundo, era esencial pasar tiempo en ese entorno. Eso ocurrió con Life on the Block. Antes había fotografiado otras culturas y comunidades, pero fue al sumergirme en esta, al dedicarle tiempo, cuando comprendí que esa era la forma en la que realmente quería trabajar. Desde entonces, ese enfoque ha definido todos los proyectos de mi trayectoria.
Hubo un momento de inflexión en el que entendí que para ir más allá de una imagen superficial o un retrato poco profundo, era esencial pasar tiempo en ese entorno. Eso ocurrió con Life on the Block. Antes había fotografiado otras culturas y comunidades, pero fue al sumergirme en esta, al dedicarle tiempo, cuando comprendí que esa era la forma en la que realmente quería trabajar. Desde entonces, ese enfoque ha definido todos los proyectos de mi trayectoria.
¿Cuál fue un gran aprendizaje que recibiste viviendo en Nueva York?
Uf, trece años dan para mucho (risas). Aprendí a desenvolverme completamente por mi cuenta, lejos de mi entorno familiar, en una ciudad extremadamente competitiva, inspiradora, pero también un gran desafío. Nueva York es una ciudad dura, exige mucho, pero también te da mucho a cambio. Además de aprendizajes concretos (gracias a mentores que me enseñaron sobre trabajo en el laboratorio, lenguaje fotográfico y mucho más), lo más importante fue el compromiso. Comprometerse con algo o alguien en profundidad es clave. Entregarme por completo a mis proyectos fotográficos y a la comunidad de fotografía que descubrí y construí allí fue una experiencia transformadora que te permite adentrarte con más fuerza y desarrollar una visión más profunda.
También aprendí lo que significa trabajar con una exigencia extrema. Fui asistente de otros fotógrafos, y conseguir incluso ese tipo de trabajo era competitivo, porque muchos querían aprender de los mejores. Por último, la resiliencia fue otro aprendizaje esencial en Nueva York: tanto la que desarrollas personalmente como la que observas a tu alrededor. Es una ciudad que te pone a prueba constantemente; hay que esforzarse mucho, pero también saber cuándo es momento de cambiar y replantear el camino.
También aprendí lo que significa trabajar con una exigencia extrema. Fui asistente de otros fotógrafos, y conseguir incluso ese tipo de trabajo era competitivo, porque muchos querían aprender de los mejores. Por último, la resiliencia fue otro aprendizaje esencial en Nueva York: tanto la que desarrollas personalmente como la que observas a tu alrededor. Es una ciudad que te pone a prueba constantemente; hay que esforzarse mucho, pero también saber cuándo es momento de cambiar y replantear el camino.
Los Salazar surge de una relación de siete años. Cuando piensas en esos años de trabajo, ¿qué emoción es la primera que te viene al cuerpo?
Autenticidad. Para mí es un valor fundamental, un motor de vida. Vivir de manera auténtica y lo más libremente posible es esencial, y los Salazar encarnan esa autenticidad. Son muy honestos con sus creencias, con las renuncias que implican, con sus valores y su modus vivendi. Además, tienen un gran sentido del humor y una capacidad admirable para reírse de sí mismos.
Una anécdota: hacía quince años que no veía a uno de los hijos, que ahora ha formado su propia familia y se ha convertido en abuelo. Asistí a su boda, conocí a sus hijas y ahora una de ellas ya se ha casado y ha tenido un hijo. A la vez, ellos mismos han tenido un cuarto hijo, un niño que lleva el nombre del patriarca. Cuando los fui a visitar, después de tanto tiempo, me vinieron a recoger en un Mercedes destartalado, pero un Mercedes. Ellos siempre han sido más de furgonetas, así que les dije: ¡Vaya, esto es un Mercedes! ¿Y la furgoneta? A lo que me respondieron: Bueno, un Mercedes atrotinado. Nunca tendré un coche de concesionario, pero te recojo con solera. Y así son ellos: capaces de reírse de sus propias dificultades económicas, pero siempre con dignidad y mucho orgullo.
Una anécdota: hacía quince años que no veía a uno de los hijos, que ahora ha formado su propia familia y se ha convertido en abuelo. Asistí a su boda, conocí a sus hijas y ahora una de ellas ya se ha casado y ha tenido un hijo. A la vez, ellos mismos han tenido un cuarto hijo, un niño que lleva el nombre del patriarca. Cuando los fui a visitar, después de tanto tiempo, me vinieron a recoger en un Mercedes destartalado, pero un Mercedes. Ellos siempre han sido más de furgonetas, así que les dije: ¡Vaya, esto es un Mercedes! ¿Y la furgoneta? A lo que me respondieron: Bueno, un Mercedes atrotinado. Nunca tendré un coche de concesionario, pero te recojo con solera. Y así son ellos: capaces de reírse de sus propias dificultades económicas, pero siempre con dignidad y mucho orgullo.
“Al viajar te pones en otro contexto, descubres nuevas facetas de ti mismo y desarrollas habilidades que solo emergen en entornos distintos. Esas experiencias te forman, te hacen crecer y amplían tu visión del mundo.”
