La tauromaquia ha sido y será un tema de profundas contradicciones. Un espectáculo que divide. Para algunos, es arte, tradición y un ritual que conecta con la cultura; para otros, es una práctica anacrónica, un espectáculo que perpetúa la violencia en nombre del arte. Tardes de soledad, el nuevo film de Albert Serra, que se ha estrenado el 7 de marzo, no toma partido, pero sí hace algo inédito: invita al espectador a presenciar una corrida de toros desde un lugar poco explorado hasta el momento: el del cine.
El documental ha causado un gran revuelo desde su estreno en festivales, alzándose con la Concha de Oro en San Sebastián y generando debates que confirman que no deja indiferente a nadie. Al transformar la corrida de toros en una experiencia cinematográfica, Albert Serra abre otro debate más allá de la tauromaquia: una reflexión sobre lo que significa ver y sobre lo que el cine puede revelar. ¿Podemos sentarnos en una sala de cine sin juzgar? ¿Cambia la mirada cuando el contexto es otro? ¿Sigue siendo violencia aunque se trate de un encuadre especialmente hermoso?
Para el cineasta, el verdadero misterio es su audiencia: ¿quién se atreverá a mirar? ¿Qué verá cada espectador en esas imágenes? En esta entrevista, el director revela su proceso creativo, su relación con la controversia y el desafío de filmar una tradición tan cargada de significado sin intervenir en ella, dejando que la realidad (o la ficción) hable por sí misma.
¿Cómo estás viviendo estos días previos al estreno?
Sinceramente, no me importa demasiado. El estreno en sí no significa nada para mí; el éxito o el fracaso de ese día no me preocupa. Los momentos realmente difíciles son cuando muestro la película por primera vez a alguien de confianza, ya sea un amigo o alguien con criterio, o en un festival importante. Es en esos instantes cuando puedo sentir algo de tensión, pero más allá de eso, el resto me es indiferente.
Evidentemente, me gusta que la película despierte interés, que guste y que el público la disfrute. Si eso beneficia a los distribuidores, a los seguidores o a cualquier otra parte implicada, mejor. Pero, sobre todo, me satisface saber que he ofrecido una experiencia cinematográfica única, diferente a cualquier otra película o director.
¿Quiénes crees que se sentirán más atraídos por tu película?
La verdad es que nadie tiene claro a qué público va dirigida. Ni el distribuidor español ni los franceses lo saben. Aquí tampoco. No se sabe si es una película para los aficionados a los toros, para la gente joven, para la gente mayor o para quienes simplemente les gusta el cine. Es todo muy incierto, muy ambiguo. No se sabe qué tipo de curiosidad puede generar, en quién ni por qué.
¿Crees que el documental puede conectar con distintos tipos de público?
Sí, creo que sí. Si te gusta el cine, eso ya es independiente del tema. Luego, evidentemente, está la belleza plástica pura de la tauromaquia, siempre que no haya un prejuicio de entrada. El espectador extranjero, que sabe poco o nada de tauromaquia, encontrará en este documental un documento antropológico de primer orden. Sobre todo por la intensidad y la proximidad, porque está realmente hecho desde dentro, en el corazón mismo de la acción. No se trata de buscar tres pies al gato. Quiero decir, descubres un mundo increíble que tienes muy cerca.
¿Crees que el espectador entenderá tu mirada?
Puede haber muchas percepciones. Mi preferida es la cinematográfica pura porque es la base sobre la que se ha construido la película. Pero, al tratarse de un documental, también siento una especie de deber de honestidad: intentar retratar la realidad tal como es, con todos sus elementos esenciales, sin desequilibrarla ni manipularla. No voy a suprimir la violencia porque alguien sea antitaurino. Todo lo que aparece en la película, todo lo que la cámara ha captado, tiene que estar ahí, incluso cosas que yo mismo desconocía. Las cámaras y el sonido captan detalles que a simple vista pasan desapercibidos, elementos que ni siquiera había imaginado antes de filmar.
Imagino que lo hiciste por curiosidad.
Cuando haces un documental, lo haces porque no tienes ni idea. La cámara explorará y descubrirá cosas que tú, con los ojos, no sabías y no podías ver. O que no existían en tu mente. Por eso haces un documental, para investigar. Si ya lo sabes, ¿qué sentido tiene? Escribe un libro, o en un diario, o haz un discurso. Si vas allí con la cámara es porque te enseñará cosas que nunca habrías visto de otra forma. Esa es mi actitud, con curiosidad e inocencia también.
