La suya ha sido sin duda una de las novelas más aclamadas del año pasado, en apenas 5 meses se ha plantado en la cuarta edición con quince mil ejemplares. Todo un éxito que ha pillado por sorpresa al propio autor. Aunque quizá no deberíamos extrañarnos tanto, si tenemos en cuenta que ya desde su primer libro, Hilo musical (Alpha Decay, 2010), Miqui Otero ha cosechado siempre inmejorables críticas y el favor del público. “Se mire como se mire, ha nacido una estrella”, dijo por aquel entonces el también escritor Javier Calvo. Dos libros (La cápsula del tiempo, Blackie Books, 2012 y Rayos, Blackie Books, 2016) y una década después, Miqui Otero firma con Simón (Blackie Books, 2020) su novela más ambiciosa, conmovedora y emocionante hasta la fecha.
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Simón no es solo la historia de su protagonista, Simón, claro está, y la de su primo Rico. Simón es también la historia de aquellos que les rodean y de la ciudad que habitan, la historia de una Barcelona que va de la euforia olímpica a los atentados de las Ramblas. Novela de formación, libro de aventuras, homenaje a la literatura (“Todo está en los libros, dice Rico al pequeño Simón), cartografía de Barcelona, de sus calles y su gente. Todo eso y más es esta novela de casi 450 páginas, que se devoran más que se leen, a veces con una sonrisa, y otras con una mueca o con un nudo en la garganta, y que le ha valido una vez más a su autor comparaciones con grandes escritores como Juan Marsé o Francisco Casavella.

Arranca la novela de forma trepidante, luminosa, romántica y aventurera en una Barcelona eufórica y festiva que bailaba día y noche. Algo más tarde, en esa Barcelona todavía desmelenada, Miqui y una servidora coincidimos en AB, publicación independiente que yo dirigía, y donde Miqui escribía insultantemente bien para ser un mocoso apenas veinteañero. “Empecé a escribir… cuando aprendí a escribir”, me cuenta ahora. “Ya a los 5 años, cada mediodía tenía que escribir un relatito o no volvía al cole tranquilo”. Ay, lo que daría por leer alguno de aquellos relatos de ese niño que imagino sonriente y feliz, escribiendo en su cuaderno; ese niño ajeno a su futuro yo, escritor de éxito, que tan felices iba a hacernos a los demás con sus libros.
Hace ya unos meses que se publicó Simón y el recibimiento no ha podido ser mejor tanto por parte de la crítica como del público. ¿Te esperabas algo así? Ya va por la cuarta edición, ¿no?
Estoy muy contento, no solo con los muchos lectores que ha encontrado, sino también con las muchas lecturas. Hay algo que me flipa: la gente subraya cosas muy distintas, y se fija en temas y personajes diferentes. Y eso es muy guay. No lo esperaba, no. Es una novela larga, con varios temas, apenas autobiográfica, con mucho personaje y muchos años… Un poco a contrapelo de lo que más funciona. Yo estaba muy inseguro, pero en verano me llegaron feedbacks de alguna gente que me tranquilizaron (y me sirvieron de coartada para unos cuantos brindis). Pero no esperaba todo lo que ha sucedido después: en la faja de la cuarta edición ya va por 15.000 ejemplares.
¿Por qué crees que la novela ha llegado tanto? Más allá de estar maravillosamente bien escrita.
Pues igual ha llegado por las intuiciones que tenía cuando la escribía, y precisamente por lo que me preocupaba justo antes de que saliera, no sé. Yo creo que es una novela que se puede leer desde la altura que tú quieras, fijándote más en lo íntimo, en los personajes y sus emociones, o en lo social, en los mecanismos del dinero y del poder, en lo histórico… Y creo que eso está bien, admite mucha lectura. Y luego está la situación pandémica que estamos viviendo, en un momento en que nuestras ideas están mermadas, afeadas y limitadas, asistir a una vida entera (con la calma para hacerlo, para leer, ahora que hay menos distracciones), y viajar leyendo cuando no puedes viajar, ha podido influir. Pero, vaya, es un misterio para mí. Un misterio y una alegría, las dos cosas.