El humor es una herramienta que tienden a usar los colectivos marginados de la sociedad.
Reírse de uno mismo es un gran signo de inteligencia, y aún más cuando permite reírse de aspectos esenciales y profundos, como la propia condición de vida o las dificultades. Recuerdo a los chicos de Spanish Harlem diciendo “the ghetto life” con una sonrisa. Eso es muy poderoso. En una realidad marcada por la marginación y la falta de integración en la sociedad, podrían centrarse solo en sus carencias, en lo que les falta o lo que desearían tener. Son conscientes de ello, pero eligen el humor como una herramienta de supervivencia, resiliencia y conexión con el mundo. El humor une. Reír con alguien, por muy diferentes que seáis, rompe barreras. Y eso es algo que los Salazar tienen.
La familia Salazar te abrió las puertas de su intimidad. ¿Hubo algún momento en que sentiste que estabas cruzando un límite?
Hay momentos que simplemente ocurren, sin guion, sin previsión. La realidad no es una ficción: las cosas suceden, a veces sin esperarlo, y no siempre sabes cómo vas a reaccionar. Creo que la mejor manera de gestionar esas situaciones, sobre todo cuando plantean dilemas morales, es recurrir a tus propios valores y estructura interna para discernir qué está bien y qué no.
Lo hablaba con una amiga fotoperiodista: hay fotos que quizá tomaste hace veinte años y que hoy no harías. El recorrido personal y profesional te da una conciencia distinta sobre el contexto y la manera en que lo documentas. Durante los años del proyecto con los Salazar, me encontré con momentos complejos en los que no siempre era posible o adecuado fotografiar. A veces hay que decidir si tomar distancia o implicarse. Pero así es la vida: en cualquier momento pueden surgir situaciones difíciles y contradictorias. Lo importante es tomar decisiones y mantenerse fiel a tu criterio y singularidad.
Lo hablaba con una amiga fotoperiodista: hay fotos que quizá tomaste hace veinte años y que hoy no harías. El recorrido personal y profesional te da una conciencia distinta sobre el contexto y la manera en que lo documentas. Durante los años del proyecto con los Salazar, me encontré con momentos complejos en los que no siempre era posible o adecuado fotografiar. A veces hay que decidir si tomar distancia o implicarse. Pero así es la vida: en cualquier momento pueden surgir situaciones difíciles y contradictorias. Lo importante es tomar decisiones y mantenerse fiel a tu criterio y singularidad.
¿Hay alguna fotografía que tomaste que ahora no tomarías?
Hay muchas; las fotografías que están, que se ven, que he compartido y que forman parte de la exposición, y hay otras que están en el archivo y no han visto la luz. Quizás no la han visto porque, en ese momento, he pensado que era una fotografía o un momento difícil y no estaba preparada o no quería mostrarla. Quizás más adelante, en otra exposición, en otro libro, en una nueva edición o en una revisión de este trabajo saldrán. De lo que está compartido, no hay ninguna que dude de su razón de existir y de ser compartida. Lo tengo muy claro, son ediciones hechas muy al detalle.
Pienso en Nan Goldin o Mary Ellen Mark, fotógrafas que han documentado comunidades desde dentro. ¿Cuáles han sido tus referentes y qué has tomado de ellos?
Para mí, un gran referente es Diane Arbus. Más allá de su estética o manera de encuadrar, lo que más me transmite es su capacidad para generar un encuentro auténtico con el sujeto. En Nueva York me relacioné con fotógrafos que habían desarrollado proyectos de largo recorrido, como Brenda Ann Kenneally, una gran fotógrafa estadounidense que ha trabajado en profundidad temas sociales.
También Eugene Richards, con un trabajo increíble en comunidades; tuve la suerte de ser su alumna y entablar una amistad con él. Donna Ferrato, otra gran fotógrafa y amiga, ha hecho un trabajo histórico sobre la violencia de género. Es una combatiente que convierte la fotografía en una forma de militancia. También aprendí de fotógrafos menos conocidos pero con proyectos interesantes. Compartir mi trabajo con ellos, recibir feedback y dialogar sobre edición ha sido clave para desarrollar mi propio lenguaje.
Cuando trabajas en un proyecto que dura años, intercambiar ideas con colegas se vuelve esencial. He estado en sesiones de edición donde he llorado por no querer descartar una foto. Esas conversaciones te hacen reflexionar profundamente. Más allá de las referencias visuales, los libros o los autores que nos inspiran, lo más valioso es el diálogo de codo con codo, poder hablar sobre fotografía o cualquier tema en el que estés implicado.
También Eugene Richards, con un trabajo increíble en comunidades; tuve la suerte de ser su alumna y entablar una amistad con él. Donna Ferrato, otra gran fotógrafa y amiga, ha hecho un trabajo histórico sobre la violencia de género. Es una combatiente que convierte la fotografía en una forma de militancia. También aprendí de fotógrafos menos conocidos pero con proyectos interesantes. Compartir mi trabajo con ellos, recibir feedback y dialogar sobre edición ha sido clave para desarrollar mi propio lenguaje.
