Si perteneces al selecto club en el que nos encontramos aquellos que tantas veces hicimos un pajarillo de papel que acabó pareciéndose al monstruo del Lago Ness, lo que viene a continuación te dejará con los ojos pegados a la pantalla. Y es que hoy hablamos con Lobulo, nombre tras el que se encuentra Javier Rodríguez y un montón de obras en tres dimensiones creadas mediante papercraft, es decir, hechas con sus propias manos. Mitad en Londres, mitad en Barcelona, se define como alguien obsesivo con su trabajo, pero que, al mismo tiempo, soluciona sus mayores problemas en el bar con los amigos. ¿Por qué no? Viendo lo que hace con papel, todo nos parece posible.
Para empezar, cuéntanos un poco: ¿quién es Javier Rodríguez, y cómo y por qué nace Lobulo?
Francisco Javier Rodríguez, para ser más exactos; ya que tengo este nombre tan bonito, hay que recordarlo (risas). Pues todo nace después de haber trabajado durante una década en agencias y estudios de publicidad: cansado de la filosofía del vende-humo y de las pirámides laborales, unas navidades decidí hacer una postal para felicitar el año a mis amigos. La publiqué en Facebook y, sin tener muy claro cómo ni por qué, se difundió bastante; eso hizo que me comenzasen a llamar para colaborar con revistas y pequeñas publicaciones locales: todo se fue incrementando a partir de ahí.
¿Cuáles son los cambios más notables, según tu experiencia personal, entre trabajar y vivir en Londres a hacerlo en Barcelona? ¿Cómo ves ambos panoramas en cuanto a creatividad y nuevas propuestas?
Barcelona sigue siendo Barcelona: una magnífica ciudad para vivir y disfrutar pero menos acogedora para trabajar; se puede decir que es lo opuesto a Inglaterra o, en este caso, a Londres. Allí el ritmo es muy acelerado y tener una buena calidad de vida supone mucho sudor y esfuerzo, cosa que se contrarresta con un mejor trato y oferta laboral. En cuanto a la creatividad, aquí está más cerrada: hay gente muy buena, jóvenes con trabajos increíbles y pequeñas empresas muy innovadoras, pero siempre se da cabida a los mismos. Es un pequeño círculo de gente que se retroalimenta, y formar parte de ese “VIP club” es complicado a la par que contraproducente. En Londres es diferente. Al haber tanta gente de tantos lados y tener una mente más abierta en cuanto al arte y el diseño, tienes muchas más posibilidades para darte a conocer, y también se fomenta mucho al pequeño y joven emprendedor: ferias, exposiciones, galerías… Es mucho más fácil acceder a todo ello para el ciudadano de a pie. Aunque, como bien dice el dicho popular, nadie es profeta en su tierra.
Lo que más resalta al observar tu trabajo es, sin duda, la técnica: trabajas con papel, de forma totalmente manual, para obtener un resultado final que, a primera vista, puede parecer una ilustración hecha con Photoshop. Es decir, la mayor parte del esfuerzo puede llegar a pasar inadvertida. ¿Qué motivación hay detrás de todo esto?
Para percibir que algo es artesanal o hecho con las manos, la gente necesita ver errores, detalles que le hagan sentir que eso fue creado manualmente. Pero eso tiene que cambiar: el craft es artesanía, pero la artesanía no tiene por qué tener fallos o imperfecciones. ¿Para qué te vas a comprar un mueble hecho a mano si tiene astillas en los cantos? Pues en mi caso es similar. A mí lo que me gusta es crear algo limpio y sin errores, cómo lo vea el espectador es algo secundario mientras tenga impacto visual y transmita un mensaje. Si el resultado final puede parecer 3D o no, es algo indiferente para mí, y, en ocasiones, casi me gusta que la gente lo dude.
El perfeccionismo, la geometría y las matemáticas son constantes en tu trabajo; conceptos que, a priori, pueden sonar opuestos al de creatividad. Háblanos un poco del proceso que sigues, tanto en la parte puramente técnica como en la creativa. ¿Con cuál disfrutas más?
Disfruto mucho más pensando en cómo plasmar la idea, bocetando y buscando los materiales idóneos para crear la maqueta. Quizá la parte menos divertida, pero no menos interesante, es la de plantear los volúmenes y crear los planos con las medidas idóneas para que todo encaje, pero en ese proceso siempre hay una parte nueva para mí: algo inesperado con lo que no contaba, que me obliga a investigar y a buscar nuevos elementos o caminos para crear la pieza. Así que, en el fondo, podría decirse que disfruto por igual de cada parte del proceso, siempre y cuando sea algo nuevo y no tenga que reciclar trabajos.
