Una imagen. Un paisaje devastado, árido, seco. Podría parecer el inicio de un western, pero es el comienzo de una búsqueda. La quijá, de Paloma Muñoz, nace ahí: en la necesidad de regresar al origen, a La Serena extremeña que la vio nacer. Una travesía de vuelta al cuerpo. A los huesos. A lo que queda cuando ya no queda casi nada.
La pieza, creada dentro del proyecto Cèl·lula del Mercat de les Flors, es un viaje hacia el interior, donde lo que se defiende es la memoria corporal, el movimiento como forma de resistencia, la posibilidad de encontrarse con otras desde lo físico. Aquí no se baila para mostrar, sino para habitar. Para recordar. Para sostenerse.
Conversamos con Paloma antes del estreno, el próximo 10 de abril en el Teatre El Musical de Valencia, dentro del marco del Festival de Dansa València, sobre la memoria que guarda el cuerpo, los desiertos interiores, la potencia del grupo, el cuerpo como archivo y el arte de dejarse mover.
Bienvenida a METAL, Paloma. Pina Bausch decía que no le interesaba cómo se movía la gente, sino qué los movía. ¿Qué te mueve a ti?
¡Hola! ¡Qué genia, Pina! ¿Qué me mueve? En realidad, esa es la pregunta que atraviesa todos mis trabajos. Desde pequeña voy bailando por la casa; si estoy en el campo, en cualquier momento surge un gesto, un ataque, un movimiento, un bailecito tonto… Siempre me he preguntado de dónde viene ese impulso, a qué necesidad obedece. Con el tiempo, siento que la pregunta va cambiando, y cada vez me encuentro más sola en la escucha de eso, en permitir que aparezca. También en los procesos de creación: dejar que salga eso que no sé cómo nombrar y hacerle caso.
Esta escucha, este impulso, ¿cómo se canaliza en una obra como La quijá?
En La quijá había una necesidad muy profunda de volver a casa, metafóricamente hablando; de reencontrarme con mis tuétanos. Me fui de Badajoz con diecisiete años rumbo a Barcelona para ser bailarina. Allí desarrollé mi carrera, siempre mirando hacia lo nuevo: las compañías de danza europeas, lo moderno, la vanguardia que la ciudad me ofrecía. Pero ha llegado un momento en el que todo va tan rápido, todo es tan fugaz, que sentí una urgencia de volver a la esencia: a casa, al cuerpo, que para mí siempre ha sido el origen de la creación. Por eso en La quijá se baila tanto.
En ese proceso apareció la imagen del desierto de La Serena, en Extremadura, donde está mi pueblo: una llanura infinita donde los atardeceres son épicos y, si levantas la vista por la noche, el cielo te conecta con otras galaxias. Es ahí donde yo me siento más cerca del origen, del uno. Nunca me he desconectado de Extremadura; mi familia sigue allí y voy con frecuencia. La sigo sintiendo casa.
En ese proceso apareció la imagen del desierto de La Serena, en Extremadura, donde está mi pueblo: una llanura infinita donde los atardeceres son épicos y, si levantas la vista por la noche, el cielo te conecta con otras galaxias. Es ahí donde yo me siento más cerca del origen, del uno. Nunca me he desconectado de Extremadura; mi familia sigue allí y voy con frecuencia. La sigo sintiendo casa.
Al pensar en ese paisaje tan sereno y árido, da la sensación de que el cuerpo se convierte casi en la única grafía posible. Si entendemos el cuerpo como un archivo, ¿qué memorias corporales se despiertan en La quijá?
Al principio hicimos un proceso de investigación con un equipo reducido solo para averiguar cuál iba a ser el cuerpo de esta pieza, los parámetros por los que se iba a regir. Trabajamos primero desde la introspección, yendo hacia adentro de nosotras llegamos a la idea de huesos, los huesos de animales que encuentras en esos parajes; de ahí La quijá.
Esa imagen desató todo el universo físico-poético de la obra: los huesos como grafía, el movimiento que nace desde los tuétanos, desde las cavidades, los vacíos, los agujeros de la memoria, las resonancias, los ecos. Me gusta pensar que, de algún modo, habitamos memorias de cuerpos y presencias que han estado en ese paisaje a lo largo del tiempo, desde hace millones de años… hasta el presente.
Esa imagen desató todo el universo físico-poético de la obra: los huesos como grafía, el movimiento que nace desde los tuétanos, desde las cavidades, los vacíos, los agujeros de la memoria, las resonancias, los ecos. Me gusta pensar que, de algún modo, habitamos memorias de cuerpos y presencias que han estado en ese paisaje a lo largo del tiempo, desde hace millones de años… hasta el presente.