De alguna manera, cuando grabas tantas horas… tendrás que manipular setecientas u ochocientas horas. Tendrás que seleccionar cosas. Pero la idea es hacerlo con el máximo respeto, honestidad y equilibrio con todo lo que ha quedado grabado, impreso en las imágenes. Y que todos los elementos estén presentes.
“Me satisface saber que he ofrecido una experiencia cinematográfica única, diferente a cualquier otra película o director.”
¿Qué ha revelado la cámara durante el proceso de filmación? ¿Hay algo que no esperabas y que te sorprendió al capturarlo?
Nos hemos encontrado con cosas que no sabía que existían: el humor, esas frases, la cosa pintoresca de la cuadrilla, etc. También el elemento más humano, la fraternidad entre ellos, la solidaridad en los momentos peligrosos. Y luego esas frases, ‘¡Los cojones!’, es cómico, ¿no? Pero también está el elemento violento: la crueldad, la sangre, la muerte. Es lo que le da gravedad y trascendencia a todos los rituales. Si eso no estuviera, para mí sería otra cosa. La muerte tiene que estar, con esa crueldad. También hay algo más moral o incluso un poco espiritual. Y luego el narcisismo del protagonista.El matador viéndose a sí mismo pero en medio de todo eso, convirtiéndose casi en objeto de deseo. Por esa cosa tan heroica que tiene, de valor y de compromiso.
Son muchos sentimientos, todo está mezclado y nada del todo claro. Sacar conclusiones y reducir la película a una sola idea es difícil porque lo mantiene todo conectado, entrelazado de una manera en la que no puedes aislar un solo aspecto. Es complicado tener una opinión cerrada con tantas capas, tanta complejidad, tantos elementos distintos. Eso fue lo que nos encontramos. Pero, claro, ahí está la belleza del montaje: lograr condensarlo todo sin simplificarlo, sin que quede esquemático, para que realmente conserve su volumen y su densidad.
Justo eso te quería preguntar. Con tantas horas de rodaje, ¿cómo decides qué queda y qué se descarta? ¿Qué criterio sigues para hacer esa selección?
Lo que a mí me gusta, ese es el criterio. Evidentemente, luego está el equilibrio. Pero la base es seleccionar, como hago con todas las películas, las imágenes que me atraen, las que me gustan. Lo hago de una manera muy rápida e intuitiva. No sé por qué, pero me gusta. Hay algo, lo intuyo. Como una intensidad, algo misterioso. Después, a partir de esas imágenes, se empieza a construir, pero con un poco más de reflexión, tratando de entender el porqué de esa intuición mía. Rara vez me equivoco. Las imágenes que elijo al principio casi siempre terminan estando en el montaje final.
Tienes la intuición muy entrenada.
Sí, claro, me he dedicado a esto. El montaje de Pacifiction duró nueve meses, con tres montadores trabajando siete días a la semana. En este éramos dos montadores y yo, y fueron siete meses, también trabajando siete días a la semana. No hay nadie más que trabaje a este nivel. No existe gente que haga películas de este tipo. Nadie. Cero.
¿Cómo ha evolucionado tu percepción de la tauromaquia desde el principio hasta ahora? Al principio, ¿tenías ideas específicas que cambiaron al ver lo que realmente ocurría?
Sí, esto es lo que han impreso las imágenes. Había elementos que yo pensaba que estarían más presentes, pero que no lo están tanto, y otros que me imaginaba que no aparecerían y sí están. Por ejemplo, esa cosa pintoresca en la clase de los de la cuadrilla, con frases que tienen gracia, de poesía popular pero auténtica, y que aún puedes encontrar en el corazón de todo esto; seres que no están asimilados a la estandarización y uniformización de hoy en día. Esto no me lo esperaba. Están ahí y son muy genuinos. 
¿En qué sentido?
Parecen conservados de otra época, donde la gente, como no tenía que compararse con nada ni se reflejaba en nada, porque no tenían acceso a nada, solo a lo que tenían a su alrededor, la gente era mucho más original, cada uno, porque no terminaban copiando ni asimilando nada. Eso ha estado ahí, y no lo esperaba en la filmación.
“La vida es imperfecta, con sus injusticias incluso. El clímax final del sacrificio del toro es una forma de injusticia pero puede haber belleza. Forma parte de la vida, no la puedes transformar.”
¿Qué otros elementos te han sorprendido?
