Libre, curiosa e inquieta. María Sotomayor ha construido su personalidad siempre rodeada de libros, nutriéndose de enrevesadas tramas e historias para no dormir. Un proceso que le ha permitido construir su propia voz, haciendo de la poesía su lengua materna.
‘Hacedora’ de naturaleza, la madrileña no duda en recurrir a otras disciplinas artísticas cuando su cuerpo se lo exige. “En muchos momentos, mi cabeza no para de escribir pero no soy capaz de hacerlo, entonces lo hago de otras maneras”. Ganadora del Premio de Poesía Joven Pablo García Baena por su obra Nieve antigua, ahora presenta su último trabajo, Misericordia (Letraversal). Un viaje por los límites del yo interior y físico engendrado desde la honestidad –valor más importante para la autora–, que completa su significado en manos del lector. Y es que, el propósito final de la poeta es que cada sujeto se tome la licencia de hacer suyo lo que ella escribe.
Poetisa, editora y emprendedora. En definitiva, eres creadora en el sentido más amplio de la palabra. ¿Con qué término te sientes más identificada?
Pienso que definirse es limitarse, quedarme en un término sería imposible. Prefiero pensar que las personas que creamos somos hacedoras. Hacedoras en el sentido de poder ser libre de hacer lo que necesitemos en ese momento. Es otra manera de enfrentarse al mundo. Por otra parte, el término poetisa no me resulta reconocible. Sería poeta, como bien explicó la compañera Sofía Castañón en su documental Se dice poeta, un documental obligatorio para cuestionarse la presencia de las poetas en la cultura.
Naciste en Madrid a principios de los años 80, en una época en la que la poesía se sometía a una profunda remodelación estructural en busca de una mayor conexión y complicidad con su audiencia, su realidad y sus preocupaciones. ¿Cómo y cuándo se produjo tu primera aproximación a la lírica?
Realmente la inmersión fue en los 90, cuando empiezo a ser adolescente y escribir en diarios empezaba a tener una carga demasiado personal. Recuerdo leer Infierno musical de Pizarnik y estallarme algo muy dentro, muchas preguntas; fue como si me chupara la sangre. Entonces empecé a reflexionar sobre la carga de escribir, la libertad de escribir, los residuos agradables y no tan agradables que dejaba escribir un poema, permitir decir sin decir y encontrar los modos más posibles y contradictorios de hacerlo. Una vez dentro solo queda avanzar.
Las artes plásticas, así como la decoración y el diseño, han estado presentes en tu imaginario desde que eras una niña. Y dicha pasión queda patente en tu obra, en la que reconoces recurrir con frecuencia a dibujos, fotografías y collage. ¿De qué forma trabajas estas disciplinas artísticas en el terreno de la poesía? ¿Cómo se complementan unas con otras?
Todo el arte te da experiencias para ejercitarlas, unas sincronías entre disciplinas aunque no llegues al lugar que querías. Se complementan. Lo que pasa en muchos momentos es que mi cabeza no para de escribir pero no soy capaz de hacerlo, entonces lo hago de otras maneras. Fotografío ese momento exacto para después volver a la imagen que me provocó un asombro, una necesidad de dejarlo escrito. Otras veces necesito pintarlo. Son como sueños que se solapan unos con otros. Después es mágico desgranarlos y ver que todo encaja, se contradicen y discuten. No tengo otra manera de escribir, es importantísimo crear una realidad paralela frente a la página vacía.
De la belleza al dolor, pasando por los recuerdos y la más libre imaginación. A través de la emoción y la memoria, abordas temas inherentes a todo ser humano en tus versos. ¿Qué aspectos destacarías de tu poesía? ¿Cuáles son sus rasgos más representativos?
Tener un idilio con la estética de situaciones no agradables para intentar convertirlas en bellas. La culpa, el dolor, el deseo, la familia, el propio cuerpo y sus impulsos… ese tipo de raíces que todas las personas tenemos pero que a la vez son tan distintas.
“No tengo otra manera de escribir, es importantísimo crear una realidad paralela frente a la página vacía.”
En 2013 publicaste tu primer poemario, Estoy gritando, me conocí de esta manera, de la mano de Canalla Ediciones. Y tres años después, la segunda edición de tu opera prima aterrizó en las librerías. ¿Cómo recuerdas este momento?
Lo recuerdo con emoción y repulsión. La emoción del primer libro publicado, la repulsión que te provoca el tiempo cuando ves que ese momento, esa escritura, ha dejado de ser tuya porque no te reconoces, porque siempre en el primer libro habita la prisa y se quedan flecos.
Desde entonces no has dejado de publicar, compaginando tu labor como poeta con la codirección de la editorial Harpo Libros, a la vez que fundabas La Semillera, una librería localizada en el corazón de Madrid convertida en tu proyecto más personal. ¿Qué ha cambiado a lo largo de estos siete años? ¿Cuáles han sido las lecciones y los aprendizajes más reveladores de tu prolífica trayectoria?