Trasladar toda esa fuerza ancestral y la rudeza de los paisajes extremeños a un escenario como el Mercat de les Flors, en pleno centro urbano, supone un choque. ¿Cómo resuena esa tensión en la obra?
La quijá está llena de contrastes, de poner en diálogo el imaginario rural y lo arcaico con un equipo creativo de diversas partes del mundo, en pleno 2025. ¡Ha sido divertidísimo! Referentes muy personales, como la niebla de Badajoz, la procesión de los Auroros o las liebres cruzando las carreteras nocturnas se abordan desde la idea de lo fantástico, y a partir de ahí hemos podido jugar con mucha libertad.
Cube.bz, los responsables del espacio escénico y la iluminación, han hecho un trabajo precioso, logrando evocar esas sensaciones de campo abierto dentro de una caja escénica. Son unos genios. En el espacio sonoro también existe este juego entre lo tradicional y lo electrónico. Con Da Rocha estuvimos procesando y sampleando cencerros, jotas antiguas, fandangos, soleares, martinetes e incluso a las ‘viejinas’ de mi pueblo cantando la salve del 15 de agosto. ¡Qué bonito eso!
Cube.bz, los responsables del espacio escénico y la iluminación, han hecho un trabajo precioso, logrando evocar esas sensaciones de campo abierto dentro de una caja escénica. Son unos genios. En el espacio sonoro también existe este juego entre lo tradicional y lo electrónico. Con Da Rocha estuvimos procesando y sampleando cencerros, jotas antiguas, fandangos, soleares, martinetes e incluso a las ‘viejinas’ de mi pueblo cantando la salve del 15 de agosto. ¡Qué bonito eso!
Tu trabajo tiene esa fuerza, ese ir y venir entre lo ancestral y lo contemporáneo, entre lo telúrico y lo urbano. ¿Cómo se mezclan esas dos cosas en ti, en tu proceso creativo?
Creo que lo que estoy buscando ahí dentro es algo de antes y de ahora a la vez. Ese impulso está más allá del tiempo y del espacio. Es difícil de explicar con palabras, sería como una especie de potencia.
Qué sensación tan poderosa la que describes. La quijá nace dentro del proyecto Cèl·lula del Mercat de les Flors. ¿Cómo influyó este espacio de apoyo en el proceso de creación y producción de la pieza?
Ha sido un lujazo trabajar con el amparo de una gran casa de la danza. Es la primera vez que no tengo que hacer de mocatriz (ya sabes, producción, comunicación, creación, distribución, etc.). El Mercat de les Flors ha puesto a disposición todo su equipo humano y todo su músculo para producir esta obra, resolviendo nuestras necesidades durante el proceso. Eso me ha permitido concentrarme de lleno en lo artístico. Ha sido un lujazo, me siento muy agradecida, la verdad, porque no es lo habitual.
Aun así, haber pasado por procesos mucho más precarios, donde me tocó hacerlo casi todo, también me ha servido para entender mejor cómo quiero trabajar y cómo dirigir a un equipo. Pero sí, trabajar así marca la diferencia; te permite llegar mucho más lejos, en todos los sentidos.
Aun así, haber pasado por procesos mucho más precarios, donde me tocó hacerlo casi todo, también me ha servido para entender mejor cómo quiero trabajar y cómo dirigir a un equipo. Pero sí, trabajar así marca la diferencia; te permite llegar mucho más lejos, en todos los sentidos.
“Me gusta pensar que, de algún modo, habitamos memorias de cuerpos y presencias que han estado en ese paisaje a lo largo del tiempo, desde hace millones de años.”
La propuesta sonora de Niño de Elche aporta algo muy singular a la obra. ¿Cómo fue el diálogo entre su voz y tu lenguaje coreográfico?
La verdad es que trabajar con Paco ha sido muy especial. Es alguien muy observador y abierto. Al principio no sabíamos muy bien qué iba a pasar, pero creo que nuestros universos físicos no estaban tan lejos. Yo siempre he trabajado con la voz, el texto y el sonido en directo en mis piezas, así que había una base común.
Con Niño de Elche exploramos el imaginario de las cavidades: cómo resonaba la voz dentro de ellas y cómo el movimiento influía en esa resonancia. De ahí salió una paleta muy específica de sonidos y gestos para La quijá. Y luego, bueno, tenerle ahí, verle hacer lo suyo… es de otro mundo.