Pensaba que el elemento homoerótico sería un poco más fuerte, incluso algo más perverso, pero aparece solo un poco, sin llegar a ser tanto. También esperaba que el concepto de España, esa carga política, estuviera presente, pero no hay nada de eso en las imágenes de la película. Los toreros, desde el momento en que están en la plaza y en el momento de la ejecución, están completamente alejados de cualquier implicación política o sociológica; están solos, lo que realmente importa es el toro, el torero, la expresión del torero y hacerlo lo mejor posible, por la tradición. No hay ninguna implicación política ni sociológica, nada de eso está en las imágenes, aunque yo pensaba que sí estaría.
En cuanto al elemento folklórico, este sí estaba bastante presente en el público, pero decidimos eliminarlo para que el truco fuera que el espectador del cine, que es en realidad el público de la plaza, lo viviera de una manera distinta.
Justo eso te quería preguntar. ¿Por qué tomaste esta decisión? En la mayoría de las expresiones artísticas, el arte cobra vida a través de la mirada del público.
A ver, el público tiene una influencia clara sobre los toreros, especialmente a nivel de presión, porque genera muchos conflictos. Pero, visualmente, parecía más una distracción, una banalidad, que hacía que se dejara de lado la presión real que ejerce sobre el torero. A través del sonido, de pequeños fragmentos visuales, sabes que el público está ahí porque lo escuchas. Por ejemplo, en las discusiones con los espectadores. Lo notas en los silbidos, los aplausos, pero visualmente era muy molesto; distraía la atención de la acción. El público mal vestido, distraído, hablando con el vecino... Comparado con la elegancia del toro y el torero, no tenía ningún sentido.
Desde el punto de vista cinematográfico, lo único positivo que ofrece la presencia del público es la presión que ejerce sobre el torero, algo que sí se refleja claramente en la película. A nivel cinematográfico, no hay más aspectos positivos. Sin embargo, esa presión tiene un valor porque aporta energía, intensidad y dramatismo a las imágenes. El torero, al sentirse presionado, reacciona de manera más visceral, lo que hace que todo se vuelva más gráfico y crudo. De este modo evitamos la banalidad de la multitud (el público), algo que conseguimos expresar sin necesidad de mostrarlo de forma explícita. Lo que realmente quería transmitir era una metáfora sobre el público del cine: quien vea la película será como esa persona que se sienta en la plaza, observando y sintiendo la misma tensión.
En la presentación en el Festival de San Sebastián te preguntaron qué habría pasado si hubiera sido al revés, si el toro hubiese matado al torero.
No sé qué podría haber pasado, pero forma parte de lo que sucede. Nosotros estábamos allí grabando, así que si eso hubiera ocurrido, habría quedado registrado. Sin embargo, esto no significa que no haya temas que van más allá del cine, en este caso, porque es una situación extrema. Es un caso que forma parte del todo. Inevitablemente, dado que hay un sacrificio entre el toro y el torero, uno de los dos debe morir. No hay vuelta de hoja. Eso es lo que hace que sea trascendental: la lucha hasta el final. Es una palabra algo dura porque hoy en día la gente tiende a pensar que nada tiene un final. Pero sí lo tiene.
¿Cómo se vive la muerte en Tardes de soledad?
La tauromaquia como metáfora de lo que dice uno de los personajes de la cuadrilla: “la vida no vale nada”. Hay que tirarla, despreciarla, porque precisamente solo al despreciarla entiendes su valor y puedes empezar a utilizarla para hacer algo grande con ella. No se trata solo de conservarla, que es mantener la vida sin hacer nada importante con ella. No sirve para nada. Los animales también la conservan, quiero decir, no hacen nada.
La idea es que, cuando aceptas que se debe despreciar, también aceptas su finitud. La aceptas con sus riesgos, con sus imperfecciones. La vida es imperfecta, con sus injusticias incluso. El clímax final del sacrificio del toro es una forma de injusticia pero puede haber belleza. Forma parte de la vida, no la puedes transformar.
La belleza y la muerte van de la mano en este documental.
Bueno, la muerte se percibe de una manera similar a como la experimenta un animal. Un animal no sabe lo que es la muerte, no es consciente de ella. La ves de forma mucho más gráfica y pausada: cómo la vida lo abandona, cómo se le escapa. Cómo, poco a poco, a pesar de que lucha por aferrarse a ella, la vida se va y la muerte se instala. Y lo observas en planos, casi por capas.