Posiblemente una de las razones es lo mucho que el lector consigue empatizar con los personajes, no solo con Simón y Rico, también con Estela, y hasta con Ona y Biel…
Sí, a mí las novelas que más me llegan son las que cierras y tienen eco. Es decir, que sigues pensando en los personajes. Que querrías invitarlos a una farra o a un café o recibir un Whatsapp de vez en cuando para saber qué tal andan. En Simón hay muchos personajes aunque el principal sea uno, y de diferentes generaciones (la de los padres, la anterior a Simón, la suya…), y supongo que puedes elegir con cuál te encariñas. Yo les tengo cariño a todos, la verdad. A Betty, por decir uno no tan principal, la quiero un montón. Y a Biel lo entiendo mucho y me cae muy bien. Es un poco vanidoso esto de decir que quiero a personajes que he inventado yo, un poco como darme besitos mirándome al espejo, pero ya me entiendes.
Quedémonos con los protagonistas, con Simón y Rico, ¿por dónde empiezas cuando te pones a trabajar en un personaje, cómo los vas perfilando?
Aunque no sean autobiográficos, siempre hay una serie de emociones, preocupaciones, decepciones que trasplantas de tu vida. Y desde ahí invento el personaje y lo que le sucede. A Simón, por ejemplo, le puse un rasgo físico mío, la peca encima del labio, es algo que ya hice con Fidel en Rayos, que tenía diastema. Y un truco que hago yo, desde que me lo chivó Borja Cobeaga en unas conferencias que dimos, es entrevistar a los personajes, tanto principales como algunos secundarios: ¿tenías un mote en el cole, quién te compra la ropa interior, qué haces un domingo por la tarde, cómo perdiste la virginidad? Esos detalles levantan carácter y generan escenas. No uso ni el 99%, pero me ayuda a conocer bien a los personajes. No es el mismo tipo de persona alguien que pide un Malibú que un whisky japonés o un Trinaranjus.
¿Te has sentido más libre esta vez escribiendo en tercera persona? Aún así, como dices, hay cosas tuyas en ambos personajes. ¿Con cuál de los dos te identificas más, o debemos entenderlos como las dos caras de una misma moneda?
He disfrutado muchísimo escribiendo en tercera persona. Lo necesitaba. En parte para probarme hasta donde podía estirar mi estilo. Joder, a las tres páginas ya vi que me lo iba a pasar bien. Hay cosas de mí en cada personaje, sobre todo en Simón y Rico, pero también en el resto, incluso en Estela o Beth o tantos otros. Me gusta repartirme entre los personajes; algunos se llevan lo peor, los pobres. Y una de las formas de ver a Simón y Rico es la que dices: son posibles evoluciones de personajes creados con la misma masa, en el mismo ambiente, que pueden ser nosotros, si tiramos hacia un sitio o hacia otro.
Rico es el de la música, el de las novelas de aventuras, el que le da a su primo Simón las claves para (sobre)vivir en un mundo que puede resultar abrumador. Hay menos música en este libro, pero la música sigue siendo igualmente importante, las canciones que suenan no lo hacen por casualidad, están ahí de forma muy consciente, para explicar esto, para resaltar aquello otro. ¿Son canciones que han sido importantes también para ti en algún momento de tu vida, o sencillamente las escogiste porque te encajaban en la historia?
Sí, hay menos name-dropping de canciones. Ya no voy como en Hilo musical enseñándolas, el síndrome carpeta de instituto, que decía yo: cuando llegas el primer día a clase y necesitas enseñarle al mundo, en parte por pedantería, pero sobre todo por inseguridad, quién eres a través de lo que llevas enganchado a tu carpeta, las letras o fotos o nombres de grupos. Sin embargo, creo que igual es casi la más musical, por cómo va pillando motivos y estribillos, por cómo cambia la novela a medida que avanza, igual que lo hace una mixtape o una playlist. Boys Don’t Cry y Demasiado corazón están muy pensadas. También toda la parte salsera, que me flipa. Rico, tan épico y seguro, le canta nanas como Boys Don’t Cry para dormir al Simón bebé. Se supone que es una melodía alegre, pegadiza, pero va de alguien que dice que no va a llorar, porque los chicos no lloran, aunque que se muere por llorar, y quizás pierda a la tía que le mola por no hacerlo. Y así es también como escribo, parte del tono que siempre busco: alguien que está muy jodido, pero que intenta sonreír y no le sale. Eso siempre me emociona, como el que se mete una hostia que le está doliendo mucho, pero intenta sonreír desde el suelo.
