Haciendo malabarismos entre la genialidad y la ausencia de cordura, las pinturas de Xevi Solà señalan la belleza y el poder que reside en lo marginal, en lo singular. Una mirada prodigiosa y su trazo privilegiado le han llevado a ser reconocido internacionalmente, de momento su trabajo ya se ha expuesto en países como Alemania, Noruega, Francia, Brasil y Taiwán.
Tan únicos como desplazados, sus pinturas las protagonizan freaks, inadaptados, seres incomprendidos, peculiares y excluidos. Las pinturas de este artista catalán florecen de una mirada observadora que contempla y visibiliza aquello que no todos tenemos el tiempo o coraje para admirar. Quizás por recelo, egoísmo o despiste. Y sea como sea, por su originalidad o extravagancia, sus pinturas pueden incomodarnos. Incómodo porque alecciona, porque nos despierta. Impresionan y transmiten. ¿Para qué sirve el arte, sino?
Nos saca de nuestra zona de confort, nos tienta, nos sacude, encontrándonos tan absortos como maravillados. Lejos de dejar a nadie indiferente, sus escenas, vacilantes y atrevidas ponen de manifiesto la magia camuflada tras el delirio, haciendo que estas yazcan en algún lugar entre lo perturbador y lo extraordinario.
Nos saca de nuestra zona de confort, nos tienta, nos sacude, encontrándonos tan absortos como maravillados. Lejos de dejar a nadie indiferente, sus escenas, vacilantes y atrevidas ponen de manifiesto la magia camuflada tras el delirio, haciendo que estas yazcan en algún lugar entre lo perturbador y lo extraordinario.
Te sientes cómodo cuando se define tu arte como “humor trágico”. ¿Qué ponen de manifiesto tus pinturas? ¿Tú cómo definirías tu propio estilo?
Sí, me siento cómodo porque el humor siempre tiene algo de trágico. Además, me parece que lo que es solo trágico está pasado de moda desde hace tiempo. Mi propósito no es usar el humor como crítica, ni juzgar nada, ni a nadie. Creo que podría decir que me atrae lo habitual que puede llegar a ser la extrañeza. En cuanto a mi propio estilo, a nivel formal lo definiría principalmente como propio. Sinceramente me gustaría formar parte, de forma evidente y consciente, de alguna corriente artística de moda, pero no me sale. Por supuesto intento estar al día, aunque mis referentes son clásicos en su mayoría.
En tus pinturas se aprecian características propias del expresionismo, tanto formal como conceptualmente. ¿Lo consideras un referente?
Ojalá fuera más expresionista todavía. Básicamente intento ser sincero. Creo que si partimos de nuestro interior nos comunicamos mejor con el exterior; para mí esa fue una de las claves del éxito del expresionismo. A nivel formal me atrae su libertad creativa y la aparente falta de normas. Es muy complicado conseguir que lo difícil parezca fácil, tal como lograron los expresionistas. A mí me falta mucho.
Te conceden una tarde para compartir con Van Gogh o Munch. ¿A quién le darías el plantón?
Creo que sería un cabrón si plantara a Van Gogh, con lo corta que fue su vida. No tendría perdón que hubiera tenido que esperarme un solo minuto. Se aprende mucho del sufrimiento vital de las personas ‘desequilibradas’, sean o no sean artistas. Sería una verdadera lástima perderse una cita con cualquiera de los dos.
Empleas un uso de colores complementarios; contrarios y contrastados. Por otro lado, tus personajes son pálidos, lánguidos y aletargados, y aún así, consigues que la totalidad de la obra sea poderosa e intensa.
Al trabajar con la imagen, una de las cosas que da potencia a una escena es el contraste. Mis personajes femeninos son fuertes a pesar de su apariencia frágil y mis personajes masculinos, al contrario. Busco poner de manifiesto continuamente esas dicotomías para que mis imágenes adquieran fuerza.
Tus personajes representan a los inadaptados, a los desplazados, a los freaks. ¿Qué te atrae de lo marginal?
