La obra de Gala Knörr (Vitoria-Gasteiz, 1984) está en constante movimiento. Un movimiento que fluye al abrigo de la tecnología, simultaneando reflexiones sobre el poder generador de imágenes de las redes sociales y el parapeto que ejercen sobre nuestras identidades.
Profunda conocedora de todas las culturas, subculturas y movimientos generacionales, el suyo fue cronológicamente milleniall, aunque inspiracionalmente podría haber sido tocada con la varita de los Beat y de los Young British Artists por su espíritu DIY, que confiesa haber heredado, así como por su acceso constante durante sus años de formación y experiencia a una cultura que rompe con ideas preestablecidas y la estimulante experiencia de estar rodeada de gente creativa. “Era infeccioso”, nos cuenta.

Si Gala Knörr fuera el personaje de una novela de Kerouac, podría ser una inquieta nómada que devora todo tipo de contenido cultural y digital para llevarlo a su terreno en una interpretación satírica casi siempre relacionada con los medios y la cultura popular. Y si fuera una canción de Calvin Johnson, podría componerse por la letra que el legendario músico escribió sobre su primera exposición individual.

Artista multidisciplinar que ha trabajado los campos de la pintura, vídeo e instalación, obtuvo un BFA Fine Arts de Parsons Paris The New School y un MA Fine Art de Central Saint Martins, completando su formación en el taller de Txomin Badiola en Madrid45, y en la Masterclass de Richard Linklater en el Centre Pompidou (Francia). Además de sus numerosos proyectos y exposiciones, ha recibido varias distinciones a lo largo de su carrera, como el premio Generaciones de la Fundación Montemadrid (2020), la beca Juan y Pablo de Otaola en Cité Internationale des Arts Paris (2019) o la beca Basque Artist Program de The Solomon R. Guggenheim Museum (2017), entre otras.

Cuando le preguntamos sobre sus referentes, vivencias y etapas que han marcado su desarrollo artístico, Gala Knörr nos sorprende con los relatos que la acompañan desde que abandonara su Vitoria natal en su tránsito por los omnipotentes paisajes de Internet, donde sigue instalada su sede operacional.
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Has cursado tus estudios en París y Londres, en la mítica Central Saint Martins. ¿Qué te ha aportado esta formación y experiencias? ¿Qué referentes has tenido?
Mis experiencias fueron completamente diferentes. Aunque son dos capitales muy importantes, la forma de vida, así como los contextos artísticos e históricos de París y Londres me parecían polos opuestos. Estudiar cuatro años en París antes de la crisis del 2008 y la consecuente recesión fue una experiencia mágica, y mirando atrás, un privilegio. Tenía 19 años cuando llegué y no hablaba francés, lo cual fue difícil al principio, y Parsons Paris era una pequeña universidad satélite de The New School de Nueva York.
Las alianzas y sinergias intergeneracionales entre estudiantes y maestros se forjaban de manera orgánica, y me gradué sintiendo que tenía el apoyo de mis profesores. Los museos de la ciudad eran nuestra aula, y tener esa conexión inmediata con la historia de la ciudad a través del arte será algo difícil de olvidar.
¿Qué recuerdos tienes de aquellos años?
En esa época me sentía muy conectada con el mundo de la música. Una de mis mejores amigas del bachillerato en Inglaterra y yo decidimos montar una fiesta mensual en la que pinchábamos discos de vinilo, y nos divertíamos invitando a nuestros mejores amigos. Pronto vendrían a vernos gente como Herman Dune, el fotógrafo Edouard Plongeon, o incluso en nuestra fiesta de despedida apareció Jonas Mekas, quien se sentó detrás de nosotras tranquilamente tomando una Guinness con Benn Northover mientras sonaban nuestros discos de rock garajero.