“Todo está en los libros”, dice Rico. ¿Qué han supuesto los libros para ti? Así en general. ¿Conocimiento, evasión, divertimento, dudas, certezas…?
Todo lo que dices. Y vidas de repuesto, vidas alternativas cuando no me gustaba la mía. Y el lugar donde detectaba cosas que luego me sucedían. La lectura como metáfora de los virus de guardería, que he dicho mucho en esta promo. El niño se pone enfermo, pero no es letal ni preocupante, está generando defensas para cuando sea adulto. La lectura también es eso. No te salva la vida, no te cura: te prepara para ella. Y te consuela y te divierte, claro.
Así pues, los libros como mentores, como guía, como refugio al que volver siempre que lo necesitamos. Simón no solo narra la historia de Simón y de Rico, del Baraja y sus gentes, de la Barcelona esplendorosa en sus virtudes pero a su vez trágica y lamentable en sus miserias, Simón es también una oda a los libros y a la lectura. Se me ocurre que deberían leer tu libro todos aquellos que dicen no tener ningún apego a las letras. Todo el mundo debería leer Simón, pero especialmente aquellos que no leen, porque de verdad siento que puede ser un catalizador. ¿Qué libro fue ese para ti? El que te despertó el gusanillo por leer, el que te enganchó a la lectura.
Los cuentos por teléfono de Gianni Rodari, La historia interminable (todos queríamos ser Atreyu siendo Bastián) y, ya preadolescente, Rebeldes de Susan Hinton. A partir de ahí, el resto.
¿Y qué te empujó a escribir?
Es como recordar mi primera voltereta o la primera vez que respiré. La verdad es que empecé a escribir… cuando aprendí a escribir. Es decir, que ya a los 5 años, cada mediodía tenía que escribir un relatito o no volvía al cole tranquilo (de aquella época, es la serie Sabanito, sobre un fantasma dandy, que cambiaba de sábana cada vez que aparecía en la casa para resolver un problema). Las historias de antepasados que emigraron y volvían inventándose un poco su vida, también. Supongo que te empuja a escribir el hecho de que se te da bien hacerlo. Si saltara mucho, igual me habría dedicado a la pértiga. Y si encima desde pequeño te ha servido de refugio, pues sigues por ahí.
El libro empieza de una forma trepidante, luminosa, romántica y aventurera con esa ‘noche de las azoteas’ tan arrebatadora. Nunca trapichear había tenido tanta magia.
La escribí del tirón y sigue siendo mi parte favorita, aunque luego me sirva precisamente para jugar a lo contrario, para restarle belleza y épica. Pero fue del tirón, y me recuerdo muy emocionado escribiendo esa parte, como con una bici bajando una pendiente muy rápido y algo taja.
Luego la historia de Simón discurre paralela al devenir de Barcelona. Has contado que tenías muy claro que querías empezar con los los Juegos Olímpicos y acabar con los atentados. ¿Se trataba entonces de narrar esa evolución de la ciudad a través de la evolución de los protagonistas, la vida de Simón como metáfora de la ciudad?
Sí, es uno de los primeros latidos de la novela. La ciudad, el país, vivían lo olímpico con una fe acrítica y un entusiasmo casi infantil (no por ello totalmente malo). El personaje tendría 8 años cuando eso sucede, y sentiría lo mismo por su primo. A partir de ahí, ciudad, país, y personaje evolucionarían hacia lo contrario del arranque: el atentado y el otoño caliente del procés.
La imaginación juega un importante papel en los primeros años de Simón que vive su niñez junto a su primo en un mundo casi mágico lleno de disfraces y aventuras, me pregunto si el hecho de ser padre te ha ayudado a escribir toda esta parte o has tirado más de tu propia infancia.
Las dos cosas. Pero sí, no habría escrito los primeros diálogos Rico-Simón sin ser padre, ni de coña, no me habría salido esa confidencia. Ser padre te permite tener a ese miniyo externo, como de videojuego, en el que observas cómo eras tú, en realidad. Mi hijo tiene gestos y actitudes que me recuerdan, no a mi yo infantil, sino incluso, a cómo me comporto yo, por ejemplo, en una fiesta. Y, bueno, la primera vez que te ensalivas el dedo para sacarle algo sucio de la cara piensas, vale, ya está, soy padre, va en serio, voy a escribir sobre qué he sentido al darme cuenta, pero como no me gusta la memoria pura y dura, la cocino en novela.