En inglés existe una expresión, ‘Butterface’, que define muy bien a mis personajes. Son mujeres o hombres que no saben que son sexualmente atractivos porque su aspecto no es normativamente bello. Pero a su vez, al tener una percepción distorsionada de la imagen que proyectan en los demás, no son conscientes cuando los demás se aprovechan de ellos. A mí me gusta pensar que son seres superiores con un mundo interior muy rico, y egoístamente, es más agradecido intentar retratar el alma a partir de la imperfección.
Trabajaste algún tiempo en un hospital psiquiátrico. Según tengo entendido, se trata de una experiencia que consideras tan importante como elemental para entender tu obra. ¿Qué aprendes ahí que lo convierte en algo tan determinante y cómo se ve reflejado en tus pinturas?
Históricamente existe una relación entre locura y arte, por supuesto. Sin embargo, creo que trabajar con enfermos mentales te vuelve más cuerdo. De la misma manera que si trabajas en una funeraria tal vez aprendas a vivir más intensamente. Quiero decir que, fuera de una institución psiquiátrica, las personas tenemos comportamientos muy insanos. No soy consciente de hasta qué punto ha influenciado mi pintura esa etapa. Tal vez haya aprendido a normalizar comportamientos extremos que después he acabado proyectando en mis escenas.
“Se aprende mucho del sufrimiento vital de las personas ‘desequilibradas’, sean o no sean artistas.”
Haces especial énfasis en la mujer, inspirándote en la figura femenina del imaginario alegórico e iconográfico cristiano medieval, melancólica y martirizada. ¿Qué te sugiere la figura de la mujer que no lo haga la del hombre?
No me refiero especialmente a la mujer, sino a la parte femenina de los seres humanos. Cuando la mujer aparece en mis pinturas como un ser que afronta la adversidad con calma, busco representar la espiritualidad. Las protagonistas suelen ser mujeres flacas, pero eso es solo para que el mensaje llegue más claro. Evidentemente, un ser humano fuerte espiritualmente puede tener cualquier aspecto, género, raza, etc.
Muchas de tus pinturas están ambientadas en Norteamérica y repletas de referencias y guiños a su cultura pop, desde el Capitán América a sus automóviles retro. ¿Por qué te decides por esta estética?
Existen muchos países locos, pero para mí, los Estados Unidos y también Rusia son fuente de inspiración porque son dos países de excesos. Pero además, la estética americana es universalmente conocida. De alguna manera, todos hemos crecido en América y usarla como escenario es solo otra manera más de simplificar al contar una historia.
Varios de tus cuadros tienen lugar en atmósferas y escenarios parecidos, delante de una casa o en un exterior despejado y soleado, rehuyendo de la barahúnda de lo urbano. ¿Hay explicación para dicha particularidad?
La imagen de la casa es icónica, me evoca Psicosis, la casa Usher, etc. Para mí es una forma de representar el voyeurismo de la sociedad, al vecino que espía detrás de las cortinas desde la ventana, y al mismo tiempo, esta composición convierte a mis personajes en exhibicionistas. El entorno rural también me parece más atractivo y sencillo de representar. También están los Redneck, fuente de inspiración en mi trabajo y ellos son, simplificando, también muy rurales.
¿Se te presenta como un reto encontrar un punto de equilibrio entre lo decorativo y lo conceptual?
Claro. Creo que somos muchos los que estamos ahí también, entre realismo y abstracción. Hace tiempo que me propuse ser más decorativo y menos realista, aunque dudo mucho que de momento me pueda sentir satisfecho. Mi trabajo en busca de la simplicidad aparente es diario.
Actualmente, y hasta el 22 de julio, estarás exponiendo en Kaohsiung (Taiwán). ¿En qué otros sitios tienes pendiente exhibir?
Suelo exponer regularmente en Brasil y Taiwán, y en septiembre expondré mi trabajo en París. Además, y si todo va bien, a finales de año nos vamos a Miami con la galería con la que trabajo en Oslo. También tengo pendiente una exposición en Barcelona, y tal vez también en la China el año que viene. Ya veremos.