Los humanos, al tener conciencia de la muerte, tendemos a verla como un instante abrupto: ahora está vivo, ahora está muerto. Y ya está. Como si sucediera en un segundo, ¿no? En mi experiencia, siempre ha sido así: ahora está vivo, ahora ha muerto. En cambio, en el documental, el proceso es más lento. Quizá ahí radica su belleza: en una misma imagen, en cuestión de segundos, la vida y la muerte conviven, se entrelazan, se hacen inseparables. Ves cómo la vida aún está presente, pero la muerte también ha llegado. A veces, esa transición progresiva es lo que más impacta.
“El cine debería llevarte a ver algo que nunca has visto, algo que parezca imposible y, sin embargo, resulte más real que la propia realidad.”
¿No te estremeció la crudeza de algunas escenas?
Mis abuelos eran campesinos, tenían animales y sacrificaban cerdos y conejos. Es algo que he visto toda mi vida, por lo que no me ha impresionado tanto. Eso sí, puedo decir que los operadores de cámara, que nunca antes habían asistido a una corrida, terminaron encontrándole algo especial. De hecho, acabaron casi adictos a filmarlo. Había en ello una profundidad, una poesía particular, y cuando conseguían un buen ángulo se emocionaban. No sé, es algo que conmueve. No es tan desagradable como podría parecer. Algunas imágenes eran más crudas, más abruptas, pero las que elegimos tenían esa lentitud, esa poesía en la transición de la vida a la muerte.
Hoy en día hay una gran cantidad de docuseries y películas basadas en hechos reales. ¿Crees que el cine está cada vez más obsesionado con la representación de la realidad?
Puede ser, pero a mí me parece aburrido. Porque, precisamente, cuanto más alejadas están las imágenes de la realidad y, aun así, consigues creer en ellas, más auténtica es la experiencia cinematográfica. El cine es artificio puro, es fantasía, pero, al mismo tiempo, es increíblemente orgánico. Y lo ves como algo mucho más real que esos intentos de simular la realidad.
Todo esto parte de la idea de lo cotidiano, de aquello que la gente ha vivido, entiende y reconoce como real. Pero, ¿qué interés tiene eso? El cine debería llevarte a ver algo que nunca has visto, algo que parezca imposible y, sin embargo, resulte más real que la propia realidad. Y, paradójicamente, para lograrlo, debe ser más artificioso de lo que uno pueda imaginar. Ahí está la verdadera magia del cine, en esa mezcla de lo imposible y lo auténtico.
Tardes de soledad es una obra violenta, pero también está llena de una fuerte estética y simbolismo. ¿Crees que, en cierto modo, logra ser más ‘real’ que muchas de esas historias o docuseries?
Exacto. Es muy violenta, pero, al mismo tiempo, tiene belleza y, de alguna manera, emociona. Incluso diría que duele, que tiene un peso moral importante. No sé, son esas paradojas en las que dos extremos que parecen opuestos acaban conectándose. En este caso, además, es un documental, pero la tauromaquia en sí misma ya es una representación, un ritual, una puesta en escena exagerada, delirante, completamente artificiosa. Y, al mismo tiempo, no hay nada más real que eso. Es vida o muerte, sin simulaciones. Un estoque y se acabó. No hay nada más realista que algo que tiene consecuencias reales. No como estas docuseries que intentan mostrar la realidad pero en el fondo solo la imitan.
Además, mucha de esta gente que hace docuseries no tiene imaginación. Solo hablan de sí mismos, su mundo termina en ellos mismos. Y eso es justo lo contrario del arte. El artista siempre siente curiosidad, quiere descubrir lo que hay más allá. Pero ahora la gente es más narcisista que nunca, solo se miran a sí mismos y no les interesa nadie más. Es paradójico: nunca ha habido tanta exposición de tanta gente, pero al mismo tiempo, nunca ha interesado tan poco el otro. Lo único que realmente parece importar en esta sociedad es alimentar sentimientos horribles entre ellos. Y el más frecuente de todos es la envidia.
Es cierto que muchas de estas docuseries podrían disfrutarse perfectamente como un podcast. De alguna manera, se pierde la fuerza visual, la fuerza del cine.
Esto es otro tema. Lo que yo explico en esta película, si no fuera a través de estas imágenes, se reduciría el debate de la tauromaquia. Pero todo esto aporta una nueva perspectiva. Cualquier espectador que sea un poco honesto consigo mismo empezará a ver capas de complejidad que, personalmente, no he podido separar, ya que están unidas entre sí. O lo tomas todo o lo dejas todo. Yo, personalmente, no puedo quedarme solo con una parte para sentirme cómodo. No se trata de escoger solo una de las partes, porque si lo haces, ya ves que te quedas con una visión incompleta.