Pero todavía recuerdo el haber recién llegado a la ciudad, no conocer a nadie, y una amiga de un foro de música de internet me conectó con su amigo Calvin, quien tocaba un concierto en el mítico Mains D’oeuvres junto a Kymia Dawson. Después me di cuenta que aquel hombre que me doblaba la edad y me hablaba sobre el País Vasco con la voz más grave que había oído en mi vida era el legendario Calvin Johnson, cantante de Beat Happening, y creador del sello K Records de Olympia. En el fondo soy una music nerd. Calvin, tres años después, escribiría el texto de mi primera exposición individual, algo por lo que siempre le estaré agradecida.
Poco después, llegué a Central Saint Martins como estudiante de Master en el legendario edificio de Soho en su último año de vida –también fue el último año en que el programa académico era de solo un año sin parones. Todo parecía apresurado, la ciudad tenía otro ritmo, y me pasó factura. A menudo sentía una desconexión con mi tutora, así que agregué vodka a los limones que estaba recibiendo y seguí a la banda de mis amigos (The Entrance Band) en la etapa británica de su gira. Documenté su vida detrás del escenario, hice nuevas obras a partir de ello, escribí un proyecto de tesis apasionado que fue calificado generosamente, me fui con la sensación de que, aunque no sentía que estaba haciendo mejor obra, en realidad podía contextualmente y teóricamente identificar lo que estaba haciendo, entenderlo mejor. Los años siguientes me quedé en Londres, la gente de mi círculo volvió gradualmente a casa, por lo que la magia que logramos colectivamente se desintegró lentamente en diferentes ciudades.
Londres no es fácil pero me gustaba la efervescencia de la ciudad, me aclimaté a su ritmo frenético, a hacer lo máximo posible y dormir poco. Llegó un momento en el que dejé intentar encajar mi trabajo en la tendencia y la norma, me costó mucho darme cuenta que para ser feliz tenía que utilizar mi propia voz, así que me guié por el contexto y tiempos en los que vivía intuitivamente y poco a poco llegué a la conclusión que debía marcharme para poder crecer.
¿Siempre tuviste claro cómo enfocar tu carrera? ¿Cuándo nacen tus inquietudes artísticas?
Para nada (risas). Mi primer año de carrera fue en Inglaterra, en Richmond University, enfocada en Ciencias Políticas y Escritura Creativa. Por aquel entonces me ‘conformaba’ con escribir la siguiente gran ‘novela americana’ (risas). Pero al acabar el año, aunque había descubierto algo que se me daba bien, presenté mi solicitud el verano de 2003 a Parsons Paris. Me aceptaron al día siguiente de hacerlo, dije a mis padres que me iba a estudiar Bellas Artes a París, les dejé flipando pero me apoyaron en todo lo que hice –alguna llamada frustrada llorando cayó…
No sé cuando nacieron mis inquietudes artísticas, pero siempre pensé que leer a Jack Kerouac por primera vez cuando era adolescente despertó algo en mí, una necesidad por conocer, observar, estar en movimiento. A través de los años realicé un ejercicio de paciencia y de confianza en los giros que iba dando mi carrera, buenos y malos, los trabajos que tenía para seguir adelante. Cuanto más parecía conocerme a mi misma, más cabezota me volví con todo lo que hacía, y si no funcionaba no pasaba nada, tenía que seguir, aprender a evolucionar.
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La esencia de tu trabajo parte de nuestro entorno y la forma en que nos relacionarnos a través de la tecnología, llevándolo al terreno pictórico. ¿Cómo consigues conectar dos lenguajes aparentemente tan diferentes?
La cuestión es que en realidad no lo son. Cada vez el mundo tecnológico está más presente en nuestro día a día, dependemos más de él, y todo lo que sucede online afecta a nuestras realidades despiertas. En términos de comunicación, cada vez nuestro lenguaje emocional se describe y se descifra más a través de emojis, gifs y memes. Esa habilidad relacional de la imagen online es la que me gusta traer al terreno pictórico.
Por ejemplo, el proyecto Self identity is a bad visual system, que realizaste a partir de Snapchats de desconocidos, de personas marginadas o con poca representación en nuestra sociedad. ¿Qué tipo de contenidos te interesan?
