Simón no es solo la historia de su protagonista, Simón, claro está, y la de su primo Rico. Simón es también la historia de aquellos que les rodean y de la ciudad que habitan, la historia de una Barcelona que va de la euforia olímpica a los atentados de las Ramblas. Novela de formación, libro de aventuras, homenaje a la literatura (“Todo está en los libros, dice Rico al pequeño Simón), cartografía de Barcelona, de sus calles y su gente. Todo eso y más es esta novela de casi 450 páginas, que se devoran más que se leen, a veces con una sonrisa, y otras con una mueca o con un nudo en la garganta, y que le ha valido una vez más a su autor comparaciones con grandes escritores como Juan Marsé o Francisco Casavella.
Arranca la novela de forma trepidante, luminosa, romántica y aventurera en una Barcelona eufórica y festiva que bailaba día y noche. Algo más tarde, en esa Barcelona todavía desmelenada, Miqui y una servidora coincidimos en AB, publicación independiente que yo dirigía, y donde Miqui escribía insultantemente bien para ser un mocoso apenas veinteañero. “Empecé a escribir… cuando aprendí a escribir”, me cuenta ahora. “Ya a los 5 años, cada mediodía tenía que escribir un relatito o no volvía al cole tranquilo”. Ay, lo que daría por leer alguno de aquellos relatos de ese niño que imagino sonriente y feliz, escribiendo en su cuaderno; ese niño ajeno a su futuro yo, escritor de éxito, que tan felices iba a hacernos a los demás con sus libros.