¿Tenías claro desde el principio que la trayectoria vital y profesional de Simón estaría vinculada a la (alta) cocina?
Sí, si le flipaban las novelas de aventuras, si en estas el héroe tenía una espada, él tendría un cuchillo de cocina. Y eso le permitiría saltar los escalones de la corte, del mundo, de cuatro en cuatro, como en novelas más viejas lo hacían los mosqueteros o los poetas. Imagínate si ahora planteo la novela de un mosquetero o de un poeta: se acabaría rápido. El cocinero, su rollo rock star, me permitía esos atajos hacia otras vidas y ese recorrido de auge y caída.
Su caída en desgracia se veía venir, pero quizá sea también su salvación: después de todo, no tendrá una estrella Michelin, pero recupera algo de dignidad y se sacude toda esa cretinez de sus años dorados.
Me molaba oponer las recetas familiares, que representan tu raíz y tu memoria (cuando falta un familiar, lo convocas haciendo su recta), frente a ese mundo de la alta cocina, del que me he quedado corto por momentos describiendo su submundo. Pero es que Simón no puede volver si no se ha ido. No puede aprender si no se equivoca. No puede frenar si no ha acelerado mucho, demasiado. En eso consiste todo, ¿no? Escribiendo y viviendo.
Has explicado que tu escritura va mutando a medida que se desarrolla la historia. Yo diría, o creo recordar, que esa parte de la novela, la de los años de bolos y éxitos, es la que se me hizo algo más pesada de leer. Me encanta, regodearme en la lectura, pero recuerdo pasar esas páginas más rápido. No sé si es algo totalmente subjetivo, si hubo una intención o si sencillamente no me estaba gustando en lo que se estaba convirtiendo Simón…
No sé, la verdad. Es curioso que se te hiciera más lenta la parte que en realidad va más rápida. Aunque lo entiendo, a mí hay películas con mucha acción que se me hacen lentas precisamente por eso. Pero jugar con los ritmos y las velocidades era mi idea. La infancia es más estática, el tesoro la dispara, luego el trajín de la alta cocina, avanzar a través de cartas, montajes paralelos… Todo va cambiando porque lo pide lo que está viviendo el protagonista, porque lo pide la novela, y porque quizás lo necesite el lector. Cada parte va con su cuentakilómetros y velocímetro.
Aparte de Simón hay un personaje que me gusta mucho, Estela. ¿Adónde, a quién acudiste para darle forma? ¿Hay algo de ti también en este personaje?
No sé, a mucha gente que he conocido, y a mí mismo en algunos momentos, interactuando con esas personas. A mí también me mola. Estela es la memoria, emocional y de clase, de Simón. Es también a través de quien explico la contracultura, el contrarrelato de la ciudad; los círculos hardcore o queer o antiglobalización.
Has contado antes que entrevistas a los personajes para extraer toda la información posible de ellos, aunque luego no la utilices en la novela. Así que imagino que en tu cabeza, en tus libretas o dónde sea que apuntes todo eso, tendrás otras muchas historias que se han quedado sin contar. Si escribieses un spin-off de Simón, ¿quién lo protagonizaría y por qué? A mí me encantaría que fueran las Merlín, creo que su historia, sus historias merecen ser contadas…
Disfrutaría haciéndolo sin duda. No sé a quién elegiría. O elegiría a todos, como Jonathan Coe cuando repesca a sus personajes décadas después.
Por cierto, ¿habrá película? O no se puede hablar de ello…
No se puede hablar, de momento.
Simón y Rico crecen en el Baraja, ¿tú también tuviste un bar cerca de niño? Yo no en Barcelona, pero sí que estuvo muy presente cuando niña el bar de mis tíos, allá en el pueblo de mi familia, adonde volvíamos todos los veranos. Recuerdo horas interminables en ese bar, trasteando por las mesas y colándonos tras el mostrador, ha sido bonito recordar todo aquello mientras leía el libro.