Con Niño de Elche exploramos el imaginario de las cavidades: cómo resonaba la voz dentro de ellas y cómo el movimiento influía en esa resonancia. De ahí salió una paleta muy específica de sonidos y gestos para La quijá. Y luego, bueno, tenerle ahí, verle hacer lo suyo… es de otro mundo.
El mundo se siente raro últimamente. La gente parece encerrarse más en sí misma, pero tú hablas del cuerpo como un territorio colectivo.
Creo mucho en el poder del encuentro, de la celebración, y me gusta poner esa idea en la palestra, la de que nos necesitamos unas a otras, el tejido. Estamos en la época del self-todo; las redes nos llenan de contenidos que nos incitan a hacernos todo solas, con tutoriales breves y simples de cualquier cosa que te interese (o no), como si no necesitáramos a nadie más. Solxs pero hiperconectadxs, aturdidxs, entumidxs.
En mi carrera he hecho algún solo, pero prefiero un estudio lleno de cuerpos, de energía compartida. Me da la vida trabajar con grupos, con muchos bailarines. Es que nos reímos mucho. Con algunos llevo años colaborando, son amigos también: Jacob, Amanda, Lara, Marta, Blanca. Y con los otros, después de La quijá, también hemos llegado a lugares muy bonitos, como con Álex, que ahora nos hablamos casi cada día.
En mi carrera he hecho algún solo, pero prefiero un estudio lleno de cuerpos, de energía compartida. Me da la vida trabajar con grupos, con muchos bailarines. Es que nos reímos mucho. Con algunos llevo años colaborando, son amigos también: Jacob, Amanda, Lara, Marta, Blanca. Y con los otros, después de La quijá, también hemos llegado a lugares muy bonitos, como con Álex, que ahora nos hablamos casi cada día.
Frente a un contexto tan individualista, ¿cómo entiendes tú la importancia de moverte en grupo?
El grupo te puede levantar, es una red, un apoyo. La energía que se genera es brutal. En La quijá hay una sección, el martinete, que dura unos veinte minutos. Es un ostinato en el que los diez bailarines viajan por el espacio marcando el compás con los pies. El cuerpo pasa de lo más pequeño, específico y delicado, a un cuerpo que se desborda y se entrega, como una especie de procesión de la carne. Es agotador, pero los ves, cómo se sostienen unos a otros, cómo se apoyan en la energía común. Es emocionante.

Qué imagen tan esperanzadora. ¿Dirías que en tiempos de crisis bailamos distinto?
Desde que me dedico a bailar, todo han sido tiempos de crisis, ni un respiro para la danza. Lo cierto es que ahora el escenario político y económico mundial es insoportable, desesperanzador, me deja sin palabras. Quizás en la danza busque un refugio, algo que le dé sentido a todo esto. Podría ser.
Has hablado en otras entrevistas de un cuerpo que coquetea con el abismo, con el riesgo. ¿Es posible bailar con miedo? ¿Y con fragilidad?
Últimamente se lleva mucho esto de abrazar todas las emociones, pero yo creo que para salir a escena tienes que ser capaz de pisar convencida, no para anclarte en nada, pero para surfear el presente, el suspense; así lo que hacemos en escena estará vivo.
Has trabajado también en el cine. En Desmontando un elefante, tu coreografía desarmaba el peso y la memoria del cuerpo de Natalia de Molina. ¿Cómo es crear movimiento pensando en el encuadre cinematográfico?
Con Aitor Echevarría, el director, hicimos muchas sesiones previas al rodaje. Desde el principio, él tenía muy claro cómo imaginaba la coreografía. Es cierto que Aitor ya había rodado varios video-danzas, conoce bien el movimiento, incluso el mundo de la danza, las compañías, coreógrafxs, etc. Fue relativamente fácil.
En la película hay un plano secuencia bastante largo: hicimos una pieza con ocho bailarines llena de formaciones y recorridos en el espacio. La cámara iba siguiendo a Natalia y, a veces, se detenía en planos cortos. Ahí la cámara es una bailarina más. Ese plano secuencia es una joyita.
En la película hay un plano secuencia bastante largo: hicimos una pieza con ocho bailarines llena de formaciones y recorridos en el espacio. La cámara iba siguiendo a Natalia y, a veces, se detenía en planos cortos. Ahí la cámara es una bailarina más. Ese plano secuencia es una joyita.
Dices que La quijá es un sueño cumplido. Y ahora, ¿qué? ¿Cómo se baila después de alcanzar una cima?
Me siento muy contenta. Supongo que cada vez confío más en lo que hago, en mis intuiciones también. Estoy disfrutando mucho de este momento, después de tanto trabajo. Siento que a La quijá he llegado con piolets y ahora estoy tomando un poco de aire.

