Sí, pero no la puedo contar, por temas legales. Estuvo genial. Maravilloso. Un sueño. Las actividades fueron muy guays. Por ejemplo, la exposición Bad Taste: estaba el nacimiento de Venus, pero con Ana Obregón, ¡maravilla! Fotos inéditas de La Veneno y veinte cuadros de Belén Esteban. Valeria Vegas –autora de Ni puta ni santa, la biografía de La Veneno–, llevó su colección personal y fue maravilloso todo. Lo que más me ha gustado, aparte de la charla de Alaska y John Waters, fue el ambiente que se respiraba. Me sentía en mi mundo con Topacio, con Mario, con John Waters, con todos los artistas que estaban allí. Es muy importante estar con gente que habla tu idioma cultural, y es muy enriquecedor que al hablar con una persona no te des con una pared, sino que os nutráis mutuamente. Además, cada actividad tenía un toque. Di una charla con más artistas hablando sobre la cultura trash y pensé que íbamos a hablar en una sala súper aburrida, con cuatro sillas de mierda y una mesa blanca. Resulta que Topacio había organizado –en medio de uno de los jardines– un pódium con una pasarela en plan RuPaul. Salíamos con música, un foco enorme donde se nos veía la sombra en una cortina. Esos son los pequeños detalles que marcan la diferencia entre un festival de cine sueco, donde todo es súper aburrido, y un festival trash, donde hay opulencia y cada actividad es un mundo.