Cuando trabajas en un proyecto que dura años, intercambiar ideas con colegas se vuelve esencial. He estado en sesiones de edición donde he llorado por no querer descartar una foto. Esas conversaciones te hacen reflexionar profundamente. Más allá de las referencias visuales, los libros o los autores que nos inspiran, lo más valioso es el diálogo de codo con codo, poder hablar sobre fotografía o cualquier tema en el que estés implicado.

La abuela Marina (Rubí, Cataluña), 2006 © Adriana López Sanfeliu
La fotografía tiene el poder de construir o deconstruir imaginarios. ¿Crees que el mundo del arte y el fotoperiodismo han fallado en la representación de las comunidades gitanas?
Algunos han fallado, otros han hecho lo que han podido. La prensa tiene limitaciones importantes: el tiempo, el espacio en un periódico o web, o la cantidad de imágenes que acompañan un artículo. Todo esto simplifica el discurso y deja poco margen para los matices. En el caso de la comunidad gitana, que ha sido muy estigmatizada, a veces se ha contado su historia de manera simplista.
¿El arte y el fotoperiodismo no le han hecho justicia? No lo sé. Hay fotógrafos que han hecho trabajos maravillosos, como Josef Koudelka o Pérez Siquier, y que han dedicado tiempo a estas comunidades. Pero quizá su trabajo solo se ha manifestado en libros o exposiciones, llegando solo a un público específico, como los amantes de la fotografía. No es un problema aislado, es un mecanismo más amplio donde intervienen la sociedad, la industria y muchos otros factores.
Es un reto. Por eso es fundamental analizar el lenguaje visual que cada uno desarrolla y cómo conectar con audiencias más reacias, distantes o que prefieren permanecer en su zona de confort. Algunas obras de artistas visuales son tan impactantes que, en lugar de atraer, generan rechazo.
¿El arte y el fotoperiodismo no le han hecho justicia? No lo sé. Hay fotógrafos que han hecho trabajos maravillosos, como Josef Koudelka o Pérez Siquier, y que han dedicado tiempo a estas comunidades. Pero quizá su trabajo solo se ha manifestado en libros o exposiciones, llegando solo a un público específico, como los amantes de la fotografía. No es un problema aislado, es un mecanismo más amplio donde intervienen la sociedad, la industria y muchos otros factores.
Es un reto. Por eso es fundamental analizar el lenguaje visual que cada uno desarrolla y cómo conectar con audiencias más reacias, distantes o que prefieren permanecer en su zona de confort. Algunas obras de artistas visuales son tan impactantes que, en lugar de atraer, generan rechazo.
Hablando de transformación, ¿cómo ha cambiado tu mirada después de años de trabajar con la familia Salazar?
En 2007 cerré una edición gráfica y, aunque he mantenido la relación con ellos, no he seguido fotografiándolos. Ahora retomo el proyecto para documentar a las nuevas generaciones: aquellos que conocí de bebés ahora son padres. De momento lo hago con un enfoque clásico, usando una cámara analógica de medio formato y película en blanco y negro. Pero también tengo material en vídeo, audio y entrevistas grabadas. No descarto explorar nuevas formas de narrar esta historia.
A lo largo de los años he trabajado otros lenguajes, incluso realicé un documental durante cuatro años. Mi mirada y sensibilidad han evolucionado, y la manera de contar cambia según lo que quiero transmitir. Así que quizá pronto veáis a los Salazar desde una perspectiva muy distinta, ya que en septiembre habrá una exposición.
A lo largo de los años he trabajado otros lenguajes, incluso realicé un documental durante cuatro años. Mi mirada y sensibilidad han evolucionado, y la manera de contar cambia según lo que quiero transmitir. Así que quizá pronto veáis a los Salazar desde una perspectiva muy distinta, ya que en septiembre habrá una exposición.
En tu proceso de trabajo, ¿qué pesa más: la intuición o la planificación?
Podría llamarse una improvisación planificada. Los proyectos personales nacen de una intuición, una curiosidad, un deseo de conocer, y al principio se desarrollan de forma espontánea. Pero llega un punto en el que necesito estructurarlos, planificar y decidir cómo contarlos y qué elementos son esenciales. En Los Salazar hay momentos de todo. Quería revelar el rol de la mujer gitana a través de su día a día y crear un retrato plural. Para ello, la planificación es clave para responder a todos los interrogantes que surgen en el proceso.
Si pudieras invitar a una fotógrafa o fotógrafo, vivo o muerto, a ver la exposición contigo, ¿a quién elegirías?
El primero que me viene a la cabeza es Elliott Erwitt. Fuimos muy amigos y falleció el año pasado. Gran fotógrafo, gran amigo… Me encantaría que viniera. Además, le gustaba mucho el vino, así que sería una gran combinación (risas).

Casa de Rocío y Raúl (Rubí, Cataluña), 2005 © Adriana López Sanfeliu

Sara y José Salazar, matrimonio gitano (Rubí, Cataluña), 2003 © Adriana López Sanfeliu

Mujeres Salazar: Tamara, Janet y Susi (Rubí, Cataluña), 2006 © Adriana López Sanfeliu