En general, sí lo es. Durante estas dos últimas décadas, la implementación de las tecnologías digitales de la imagen juntamente con la expansión de internet ha ido generando una serie de consecuencias que han afectado mucho la profesión. Hasta finales del siglo XX, el fotógrafo era una especie de ‘artesano’ de la luz que dominaba unas técnicas y unos equipamientos indescifrables para la mayor parte de la población. La llegada de la fotografía digital democratizó la fotografía y sus tecnologías. Rápidamente, la fotografía ha pasado a convertirse en lenguaje universal, con la correspondiente pérdida de estatus del fotógrafo profesional dentro de un mercado con un elevado grado de competencia. La imagen ha engullido a la fotografía.
El sector editorial está en crisis desde hace más de una década y una parte importante del mercado de la fotografía publicitaria ya no busca calidad sino que prima la rapidez y una estética pensada más para las volátiles pantallas que para el papel impreso. En los países industrializados, hoy día todos somos creadores y lectores de fotografías, y todos llevamos una cámara fotográfica en el bolsillo. El vídeo también ha ocupado una parte importante del mercado que antes era de la fotografía.
Pero vivimos en un mundo muy paradójico. Pese al panorama en declive de la profesión, el mundo de la fotografía artística nunca había estado tan en alza. Hay autores que venden fotografías por cientos de miles de dólares, incluso millones. Y la avidez por representar la realidad a través de la imagen fotográfica nunca había estado tan presente en la sociedad como ahora. Todo, absolutamente todo se fotografía. Lo primero que le pasa a un bebé al nacer hoy día, cuando ni tan siquiera se le ha cortado el cordón umbilical, es que alguien le hace una foto. La fotografía sigue siendo magia.