La Fundació Antoni Tàpies de Barcelona estará acogiendo hasta el 23 de junio la nueva exposición de la celebrada artista Chiharu Shiota, titulada Cada quien, un universo. Una muestra compuesta por impresionantes entretejidos de fibras que caracterizan la obra de la artista, que construye a través de gestos simples y repetitivos. Con ellos, nos invita a una meditación introspectiva y transformativa sobre la creación, la destrucción y la naturaleza efímera de la existencia humana. La muestra, curada por Imma Prieto, también aprovecha el espacio para explorar las interconexiones entre la obra de Shiota y la del icónico artista catalán Antoni Tàpies, al profundizar ambas en la dicotomía entre la vida y la muerte.
Nacida en Osaka en 1972 y afincada en Berlín, el camino artístico de Chiharu Shiota emerge como un viaje hacia los misterios del universo humano que explora a través de su poética visual. Emplea miles de hilos en instalaciones a escala masiva para simbolizar e incitar la conexión, dentro y fuera del universo interior de cada uno, explorando misterios, conduciendo a nuevos rincones, como respuesta al trauma y en honor a la memoria. Lo que despertó en la artista esta necesidad de establecer conexiones entre el mundo que nos rodea y el interior nació de su enfrentamiento personal con la enfermedad y la posibilidad de la muerte. De esto, Shiota concluyó que la muerte no es el final, sino más bien un nuevo estado de existencia que se fusiona con el vasto universo que nos rodea.
Una de las características distintivas del arte de Shiota es su habilidad para crear instalaciones site-specific que dialogan tanto con el espacio físico como con el simbólico. Las intrincadas redes que se extienden como constelaciones trabajan conjuntamente con el espacio que habitan y lo incluyen en la creación, permitiendo al espectador encontrarse presente y admirar su alrededor aquí y ahora, apreciando cada nodo que habla de un encuentro, una experiencia, una emoción, tejiendo un tapiz de memoria compartida que nos conecta. Además, la utilización de objetos cotidianos y personales como sillas, camas y ropa en sus instalaciones también añade una capa adicional de intimidad y vulnerabilidad a su obra. Estos objetos se convierten en símbolos de nuestra existencia terrenal y de la importancia de honrar nuestros recuerdos.
Cada quien, un universo garantiza una sorpresa para los visitantes, que lleva a reflexionar sobre la vida y la muerte, la memoria y la identidad, en un viaje emocional y espiritual que nos conecta con la experiencia humana compartida, todo a través de gigantes construcciones compuestas de pequeños filamentos, cada uno con una trayectoria y un propósito.