A lo largo de estos años he cambiado yo, mis prioridades, la siempre necesidad de estar entre libros. Ser la coeditora de la Harpo Libros se ha quedado en mi recuerdo como un aprendizaje, como algo sangrante que volverá a suceder. Editar libros de otras personas es una herida abierta; pero es otro proyecto, más personal, menos ambicioso, más libre. La Semillera, lamentablemente, no superó los cambios –los cambios personales y lo cambios que este 2020 nos ha dejado. Pero siempre pienso en la cita de Beckett: “Fracasa mejor”. Me fui del todo y me quedaré del todo en ese proyecto. Algunas semillas tardan en germinar, lo importante es no regarlas con melancolía.
En octubre de 2016, fuiste premiada con el Premio de Poesía Joven Pablo García Baena por tu obra Nieve antigua. Un poemario publicado por La Bella Varsovia, y al que reconoces haber dedicado más de tres años de tu vida. ¿Cómo transcurrió el proceso de creación, desde el planteamiento inicial hasta su revelación definitiva?
Nieve antigua, más que un libro, fue una premonición, una tristeza presente de la que no fui consciente hasta que estuvo terminado. Fue pura intuición lejos de discursos convencionales que se supone que la tristeza debe traer. Fui tremendamente feliz mientras lo escribía, y esa será la contradicción eterna de ese libro.
El jurado –conformado por Oriette D’Angelo y Natalia Litvinova, entre otros– destacó la madurez de la obra, así como la consciencia del lenguaje desde el que se abordaba el poemario de principio a fin. ¿Supuso Nieve antigua un punto de inflexión en tu carrera y en tu vida?
Supuso una toma de conciencia con la construcción de la propia voz.
Tu último trabajo, Misericordia, ha visto la luz este verano. Un libro que se sumerge en las fronteras entre lo físico y lo emocional, haciendo de la confluencia entre lo tangible y lo imaginable su localización predilecta. Háblanos de este proyecto.
Misericordia empezó a escribirse en septiembre de 2017, en una huida en busca de luz. He amado con violencia este proyecto, he sido consciente de la historia y quise hacerlo desde un lugar menos vulnerable. Hubo poemas que al terminar me preguntaban qué hacían ahí, porque sí, Misericordia ha sido un acompañamiento, un diálogo. Un tocar con las manos cada verso. Misericordia ha sido mancharme hasta el cuello porque la historia se escribía sobre la historia y había muchas partes sucias.
“Algunas semillas tardan en germinar, lo importante es no regarlas con melancolía.”
“Una luz, esa luz, esa luz misericordia. Misericordia en lo oscuro, ajena. Una luz dándole sentido a todo” recitas en uno de los poemas, incluido en el primer capítulo del volumen, titulado Primeras luces. ¿Qué –o quién– inspira tu última obra, dotándola de sentido y significado?
Un momento de autocompasión.
“Voy a escribir una fiebre, voy a escribir como todas las mujeres que por aquí han pasado” exclamas. ¿Está suficientemente reconocida la aportación histórica de las poetas a la cultura y el patrimonio nacional?
Nunca será totalmente reconocida la aportación de las poetas porque siempre quedarán mujeres en la sombra. Siempre habrá un libro escrito por una mujer al que rescatar, y ya no hablemos de la presencia de nosotras mismas en ciertos círculos culturales, que es prácticamente invisible. Ojalá esta pregunta algún día deje de hacerse.
De la historiadora y escritora Alana Portero al periodista Pablo Romero, pasando por la poeta Ida Vitale. A lo largo del poemario, encontramos citas extraídas de distintos rostros de la literatura y la comunicación. ¿Quiénes son tus principales referentes?
“Escribir es horrible, horrible” decía Lispector. Podría poner una lista extensa de referentes, pero lo voy a dejar en todas aquellas que han hecho de lo horrible una conmoción y me han dejado temblando.
El libro, publicado por la editorial Letraversal, se estructura en tres capítulos: Primeras luces, Luz en casa y Cautiva, siendo el segundo de ellos el más reducido en lo que respecta al número de poemas. ¿Qué nos puedes contar acerca de esta meditada división?
Todos los días a la misma hora hacía una foto de la luz, me pillara en el sitio que me pillara. Es increíble cómo nos sometemos al tiempo sabiendo que nunca vamos a ganar. La segunda parte es la más reducida y a la vez la más difícil. Fueron meses y meses haciendo la misma foto a la misma luz, en la misma casa, y eso había que liberarlo sí o sí. Disculparse por encerrarla y dejar de cautivarla. Dividida en tres porque se vivió en tres momentos, en tres personas, en tres lugares, en tres dolores. Un ritmo impar con gesto de supervivencia.
¿Qué consejo le darías a un/a joven que sueña con dedicarse a la poesía?
Quizá honestidad, después no hay consejos. Cuando la escritura existe solo puedes seguir la propia intuición, el resto atraviesa solo.