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Entendemos, entonces, que el tuyo es un proceso creativo que exige mucho mentalmente, a nivel de precisión y de concentración. ¿Hay algún momento en el que necesites desconectar, o eres de los que no puede sacarse el proyecto de la cabeza hasta que está terminado?
Creo que con el trabajo peco un poco de obsesivo: no soy de esas personas que salen al campo con la libreta a relajarse y a pensar –cosa que me encantaría conseguir algún día–, funciono mejor encerrándome en el estudio con mi playlist de la semana horas y horas, hasta que consigo sacar algo bueno. Aunque, todo sea dicho, los mayores problemas o fórmulas los he solucionado caminando del estudio a casa, o en un bar con los amigos. Me contradigo un poco, ¿verdad?
El sello Lobulo es visualmente muy identificable. Muchas de tus obras se quedan grabadas en la retina: el zombie de Lady Gaga, Darth Vader como el sagrado corazón o el “Do epic shit” en forma de tatuaje old school. ¿Qué nos puedes contar del nacimiento de estas ideas?
Creo que cada proyecto personal es fruto de un momento de mi carrera; los que tengo hasta la fecha, al menos, lo reflejan tal cual. Por ejemplo, el Do epic shit lo hice para mentalizarme de que tenía que luchar por lo que quería y amaba. Había llegado a Londres con una meta y la tenía que cumplir. Hagas lo que hagas, disfruta de ello y hazlo bien, do epic shit: ese era mi mantra, algo que me repetía cada día para seguir adelante. En ese momento dejé la agencia en la que trabajaba en Londres, me monté el estudio de freelance en Dalston con mis pocos ahorros, mientras que por las tardes tiraba currículos en Zara por si todo salía mal. Por suerte, nunca me llamaron de Zara, pero me salieron clientes en Reino Unido. No hay mal que por bien no venga.
¿Cuáles son las diferencias más notables entre tus trabajos para clientes y tus proyectos personales? ¿Qué hay de Javier en Lobulo?
Los proyectos comisionados o encargos de clientes tienen un brief muy claro desde el principio, y eso es algo que siempre te frena un poco o te marca una línea que tienes que seguir. Hay clientes más abiertos que te dan mucha más libertad, que confían en ti y te ceden las riendas de la campaña pero, por suerte o por desgracia, no todos son así.
Los  proyectos personales sí que los utilizo para mejorar estilos o hacer piezas que un cliente, de primeras, nunca compraría. Los clientes funcionan como los niños pequeños: si tienes piñas en la web te llamarán para que hagas piñas, pero nunca para que hagas manzanas; necesitan ver manzanas para imaginarse cómo son. Por eso siempre intento salir un poco del lado cute que tiene la palabra craft y decantar mi estilo hacia otros caminos.
En el momento en el que tienes una idea, ¿sabes cómo será el resultado final o es algo que puede variar por el camino?
Siempre tienes que tener una idea más o menos clara de cómo va a quedar o cómo lo quieres presentar, pero creo que la parte más fascinante de mi trabajo es que nunca sabes al 100% cuál será el resultado final. Siempre lo comparo con la fotografía analógica: preparas el set, las luces, disparas… Pero hasta que no revelas el carrete no tienes la respuesta final. Un punto de emoción y romanticismo siempre viene bien. Chicos, hay que ser románticos (risas).
¿Hay algo que no puedas hacer con papel? ¿Alguna idea o proyecto frustrado?
El papel tiene sus límites y es así, pero si sabes solucionarlo en papel sabes solucionarlo en otro tipo de material, al final es volumétrica. Yo utilizo el papel porque es más cómodo y manejable que hacerlo todo en madera o plástico, pero hay ciertos trabajos en los que mezclo nuevos materiales para poder llevar la idea a cabo. Lo esencial es que todos los materiales tengan armonía.
¿En qué andas metido ahora mismo? ¿Dónde podemos encontrar a Lobulo?
Pues ahora mismo viajando mucho y trabajando para Estados Unidos, parece que allí les caigo bien, será porque parezco medio guiri (risas). En cuanto a Lobulo, lo podéis encontrar el 50% del tiempo en Londres (Brixton o Dalston) y el otro 50% en Barcelona, más concretamente en la calle Pamplona 89, que se ha transformado en mi nueva casa.
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