Self identity is a bad visual system fue de alguna manera el proyecto del cambio para mí, fue el proyecto por el que me mudé de vuelta a España después de casi quince años, y fue el proyecto que me mandó a Bilbao en avión al día siguiente del referéndum del Brexit. Me encontré produciéndolo durante la campaña y elección de Trump como presidente de los Estados Unidos. Fue un año catártico, para bien y para mal, las redes reflejaban contenidos altamente polarizados y las inseguridades de raza, género y clase que parecían latentes desde la primera ola neoliberal de los 80 se reformularon en nuestro presente con una generación y contexto muy diferentes.
La gente encontró en las redes un espacio no físico donde poder existir tal como eran, e instantáneamente me di cuenta de que este iba a ser un punto de inflexión en la sociedad que merecía mi atención creativa. Cuando AJ+, la plataforma de contenidos online de Al Jazeera, me contactó por Facebook para entrevistarme sobre el proyecto, supe que no era la única y que debía seguir investigando y creando en el ámbito social-político de nuestro tiempo.
En esas piezas suele haber un hilo narrativo muy ligado a los códigos virtuales, pero, ¿cómo nace el germen de tu idea? ¿En qué disciplina te sientes más cómoda para interpretarla: fotografía, vídeo, pintura…?
Como buena millenial nacida en el año del famoso libro del Gran Hermano de George Orwell, con el constante y exponencial crecimiento de internet y las redes, y lo que ha conllevado sobre todo en la última década a nivel global, es algo por donde me guío de una manera intuitiva, investigando y generando mis archivos visuales propios con los que trabajar. Sé que gran parte de mi obra es de aspecto pictórico, pero no me da miedo utilizar, explorar y experimentar con otros medios y lenguajes visuales; para mí es importante aprovecharme de ello.
Mis proyectos recientes acaban siendo una instalación artística en la que se utilizan varias disciplinas que se complementan y entran en diálogo las unas con las otras. He trabajado en espacios expositivos poco usuales y creo que me ayudó a explorar nuevas maneras de hacer.
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La ironía está muy presente en tu obra, como en Insert Witty Project Title, donde aparece un pequeño cameo de Aramís Fuster leyendo un poema de John Donne. ¿El mundo social virtual de internet es cómico? ¿Tiene algo de real? ¿Qué canales utilizas más y por qué?
La idea de utilizar una persona como Aramís Fuster en la lectura del poema de John Donne, utilizado en la campaña de posters anti-Brexit que diseñó Wolfgang Tilmanns en el Reino Unido, vino de entremezclar ese concepto de high y low art. Cuando se lo propuse a través de un portal de videos, pensé que me mandaría un vídeo sobreactuado y disfrazada con un look fantasía colorido de los suyos, pero me encontré a una persona que había sentido a la hora de leer el poema de Donne, y apareció con la cara lavada y el pelo recogido. Lo subí a Instagram, y en la exposición, un enorme código QR con un emoji en el centro invitaba al espectador a sacar su móvil y ver el vídeo en mi perfil.
El mundo social virtual está lleno de humor, a veces algo que nos esperamos de una manera o forma no aparece como tal y nos sorprende, y otras veces, en tiempos que rozan la ciencia ficción, el humor utilizado como mecanismo de supervivencia es la manera más sana de sobrellevar las cosas. Muchas de estas experiencias se encuentran encapsuladas en internet, son experiencias reales, encerradas en memes, en vídeos de TikTok, en Youtube, en Instagram.
Claro que hay muchas otras que parecen impostadas, como las de los influencers que generan contenido patrocinado por doquier, o los youtubers que simulan tragedias y demás surrealidades estúpidas para tener más seguidores y likes y ganar más dinero. Siempre va a haber un Yin y un Yang, la cuestión es tener los sentidos afinados para diferenciarlos.
Has expuesto muchísimo fuera de España. Tu obra cubrió la fachada de Galeries Lafayette en una iniciativa de Nicola Formichetti. Trabajaste bajo la dirección de Charles Saatchi en su galería. Participaste en una campaña de Joan Jett para promover el voto femenino junto a Lesley Gore, Carrie Brownstein y Sia… ¿Qué es lo que más te ha impactado a lo largo de estos años?
