Sí, por supuesto. Por ejemplo, hace tres años estuve en Japón durante el verano, y en Kyoto me encontré́ de repente con una fiesta en la calle bastante curiosa, Gion Matsuri, que me recordaba mucho a nuestras procesiones de Semana Santa pero con iconos y motivos totalmente diferentes. Sentí que había algo en toda aquella parafernalia, en sus personajes, y sobre todo en cómo iban vestidos, que necesitaba enseñar, que conservaba la esencia del Japón tradicional que se podía ver pocas veces. Eso fue lo que me hizo adentrarme sin pensarlo y me puse a hacer fotos. Como uno más, me adentré en un templo y tomé algunos retratos que dieron resultado a una miniserie que se publicó en la revista francesa
Purple Online A día de hoy mi apuesta es intentar no diferenciar entre géneros, temáticas o estilos y tratar las cosas de la misma manera. Que cualquier disciplina se nutra de otras completamente diferentes. Al fin y al cabo, eso es lo que ha pasado siempre. El cine puede beber de la pintura o la literatura. La música puede inspirarse en los sonidos de una ciudad, como hizo Philip Glass con la BSO de
Taxi Driver, o incluso en la industria de una zona, como pasó con la escena techno de los 80 y los 90 en Detroit. Todo tiene que ver con la forma de ver las cosas, con las cosas a las que prestas atención y con lo que desechas.