Sí, yo también, en Galicia Lo montaron mis tíos en Mondoñedo después de hacer dinero emigrando a Alemania. Yo estaba ahí desde niño, aprendiendo a sumar con las vueltas, pasando la bandeja de tapas y, ya adolescente, sirviendo desayunos de madrugada absolutamente ebrio. También me influyó pasar mucho tiempo en la trastienda de mi otra tía, esta en Campo Sagrado, calcando tebeos en el papel del jamón de york, y escuchando a las clientes del barrio.
En el libro vienes a decir que la Barcelona de hoy es consecuencia directa de aquella resaca post-olímpica mal asimilada, o mal gestionada o mal lo que sea, porque está claro que algo se ha hecho mal; pero los 90 en sí los recuerdo como una época fantástica en la que estaba todo por hacer…
Yo lo que creo es que Barcelona se tomó demasiado en serio que le dijeran que era guapa. Y también, que toda borrachera (literal o de éxito) tiene su resaca. Es humano y las ciudades lo son. Y que no se ha sabido buscar el equilibrio de una ciudad que cuente con sus vecinos. Aunque esto no es exclusivo de Barcelona, es global. En los últimos años se ha intentado frenar algunas inercias, y no siempre se ha podido. Y sus últimos años, también hay que decirlo, han estado muy condicionados por mil cosas, atentados, el procés y, sobre todo, la pandemia; pero también la crisis económica. No sería justo rajar de mi ciudad sin tener eso en cuenta. Pero a veces pienso que es como esa bodega catalana, de esas chulas con sus barriles y azulejos, que de repente al dueño le entra la ventolera y piensa que queda más moderna poniéndole parqué flotante sintético, barra de silestone y cuadros del New Yorker. Y no, lo moderno acababa siendo la bodega.
No te arrugas al escribir sobre un tema espinoso, cuando cuentas que la riqueza de Barcelona proviene del tráfico de esclavos, pero en cambio me dio la sensación de que pasas por el procés casi de puntillas, ¿te aburre la (situación) política?
Bueno, es que mis novelas no son artículos de denuncia. No es lo (único) que busco. Pero para hablar del procés, si te fijas, al inicio de la novela he soltado mil semillitas que hablan por ejemplo de la fe (lo del culto gitano), del aplauso colectivo demasiado entusiasta, etc, que luego recojo al final. Otra cosa es que según el personaje, el procés lo vea de un modo o de otro, pero es que es eso lo que sucede en realidad, y lo que se nos olvida. Y no son compartimentos estancos tampoco: si hablo de lo del esclavismo de las élites en una novela donde aparece también el procés es por algo, porque todo está conectado de formas más o menos evidentes.
¿Cómo ves Barcelona en un futuro? ¿Crees que en los próximos 30 años la trayectoria de la ciudad y los cambios serán tan abrumadores que podría dar pie a una secuela de Simón? ¿Te ves retomando al personaje 30 años después en una ciudad reinventada?
Esto es lo que te comentaba de Jonathan Coe, que me mola cuando él lo hace, así que por qué no.
Aunque, claro, ¿dónde estaremos en 2050? A saber qué estaremos haciendo. ¿Cómo te imaginas, dónde estarás?
Eso me mola de las novelas: qué pasa después del brindis final que congela la imagen. Qué hay después de los créditos de una peli. Yo soy muy aprensivo, jamás me dejaría tirar las cartas o leer la mano. O si me dijeran, puedes asomarte a esta cerradura y te ves en 2050. No me asomaría, siempre pensaría, joder, ¿y si sale todo negro? ¿Si no estoy? Así que prefiero no imaginarlo mucho. Aunque quizás esto de las mascarillas quirúrgicas nos parezca una parida, y estemos con trajes a lo ET o 2001, buscando oro en la arena de las playas, y bebiendo solo cuando llueve, recogiendo la lluvia con cascos de Ferrovial y con gorras de Caja Rural y usando iPhones antiguos como arma arrojadiza
Ojalá esta entrevista despierte las ganas de leer tu novela a quien aún no lo haya hecho, pero para los que hayan llegado hasta aquí y todavía estén indecisos, va, ayúdales: ¿por qué deberían leer Simón?
Eso te lo dejo a ti. Además, tú me editabas textos en AB cuando yo tenía más o menos la edad que tiene Rico en el arranque de la novela, así que es perfecto.