Que el estar en el sitio adecuado, en el momento adecuado no siempre te lo da todo. Y que la teoría de los seis grados de separación cada vez me resulta más verdadera, los humanos estamos todos interconectados.
En una charla en la Fundación Bilbao Arte reflexionabas sobre el narcisismo como práctica cultural. Si las apps y redes sociales dominan nuestras vidas y encima están al alcance de todos, lo realmente subversivo, ¿no sería estar al margen de ellas?
El no tener perfiles en redes sociales sí que sería algo radical, al menos sería una manera de no contribuir a que los dueños de estas plataformas se enriquecieran conociendo los entresijos y deseos de nuestra persona, ya que al utilizar estos soportes generamos datos cuya mercantilización ha hecho de nuestro narcisismo o vanidad una moneda de cambio en el capitalismo electrónico. Pero a la vez sería una manera de desconectar del mundo en el que vivimos, que jugaría quizá en nuestro detrimento. La influencia del mundo electrónico en el mundo palpable es innegable.
Debemos siempre ser cautos con el contenido que generamos y consumimos. La verdad es un concepto que ha sufrido mucho con la polarización de la sociedad en redes. No todo el mundo utiliza las redes de la misma manera, así que lo verdaderamente radical sería utilizarlas de una manera creativa y productiva que no nos aislara.
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Vemos un determinado momento en que se produce un giro en tu línea de trabajo. ¿Arriesgar más es consecuencia de tu madurez artística o a qué se debe?
Llegué a la treintena trabajando para galerías y museos, conociendo gente interesante con carreras fascinantes como comisarios o artistas. Sabía que nadie me iba a regalar nada y decidí dar un giro a mi carrera. Invité a mi estudio a mi amigo George, que era marchante de arte, necesitaba su buen consejo, tenía los oídos bien abiertos. Cuando vio mis últimas piezas, su comentario sin mala intención alguna fue, ¿entonces esas son todas? En realidad, no tenía tiempo para producir obra. George se marchó y en ese mismo momento mandé un email a mi jefe con mi carta de dimisión, lo cual miro ahora atrás y pienso que estaba como una cabra, pero eso fue un punto de inflexión. No me presenté a ninguna beca o convocatoria artística hasta los 31, estaba muy desconectada de todo.
Comencé una vez más a pintar, y fui seleccionada para realizar una residencia artística en Cité Internationale des Arts de París en 2015. Al dedicarme a mi obra a tiempo completo, me di cuenta que tenía que dejar que mi trabajo hablara por mí, y tener un compromiso conmigo misma. Para ello hay que saber abrazar el cambio, sacarte un máster en los fracasos para aprender a sentir los éxitos, y un doctorado en resiliencia para explotar en el estudio como si no hubiera un mañana. En mi caso, el arriesgar vino con más kilómetros recorridos, y conociéndome más, no hay nada mejor que ser una imprudente con tu obra cuando todo el mundo espera que te ‘comportes’. A veces ganas, a veces pierdes, pero al final del día lo hiciste. Como dijo el gran John Baldessari: no haré más arte aburrido.
¿Dónde resides ahora? ¿En qué estás trabajando y qué planes tienes próximamente?
Siempre me resulta difícil responder esa pregunta. Desde que he regresado a vivir en España, he vivido y realizado proyectos en diferentes ciudades o países, pasando temporadas en ellos. Diría que mi base es mi ciudad de nacimiento, Vitoria-Gasteiz; el año que viene será Lisboa durante una larga temporada en Thirdbase Studio como residente.
Ahora mismo estoy terminando lo que será mi exposición Tumbleweeds en Torre de Ariz en Basauri, con un proyecto literario-performático por el que me trasladé el año pasado a París gracias a la beca Juan y Pablo de Otaola. También estoy muy contenta de empezar a preparar lo que será mi primera exposición individual con Galeria T20 en primavera 2021 en Murcia, y un proyecto colectivo en Ginebra con la galería neoyorquina Pablo’s Birthday. Pero tranquilos, mi base de operaciones seguirá siendo Internet.
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